JORNADAS POR LA UNIDAD DEL SUR
Chile "Naci�n hermana"

VENTURAS Y DESVENTURAS DEL CAPITALISMO PERIF�RICO: La econom�a chilena en el siglo XX
Pp. Jorge Gonzalorena Doll

Aclaraci�n:
Lamentablemente no hemos podido reproducir la excelente Conferencia dictada por el Prof. Jorge Gonzalorena con motivo de las Jornadas por la Unidad del Sur al no ser registrada por nuestros grabadores. A cambio de ella nos permitimos transcribir la Ponencia presentada por Gonzalorena en el Seminario de Historia Econ�mica de Am�rica Latina en el Siglo XX realizado en la Divisi�n de Posgrado de la Facultad de Econom�a de ka Universidad nacional Aut�noma de M�xico (UNAM) y publicado en la Revista Oikos.

Palabras claves:
Desarrollo econ�mico, subdesarrollo, capitalismo perif�rico, dependencia intercambio desigual.

L. Jeffs, J. Gonzalorena

Resumen:
En este art�culo se hace una descripci�n muy esquem�tica de la evoluci�n de la econom�a chilena a lo largo del siglo XX, buscando destacar los factores estructurales que han impulsado y condicionado sus m�s importantes transformaciones. Su objetivo es hacer una somera evaluaci�n global de los principales avances y retrocesos que, desde la perspectiva del desarrollo econ�mico, cabe observar en estos acontecimientos e identificar sobre esa base los principales desaf�os que a�n est�n pendientes y las eventuales estrategias que ellos demandan.

INTRODUCCI�N

"Chile, en este siglo XXI, ya no es ni ser� un coso de desarrollo frustrado, como lo se�alara An�bal Pinto, refiri�ndose al paso del siglo XIX al XX. Chile est� siendo, y ser�, un caso de desarrollo logrado, exitoso, donde los frutos de este crecimiento y desarrollo llegan a todos los rincones y a todos sus hijos"

Presidente Ricardo Lagos, Mensaje al Congreso Pleno, 21 de mayo de 2005


Chile entr� al siglo XX firmemente tomado de la mano del salitre y sali� de �l apoyado en una canasta exportadora b�sicamente constituida por productos de la miner�a, la silvicultura, la (1) pesca y la fruticultura con escaso grado de elaboraci�n. Es decir, comenz� y termin� el siglo XX sustentado en una econom�a primario-exportadora, preferentemente minera, altamente dependiente de los requerimientos que le plantean las econom�as industriales que en funci�n de las necesidades que nacen de su propio desarrollo, conforman los principales mercados de destino de sus productos.

En el �nter tanto sus �lites intelectuales y sus c�rculos gobernantes tomaron conciencia de la comparativa "inferioridad" de su econom�a, levantaron diversas hip�tesis para explic�rselo y dise�aron luego en base a ellas estrategias que se esforzaron por implementar con el prop�sito de superar esa condici�n. El desarrollo econ�mico, concebido como sin�nimo de industrializaci�n, se convirti� por largo tiempo en el objetivo central de las pol�ticas p�blicas despleg�ndose desde el Estado un gran esfuerzo, plasmado en m�ltiples e importantes iniciativas, para avanzar en esa direcci�n.

Pero, en las condiciones del capitalismo dependiente latinoamericano del siglo XX y en un marco de compromiso con una estructura interna de privilegios olig�rquicos la postre esos esfuerzos se evidenciaron infructuosos. Hoy d�a predomina en los c�rculos gobernantes de Chile un clima de general escepticismo con respecto a las posibilidades de cualquier proyecto de industrializaci�n aut�nomo, dados los fuertes y al parecer insuperables condicionamientos que en ese plano imponen las crecientes brechas que abre el proceso de concentraci�n y centralizaci�n financiera y tecnol�gica que es inherente al funcionamiento de la econom�a capitalista mundial.

Para no desentenderse completamente de �l se procede entonces a modificar el significado y alcance del propio concepto de desarrollo. Se lo reduce ahora exclusivamente al logro de un crecimiento econ�mico lo m�s din�mico posible, basado en la producci�n y exportaci�n de aquellos productos primarios en los que Chile exhibe claras ventajas competitivas. Se abandona as� toda preocupaci�n especial por la naturaleza de la estructura productiva capaz de sustentar en el largo plazo ese crecimiento, modific�ndose tambi�n los modelos que le sirven de referencia: ya no los ejemplos cl�sicos de industrializaci�n exitosa sino los "nuevos pa�ses industrializados" del sudeste asi�tico. Se mantiene, empero, la expectativa de que �ste vaya acompa�ado tambi�n de crecientes grados de "equidad" seg�n lo demanda la conocida f�rmula acu�ada por la CEPAL.

Esto �ltimo, sin embargo, tiende a quedar solo en el discurso. Su significado, grado de urgencia y modo de lograrlo dista de generar consenso en los c�rculos gobernantes ya que trat�ndose de un objetivo que el libre funcionamiento del mercado no garantiza, supondr�a en principio una activa intervenci�n del Estado tras el prop�sito de distribuir al menos parte de los frutos del crecimiento y contrarrestar as� las inherentes tendencias del sistema a generar la exclusi�n de amplios sectores de la poblaci�n. Intervenci�n que, como se sabe, ir�a completamente a contrapelo del credo econ�mico dominante. De all� que se apele a la educaci�n como mecanismo de movilidad social.

Lo cierto sin embargo es que la idea misma de una posible v�a de desarrollo aut�nomo, capaz de permitir un crecimiento econ�mico autosostenido, se ve ahora descartada y su lugar es ocupado por pol�ticas de inserci�n en la econom�a mundial que, desde la actual posici�n perif�rica de la econom�a chilena solo le permiten operar como proveedora de materias primas y alimentos, y probablemente de servicios para la regi�n. En el marco de esta opci�n estrat�gica, lo que se intenta identificar es el modo maximizar los potenciales beneficios que ofrece y minimizar los costos que demanda a cambio este escenario econ�mico internacional cada vez m�s globalizado.

En rigor, la marcha de los acontecimientos no avala, por tanto, la afirmaci�n del Presidente Lagos invocada como ep�grafe de este documento. Por el contrario, y sin que ello implique desconocer o subestimar la importancia del continuo, pero a la vez desigual, proceso de modernizaci�n experimentado en los diversos �mbitos de la vida nacional torna mucho m�s plausible sostener que la evoluci�n de la econom�a chilena en el siglo XX volvi� a arrojar como resultado una fundamental frustraci�n de los esfuerzos desplegados en pos de un desarrollo efectivo, que le permitiese superar su secular condici�n de econom�a perif�rica y dependiente.

�C�mo explicarse esta situaci�n? �Qu� significado reviste lo ocurrido durante el �ltimo siglo para que lleg�semos a este resultado? Para responder a tales interrogantes es preciso hacer un examinen pormenorizado de las transformaciones m�s relevantes experimentadas por la econom�a chilena a lo largo de este siglo, buscando identificar las fuerzas tanto internas como externas que las han impulsado y el modo como ellas finalmente se articulan para arrojar los resultados que conocemos. Por su enorme alcance y complejidad, una tarea de esa envergadura escapa ampliamente a las posibilidades de este ensayo.

En consecuencia, s�lo realizaremos aqu� una descripci�n muy esquem�tica de ellas. Primero haremos un breve cotejo del cuadro que la realidad econ�mica y social del pa�s exhibe a comienzos y a fines de esta centuria. Pasaremos luego revista a los principales acontecimientos que caracterizan cada uno de los tres grandes periodos que marcan la evoluci�n de la econom�a chilena entre uno y otro momento. Finalmente, intentaremos realizar una evaluaci�n de los avances y retrocesos que cabe imputar a estos acontecimientos desde la anhelada perspectiva del desarrollo econ�mico e identificar los principales desaf�os y eventuales v�as de superaci�n de los problemas a que la situaci�n actual nos confronta.

CHILE ENTRE DOS �POCAS

No parecer�a aventurado sostener, vali�ndose de aquella dicotom�a cl�sica acu�ada en el �mbito de la sociolog�a decimon�nica, que �ste ha sido el siglo que ha presenciado el tr�nsito del pa�s desde la sociedad tradicional a la moderna. Ello, considerando que a comienzos del siglo XX Chile es a�n una sociedad predominantemente rural, con una poblaci�n mayoritariamente sumida en la pobreza y la ignorancia, gobernada por una oligarqu�a terrateniente y basada en una econom�a preferentemente minero-agr�cola, lo que ofrece un contraste suficientemente claro con la fisonom�a que exhibe el Chile actual en la mayor parte de esos aspectos.

Aunque ello suscita de inmediato un sinn�mero de cuestiones, ampliamente debatidas, sobre el car�cter de aquellas actividades econ�micas "tradicionales" la naturaleza de las motivaciones que las rigen y orientan, el car�cter y significaci�n de sus v�nculos con la econom�a mundial y, en definitiva, sobre la naturaleza de la propia formaci�n social en su conjunto, no es nuestro prop�sito pasar aqu� revista a estos problemas. Nos limitaremos, por tanto, a registrar en forma resumida los contrastes m�s significativos que el proceso de modernizaci�n, que en consonancia con la �poca que vivimos ha experimentado el pa�s en todos los planos a lo largo del siglo XX, hace posible constatar entre el Chile del 1900 y el Chile del 2000.

A comienzos del siglo XX la poblaci�n de Chile bordea los tres millones de habitantes. Al t�rmino de la centuria ese volumen de poblaci�n se habr� quintuplicado llegando a contabilizar casi quince millones de habitantes, A partir de los a�os treinta las tasas de natalidad y de mortalidad comienzan a distanciarse por el r�pido descenso de la segunda, para volver a converger posteriormente, durante los a�os sesenta, en un descenso conjunto que, situ�ndolas a ambas en niveles relativamente bajos, terminan por completar la transici�n demogr�fica. M�s recientemente la pir�mide demogr�fica ha comenzado a angostar su base y a ensanchar su v�rtice de modo que el pa�s comienza a experimentar un progresivo envejecimiento relativo de su poblaci�n, siguiendo las tendencias que en este plano se observan en las econom�as desarrolladas.

A lo largo del siglo XX se experimenta tambi�n un continuo desplazamiento de la poblaci�n desde las �reas rurales a las localidades urbanas. A comienzos de los a�os treinta el n�mero de personas que viven en estas �ltimas ha llegado ya a igualar el de quienes habitan las zonas rurales. A partir de entonces la brecha entre el porcentaje de personas que viven en zonas urbanas y rurales no cesar� de incrementarse, dando cuenta de un fuerte y sostenido proceso de urbanizaci�n. Un fen�meno concomitante es el de la creciente concentraci�n de la poblaci�n en un reducido n�mero de ciudades y muy particularmente en la capital. En efecto, a comienzos de siglo solo alrededor del 15 % de la poblaci�n total del pa�s vive en Santiago y sus alrededores. A fines de siglo ese porcentaje superar� el 40 %.

Al igual que en otros pa�ses de Am�rica Latina, este proceso de urbanizaci�n ha ido acompa�ado por el progresivo surgimiento, en los m�rgenes de las grandes ciudades, de importantes cordones de miseria. La falta de puestos de trabajo suficientes para satisfacer las expectativas de quienes llegan desde las zonas rurales en busca de mejores oportunidades de empleo, y la aguda escasez de viviendas para cobijarlos, van haciendo surgir en forma inorg�nica extensas barriadas en que se aglomeraren condiciones muchas veces infrahumanas, miles de familias, configurando con ello uno de los rasgos m�s caracter�sticos y visibles del capitalismo perif�rico.

Junto con el crecimiento de su poblaci�n, a lo largo del siglo XX Chile ha conocido tambi�n un crecimiento muy significativo de su econom�a. Aunque no existen datos precisos sobre el volumen del producto a comienzos de siglo, se han efectuado numerosas estimaciones que permiten calibrar la magnitud de este crecimiento. Seg�n lo manifestado recientemente por una alta autoridad del Banco Centrarse considera que, estimado seg�n paridad de poder adquisitivo en d�lares de 1995, el producto interno bruto por habitante era de aproximadamente US$ 2.300, en el a�o 1900, empin�ndose a los US$ 11.200 en el a�o 2000 (0valle, 2001) (2). En definitiva, esto significa que en t�rminos reales, a lo largo del siglo XX el producto por habitante se habr�a quintuplicado.

Ello se refleja en una apreciable mejora de las condiciones generales de vida de la poblaci�n, aun cuando, junto con ello, sea dable constatar tambi�n la persistencia de abismales desigualdades sociales. A este respecto, a lo largo del siglo XX es posible observar dos tendencias claramente contrapuestas: hacia una creciente atenuaci�n de las desigualdades primero, tendencia que se extiende hasta 1973, y luego un fuerte retroceso hacia grados de desigualdad muy elevados. La muy desigual distribuci�n de la riqueza y del ingreso, rasgo caracter�stico del sistema econ�mico-social imperante, se ve fuertemente acrecentado en una econom�a perif�rica como la chilena por la comparativamente baja productividad de la mayor parte de las actividades que la constituyen, los bajos salarios, la precariedad de las condiciones laborales, el alto nivel de desempleo abierto o encubierto de la fuerza de trabajo y la inexistencia de efectivas pol�ticas redistributivas.

Sin duda, un aspecto clave en la historia econ�mica Chile en el siglo XX ha sido la gran incidencia alcanzada por el capital extranjero en sectores productivos de importancia estrat�gica para el desarrollo del pa�s. Al despuntar el siglo la potencia hegem�nica del capitalismo mundial es Inglaterra, cuyos intereses se hacen sentir ya fuerte y directamente sobre la econom�a chilena. En efecto, capitales brit�nicos detentan el control pr�cticamente total del salitre, su principal fuente de acumulaci�n. Un cuarto de siglo m�s tarde, EEUU desplazar� definitivamente a Inglaterra de ese sitial y pasar� a desempe�ar en la econom�a chilena un rol cuya importancia, bajo diversas modalidades, no ha cesado de incrementarse desde entonces. Hoy la econom�a chilena se halla en alto grado controlada por el capital extranjero, aun cuando la presencia directa de los inversionistas estadounidenses se ha tornado menos visible que a mediados de siglo.

Como resultado de la acci�n publicaren el �mbito de la educaci�n y la salud se han registrado tambi�n grandes avances en el curso del �ltimo siglo. Cabe constatar una apreciable mejora de la calidad y una notable expansi�n de la cobertura del sistema educativo en todos sus niveles, tornando crecientemente marginales las tasas de analfabetismo. Estas �ltimas, que a comienzos de siglo se empinaban por encima del 60% de la poblaci�n no llegan en el a�o 2000 al 4%. En el campo de la atenci�n de salud a la poblaci�n se ha desplegado una acci�n sostenida logrando bajar significativamente las tasas de mortalidad, erradicar numerosas enfermedades contagiosas y otorgar una atenci�n materno-infantil de amplia cobertura.

Por otra parte, el Estado ha comprometido su acci�n en el desarrollo de vastos planes de construcci�n de viviendas y obras de infraestructura, que han permitido incrementar el empleo, cobijara las familias, ordenar los espacios territoriales, elevar la conectividad y dinamizar las actividades productivas. No obstante, son muchas las familias que a�n carecen de vivienda o que viven hacinadas en construcciones extremadamente precarias, normalmente localizadas en los m�rgenes de las grandes ciudades, desprovistas de la infraestructura necesaria y constantemente afectadas por graves problemas de inseguridad.

Finalmente, el siglo XX ha sido tambi�n testigo de una importante modernizaci�n del sistema pol�tico-institucional, pero que, en estrecha consonancia con lo acontecido en el terreno econ�mico, en su evoluci�n dio lugar a dos tendencias de signo contrario: abriendo paso primero a grados crecientes de democratizaci�n y participaci�n ciudadana en las decisiones y revirtiendo luego esa tendencia con la imposici�n de un r�gimen pol�tico totalitario, brutalmente represivo, seguido en la �ltima d�cada de esta centuria de un sistema pol�tico-institucional revestido de ropajes democr�ticos pero premunido de m�ltiples restricciones a la participaci�n popular.

En s�ntesis, puede afirmarse que, en t�rminos globales, Chile ha experimentado en el siglo XX un importante proceso de modernizaci�n que ha abarcado pr�cticamente todos los �mbitos de la vida social. Sin embargo, como ya se ha se�alado, especialmente con referencia a los actuales problemas de desigualdad social y falta de democratizaci�n del sistema pol�tico, �ste no ha sido un proceso de avance unidireccional. Por el contrario, a lo largo del siglo XX Chile ha conocido sucesivamente periodos que representaron primero importantes avances y luego graves retrocesos en las condiciones de existencia de su poblaci�n.

En t�rminos gruesos, se podr�a afirmar que durante el primer cuarto del siglo XX prima un esquema de econom�a abierta completamente dependiente de los requerimientos que le plantean los centros industriales del sistema capitalista mundial. Durante el segundo y tercer cuarto del mismo se impone en cambio un esquema de econom�a "cerrada" que se orienta a fomentar y proteger el desarrollo de una industria manufacturera nacional, impulsado con el prop�sito de reducir primero y superar despu�s su condici�n de econom�a perif�rica y dependiente. El �ltimo cuarto de siglo es testigo en cambio de una reversi�n total de la direcci�n adoptada durante la fase precedente, restableci�ndose en forma decidida el esquema de econom�a abierta prevaleciente hasta la crisis del periodo de entreguerras.

Esto �ltimo permite explicar, al menos en parte, la gran vulnerabilidad de los cimientos sobre los que actualmente se basan los logros antes rese�ados y el sinn�mero de problemas que este proceso modernizador ha dejado sin resolver. Es conveniente, por tanto, observar con alguna proximidad los grandes cambios que en materia de visi�n estrat�gica y pol�ticas econ�micas se impusieron en Chile a lo largo del siglo XX. En este entendido, examinemos brevemente primero las principales vicisitudes experimentadas por la econom�a chilena a lo largo de este siglo y luego las principales ense�anzas y problemas que estos acontecimientos ponen hoy ante nosotros.

LA ECONOM�A ABIERTA DE INICIOS DEL SIGLO XX

En su tipolog�a de las econom�as latinoamericanas, Vania Bambirra (1973) sit�a a Chile entre los pa�ses de la regi�n que conocen una industrializaci�n m�s temprana (3). Siendo ello efectivo, da cuenta de un proceso de incipiente diversificaci�n interna de la econom�a chilena, que teniendo su origen en el siglo XIX, inevitablemente conlleva una lenta pero creciente diferenciaci�n de su estructura social. Sin embargo, en las primeras d�cadas del siglo XX contin�an imperando sin contrapeso en Chile las pol�ticas de libre comercio que rigieron a lo largo de todo el siglo XIX.

No hay, por tanto, una estrategia de desarrollo. El cambio m�s significativo que es dable observar desde fines del siglo XIX en la estructura productiva del pa�s es que, como consecuencia del pronunciado declive de la demanda y de los precios que a partir de la crisis mundial de 1873 afect� a los productos que fueron caracter�sticos del primer auge exportador de la econom�a chilena en el curso de esa centuria (4) y de la ulterior anexi�n de los territorios salitreros como resultado de la guerra del Pac�fico, la vinculaci�n de �sta con el mercado mundial se apoya a partir de 1880 en la exportaci�n de un solo producto, el salitre.

Esto lleva aparejado un cambio aun m�s significativo en el plano de las relaciones de propiedad, y por lo tanto de poder, que se imponen en la econom�a del pa�s. En efecto, el salitre comienza a ser controlado en su mayor parte por compa��as que, en el contexto del conflicto, pasaron a manos de capitales brit�nicos y que posteriormente logran desplazar a los capitales chilenos preexistentes en ese rubro. De este modo, por vez primera en la historia de Chile como pa�s independiente, el sector m�s din�mico de su econom�a y principal fuente de acumulaci�n de capital queda bajo control directo del capital extranjero, profundizando as� su situaci�n de dependencia.

En 1906, con el inicio de la explotaci�n del mineral de El Teniente por la compa��a estadounidense Braden Copper, se comenzar� a constituir lo que ser� conocido en Chile como la "gran miner�a del cobre" sector que tras la crisis mundial de 1929 y el irreversible declive del salitre se va a convertir en el principal pilar de la econom�a chilena hasta nuestros d�as. A la entrada en explotaci�n de EI Teniente se sumar� luego, a partir de 1915, la extracci�n a gran escala de este mineral en Chuquicamata por parte de la ChileExploration y la inauguraci�n en 1927 de una planta de procesamiento en el mineral de Potrerillos por la Ancles Copper, ambas compa��as tambi�n de capitales estadounidenses.

En estrecha correspondencia con la transformaci�n de la estructura productiva, puede advertirse tambi�n una creciente diversificaci�n en el plano social. Si bien el movimiento obrero se ven�a gestando desde mediados del siglo XIX, poniendo sobre el tapete de la pol�tica chilena la "cuesti�n social'; la explotaci�n del salitre, con las grandes concentraciones de trabajadores que genera en torno a sus faenas, constituir� el escenario propicio para su consolidaci�n como sujeto protag�nico de la historia social y pol�tica del pa�s a partir de fines del siglo XIX. All� se formar�n sus primeras organizaciones de masas, surgir�n sus l�deres m�s destacados, se entablar�n sus primeras grandes luchas y ser� tambi�n v�ctima de la m�s brutal represi�n (5).

En el plano pol�tico, las dos primeras d�cadas del siglo XX exhiben el predominio hegem�nico de la oligarqu�a terrateniente que administra directamente los asuntos del Estado a trav�s de un r�gimen de cu�o parlamentario. Se trata de un r�gimen pol�tico que le permite actuar como una clase rentista, usufructuando de los excedentes del salitre que son captados por el Estado a trav�s de los tributos que �ste le aplica. De una oligarqu�a que, actuando en estrecha y alegre connivencia con los capitalistas brit�nicos, dilapidar� desaprensivamente aquella parte de los frutos de la bonanza salitrera que llega a sus manos.

Por otra parte, Chile contin�a padeciendo fuertemente los embates de las crisis econ�micas que se desencadenan peri�dicamente en las econom�as centrales o de los cambios que all�, los principales mercados de destino para sus productos exportables, sufre la demanda de los mismos. As� ocurre a comienzos del siglo XX con el salitre cuya demanda como fertilizante va siendo progresivamente desplazada por su sustituto sint�tico, el sulfato de amonio. No obstante, como materia prima para la fabricaci�n de explosivos, su demanda vuelve a crecer a consecuencia de la primera guerra mundial, para volver a caer una vez que el conflicto llega a su fin.

En este cuadro de inestabilidad econ�mica, provocada por los altibajos que experimenta su principal actividad productiva de despiadada explotaci�n de los trabajadores, cunde el malestar en la poblaci�n, dando origen a un creciente fermento de protesta social. Esta situaci�n va a cobrar expresi�n en el plano pol�tico con ocasi�n de la elecci�n presidencial del a�o 1920. Venciendo la resistencia de los sectores m�s conservadores de la oligarqu�a dominante, esa elecci�n llevar� a La Moneda a Arturo Alessandri quien durante su campa�a enarbola un programa de reformas que logra despertar un amplio eco en la poblaci�n. Con ello comienza a modificarse el escenario pol�tico prevaleciente hasta entonces, emergiendo esta vez el pueblo llano como un elemento importante del mismo.

Se inicia entonces un proceso de cambios pol�tico-institucionales que se plasman en la promulgaci�n del C�digo del Trabajo, la separaci�n de la Iglesia y el Estado, la creaci�n del Banco Central, de la Contralor�a General de la Rep�blica y la aprobaci�n de una nueva Constituci�n, esta vez de car�cter claramente presidencialista, en 1925. Sin embargo, desde la perspectiva de la evoluci�n econ�mica del pa�s, el punto de inflexi�n que abrir� paso a un viraje significativo en materia de pol�tica econ�mica, dando inicio a un proceso de transformaci�n profunda de la estructura productiva del pa�s, se sit�a algunos a�os despu�s, en la �lgida coyuntura creada por la crisis econ�mica mundial de 1929.

Seg�n lo consigna un informe de la Sociedad de las Naciones, Chile result� a la postre ser el pa�s m�s fuertemente afectado por esta crisis. Los impactos sobre su econom�a fueron devastadores puesto que el volumen y precio de sus productos de exportaci�n (salitre y cobre) caen en picada y con ello los ingresos en divisas en que se basa su capacidad de importar. En consecuencia, los v�nculos comerciales entre Chile y la econom�a mundial, a trav�s de los que el pa�s obten�a la mayor parte de los bienes manufacturados que necesitaba se ven abruptamente rotos.

A la severidad con que la crisis golpea a la econom�a chilena de entonces contribuye significativamente la actitud de expectativa gubernamental que nace de la confianza en las supuestas virtudes autocorrectivas de los mercados en el marco existente. Esa actitud, ampliamente arraigada en los c�rculos gobernantes de entonces, la gr�fica magn�ficamente una c�lebre afirmaci�n atribuida a Ram�n Barros Luco, uno de los presidentes de aquella �poca: Hay dos tipos de problemas: los que se solucionan solos y los que no tienen soluci�n". En consecuencia, resulta completamente in�til intentar hacer algo desde el gobierno.

Impacto de la gran depresi�n sobre la econom�a chilena (Porcentajes)
 
Situaci�n en 1932 con resp.a 1929
Situaci�n en 1938 con resp.a 1929
PGB
-45,8
-7,3
Exportaciones
-81,4
-38,4
Precios exportaci�n salitre
-59,0
-45,2
Volumen exportaci�n salitre
-78,5
-56,8
Precios exportaci�n cobre
-69,3
-44,8
Volumen exportaci�n cobre
-71,4
-10,1
Importaciones
-86,8
-68,7
PGB/C�pita
-48,2
-16,1
Fuente: S�ez, citado por Meller (1996)

De este modo, sin que nadie se lo proponga, forzada por las circunstancias de esta crisis, surge en el pa�s la necesidad de abastecerse a s� mismo de los bienes elaborados que hasta entonces se importaban. La econom�a chilena comienza a transitar entonces por un camino que la ir� apartando progresivamente del esquema librecambista reconocido y aplicado hasta entonces. As�, en forma cada vez m�s profunda y consistente, el pa�s se ir� involucrando en un curso de acci�n que finalmente llegar� a constituirse en una estrategia, esta vez deliberadamente asumida, de desarrollo "hacia adentro" centrada en la industrializaci�n por sustituci�n de importaciones. El llamado "modelo ISI".

DEL DESARROLLO HACIA AFUERA AL DESARROLLO HACIA ADENTRO

El periodo que se abre con la crisis de 1929 y la creciente sustituci�n de importaciones de bienes manufacturados se extender� finalmente por espacio de cuatro d�cadas; m�s exactamente, hasta el golpe de Estado que en 1973 derroca al gobierno del Presidente Allende. Los sectores que entonces, apoyados en la dictadura militar encabezada por Pinochet, toman el control del pa�s, dar�n inicio luego a un nuevo y radical viraje en materia econ�mica para llevarlo de vuelta hacia el esquema de libre comercio y "crecimiento hacia fuera" prevaleciente en los inicios del siglo XX.
En la experiencia chilena de crecimiento hacia adentro cabe distinguir al menos tres fases principales: una primera de continua y gradual expansi�n del impulso industrializador que se extiende hasta comienzos de los a�os cincuenta; una segunda fase en que la econom�a comienza a evidenciar crecientes dificultades para mantener vigente el empuje de los primeros a�os, llev�ndose finalmente a cabo un intento por recuperar el dinamismo de la primera fase a trav�s de un ambicioso programa de reformas; por �ltimo, la coyuntura de crisis terminal de la estrategia articulada durante este periodo que plantea la disyuntiva de superar el capitalismo para tornar medianamente viable un proyecto nacional de desarrollo o apuntalar el sistema descartando definitivamente como ilusoria toda pretensi�n desarrollista?

EL IMPULSO INICIAL

El periodo que se inicia con la abrupta crisis de 1929 y sus graves y prolongados efectos sobre la econom�a del pa�s, conlleva en sus primeros momentos un inevitable desconcierto de las clases dominantes acompa�ado de un explosivo descontento de las clases dominadas. El progresivo deterioro de la situaci�n econ�mica del pa�s provoca a mediados de 1931 la ca�da del gobierno de Ib��ez y una sucesi�n de gobiernos de corta duraci�n entre los que se cuenta la llamada "rep�blica socialista� con una ef�mera existencia de tan s�lo 12 d�as. El clima de convulsi�n social y pol�tica que se vive en aquellos d�as cuenta entre sus episodios m�s relevantes la insurrecci�n de la Armada y algunos conatos insurreccionales menores en algunas ciudades del pa�s, situaci�n de inestabilidad que se prolonga hasta fines de 1932.

Como ya se ha dicho, el efecto inmediato de la crisis en el plano econ�mico es una aguda escasez de medios de pago internacionales lo que en julio de 1931 llevar� al gobierno chileno a decretar la suspensi�n del pago de la deuda externa. Esta adversa situaci�n extrema crea condiciones propicias para el despliegue y desarrollo de iniciativas productivas orientadas a sustituir importaciones. En tales circunstancias, dichas iniciativas no podr�n dejar de contar con el decidido apoyo del Estado, aun cuando �ste no disponga a�n de una pol�tica clara y consistentemente orientada en tal sentido.

El creciente protagonismo del Estado en la econom�a va a alcanzar su apogeo durante el periodo de los gobiernos radicales, a partir de la creaci�n de la Corporaci�n de Fomento de la Producci�n (CORFO) en 1939. Desde entonces, el proceso de industrializaci�n por sustituci�n de importaciones que ya ven�a gest�ndose durante los a�os precedentes, cobra un impulso inusitado. Se debe tener presente que siendo �ste tambi�n el periodo en que los pa�ses industrializados se enfrentan unos a otros en los escenarios de la Segunda Guerra Mundial, los v�nculos comerciales entre el norte y el sur se mantienen sumamente debilitados.

A trav�s de la CORFO, el Estado se involucra de lleno entonces en el fomento de la industria nacional, asegurando la provisi�n de asistencia t�cnica y crediticia a las iniciativas empresariales que se desarrollan en el �mbito productivo, levantando catastros y realizando estudios sobre las potencialidades y requerimientos de los diversos sectores de la econom�a, trazando ambiciosos planes de desarrollo para cada uno de ellos y comprometi�ndose en el dise�o y ejecuci�n de las grandes obras de infraestructura que todo ese esfuerzo requer�a. Paralelamente, el Estado pondr� en aplicaci�n medidas proteccionistas para asegurar la viabilidad de este esfuerzo de desarrollo industrial y, adem�s de brindar su apoyo a la iniciativa privada, asumir� directamente, a trav�s de la CORFO, un sinn�mero de iniciativas empresariales de diversa magnitud.

En este sentido, los primeros diez a�os de la CORFO ser�n tambi�n los de sus m�s grandes realizaciones. Como se ha resaltado con frecuencia, los pilares de una econom�a industrial moderna son, ante todo, el acero y la electricidad. Buscando avanzaren esta direcci�n, la CORFO se da a la tarea de electrificar al pa�s, creando la Empresa Nacional de Electricidad (ENDESA), la que comenzar� a construir una importante red de centrales generadoras, tanto termoel�ctricas como hidroel�ctricas, y el tendido de transmisi�n correspondiente, que permiten dar al pa�s la cobertura necesaria. En cuanto al acero, por iniciativa de CORFO se crea la Compa��a de Acero del Pac�fico (CAP) y se da inicio en 1947 a la construcci�n de un alto horno en Huachipato, en las inmediaciones de Concepci�n, el cual entrar� en funciones tres a�os despu�s.

Dados los crecientes requerimientos de hidrocarburos que todo el esfuerzo de industrializaci�n lleva aparejado, la CORFO dar� inicio tambi�n a una intensa labor de prospecci�n en busca de yacimientos petrol�feros. Esta b�squeda resultar� finalmente exitosa en la zona del estrecho de Magallanes. Se adopta entonces la decisi�n de crear la Empresa Nacional del Petr�leo (ENAP), la que dar� inicio a las tareas de extracci�n y refinaci�n, todo lo cual va a permitir satisfacer con recursos propios al menos una parte de la creciente demanda interna de combustibles.

Conjuntamente con ello el Estado adopta un conjunto de iniciativas tendientes a mejorar significativamente la red de transportes y comunicaciones. Se da un renovado impulso a la marina mercante nacional, a los ferrocarriles y al transporte a�reo, sectores todos en los que el esfuerzo del Estado se hace presente a trav�s de sus propias empresas, y se despliega una intensa y sostenida labor dirigida a ampliar y modernizar la infraestructura vial, ferroviaria, portuaria y aeron�utica del pa�s.

Aun cuando en este primer periodo no se adoptan medidas para modificar la anacr�nica estructura de propiedad de la tierra, dominada a�n por el latifundio, el sector agr�cola no permanecer� al margen del gran esfuerzo modernizador impulsado por el Estado. Este �ltimo adopta iniciativas tendientes a mejorar y diversificar los cultivos, robustecer la infraestructura de regad�o, acopio, tratamiento y transporte, fomentar la maquinizaci�n de las labores agr�colas, mejorar la calidad de las semillas y extender el uso de fertilizantes, mejorar y diversificar la ganader�a y las labores industriales conexas a ella, incentivar la plantaci�n de especies forestales, etc. Especial atenci�n merece la actividad de fomento de ciertos cultivos industriales como los de oleaginosas y remolacha azucarera. En 1953 la CORFO crea la Industria Azucarera Nacional (IANSA) que levantar� plantas de elaboraci�n en distintos puntos de la zona central del pa�s.
Por otra parte, el surgimiento y crecimiento de un sector industrial manufacturero en la econom�a chilena llevar� aparejada una mayor diversificaci�n de la estructura social del pa�s, fortaleciendo la presencia de aquellos sectores que, sea en calidad de empresarios o de trabajadores asalariados, se hallan m�s directamente involucrados en este tipo de actividades. A su vez, la progresiva participaci�n del Estado en el fomento y protecci�n de este desarrollo industrial como en la organizaci�n de los servicios productivos y administrativos requeridos por �l, y tambi�n por la creciente urbanizaci�n que acompa�a a todo proceso de industrializaci�n, dar� origen a una din�mica expansi�n de las capas medias.

El impacto en Chile de la profunda y prolongada crisis econ�mica que afecta a la econom�a capitalista mundial en el periodo de entreguerras, as� como los cambios que ella desencadena en la esfera productiva y en la estructura social del pa�s, se expresar�n tambi�n en una importante modificaci�n del escenario pol�tico con la aparici�n y/o creciente influencia que adquieren las corrientes m�s claramente representativas de los sectores antes aludidos: los partidos obreros por una parte, basados en una ideolog�a socialista, y los partidos radical primero y dem�crata cristiano posteriormente, premunidos de programas de corte m�s bien modernizante, pasan a desempe�ar un rol protag�nico en la vida pol�tica del pa�s.

INESTABILIDAD Y TENDENCIA AL ESTANCAMIENTO

Tras una primera d�cada de importantes avances, el dinamismo del desarrollo industrial comenz� a decaer, evidenci�ndose incapaz de llevar al conjunto de la econom�a a alcanzar altas tasas de crecimiento. Junto con ello persisten y tienden a agravarse problemas que se arrastran de lejos como la inestabilidad monetaria, expresada en persistentes tendencias inflacionarias, y las grandes y ominosas desigualdades sociales. Los reiterados fracasos de los intentos de estabilizaci�n puestos en aplicaci�n en esta segunda fase del periodo ISI dan cuenta de la profundidad y multicausalidad de los problemas que se acumulan. La necesidad de hacerles frente y superarlos exige, por tanto, identificar satisfactoriamente sus causas y estar en condiciones de llevar a la pr�ctica una estrategia que est� a la altura del desaf�o planteado.

Los principales problemas parecen tener su origen en la creciente complejidad de los desaf�os inherentes al propio proceso de industrializaci�n, la estrechez y segmentaci�n de los mercados internos con la correspondiente insuficiencia de la demanda, la elevada y onerosa dependencia de la econom�a nacional con respecto a los principales centros industriales, financieros y tecnol�gicos del capitalismo mundial, el creciente deterioro de los t�rminos del intercambio, el insuficiente nivel alcanzado por el valor de las exportaciones, el ostensible retraso de la agricultura, que se evidencia crecientemente incapaz de acompa�ar el ritmo de crecimiento de la poblaci�n y el desplazamiento de la misma hacia los centros urbanos, y el consecuente acrecentamiento de los conflictos de inter�s entre los diversos grupos sociales.

Todo ello va planteando la imperativa y cada vez m�s urgente necesidad de cambios institucionales y rectificaciones profundas en el dise�o global de las pol�ticas econ�micas puestas en aplicaci�n. La creciente explosividad del descontento social que se acumula y que se torna cada vez m�s preocupante para los intereses dominantes, sobre todo tras la radicalizaci�n pol�tica detonada por el triunfo de la revoluci�n cubana, llevar� a elaborar programas de reforma orientados a operar una mayor y m�s consistente modernizaci�n de las estructuras productivas, en particular, de las prevalecientes en la agricultura. Es as� que, en el marco de la "Alianza para el Progreso la nueva pol�tica impulsada por EEUU para la regi�n, se contempla como muy necesaria una reforma agraria.

En Chile, la fuerza pol�tica que tomar� a su cargo el desaf�o de llevar a cabo un programa de modernizaci�n capitalista de mayor envergadura ser� la Democracia Cristiana que, encabezada por Eduardo Frei, tendr� a su cargo la conducci�n del pa�s durante la segunda mitad de la d�cada de los a�os sesenta. Bajo el gobierno de Frei cobra efectivo impulso la reforma agraria, orientada simult�neamente a modificar la estructura de propiedad de la tierra, incorporando a ella a una parte de los campesinos, y a modernizar los m�todos de cultivo. Los organismos encargados de impulsar este proceso ser�n la Corporaci�n de la Reforma Agraria (CORA) y el Instituto de Desarrollo Agropecuario (INDAP).

Paralelamente, buscando superar el cuello de botella que representa la d�bil capacidad de generaci�n de divisas de las exportaciones, e impulsa una nueva pol�tica para la gran miner�a del cobre. En el sector cupr�fero, calificado por Frei como "la viga maestra" de la econom�a chilena, se aspira a lograr una expansi�n significativa de su capacidad productiva y una mayor participaci�n del Estado en sus cuantiosas utilidades. Tras esos objetivos, y bautiz�ndola con el nombre de "chilenizaci�n" del cobre, el gobierno impulsa la asociaci�n entre el Estado chileno y las empresas norteamericanas que explotan el mineral, la que se llevar�a a efecto en base a un aporte de capitales del primero que permitir�a financiar la expansi�n y modernizaci�n de sus instalaciones requerida para lograr la meta de duplicar su capacidad productiva.

Otro aspecto clave de las pol�ticas impulsadas bajo este gobierno apunta a poner en marcha un proceso de integraci�n regional a escala continental que, en conjunto con la creciente incorporaci�n de los campesinos a la demanda, permitiese proveer al proceso de industrializaci�n de una base m�s amplia que la ofrecida exclusivamente hasta entonces por el mercado interno, incapaz de permitir econom�as de escala acorde con las posibilidades tecnol�gicas de la �poca y, por tanto, de las necesidades planteadas en el plano de la competitividad. De all� que en el terreno internacional el gobierno de Chile impulse decididamente la creaci�n del Pacto Andino el cual se constituir� en 1969 con la firma del Acuerdo de Cartagena.

En ciertas �reas del sector industrial consideradas de importancia estrat�gica para el desarrollo del pa�s, como por ejemplo la petroqu�mica, el gobierno de Frei impulsar� tambi�n la creaci�n de empresas mixtas entre el Estado chileno y el capital extranjero. Se acomete asimismo la construcci�n de grandes plantas de celulosa y se fomenta la instalaci�n de plantas de fabricaci�n o armado de bienes de consumo durable como la producci�n de veh�culos motorizados y de art�culos electr�nicos. Paralelo a ello se promueven iniciativas destinadas a mejorar el sistema tributario, fortalecer la investigaci�n asociada a distintos sectores de la producci�n, elevar la capacitaci�n de la fuerza de trabajo, modernizar la infraestructura de obras p�blicas, transportes y comunicaciones, etc.

Sin embargo, tras un comienzo auspicioso, la pol�tica de modernizaci�n y reformas impulsadas por el gobierno de Frei no lograr� superar los cuellos de botella que entrampan severamente el crecimiento de la econom�a chilena, tras los cuales es posible descubrir la sorda pugna de intereses que enfrenta a los distintos actores en el escenario social y pol�tico del pa�s, reduciendo significativamente los m�rgenes de acci�n gubernamental. En definitiva, como se muestra en el cuadro, las pol�ticas aplicadas terminar�n reeditando un desempe�o en general mediocre, completamente incapaz de satisfacer las expectativas de la mayor�a de la poblaci�n. Ello vuelve a poner de relieve la profundidad de la crisis que afecta al modelo econ�mico prevaleciente y la necesidad de un cambio tambi�n profundo en la estrategia de desarrollo econ�mico del pa�s.

Principales resultados econ�micos del gobierno de Frei (Porcentajes)

A�o
Tasa de crecimiento
del gasto del PGB
Tasa de inflaci�n
(doce meses)
Tasa de
desocupaci�n
Tasa de inversi�n
(dic. cada a�o)
1965
5,0
25,9
4,7
18,1
1966
7,0
17,0
5,4
17,4
1967
2,3
21,9
6,4
15,7
1968
2,9
27,9
5,4
16,3
1969
3,1
29,3
5,4
17,1
1970
4,5
34,9
8,3
16,4
Fuentes: 0depl�n,1NE, Instituto de Econom�a de la U. de Chile, en Bitar (1995:47)

Se plantea as�, de manera cada vez m�s n�tida, una disyuntiva polar; llevar decididamente a cabo las transformaciones estructurales requeridas para sacar al proceso de industrializaci�n del empantanamiento en que se encuentra o darlo por definitivamente cancelado, asumiendo como ilusorios los prop�sitos que lo han guiado. El desencanto generado por los sucesivos fracasos anteriores llevan a que tal disyuntiva deje de plantearse en t�rminos exclusivamente te�ricos para pasar a asumir ya un car�cter cada vez m�s clara y directamente pol�tico, expresado en los esfuerzos de los sectores sociales en pugna por tornar efectivamente viables esas opciones.

Si bien lo que en �ltima instancia orienta y justifica la primera de ellas es la aspiraci�n de alcanzar como naci�n un desarrollo econ�mico aut�nomo, capaz de romper los lazos de dependencia que han mantenido subordinada su econom�a a los requerimientos e intereses de las potencias hegem�nicas del capitalismo mundial, en las condiciones de un pa�s como Chile en el siglo XX esta aspiraci�n se halla en sinton�a y se entrelaza muy directamente con el anhelo de los sectores populares de terminar con el sistema de explotaci�n y opresi�n de que son v�ctimas.

LA CRISIS TERMINAL DEL MODELO ISI

La disyuntiva planteada por la crisis del modelo ISI se proyect� claramente sobre el plano pol�tico con motivo de la elecci�n presidencial de 1970. Como lo atestiguan los programas y las propuestas difundidas durante la campa�a por las candidaturas de la Unidad Popular y de la Democracia Cristiana, al menos dos tercios del electorado se pronunci� a favor de la prosecuci�n y profundizaci�n del proyecto nacional de desarrollo impulsado y liderado por la acci�n del Estado. En consecuencia, el gobierno que se constituy� bajo la presidencia de Salvador Allende fue una expresi�n del inmenso anhelo de cambios en una direcci�n progresiva que se hab�a instalado en la sociedad chilena.

En ese entonces, a comienzo de los a�os setenta, la poblaci�n del pa�s bordea ya los nueve millones de habitantes, de los cuales las tres cuartas partes residen en centros o localidades urbanas. El alto grado de urbanizaci�n alcanzado se refleja en la importancia que han llegado a adquirir entonces como componentes del PGB el sector servicios, cuyas actividades (comercio, administraci�n p�blica, bancos, rentas inmobiliarias y otras) generan el 44,1% del mismo, y la producci�n industrial que registra una participaci�n del 24,9%, comparado todo ello con el valor de la producci�n agr�cola que solo representa el 9,3% del PGB.

En el diagn�stico de los economistas de izquierda, los principales males que entonces afectaban a la econom�a chilena obedec�an a factores claramente identificables: los fuertes y onerosos lazos de dependencia financiera, tecnol�gica y comercial que aprisionan y subordinan al pa�s, en particular ante la potencia hegem�nica del sistema capitalista mundial, el alt�simo grado de monopolizaci�n prevaleciente en pr�cticamente todos los sectores de actividad econ�mica, las anacr�nicas relaciones sociales y el ostensible atraso tecnol�gico que exhibe la mayor parte de la agricultura y la pronunciada desigualdad en la distribuci�n de la riqueza y de los ingresos.

El costo que representaba para el pa�s la actuaci�n del capital extranjero puede ilustrarse claramente con uno de los ejemplos invocados por el propio Presidente Allende para justificar las deducciones por "utilidades excesivas" aplicadas por su gobierno a las indemnizaciones a que daba lugar la nacionalizaci�n de la gran miner�a del cobre. En su discurso ante la Asamblea General de la ONU (diciembre de 1972) sostuvo que, con una inversi�n inicial que no super� los 30 millones de d�lares, las compa��as norteamericanas se llevaron de Chile s�lo en las cuatro d�cadas anteriores a la nacionalizaci�n m�s de 4 mil millones de d�lares. M�s a�n, entre 1955 y 1970 la filial en Chile de la Kennecott Copper Corporation obtuvo una utilidad anual promedio de 52,8% sobre la inversi�n/llegando en algunos a�os a utilidades tan incre�bles como el 106% en 1967, el 113 % en 1968 y m�s del 205% en 1969"conllevando ello un drenaje permanente de recursos desde Chile hacia EEUU.

Por otra parte, la alta concentraci�n que se observa en todos los sectores de la econom�a, dejando en muy pocas manos y en funci�n de sus propios intereses las decisiones claves, se ve claramente reflejada en datos como los siguientes: en 1953 solo el 3% de los establecimientos industriales controlaba el 51 % del valor agregado, el 44% de la ocupaci�n y el 58% del capital de todo el sector; en 1965 solo el 2% de los predios (4.876 de un total de 232.955) ten�a una superficie mayor a 80 hect�reas de riego b�sico, abarcando en conjunto el 55,4% de la superficie agr�cola; en 1970 el 60% de todas las exportaciones chilenas (que en un 75% correspond�an a las ventas del cobre) se hallaba de hecho controlado por 3 compa��as estadounidenses (Bitar, 1995:29-30).

A su vez, es posible apreciar la muy desigual distribuci�n del ingreso imperante en base a los siguientes datos: en 1967 el 10% m�s pobre de la poblaci�n recibi� el 1,5% del ingreso total, mientrasel10% m�s rico obtuvo el 40,2%;en 1970 cerca de un 25% de la poblaci�n se encontraba en condiciones de pobreza extrema y dos tercios de ellos viv�an en �reas urbanas; en 1970 cerca del 7% de la poblaci�n obten�a el equivalente a 4.290 d�lares per c�pita mientras que un 54% de la poblaci�n percib�a solo el equivalente a 212 d�lares per c�pita (Bitar, 1995:30-32).

En cada uno de estos aspectos lo que se tiene a la vista son solo los s�ntomas de las contradicciones inherentes al desarrollo del capitalismo perif�rico, fuertemente condicionado por las relaciones de poder que articulan el sistema y los criterios de racionalidad que rigen su funcionamiento. Para tornar medianamente viable un proyecto nacional de desarroll� le hac�a necesario entonces situarlo sobre un horizonte que trascendiese tales condicionamientos que, a lo largo del siglo XX, han terminado por estrangular pr�cticamente todos los esfuerzos de desarrollo llevados a cabo en las regiones perif�ricas del sistema (6).

De all� que el programa econ�mico de la Unidad Popular contemplara la nacionalizaci�n de todas las riquezas b�sicas (cobre, hierro, carb�n, salitre, etc.), de la banca y los seguros, de las empresas monop�licas del sector manufacturero, de las grandes cadenas de distribuci�n mayorista, del comercio exterior, la profundizaci�n de la reforma agraria y, en forma simult�nea, el impulso decidido de iniciativas dirigidas a lograr una redistribuci�n progresiva del ingreso. En el �mbito internacional, se propon�a adem�s llevar a cabo una pol�tica de plena independencia, desligando al pa�s del claro alineamiento pronorteamericano mantenido hasta entonces en el marco de la guerra fr�a y estableciendo relaciones diplom�ticas y comerciales con todos los pa�ses del mundo.

El objetivo central, expl�citamente se�alado, de estas medidas es reemplazar la actual estructura econ�mica, terminando con el poder del capital monopolista nacional y extranjero y del latifundio, para iniciar la construcci�n del socialismo"(Programa de la UP) Las dos grandes l�neas de acci�n definidas para ello, es decir la nacionalizaci�n de los sectores claves de la econom�a y las pol�ticas de redistribuci�n del ingreso, deb�an conciliarse con objetivos de corto plazo como la reducci�n del ritmo inflacionario, el aumento del empleo y la aceleraci�n del crecimiento. La posibilidad de lograrlo se basaba en el aprovechamiento de una importante capacidad instalada ociosa, particularmente en el sector industrial (alrededor de un 25%).

Una segunda consideraci�n relevante en el marco de la pol�tica econ�mica que se intentaba aplicar era que la redistribuci�n y la socializaci�n constitu�an dos aspectos llamados a reforzarse mutuamente: las pol�ticas de redistribuci�n y expansi�n del gasto p�blico permitir�an ampliar la base de apoyo pol�tico al gobierno, algo muy necesario para vencer la resistencia de las clases dominantes y llevar a cabo los cambios propuestos en la estructura de propiedad; a su turno, la creaci�n de un �rea de propiedad social contribuir�a a viabilizar y consolidar esa redistribuci�n del ingreso, permitiendo conjurar a tiempo los efectos potencialmente desestabilizadores de las pol�ticas expansivas asociadas a una redistribuci�n progresiva del ingreso.

Durante el primer a�o del gobierno de Allende, contando con un mayoritario respaldo ciudadano, el proceso de reformas adquiri� un ritmo acelerado. Se dio inmediata prioridad a la nacionalizaci�n de la gran miner�a del cobre la que, a trav�s de una reforma constitucional, fue finalmente aprobada en forma un�nime por el Parlamento en julio de 1971.Esta medida afect� muy sensiblemente los intereses norteamericanos, no solo por implicar para ellos el fin de un lucrativo negocio, sino tambi�n porque, como se ha dicho, de los montos de indemnizaci�n calculados al valor libro de las instalaciones, el gobierno decidi� deducir lo que estim� "utilidades excesivas" obtenidas por las compa��as extranjeras durante los a�os en que operaron en el sector, lo que en definitiva signific� que el Estado no tuviese que incurrir en ninguna obligaci�n por este concepto.

En el sector agr�cola el proceso de reforma agraria adquiere un renovado impulso, apoyado en una extensa ola de movilizaciones campesinas. En el a�o 1971 se incorpora a este proceso una cantidad de predios similar a la que hab�a sido expropiada durante los seis a�os del gobierno anterior, (7) con lo que esta fase de la reforma agraria qued� pr�cticamente concluida. S�lo restaba ahora regularizar desde un punto de vista jur�dico la tenencia de la tierra por parte de los campesinos y normalizar las faenas agr�colas, severamente dislocadas por el ambiente de conflicto prevaleciente en las zonas rurales.

En los dem�s sectores de la econom�a el proceso de cambios al r�gimen de propiedad avanz� con igual rapidez, de modo que al t�rmino del primer a�o de gobierno los objetivos planteados se hallaban en su mayor parte ya consumados, siendo tambi�n satisfactorios los resultados alcanzados en el desempe�o de la econom�a. En efecto, en 1971 el PIB registra un crecimiento de 9%,siendo este incremento de un 13,6% en el sector industrial. En el Gran Santiago, la tasa de desocupaci�n descendi� de 8,3% en diciembre de 1970 a 3,8% en diciembre de 1971. La inflaci�n descendi� desde un 34,9% en 1970 a un 22% en 1971. La participaci�n de los asalariados en el ingreso geogr�fico pas� de 52,8% en 1970 a 61,7% en 1971.

Sin embargo, las medidas adoptadas se orientaban a democratizar muy profundamente el sistema econ�mico y supon�an por tanto un desplazamiento de las antiguas, ricas y poderosas clases dominantes. En consecuencia, se trataba de algo que �stas no pod�an aceptar, dejando planteado un conflicto irreductible sobre el terreno pol�tico. Lo que se entabla entonces es una lucha abierta por la hegemon�a, es decir por el car�cter de clase del poder pol�tico y sus instituciones, que desplaza cualquier otra consideraci�n y que ser� preciso resolver primero para poder estar en condiciones reales de encarar los problemas que se plantean en las dem�s esferas de la vida social, incluida la econom�a.

En consecuencia, una vez que un proceso de cambios revolucionarios como el anunciado ha sido puesto en marcha, sus posibilidades de �xito dependen de la aplicaci�n de una estrategia pol�tica que se evidencie capaz de generar una correlaci�n de fuerzas favorable, vencer la resistencia de las viejas clases dominantes y desalojarlas de las posiciones de poder que secularmente han detentado. El nexo existente entre el �mbito de la econom�a y la pol�tica, usualmente disimulado por m�ltiples mediaciones, se torna particularmente claro y directo en las condiciones de una crisis profunda como esta, en que lo que se juega es nada menos que la preservaci�n o superaci�n del orden social existente.

Resulta por ello de escaso inter�s examinar exclusivamente desde el punto de vista de la historia econ�mica del pa�s lo acontecido en los dos �ltimos anos del gobierno de la UP, cuando una crisis de esa envergadura se encuentra ya en pleno desarrollo. El desenlace de la misma es de todos conocido.

EL RETORNO HACIA UN ESQUEMA DE ECONOM�A ABIERTA

El cruento golpe militar de 1973 termin� no solo con el Estado de derecho y el sistema pol�tico existente hasta entonces en Chile, sino tambi�n con la estrategia de desarrollo que se hab�a mantenido vigente en el pa�s por m�s de cuarenta a�os. Aun cuando las considere, una apreciaci�n cr�tica, sint�tica y comprensiva de la experiencia que se inicia a partir de entonces no puede estar centrada en el examen de las pol�ticas e instrumentos aplicados, sino en aquello que a la postre resulta m�s trascendente en una perspectiva de largo plazo: los cambios estructurales que ella ha logrado operar en la econom�a chilena.

La transformaci�n econ�mica que se inicia en 1973, instalando un esquema de funcionamiento cuyos lineamientos claves se prolongan hasta hoy, ha sido llevada a cabo en nombre de la m�s completa libertad de mercado, buscando exorcizar de manera perdurable la intervenci�n del Estado en la econom�a. Cabe advertir sin embargo que, a contrapelo de ese discurso ideol�gico, el Estado no ha sido ni pod�a ser en esta transformaci�n un ente pasivo, distante o neutral, sino precisamente el medio a trav�s del cual el nuevo rumbo impreso a la econom�a pudo ser implacablemente impuesto sobre la poblaci�n.

Las pol�ticas implementadas a partir de 1973 han buscado consumar b�sicamente tres objetivos centrales, �ntimamente relacionados, que se configuran finalmente como los pilares fundamentales del nuevo modelo de acumulaci�n capitalista y sus resultados: a) una radical liberalizaci�n de los mercados, sustentada en la eliminaci�n casi total de los controles y restricciones previamente existentes; b) una tambi�n radical apertura al exterior, apoyada en una r�pida y sustantiva disminuci�n de los aranceles y de los controles cambiarios; c) una extensi�n muy amplia de los �mbitos de actividad privada y el encogimiento equivalente de la acci�n del Estado que traspasa a particulares muchas de sus anteriores funciones. Examinaremos brevemente a continuaci�n cada uno de estos aspectos.

LA LIBERALIZACI�N DE LOS MERCADOS

La liberalizaci�n de los mercados se impone como principio rector de la nueva orientaci�n en materia econ�mica invocando como justificaci�n las distorsiones que la regulaci�n de los mismos por el Estado introduce en el sistema de precios, informaci�n clave para que productores y consumidores puedan adoptar las decisiones que les resulten m�s convenientes. Se arguye que el funcionamiento libre de los mercados provee el mecanismo m�s adecuado para lograr una eficiente asignaci�n de los recursos productivos y, de ese modo, alcanzar altas tasas de crecimiento.

En este plano, una de las primeras y principales medidas adoptadas fue la eliminaci�n de los subsidios y el establecimiento de una amplia libertad de precios, incluyendo los de los bienes de primera necesidad. Como era de prever, los alimentos se vieron especialmente afectados por las alzas de precios que esta medida trajo inmediatamente consigo, por lo que sus efectos redistributivos no pudieron resultar m�s claramente regresivos. El alcance de estas medidas fue tan vasto que a comienzos de 1980 s�lo quedaban alrededor de 15 productos con precios controlados.

Sin embargo, y a pesar del alt�simo costo social que esta medida supuso, la situaci�n a la que ella efectivamente condujo dista mucho de ser la proclamada conformaci�n de mercados efectivamente libres, regulados tan s�lo por los est�ndares que impone la competencia. Por el contrario, la libertad de precios se conjuga con el amplio proceso privatizador que le acompa�a para abrir camino a una r�pida constituci�n de nuevos y m�s poderosos conglomerados de car�cter oligop�lico.

A esto �ltimo contribuyeron tambi�n en forma clara y directa numerosas otras iniciativas adoptadas por el equipo econ�mico del r�gimen militar, de modo que resulta completamente inveros�mil que no fuese precisamente ese el objetivo perseguido. (8) La pol�tica de shock que se decide poner en aplicaci�n en 1975 es un buen ejemplo de ello. Esa determinaci�n arrastr� a la quiebra a numerosas empresas medianas y peque�as que eran potencial-mente viables, a�n en un esquema de econom�a abierta, a condici�n de que se les diese un plazo razonable para readecuarse.

El proceso liberalizador abarc� tambi�n al mercado de capitales, lo que implic� la eliminaci�n de la mayor�a de las regulaciones que afectaban al sistema financiero interno. Entre las medidas destacadas que se adoptan en este plano cabe mencionar la liberalizaci�n de la tasa de inter�s bancada (mediados de 1974), la reprivatizaci�n de los bancos comerciales estatizados por el gobierno de la UP, la autorizaci�n para el establecimiento de nuevos tipos de entidades financieras y para la fusi�n de bancos comerciales.

Con estas medidas, a las que se a�ade la apertura del mercado financiero al flujo de capitales externos lo que se busca es lograr una mayor movilidad de los recursos financieros y una elevaci�n de las tasas de ahorro interno. No obstante, nuevamente lejos de redundar en un funcionamiento m�s �libre� del mercado de capitales, ellas permiten y favorecen su conformaci�n y regulaci�n oligop�lica. A ese mismo resultado apuntan los baj�simos precios a que fueron reprivatizados los bancos comerciales que, por la situaci�n recesiva de ese momento, s�lo resultaban accesibles a los grupos empresariales m�s poderosos y con mejores conexiones externas.

Con respecto al mercado de trabajo la liberalizaci�n supone, una �flexibilizaci�n� de la relaci�n laboral que pasa ahora a ser discrecionalmente definida por los empresarios: fuertes rebajas de los salarios reales, amplias facilidades para concretar despidos, ausencia de negociaci�n colectiva, etc. Cabe destacar que en este caso se mantiene vigente una fuerte intervenci�n del Estado, pero no con vistas a cautelar los derechos b�sicos de la parte m�s d�bil, que son los trabajadores, sino exactamente con el prop�sito contrario: impedirle a �sta que los haga valer.

LA APERTURA EXTERNA DEL ESPACIO ECON�MICO NACIONAL


Si bien el nuevo r�gimen procede en primer t�rmino a la liberalizaci�n de los mercados internos con el prop�sito de sacar r�pidamente a la econom�a de la situaci�n ca�tica que la afecta al momento del golpe, ella no quedar� restringida a este �mbito sino que se extender� en forma tambi�n acelerada al de las relaciones comerciales y financieras con el exterior. Esto se expresar� en una r�pida y sustancial rebaja de los aranceles y en una disminuci�n y simplificaci�n tambi�n significativa de los controles cambiarios a objeto de tornar m�s fluidos los movimientos de capitales.

Sin duda es aqu� donde se manifiesta m�s claramente la voluntad de los sectores hegem�nicos de la clase dominante de transitar hacia un reordenamiento radical de la estructura econ�mica del pa�s puesto que la pol�tica de apertura al exterior priva s�bita y definitivamente al proceso de industrializaci�n anterior que a�n no ha logrado consolidarse de su principal e indispensable soporte. En otras palabras, le quita - para usar la conocida expresi�n de Friedrich List - la "escalera" que necesita para alcanzar sus objetivos.

De este modo, sobre la base de la extendida privatizaci�n de las actividades productivas que, invocando el principio de "subsidiariedad del Estado" pone aceleradamente en marcha el r�gimen militar, la desregulaci�n de los mercados internos y la apertura externa van a colocar al conjunto de las actividades econ�micas del pa�s en un nuevo molde al que les resultar� imperativo adaptarse con suma rapidez para poder sobrevivir.

Esta pol�tica de apertura unilateral de la econom�a chilena al exterior no se circunscribe al �mbito comercial y financiero, sino que se extiende tambi�n al campo de las inversiones productivas. EI r�gimen militar dise�a y pone en aplicaci�n para ello una normativa legal, el Estatuto de la Inversi�n Extranjera (Decreto Ley 600), otorgando a los inversionistas for�neos garant�as de trato preferencial, en ciertos aspectos m�s favorable a�n que el que reciben los propios inversionistas nacionales.

Todo ello patentiza la incompatibilidad del nuevo esquema econ�mico con las pol�ticas de integraci�n econ�mica regional puestas anteriormente en aplicaci�n lo que va a implicar la pronta salida de Chile del Pacto Andino. Los esfuerzos de integraci�n regional son dejados de lado, retom�ndose s�lo casi dos d�cadas m�s tarde en el marco de un nuevo esquema de acuerdos que se articulan sobre la base de una ya extendida liberalizaron del comercio internacional: el llamado �regionalismo abierto�.

LA APERTURA DE NUEVOS CAMPOS DE ACCI�N AL CAPITAL

Junto con abrir y liberalizar los mercados, la acci�n del r�gimen militar se empe�ar� tambi�n en extenderlos, llevando y haciendo primar la l�gica de la valorizaci�n del capital sobre cualquier otro criterio de racionalidad econ�mica a todos los �mbitos de la sociedad, incluso aquellos que dif�cilmente pueden conciliarse con el objetivo de maximizar las ganancias.

Como es sabido, el proceso privatizador que se pone entonces en marcha no se limitar� a aquellas empresas, particularmente del sector financiero e industrial, que hab�an sido estatizadas o intervenidas bajo el gobierno de Allende, sino que abarcar� tambi�n a la mayor parte de las empresas cuya existencia se deb�a a la iniciativa y esfuerzo desplegado por el propio sector p�blico, particularmente en el �mbito de la energ�a, los transportes y las comunicaciones. Desde luego, este decisivo traspaso de empresas p�blicas a manos privadas se llevar� a cabo en las condiciones de discrecionalidad que impone la propia existencia del r�gimen militar (9).

La extensi�n de las relaciones capitalistas de producci�n adquiere tambi�n un gran dinamismo en las zonas rurales, en las que el r�gimen militar reorienta y pone fin al ciclo de transformaciones estructurales iniciado all� con el proceso de la reforma agraria y cuyo principal resultado es la definitiva superaci�n del latifundio. Las iniciativas de car�cter asociativo surgidas de ese proceso van a ser r�pidamente eliminadas, procedi�ndose a devolver una parte de las tierras expropiadas a sus antiguos propietarios y a reasignar otra mediante un sistema de reparto individual o licitaciones. El posterior funcionamiento de un mercado libre de tierras va a completar este proceso.

Lo novedoso, sin embargo, ser� el paso que el r�gimen militar se decide a dar en 1979, cuando anuncia su prop�sito de impulsar un vasto programa de reformas bautizado por �l como las �siete modernizaciones�, orientado b�sicamente a extender la l�gica de las relaciones y motivaciones mercantiles a �mbitos a�n mayores. Dicho anuncio se orienta a sancionar una paulatina disoluci�n del principio de responsabilidad social antes prevaleciente y un creciente desentendimiento del Estado de su obligaci�n de cautelar la vigencia de ciertos derechos sociales b�sicos de la poblaci�n, llevando el af�n privatizador a aspectos tales como la previsi�n, la salud, la educaci�n y la vivienda.

A partir de entonces se act�a con decisi�n en el desincentivo y progresivo desmantelamiento de las m�s diversas iniciativas de car�cter asociativo desarrolladas en el per�odo hist�rico precedente, abriendo paso a una creciente privatizaci�n de los servicios y costos de la atenci�n m�dica y la educaci�n; se impone la capitalizaci�n individual de los fondos provisionales, cuya administraci�n queda ahora en manos de entidades privadas con fines de lucro; se reorganiza el sistema de educaci�n superior, atomizando su basamento institucional, obligando a las instituciones a autofinanciar sus actividades y abriendo este campo a una descontrolada irrupci�n de universidades privadas, etc.

Este proceso que, junto con abrir paso a una fuerte concentraci�n del poder econ�mico, incide en una creciente dispersi�n y atomizaci�n de la sociedad civil y que comporta adem�s ostensibles inequidades, conlleva tambi�n un fuerte desquiciamiento de la moralidad p�blica: sinn�mero de privatizaciones fraudulentas, tr�fico de influencias, robo y corrupci�n generalizada, despotismo e impunidad del r�gimen pol�tico y sus agentes, trato privilegiado a las FFAA en materia salarial y previsional, enriquecimiento il�cito a expensas del patrimonio p�blico, exacerbada proliferaci�n del individualismo, la competencia y el consumismo, etc.

CAMBIOS EN EL PERFIL PRODUCTIVO DE LA ECONOM�A

En t�rminos globales, la implementaci�n de tales pol�ticas ha operado una importante relocalizaci�n sectorial de los recursos productivos. Ella se refleja particularmente en el significativo incremento experimentado por la participaci�n del comercio exterior en el PIB, acompa�ada de la disminuci�n no menos importante de la producci�n orientada hacia el mercado interno. Este es, sin duda, el aspecto m�s relevante de la transformaci�n operada en la estructura econ�mica del pa�s. (10)

Como se esperaba, la participaci�n porcentual del comercio exterior en el PIB ha experimentado un fuerte incremento, pasando desde alrededor de un 30% en 1970 a poco m�s de un 60% a fines de los a�os noventa. El valor anual de las exportaciones es algo superior al de las importaciones, permitiendo que la diferencia pueda ser destinada al servicio de la deuda. Es importante observar, sin embargo, la composici�n que exhiben las primeras. Estas corresponden en casi un 90% a productos procedentes de s�lo cuatro sectores b�sicos: miner�a, pesca, silvicultura y fruticultura. Solo una parte menor de ellos es sometida a alg�n grado significativo de procesamiento antes de ser exportada.

No obstante, en virtud de ello esta �ltima es presentada en las cifras oficiales como exportaci�n de �productos industriales�, lo que configura una imagen distorsionada del estado real de nuestra econom�a. Lo cierto es que, aunque se ha ido incrementando en el curso de los �ltimos a�os, la participaci�n de las ramas m�s propiamente manufactureras (metalmec�nica, qu�mica, cuero y calzado, textil, etc.) en el total de las exportaciones apenas se empina por encima del 10% del total.

Por otra parte el crecimiento de las exportaciones es balanceado por una expansi�n equivalente de las importaciones, las que en un elevado porcentaje corresponden a bienes de consumo susceptibles de ser producidos en el pa�s o a art�culos suntuarios perfectamente prescindibles. Se genera as� no s�lo un alto costo de oportunidad en el empleo de las divisas disponibles, sino tambi�n un significativo proceso de sustituci�n de producci�n interna con el consecuente incremento del desempleo estructural y de las actividades de subsistencia que nutren la �econom�a informal�.

La participaci�n de la producci�n industrial en el PIB, que en 1970 represent� un 24,7% y que se elev� por encima del 26% en 1972, experiment� una persistente ca�da durante los a�os posteriores a 1973 hasta llegar a situarse en tomo al 17% a fines de los a�os 90. Sin embargo, por elocuentes que sean, estas cifras no alcanzan a dar cabal cuenta de la magnitud de los cambios operados en el sector puesto que los m�s importantes son de car�cter cualitativo. Como ya se indic�, las cifras oficiales computan como �producci�n industrial� no s�lo a las actividades de transformaci�n propiamente tales, sino tambi�n a las de procesamiento de materias primas, las cuales han seguido de cerca a la expansi�n de las actividades primarias orientadas a la exportaci�n.

El desmantelamiento de los rubros m�s t�picamente manufactureros desarrollados bajo el amparo del anterior modelo econ�mico ha sido muy pronunciado. Muchas empresas antes dedicadas a la fabricaci�n de productos industriales destinados al mercado interno se han visto forzadas a cerrar sus plantas para dedicarse exclusivamente a la importaci�n y distribuci�n de los mismos art�culos que antes produc�an le desperdicia as� no s�lo un importante acervo de experiencia y conocimientos, sino tambi�n una porci�n elevada de la capacidad de trabajo, que se ve s�bitamente desplazada por aquella que viene cristalizada en los productos importados.

Si bien es efectivo que ciertas empresas han logrado sobrevivir a la fuerte presi�n competitiva a que fueron sometidas, habiendo debido operar para ello importantes procesos de reconversi�n y/o modernizaci�n de sus sistemas productivos, es indudable que en t�rminos globales el precio pagado por el sector ha sido demasiado elevado en comparaci�n con los magros resultados alcanzados.

Durante el �ltimo cuarto del siglo XX tambi�n tuvo lugar un significativo proceso de reestructuraci�n y modernizaci�n capitalista del agro no s�lo chileno, sino latinoamericano, proceso que ha sido impulsado por factores tales como: el r�pido incremento de la demanda mundial de productos agropecuarios; la considerable expansi�n de la urbanizaci�n y por lo tanto de los mercados internos; las pol�ticas de fomento agr�cola puestas en aplicaci�n por el Estado; el creciente accionar en este campo de las empresas transnacionales.

En el caso de Chile, la unilateral apertura de su econom�a y la consiguiente competencia de productos importados han impuesto al sector una reconversi�n productiva dictada por los cambios que se operan en la rentabilidad relativa de sus diversos rubros. En este contexto, los cultivos tradicionales orientados hacia el mercado interno van siendo gradualmente desplazados por el gran dinamismo que exhiben los rubros orientados preferentemente hac�a los mercados externos: la fruticultura y la silvicultura.

La expansi�n del primero ha sido muy significativa, llegando a aumentar el valor de sus ventas al exterior en alrededor de diecis�is veces entre mediados de los a�os setenta y mediados de los noventa, siendo los principales productos que participan de este proceso la uva, las manzanas, las peras y los kiwis. Sin embargo, la competitividad de este rubro se ha sustentado en una amplia medida en el aprovechamiento intensivo que hace de las principales �ventajas� que le proporciona el actual modelo econ�mico: el bajo costo de la fuerza de trabajo y la externaIizaci�n de los costos ambientales.

En cuanto al segundo no hay que olvidar el importante rol desempe�ado por el Estado en el desarrollo de sus actividades, no s�lo al privatizar empresas a precios irrisorios, sino tambi�n al subsidiar el 75% de los costos de plantaci�n (DL 701) en los terrenos calificados de aptitud preferentemente forestal. La superficie de las plantaciones, que a mediados de los a�os setenta era de alrededor de 450 mil ha, alcanza veinte a�os m�s tarde a cerca de 1.750 mil ha, de las cuales casi un 80% corresponde a pino radiata y cerca de un 15% a eucalipto. El crecimiento de las exportaciones forestales tambi�n ha sido espectacular: de poco m�s de USD 130 millones en 1974 pasan a alrededor de los USD 2.000 millones en 1995, a�o en que los embarques de celulosa superan los USD 1.300 millones.(11)

En el �mbito empresarial la modernizaci�n capitalista del sector se ha expresado en la emergencia de importantes complejos agroindustriales (CA�) que se imponen a las actividades propiamente agr�colas mediante la larga serie de �eslabonamientos� a que se halla sometido el proceso productivo en ambas direcciones (Chonchol, 1994):a) �hacia atr�s� por el suministro de maquinaria e implementos, fertilizantes qu�micos, pesticidas, biotecnolog�as y semillas, adem�s del necesario apoyo crediticio al sector; b) �hacia adelante� por las industrias de transformaci�n, los centros de almacenamiento y dep�sito, los frigor�ficos, los sistemas de transporte, distribuci�n y comercializaci�n.

Por lo tanto, el sector agr�cola no tiende a estructurarse ya en funci�n de relaciones de dominio territorial (el antiguo eje latifundio-minifundio) sino de centros de poder que se hallan localizados fuera del �mbito rural (el polo financiero-industrial-comercial). Sin involucrarse directamente en las dis�miles y complejas actividades productivas del agro, el gran capital logra as� un efectivo control de las mismas. Adem�s, junto a la empresa agr�cola capitalista, en que laboran m�s de 500 mil trabajadores (unos 100 mil permanentes y 400 mil temporales), se halla la agricultura campesina, constituida por m�s de 200 mil explotaciones familiares, en gran parte localizadas en �reas marginales de baja productividad y dotadas de un equipamiento escaso y rudimentario.

La pesca ha conocido tambi�n una considerable expansi�n en el curso de los �ltimos a�os, transformando a Chile uno de los principales productores mundiales (junto a China, Per� y Jap�n).La participaci�n de esta actividad en las exportaciones pasa desde poco m�s de un 2% en 1974 a m�s de un 12% a mediados de los ma�os noventa. Aunque mantiene una posici�n de liderazgo en la producci�n de harina de pescado (junto con Per�), la producci�n del sector se ha diversificado crecientemente hacia otros rubros de mayor valor. La industria reductora ha modernizado sus plantas para incrementar la producci�n de harinas especiales que permiten alcanzar rentabilidades m�s elevadas.

Sin embargo, al igual que los dem�s rubros exportadores del pa�s, el sector pesquero se evidencia muy vulnerable debido tanto a la tendencia c�clica al derrumbe de los precios como a la alteraci�n peri�dica de los stocks a consecuencia de la sobreexplotaci�n de las especies marinas o a fen�menos de car�cter natural. En l�neas gruesas, hoy es posible distinguir en �l tres subsectores: el industrial, el artesanal y el de la acuicultura que es el que ha conocido �ltimamente un mayor dinamismo. El sector industrial, que registra una captura de alrededor de 600 mil toneladas en 1973, lleg� a desembarcar alrededor de, 7 millones de toneladas en 1995.EI sector artesanal produce alrededor del 10% de la captura total, del que s�lo una d�cima parte se destina al consumo humano, dirigi�ndose el resto hacia la industria reductora. La acuicultura es una actividad relativamente reciente pero que ha conocido un crecimiento notable en el curso de los a�os 90. En el a�o 2000 registra exportaciones de salm�n y trucha por m�s de USD 950 millones.

En el sector minero los cambios m�s significativos se han producido a partir de 1986 y conciernen a la nueva presencia y expansi�n de las ETN en la explotaci�n de yacimientos de la gran miner�a del cobre, la que durante los a�os noventa ha logrado quintuplicar su producci�n. Antes de 1986 los esfuerzos encaminados abrir la gran miner�a del cobre a la iniciativa del gran capital chocaron con la tenaz resistencia opuesta por algunos sectores castrense la que finalmente logra dejar su huella en el texto de la propia Constituci�n de 1980.(12) Sin embargo, haci�ndose eco de las presiones ejercidas por el gran capital transnacional, el r�gimen militar dispondr� posteriormente la elaboraci�n de una nueva legislaci�n minera que acoge y da plena satisfacci�n a las expectativas de los inversionistas privados.(13)

Despejados esos obst�culos y dadas sus elevadas perspectivas de rentabilidad, la exuberante riqueza mineral chilena se tornar� irresistible, para el gran capital transnacional que comienza a concretar importantes proyectos de inversi�n, principalmente en el sector cuprero. As�, la producci�n de las empresas privadas, que en 1990 era de s�lo 251 mil TM de cobre fino, alcanzar� ya en el a�o 2000 una cifra superior a las 3 millones de TM (COCHILCO).

Las exportaciones chilenas de cobre representaban en 1985 un 26,5% de las exportaciones mundiales, elev�ndose esta participaci�n a m�s del 42% en el a�o 2000.Sin embargo, en el mismo per�odo la participaci�n de CODELCO cae desde un 21% a alrededor de un 14%, mientras que la de la producci�n chilena privada se elevar� de menos del 5% a un 28%. Hay que considerar adem�s que la participaci�n de algunas empresas privadas en el mercado mundial del cobre no se limita a su producci�n en Chile ya que tambi�n poseen yacimientos en otros pa�ses, lo que refuerza su posici�n competitiva frente a CODELCO.

Otro aspecto importante en este �mbito es que se incrementa la participaci�n de concentrados de cobre en las exportaciones lo que revierte la anterior tendencia a incorporarles mayor valor agregado: en 1990 Chile export� bajo la forma de concentrados 241 mil TM de cobre fino, equivalentes a un 15% del total; en 1995 esa cifra se eleva ya a 800 mil TM, lo que representa ya un tercio del total, y a un mill�n 780 mil TM en el a�o 2000 representando esa cifra un 40% del total.

Un inter�s preferente fue asignado al sector financiero con el objetivo de crear un mercado de capitales capaz de acompa�ar los procesos de privatizaci�n, concentraci�n y centralizaci�n en curso. Con tal finalidad se dictaron nuevas normas legales para regular la actividad de los bancos, se autoriz� la creaci�n de instituciones financieras y las fusiones bancarias, se decret� la apertura de la cuenta de capitales, se cre� un instrumento financiero indexado (la UF), se estimul� el desarrollo del mercado de valores, se crearon las Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP) y se establecieron numerosos incentivos tribu�anos para fomentar el ahorro y la inversi�n.

En el actual esquema econ�mico este sector se proyecta, ciertamente, como un decisivo instrumento de poder: dado que las posibilidades de una expansi�n productiva son inciertas y limitadas, sobre todo en una econom�a peque�a como la chilena, m�s que la posesi�n de los activos f�sicos lo que cobra particular importancia es el posicionamiento que se logra alcanzar en aquellas actividades que permiten ejercer un control estrat�gico de los procesos de generaci�n de riqueza. En este sentido el sector financiero aparece como el eslab�n clave de la cadena que vincula al conjunto de las actividades que se despliegan en el espacio econ�mico nacional.

Hay que decir que el desarrollo de este sector, que es expresi�n del modo como se avanza hacia un alto grado de concentraci�n y centralizaci�n de capitales, ha representado un alt�simo costo para el pa�s, siendo el terremoto financiero de comienzos de los a�os ochenta el episodio m�s oneroso de todos. La realidad del sector bancario y financiero es que, m�s all� de la variada gama de instituciones e instrumentos que lo conforman y de los cuantiosos fondos con que opera, en la actualidad se halla altamente monopolizado por un reducido n�mero de grandes grupos econ�micos, tanto nacionales como extranjeros.

Por �ltimo, los servicios b�sicos han sido tambi�n fuertemente afectados por la pol�tica de privatizaciones y por los efectos de la transnacionalizaci�n en curso. Las compa��as generadoras y distribuidoras de energ�a el�ctrica as� como las compa��as de tel�fonos y comunicaciones se encuentran hoy en manos privadas. Otro tanto ocurre con los medios de transporte a�reo, mar�timo y terrestre, excepci�n hecha de los ferrocarriles, cuyo grado de abandono no hace m�s que preparar el terreno de una pr�xima privatizaci�n, y del tren metropolitano, que a despecho de las profec�as neoliberales opera eficientemente.

CAMBIOS EN LA DISTRIBUCI�N DEL INGRESO Y LA RIQUEZA

Conjuntamente con los cambios en el perfil productivo de la econom�a, las pol�ticas aplicadas a partir de 1973 han conducido a una concentraci�n muy significativa de la riqueza, expresada claramente en las pronunciadas y asentadas desigualdades que se observan hoy en la distribuci�n del ingreso. Ello se refleja en las polarizadas condiciones de vida prevalecientes en el pa�s. Chile es hoy uno de los pa�ses del planeta en que impera una mayor desigualdad en la distribuci�n del ingreso. Seg�n datos oficiales, en el a�o 2000 el decil m�s pobre de la poblaci�n percibe solo el 1,1% del ingreso total, en tanto que el decil m�s rico obtiene un 42,3%. (CASEN 2000).

Desde luego, esto no es algo casual. El resultado inmediato de las medidas de estabilizaci�n aplicadas desde su inicio por el r�gimen militar (las rebajas arancelarias y la libertad de precios, junto con el total desconocimiento de los derechos laborales) fue un notable encarecimiento del �costo de la vida�. Los precios de gran parte de los bienes y servicios alcanzaron r�pidamente niveles similares a los prevalecientes en el mercado mundial, al tiempo que los salarios conoc�an un profundo deterioro en t�rminos reales.

En esa misma direcci�n, claramente regresiva, se alinea el uso que se hace de otros instrumentos de efectos potencialmente redistributivos como por el ejemplo el sistema tributario. Este fue completamente reorganizado a comienzos del r�gimen militar para satisfacer las expectativas de los sectores empresariales, contribuyendo muy significativamente al objetivo trazado por los apologistas del modelo de convertir a Chile en un verdadero �para�so de los inversionistas�.(14)

Visto desde un punto de vista exclusivamente econ�mico, la concentraci�n de la riqueza ha dado como resultado la aparici�n de un reducido n�mero de grandes �grupos� o conglomerados empresariales que incursionan en sectores muy diversos de la econom�a del pa�s y van alcanzando progresivamente un control monop�lico u oligop�lico de sus actividades m�s importantes.

Al mismo tiempo, la injerencia del capital transnacional en la econom�a chilena alcanza niveles muy elevados. En efecto, la presencia directa del capital extranjero ha conocido una notable expansi�n durante este per�odo, especialmente a partir de la segunda mitad de los a�os 80, en que pasa a ocupar una parte del espacio dejado por la quiebra de los primeros �grupos� durante la crisis de 1982,llegando a asumir posiciones claves en las estructuras productivas y financieras del pa�s.

Esta crisis le imprimir� un fuerte impulso al proceso de centralizaci�n del capital, el cual se materializa por diversas v�as: a) la reorganizaci�n del sistema financiero desencadenada con la intervenci�n de la banca en enero de 1983; b) el traspaso de la propiedad de las grandes empresas, bancos y AFP que pertenec�an a los grupos econ�micos quebrados; c) la privatizaci�n de empresas p�blicas en base a un programa aprobado por el BM y el FMI; d) la conversi�n de la deuda externa en base a los cap�tulos XVIII y XIX del Compendio de Normas de Cambios Internacionales. Lo �ltimo contribuir� a acelerar la extranjerizaci�n de la econom�a chilena ya que las operaciones de conversi�n de deuda externa superan en 1990 los USD 9 mil millones (Mar�n, 1991). (1S)

Por otra parte, este proceso de centralizaci�n da impulso a una importante reestructuraci�n del capitalismo chileno caracterizada por: a) la adopci�n de nuevas formas de organizaci�n y estrategias de desarrollo por parte de los grandes grupos econ�micos que suponen una redefinici�n tanto de los v�nculos existentes entre las esferas financiera y productiva como de la interrelaci�n entre los mercados internos y externos; b) el aumento de la tasa de explotaci�n e intensificaci�n del trabajo, expresado en parte en el desarrollo de una nueva forma de interrelaci�n entre las grandes empresas por una parte y las medianas y peque�as por otra, anudada principalmente a trav�s del sistema de subcontrataci�n.

PROBLEMAS y DESAF�OS QUE SE DERIVAN DE ESTAS EXPERIENCIAS

Como hemos visto, a lo largo del siglo XX Chile ha conocido dos estrategias de desarrollo capitalista claramente diferenciadas: durante el primer y �ltimo cuarto de esta centuria las perspectivas de expansi�n de su econom�a han estado basadas en una din�mica productiva y comercial primario-exportadora; durante el segundo y tercer cuarto se esforz� en cambio por levantar una econom�a industrial inicialmente centrada en la sustituci�n de las manufacturas importadas. En el marco de la primera, la actividad econ�mica responde enteramente a la din�mica que le imprime la demanda externa. En el de la segunda, se intenta vincularla a la expansi�n y diversificaci�n de la demanda interna, aun cuando los condicionamientos externos, y por tanto su vulnerabilidad ante ellos, contin�an siendo extremadamente altos.

Si bien ambas orientaciones constituyen solo variantes de un capitalismo perif�rico, sometidos por tanto a similares criterios de racionalidad econ�mica, en uno y otro caso los efectos sociales y pol�ticos son tambi�n distintos. Desde un punto de vista estrictamente econ�mico, la primera es compatible con un alto grado de exclusi�n social puesto que los trabajadores solo cuentan como productores, no como consumidores. De all� que se busque restringir severamente la participaci�n popular en la toma de decisiones. La segunda en cambio, por su propia naturaleza, junto con crear las condiciones materiales que lo hacen posible, necesita apuntar hacia crecientes niveles de participaci�n de los trabajadores en la demanda.16 Por ello, representa un molde en que �stos pueden tener, en principio, mayores posibilidades de acceder a los procesos de toma de decisi�n.

Sin embargo, el problema principal es que, en uno y otro caso, todo esfuerzo de desarrollo se ve enfrentado a l�mites que en el marco del capitalismo no parecen ser superables y que consolidan la posici�n dependiente de las econom�as perif�ricas, sea cual sea el eufemismo que se utilice para denominarlas ("subdesarrolladas" "en v�as de desarrollo""en desarrollo" o "emergentes"). Dichos l�mites derivan de la manifiesta y onerosa subordinaci�n de las econom�as perif�ricas a los centros metropolitanos en �mbitos tan estrat�gicamente claves como los de las finanzas y la tecnolog�a, lo cual se traduce en una menor productividad y competividad en los sectores productivos m�s din�micos.

Las opciones de desarrollo que esta situaci�n deja a las naciones perif�ricas no son muchas. De all� que en el �mbito del comercio internacional no tengan m�s alternativa que limitarse a identificar e intentar explotar ciertos "nichos de mercado" en los que sus actividades productivas pueden contar con "ventajas comparativas"(en rigor, absolutas) en el marco de la existente divisi�n internacional del trabajo. E incluso en ese escenario, en que los pa�ses pobres se ven normalmente afectados por un constante deterioro de los t�rminos del intercambio, en el marco de una econom�a capitalista se suele plantear como necesario al propio proceso de valorizaci�n del capital el recurso a la precarizaci�n laboral y ambiental, vale decir a la superexplotaci�n del trabajo y la depredaci�n del medio ambiente, como principales factores de competitividad.

En �ltima instancia, los problemas examinados llevan a considerar por tanto la l�gica que subyace no solo al modelo neoliberal, que solo constituye su expresi�n m�s descarnada, sino al propio sistema econ�mico-social vigente y que explica sus resultados, as� como los criterios que pueden servir de base a una eventual alternativa para superarlo. La controversia de fondo en torno a los criterios de racionalidad econ�mica, que tanto la implantaci�n del modelo de "econom�a de mercado" como su cr�tica traen a colaci�n, ha estado de hecho permanentemente planteada en el curso de los �ltimos veinticinco a�os en Chile, aun cuando ella, por razones obvias, no logre alcanzar mayor visibilidad.

La cuesti�n que se discute entonces, concerniente a los m�s convenientes mecanismos de asignaci�n de los recursos productivos, no es nueva. Ella recorre pr�cticamente toda la historia de las ideas econ�micas, cobrando su expresi�n m�s decantada en la disyuntiva polar entre mercado y planificaci�n. Si bien, en rigor, ambos t�rminos no son excluyentes, lo esencial es la primac�a que adquiere uno u otro en la realidad econ�mica como criterio orientador de las decisiones de inversi�n. Pero se trata de un problema que exige ser abordado no s�lo de acuerdo a los criterios de eficiencia y eficacia contable y del repertorio de instrumentos de control ex-ante o ex-post disponible para tales efectos. Tanto por sus impactos sociales como por sus implicancias de largo plazo, este problema excede ampliamente el �mbito del an�lisis puramente cuantitativo.

En consecuencia, lo que toda consideraci�n cr�tica de la evoluci�n de la econom�a chilena en el siglo XX pone en juego es la necesidad de un examen m�s amplio y profundo de los criterios de racionalidad econ�mica que rigen o pueden regir las decisiones claves en el campo del desarrollo econ�mico y social. Si se considera que por definici�n las inversiones deben ser �rentables�,en una primera aproximaci�n al problema cabe consignar al menos la existencia de dos tipos de �rentabilidad� susceptibles de plasmarse en resultados muy diferentes: a) la privada, cuya finalidad es la valorizaci�n del capital y su indicador clave la tasa de beneficios; b) la social, cuya finalidad es la valorizaci�n de las personas y sus indicadores claves los grados de equidad, seguridad y bienestar material y espiritual de la poblaci�n.

En el primer caso lo que interesa es la rentabilidad financiera de las inversiones individualmente consideradas, lo que depender� a su vez de la rentabilidad financiera de las operaciones (o transacciones) a que ellas dar�n origen. Es ello lo que permite juzgar el grado de pertinencia de las decisiones que se adoptan. Sin embargo, la falta de equivalencia entre el inter�s social e individual puede llegar a ser, como sabemos, muy pronunciada, hasta el punto de significar la b�squeda de beneficios individuales directamente a expensas de la salud y bienestar de la poblaci�n o de una parte de ella. Incluso la sola consideraci�n del inter�s social nos enfrenta constantemente a este tipo de problemas.

Por ejemplo, ante la cr�tica situaci�n que suelen enfrentar los peque�os agricultores, �qu� resultar�a m�s �rentable� desde un punto de vista social: importar alimentos m�s baratos que los producidos internamente y cargar luego con los innumerables problemas generados por el inevitable �xodo rural a las ciudades o apoyar con recursos p�blicos a la agricultura campesina para que ella pueda salir adelante? Este tipo de dilemas se nos plantea hoy con suma frecuencia ante la realidad econ�mica y social que prevalece en nuestro continente.

En la opci�n que se asuma habr�a que tener muy seriamente presente el gran costo econ�mico y social que representa la actual proliferaci�n de un sinn�mero de actividades informales, sumamente precarias e improductivas (vendedores ambulantes de helados o confites, cantantes callejeros, cortadores de boletos �sapos" de la locomoci�n, cuidadores de autos, etc.) y de otras m�ltiples estrategias a�n m�s extremas de sobrevivencia (delincuencia, prostituci�n, mendicidad, etc.), como consecuencia social directa de las pol�ticas neoliberales puestas en aplicaci�n.

La alternativa a esas pol�ticas es, obviamente, desplazar el centro de gravedad de las decisiones de inversi�n desde el �mbito del mercado al de la planificaci�n global de la econom�a, lo que supone transitar en una direcci�n diametralmente opuesta a la que se sigue actualmente. Pero el problema que subsiste es el de las perspectivas de �xito que esta alternativa ofrece, dada la disociaci�n cada vez m�s pronunciada que se constata entre los intereses del capital por una parte y las aspiraciones de bienestar y progreso social por la otra, que necesitan y buscan ser expresadas y sintetizadas como proyectos de desarrollo.

El fracaso del modelo ISI ha puesto claramente de relieve los l�mites del capitalismo perif�rico. Por tanto, la disyuntiva que se abre ahora es la de preservar el capitalismo y aceptar la inviabilidad del desarrollo para la periferia, o perseverar en ese objetivo, asumiendo que para ello es preciso superar los estrechos l�mites que a esas posibilidades de desarrollo le impone el funcionamiento del modo de producci�n capitalista en la periferia.

El alto grado de desarrollo ya alcanzado por el proceso de mundializaci�n de la econom�a, plantea, sin embargo nuevos problemas. Evidencia lo ilusorio que resulta el plantearse hoy como objetivo el desarrollo aut�nomo de un espacio econ�mico nacional cualquiera. En ese sentido cobra plena vigencia la sentencia de Celso Furtado: �el desarrollo es un mito! Pero de aqu� pueden derivar conclusiones, y por lo tanto opciones, diametralmente opuestas. Una de ellas ser�a considerar que, siendo ya inamovibles las fronteras que traza la divisi�n internacional del trabajo la �nica chance es pugnar por convertirse en una periferia altamente productiva y estrechamente integrada a los mercados de las econom�as centrales, pagando para ello el precio exigido de una apertura total. Esa es la opci�n que orienta las pol�ticas econ�micas en el Chile actual.

Pero esa opci�n pasa por alto el car�cter de clase, din�micas de desarrollo y consecuencias previsibles del actual proceso de mundializaci�n. La contradicci�n hist�rica, consustancial a toda sociedad de clase pero exacerbada hasta su grado m�ximo por el dominio alcanzado por el gran capital transnacional, entre el car�cter inherentemente social de la producci�n y el car�cter individual de la apropiaci�n, est� llegando hoy a su fase culmine a escala planetaria. El resultado de esto comienza a dibujarse ya de un modo cada vez m�s n�tido ante nuestros ojos: a) por una parte un foso cada vez m�s profundo se abre hoy entre s�lo dos mundos: el de quienes a�n pueden cobijarse bajo el alero de los �ganadores� y el ampliamente mayoritario de los �perdedores�; b) por otra, una competencia exacerbada entre los �ganadores� por mantenerse en calidad de tales y que por ello lleva en su seno los g�rmenes de conflictos de magnitud y consecuencias insospechadas; c) por �ltimo, y como parte indisoluble de esa loca carrera hacia el ��xito�, la creciente transformaci�n de las fuerzas productivas en fuerzas destructivas guiadas por un incontrolable impulso depredador.

En ese cuadro no resulta en modo alguno indiferente el que al interior de los espacios econ�micos nacionales los m�rgenes de autonom�a disponibles puedan ser mayores o menores. M�s a�n, esa diferencia puede resultar vital no s�lo para las condiciones de vida presente de las grandes mayor�as sino tambi�n para las perspectivas de sobrevivencia de la humanidad, las cuales se juegan en la posibilidad de revertir las tendencias autodestructivas actualmente en curso y superar la crisis civilizatoria que vivimos. En eso consiste, precisamente, el gran desaf�o que encaramos: ser capaces de abrir camino a una "econom�a de la solidaridad "fundada en el respeto al ser humano y a la naturaleza, a�n en el dif�cil escenario que la mudializaci�n capitalista plantea al logro de este objetivo. Ello exige combinar el prop�sito de avanzar en esta direcci�n con una disposici�n a encarar con pragmatismo los problemas.

En consecuencia, el desaf�o consiste en revertir el curso individualista y socialmente desintegrador que el capitalismo tard�o le ha impreso hoy a la actividad econ�mica, trazando un nuevo rayado de cancha que cautele efectivamente el inter�s de la sociedad, expresado en un conjunto de valores y objetivos fundamentales. Ello supone modificar sustancialmente el curso de la pol�tica econ�mica:

a) regulando los v�nculos con el exterior para conjugar el desarrollo de las capacidades exportadoras del pa�s con el pleno empleo y desarrollo de su capacidad de trabajo.
b) regulando los mercados de modo que a trav�s de ellos se puedan satisfacer las necesidades sociales b�sicas haciendo a la vez un uso eficiente de los recursos productivos.
c) haciendo que el Estado vuelva a asumir su responsabilidad social tanto como proveedor de servicios b�sicos (educaci�n, salud, previsi�n y vivienda) como en la planificaci�n democr�tica de nuestro desarrollo econ�mico.

No se trata por tanto de sofocar sino m�s bien de encauzar el interese iniciativa individual de modo que pueda desarrollarse en clara armon�a con el inter�s de la comunidad. Pero ese es tambi�n el l�mite de su legitimidad. Ello supone avanzar hacia un sistema econ�mico sustentado en un r�gimen de propiedad mixto, que combine la propiedad y gesti�n social sobre los recursos y actividades productivas estrat�gicas con la propiedad y gesti�n privada, individual y colectiva, sobre el resto de las actividades econ�micas.

Tampoco se trata de confinar la actividad econ�mica del pa�s aun a situaci�n de virtual enclaustramiento, sino de desarrollar las vinculaciones externas en clara correspondencia con el inter�s de la naci�n. Implica avanzar, por tanto, hacia una econom�a que al mismo tiempo que cautela la dignidad del trabajador, recompensando equitativamente su esfuerzo, y desarrolla una relaci�n amigable con el medioambiente, necesita esforzarse tambi�n por ser competitiva en sus v�nculos con el exterior, al menos mientras persista un orden econ�mico mundial como el actualmente imperante.

El principal desaf�o consiste entonces en lograr que los criterios de racionalidad econ�mica existentes puedan ser efectivamente conjugados de un modo distinto, encuadrando las consideraciones costo-beneficio formuladas a nivel microecon�mico en un marco de opciones que sea plenamente compatible con las consideraciones costo-efectividad que se estimen pertinentes a nivel macrosocial. Como tantas veces se ha dicho, no es el ser humano el que debe estar al servicio de la econom�a sino �sta la que debe servir al ser humano para dignificar su vida y ayudarle a alcanzar su m�s plena realizaci�n.

CONCLUSIONES

Cabr�a, a modo de resumen, exponer en forma de tesis las principales conclusiones:

1. La econom�a de Chile entr� y sali� del siglo XX como parte de la periferia del sistema capitalista mundial y, a pesar de los importantes logros que el proceso de modernizaci�n experimentado ha llevado aparejado en todos los planos, es altamente improbable que pueda alguna vez lograr modificar su estatus en el marco de ese sistema cuyas tendencias de desarrollo no hacen m�s que reforzar constantemente las l�neas de la divisi�n internacional del trabajo existente entre sus �reas centrales y perif�ricas.

2. Esa convicci�n, fuertemente arraigada en las clases dominantes, sirve de base al rumbo tomado por la econom�a chilena a partir del �ltimo cuarto del siglo XX. El objetivo estrat�gico que orienta ahora las pol�ticas econ�micas no es el del desarrollo aut�nomo sino el de lograr y consolidar, en el marco de la econom�a capitalista mundial, el estatus de periferia desarrollada principalmente sobre la base de actividades primarias y de servicios altamente productivos y demandados por los centros industriales y financieros.

3. Sin embargo, m�s all� de la vulnerabilidad inherente a dicha estrategia, el nuevo siglo que se inicia nos enfrenta al problema mayor de que las contradicciones del propio escenario en el que se intenta tal inserci�n, lejos de sustentar una perspectiva promisoria para las condiciones de vida a que leg�timamente aspiran todos los habitantes del planeta, est�n arrastrando a la humanidad en su conjunto a una muy profunda crisis civilizatoria, que incluso pone cada vez m�s en cuesti�n la propia supervivencia del g�nero humano.

4. Se requiere, entonces, de un nuevo proyecto de sociedad, de un Nuevo Orden Econ�mico y Pol�tico Internacional que, apoyado en formas de organizaci�n y acci�n fundadas en criterios de racionalidad claramente diferentes a los actuales, sustituyendo al af�n de lucro y la competencia despiadada en torno a ese objetivo por un esfuerzo mancomunado, dirigido a brindar efectiva satisfacci�n a las necesidades humanas en base a relaciones de solidaridad y justicia, permita asegurar una vida digna, confortable y segura para todos.

5. La posibilidad de ofrecer una resistencia efectiva a las tendencias autodestructivas actualmente en curso pasa por recomponer las diversas formas de conciencia y voluntad colectiva, susceptibles de plasmarse en organizaci�n y movilizaci�n social y pol�tica, buscando trascender los particularismos hasta remontarse por sobre las fronteras para tender a la constituci�n de acciones concertadas entre naciones que viven y sufren hoy similares problemas de exclusi�n, explotaci�n y pobreza.

6. El gran objetivo hacia el cual ha de apuntar la acci�n pol�tica es el de hacer socialmente gobernable la econom�a, es decir democratizarla, de modo tal que ella pueda ser clara y efectivamente encauzada hacia el logro y realizaci�n del bien com�n. Ello significa que, al contrario de lo que se suele reclamarse desde las actuales microesferas del poder, es necesario politizar las decisiones econ�micas, poniendo las consideraciones t�cnicas al servicio de fines y objetivos sociales expl�citamente reconocidos.


(1) Para utilizar la expresi�n con que Encina se refiri� a ella en su conocido ensayo de 1911.

(2) Otra estimaci�n realizada recientemente en base a pesos de 1995 (Braun et.al., 2000) arroja resultados bastante parecidos.

(3) Junto a M�xico, Brasil, Argentina, Uruguay y Colombia. Utilizando como fuente el libro de Ricardo Lagos La industria en Chile: antecedentes estructurales, Instituto de Econom�a, Universidad de Chile, 1966, sostiene que la industrializaci�n chilena se inicia en el �ltimo cuarto del siglo XlX. Sin embargo, en rigor este proceso es m�s antiguo ya que comienza algunas d�cadas antes, a mediados del siglo XIX.

(4) Principalmente el cobre, la plata, el trigo y la harina.

(5) De las numerosas masacres con que la clase dominante responder� a las demandas de los trabajadores a lo largo y ancho del pa�s, sobresale por su envergadura y la absoluta falta de escr�pulos de sus autores la que en diciembre de 1907 tiene lugar en la Escuela Santa Mar�a de Iquique donde fuerzas del ej�rcito y la marina disparan sobre una multitud de hombres, mujeres y ni�os dejando un saldo de m�s de dos mil personas muertas.

(6) Con las reservas del caso, la �nica excepci�n de importancia que podr�a invocarse es quiz�s la de Corea, Fue por ese solo hecho amerita un estudio en profundidad.

(7) Seg�n datos de la CORA, ese a�o se expropiaron un total de 1.379 predios, en tanto que durante todo el gobierno de Frei esa cifra lleg� a 1.408 (Bitar, 1995:87).

(8) Hern�n B�chi (1992:23), ex ministro de hacienda de Pinochet, lo reconoce por lo dem�s en forma expl�cita:�... lo que hay que tener en cuenta es que se est� en un proceso en el cual el Estado es tremendamente fuerte y considerar que al privatizar se est� creando un sector privado ... En nuestro pa�s exist�a la convicci�n de que hab�a un sector privado que pod�a comprar, pero la verdad es que tambi�n se requer�a crearlo ...a trav�s de pol�ticas tributarias, a trav�s de la reforma de pensiones, capitalismo popular, capitalismo laboral, etc.... Para poder crear este espacio al sector privado el fisco redujo su tama�o de gasto fiscal del 30% del producto al 20% entre los a�os 1984-89, lo que dio un acomodo a la reforma previsional de dos puntos, dio acomodo a una reforma tributaria tambi�n de dos puntos; en consecuencia, cuatro puntos de capitalizaci�n para el sector privado. Las empresas que se privatizaron significaron m�s o menos un 10% del producto�.

(9) Seg�n la informaci�n oficial proporcionada por las autoridades de la CORFO de aquellos a�os, entre 1973 y 1978 se devolvieron a sus due�os 350 empresas requisadas o intervenidas durante el gobierno de la �IP. A ello hay que a�adirla venta realizada por parte de la CORFO entre 1975 y 1982 de derechos o acciones en 135 sociedades (en 91 de ellas, mayoritarios), la transferencia al sector privado de su participaci�n en 16 Bancos Comerciales, la venta de m�s de 600 plantas agroindustriales, bienes y pertenencias mineras y m�s de 3.000 operaciones de venta de bienes muebles. Posteriormente, durante el per�odo 19S5-19S9 se privatizaron total o parcialmente 32 grandes empresas de propiedad de la CORFO. Un estudio posterior confirm� la existencia de numerosas irregularidades en estas operaciones las que implicaron para el Estado una p�rdida patrimonial superior a los 200 millones de d�lares en cifras actualizadas a diciembre de 1989, sin considerar las deudas pendientes que ascienden a m�s de 1.700 millones de d�lares (Abeliuk, 1992:124-126).

(10) Hay que se�alar, sin embargo, que este cambio lleva asociado un fen�meno muy significativo al que la informaci�n oficial apenas presta atenci�n: la explosiva expansi�n de las actividades informales, expresivas de un masivo desempleo encubierto de la fuerza de trabajo. Es posible adivinar la magnitud aproximada de este fen�meno considerando las variaciones registradas en las cifras porcentuales del empleo sectorial y teniendo presente al mismo tiempo la fuerte concentraci�n experimentada por las actividades m�s din�micas que hacen parte de estos mismos sectores. Lo m�s llamativo de tales cifras es que, junto al notorio declive de la actividad industrial, permiten constatar tambi�n el importante aumento experimentado por actividades como el comercio y los servicios. Como es obvio, este fen�meno no guarda relaci�n, como en los pa�ses del centro, con un mejoramiento de la calidad de vida de la poblaci�n sino, por el contrario, con la proliferaci�n de estrategias de sobrevivencia por parte de aquellos que se ven excluidos de los sectores m�s modernos y din�micos de la econom�a.

(11) Hay que destacar que gracias a sus bajos costos de producci�n, las empresas de celulosa que operan en Chile se cuentan entre las m�s competitivas del mundo. Existe adem�s un alto grado de concentraci�n en el sector puesto que una sola empresa responde por m�s de la cuarta parte de las exportaciones y las cuatro mayores suman el 50%: Celulosa Arauco y Constituci�n (26,23), Celulosa del Pac�fico (10,46), Forestal e Industrial Santa Fe (7,12) y la C�a. Manufacturera de Papeles y Cartones (5,51). Un examen m�s pormenorizado de la situaci�n del sector en Quiroga y VanHauwermeiren (1996:61-75).

(12) El ex Director de �El Mercurio� Arturo Fontaine (1988:125-128) ofrece un sugestivo relato de las disputas generadas al interior del r�gimen militar en torno a este punto.

(13) Un examen pormenorizado de este punto en el primer cap�tulo del estudio sobre el desarrollo minero de Agatino, Gonz�lez y Rojas (1998:31-48).

(14) El argumento esgrimido por Hern�n B�chi (1992) en el sentido de que el sistema tributario est� concebido para desincentivar el consumo e incentivar el ahorro (identificando ahorro con ahorro privado) es falaz por dos razones:1) porque m�s all� de cierto l�mite las familias de altos ingresos no pueden incrementar su consumo y se hallan por tanto obligadas a ahorrar e invertir, sean los �est�mulos� tributarios grandes o peque�os;2) porque un incremento de la recaudaci�n tributaria del Fisco no equivale necesariamente a un incremento del consumo ya que el Estado tambi�n puede canalizar esos mayores recursos hacia la inversi�n.

(15) Cabe recordar que a partir de 1985 el Banco Mundial se suma al FMI para poner en marcha en toda Am�rica Latina las llamadas pol�ticas de �ajuste estructural� que implican un fuerte impulso a las privatizaciones y a las operaciones de conversi�n de la deuda externa, todo lo cual contribuye muy significativamente a acrecentar la presencia y poder del capital extranjero en la regi�n.

(16) Salvo que el desarrollo de la industrializaci�n haya ido ya lo suficientemente lejos como para estar en condiciones de sustituir exportaciones y competir en el mercado externo, situaci�n en la que aqu�l podr�a independizarse de su sujeci�n al mercado interno y revertirse en contra de sus propios trabajadores.

[ Arriba ]