MANUEL UGARTE
PRECURSOR DEL NACIONALISMO POPULAR
POR JUAN
CARLOS JARA |
“Mañana,
cuando se escriba la historia del pensamiento americano, a ti te
tendrán que erigir en tu país y fuera de él,
un pedestal aparte, más alto que el de los corderos de Panurgo”.
Rufino Blanco Fombona, carta a Ugarte, 31.1.1911 |
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1
...Es un lugar común
en la historia de las ideas argentinas datar el nacimiento del nacionalismo
contemporáneo en los años del primer centenario, representándolo
en las figuras señeras de Manuel Gálvez (1882-1962) y Ricardo
Rojas (1882-1957). A este respecto sostienen Payá y Cárdenas:
“El nacionalismo, entendido como una doctrina coherente que interpreta
el país y su historia, vio la luz en la Argentina con la aparición
de dos obras: ‘La restauración nacionalista’, de Ricardo
Rojas, en 1909, y ‘El diario de Gabriel Quiroga’,
de Manuel Gálvez, pocos meses después ” [1].
Estas dos obras serán, asimismo, para Mónica Quijada,
“los dos pilares sobre los que se asienta el nacionalismo del Centenario
” [2] y en el mismo sentido
se expide Fermín Chávez, en prólogo a la tercera
edición del libro de Rojas [3]
, aunque en su caso agrega un tercer pilar: el “Prometeo”
de Lugones, publicado en el mismo año 1910
[4] .
...Parecida actitud, por último, con
la particularidad de omitir toda mención al libro de Gálvez,
es la que adopta Enrique Zuleta Alvarez en los dos exhaustivos tomos de
su historia del nacionalismo argentino
[5].
Sintomáticamente, ninguno de los autores nombrados se detiene en
la figura precursora de Manuel Ugarte (1875-1951), un hombre que, pese
a militar en las filas del socialismo -o acaso por esa misma circunstancia-,
supo entrever mejor que nadie, a principios del siglo XX, el poderoso
vínculo que unía la noción de patria (en su caso,
de patria grande latinoamericana) con la posibilidad de liberación
nacional y social de las masas explotadas de nuestra tierra.
...Sin pretender menoscabar la importancia
de los citados libros de Rojas y Gálvez, de los que hablaremos
más adelante, creemos necesario hacer la siguiente salvedad previa:
el nacionalismo que nace o se prefigura con estas obras, tal vez por una
interesada y sesgada lectura posterior, hecha tanto por “autoritaristas”
como por “democráticos” [6],
se convierte en realidad en el precursor de una
de las vertientes del nacionalismo, ésa -reaccionaria y sin
pueblo- que alguna vez le hizo exclamar a Jauretche, “yo no
soy nacionalista, soy nacional”, y en otra ocasión,
con motivo de una polémica con Jordán Bruno Genta: "el
nacionalismo de ustedes se parece al amor del hijo junto a la tumba del
padre; el nuestro, se parece al amor del padre junto a la cuna del hijo,
y esta es la sustancial diferencia. Para ustedes la nación se realizó
y fue derogada; para nosotros, sigue todavía naciendo" [7].
...El nacionalismo de derecha, punta de lanza
en la caída de gobiernos populares como los de Yrigoyen y Perón
-derrotas nacionales usufructuadas a la postre por el liberalismo
más crudamente colonial- ciertamente dista en puntos básicos
de aquella otra vertiente del nacionalismo (con mayor preponderancia social
y, en ciertos casos, de clara orientación marxista) a la que se
ha denominado nacionalismo popular o nacionalismo revolucionario y que
reconoce raíces ideológicas en autores del siglo XIX como
el último Alberdi, los hermanos José y Rafael Hernández,
Carlos Guido y Spano y el médico, abogado e ingeniero agrónomo
español Juan Bialet-Massé, entre otros.
...Para los días del Centenario -quizá
sin saberlo él mismo- esta corriente tenía a su expositor
más eminente en Manuel Ugarte, autor de “El porvenir
de la América Española” (Valencia, 1910). Un
escritor venezolano, contemporáneo de Ugarte y bolivariano ejemplar,
Rufino Blanco Fombona, lo supo ver con claridad: “Hay dos corrientes
de ideas entre los argentinos, por un lado, la que empieza con Rivadavia
y sigue con Mitre, y su hermana, a la cual pertenece Manuel Gálvez,
que últimamente nos hablaba del protectorado argentino desde Chile
a México, y por otro, el nacionalismo popular latinoamericano expresado
en Dorrego, Juan B. Alberdi y Manuel Ugarte” [8].
Que un venezolano nos recuerde cuáles son las auténticas
bases de nuestro pensamiento nacional y popular no es exclusiva característica
de los días presentes, como puede apreciarse…
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[1] Payá,
Carlos y Cárdenas, Eduardo. El primer
nacionalismo argentino en Manuel Gálvez y Ricardo Rojas,
Bs. As., Peña Lillo, 1978; p 13. [2]
Quijada, Mónica. Manuel
Gálvez: 60 años de pensamiento nacionalista,
Bs. As., CEAL, 1985; p. 25. [3]
Bs. As., Peña Lillo, 1971; p. 7.
[4] La mayoría
de los autores que han estudiado el fenómeno del nacionalismo argentino
datan su origen, más restringidamente, en la década de 1920.
Julio Irazusta (El pensamiento político
nacionalista, Bs. As., Obligado, 1975) lo sitúa
específicamente en 1927 con el nacimiento de “La Nueva República”.
Por su parte, la historiadora hispano norteamericana Marysa Navarro Gerassi,
en Los nacionalistas
(Bs. As., Jorge Alvarez, 1968), pese a distinguir correctamente dos expresiones
diferenciadas: el nacionalismo popular y el de derecha, solo se aboca al
estudio de éste último, partiendo también de la década
del ‘20. Por último, los profesores María Inés
Barbero y Fernando Devoto (Los nacionalistas,
CEAL, 1983) luego de subdividir al nacionalismo en cinco grupos diferentes,
terminan definiéndolo, en globo, como un “movimiento que, tras
algunas voces precursoras de la década del diez (significativamente,
sólo mencionan a Rojas y a Gálvez) surgirá en los años
veinte…”, etc., etc. [5]
Cfr. El nacionalismo
argentino, Bs. As., La Bastilla, 1975.
[6] Al respecto
es muy esclarecedor el trabajo presentado por Eduardo Toniolli a las Jornadas
de Pensamiento Argentino, organizadas en Rosario en noviembre del 2003.
(Cfr: http://jornadas.tripod.com.ar). [7]
Jauretche, Arturo. FORJA
y la Década Infame, Bs. As., Coyoacán,
1962; p. 43. [8] Prólogo
a Francisco Solano López y la guerra
del Paraguay de Carlos Pereyra. Citado por
Norberto Galasso en “Cuadernos para la Emancipación”,
Nº 5, Córdoba, agosto-diciembre 1994; p.9 |
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2
“LA RESTAURACION NACIONALISTA”.
...El libro de Ricardo
Rojas había nacido como una misión burocrática encomendada
por el gobierno nacional con el fin de “estudiar el régimen
de la educación histórica en las escuelas europeas”.
...“Cumplí el encargo
- dice Rojas en el prólogo a la segunda edición
[9] -, regresé a mi país, presenté el
informe, y, bajo el título de ‘La restauración nacionalista’,
dicho informe, impreso oficialmente, fue repartido gratis a los maestros
y publicistas de la República”.
...El calor oficial, que jamás acompañó
la vida ni la obra de Ugarte, parecía signar con su favor aquel
libro de Rojas, seguramente el más importante de los muchos que
escribiera, y el cual, ya desde el título, “por su tono
alarmante, inactual y agresivo”, pretendía ser “un
grito de escándalo” lanzado con audacia juvenil en plena
plaza pública. Sin embargo, cuando apareció publicado
[10], “un largo silencio sucedió a su aparición
de un extremo al otro del país. Los principales diarios de Buenos
Aires ni siquiera publicaron el habitual acuse de recibo. Las más
altas personalidades de la política y las letras guardaron también
un prudente mutismo” [11].
...Era lógico, ya que además
de rebelarse contra una educación cosmopolita y alejada de las
tradiciones nacionales, Rojas estampaba en su libro frases y pasajes de
penetrante contenido nacional, a contramano de la mentalidad de factoría
que había presidido hasta entonces el accionar político
y económico de la “plutocracia grotesca”,
como llamaba Rojas a la elite dominante.
...No era poca cosa sostener en la Argentina
ultraliberal de 1909 que el Estado, “en nuestra sociedad anárquica
y egoísta ha tenido la iniciativa de casi todos los progresos”
[12], o afirmar, en abierta fractura con la política educativa
de la época, enciclopédica e irremediablemente europeísta,
que “el momento aconseja con urgencia imprimir a nuestra educación
un carácter nacionalista por medio de la Historia y las humanidades
” [13] y que “el
fin de la Historia en la enseñanza es el patriotismo”
[14].
...Resultan también notables algunas
apreciaciones como ésta, que tan ajustadamente le sigue cuadrando
a no pocos cultores de nuestras evanescentes letras actuales: “la
literatura no es vano ejercicio, sino esfuerzo trascendental ligado a
la existencia misma de la nación” [15],
o esta otra, de relevante valor epistemológico: “un hecho
histórico americano cambia mirado desde Europa; así el hecho
histórico europeo, cambia mirado desde América, cuando se
le mira con los ojos americanos, y no con lentes de doctor alemán
o gafas de político francés ” [16].
...El mismo Rojas adopta por momentos esa
perspectiva y, al observar la historia argentina “con ojos americanos”,
constata: “la montonera no fue sino el ejército de la
independencia luchando en el interior, y casi todos los caudillos que
la capitaneaban habían hecho su aprendizaje en la guerra contra
los realistas. Había más afinidades entre Rosas y su pampa
o entre Facundo y su montaña, que entre el señor Rivadavia
o el señor García y el país que querían gobernar.
La Barbarie, siendo gaucha, y puesto que iba a caballo, era más
argentina, era más nuestra. Ella no había pensado en entregar
la soberanía del país a una dinastía europea. Por
lo contrario, la defendió” [17].
...¿Cómo no se iban a unir
en contra del joven intelectual santiagueño [18]
“La Vanguardia, marxista; La Protesta, àcrata,
y El Pueblo, católico”, además de “La
Prensa” y “La Nación”, si Rojas
lanzaba estos mandobles contra los dogmas historiográficos del
mitrismo, al tiempo que cargaba contra la falta de “espíritu
nacional” de la clase dirigente y de sus aliados de la prensa
periódica, cuyo propósito “de granjería
y de cosmopolitismo” los obligaba a poner “un cuidado
excesivo en el mantenimiento de la paz exterior y del orden interno, aun
a costa de los principios más altos, para salvar los dividendos
de capitalistas británicos, o evitar la censura quimérica
de una Europa que nos ignora ”? [19]
...Lamentablemente, esa llamativa unanimidad
en la crítica y en el silenciamiento, hicieron mella en el espíritu
combativo del joven Rojas, quien años después, al prologar
una segunda edición de su libro, confiesa que ya no comulga con
muchos de los dichos “de simple valor polémico”
de éste y se preocupa por dejar sentado que el texto de 1909 había
sido mal comprendido por la mayor parte de sus críticos e incluso
por algunos de sus más exacerbados partidarios.
...Ya para entonces, 1922, la vida pública
de Rojas, como crudamente señala Norberto Galasso, se había
convertido “en una permanente transacción con los grandes
poderes de la factoría, como recurso para permanecer en la vidriera
de la fama” [20].
...Si el confesado propósito de
“La Restauración…” había sido “obligar
a las gentes a que revisaran el ideario ya envejecido de Sarmiento y de
Alberdi”, lo que él mismo hará en otro libro
rescatable, “Blasón de Plata”, de 1910; el
sentido posterior de su obra y de su trayectoria (rupturista durante las
dos guerras, radical luego de caído Yrigoyen, alvearista y notorio
enemigo del peronismo más tarde) muestran con toda nitidez la claudicación
y renuncia flagrante de aquellos ideales de juventud.
...Sólo como hipótesis planteamos
la posibilidad de que esa claudicación ya estuviera prefigurada
en el texto de 1909 y en el recóndito elitismo de su pensamiento
político coetáneo.
...Son pocos los pasajes de “La
Restauración…” en los que Rojas menciona al pueblo,
criollo o inmigrado, pero cuando lo hace, invariablemente, utiliza expresiones
como “turba ignara”, “huestes descalzas”
u “hordas cosmopolitas”.
...Paradójicamente, esa lejanía
de lo popular lo aproxima al “ideario envejecido” del Alberdi
de “Las Bases” y el Sarmiento de “Civilización
y Barbarie”, ante los que él pretendía reaccionar.
Y más aún, lo acerca al Echeverría del “Dogma
Socialista”, quien luego de largas tiradas destinadas a ensalzar
los principios revolucionarios de 1789 -libertad, igualdad, fraternidad-
terminaba aseverando que “el sufragio universal es absurdo”,
pues la democracia “no es el despotismo absoluto de las masas,
ni de las mayorías; es el régimen de la razón”
y, por lo tanto, “sólo es llamada a ejercerla la parte
sensata y racional de la comunidad social ”
[21].
...Del mismo modo opinaba Rojas, quien, con
casi idénticos argumentos, participa del debate abierto en 1911
en referencia a la reforma electoral llevada adelante por el presidente
Roque Sáenz Peña.
...Respondiendo a una encuesta del diario
“La Nación” -a cuya redacción,
por otra parte, pertenecía- Rojas discurre en dos extensos artículos
sobre las condiciones geográficas, sociales, históricas
y jurídicas en las que debería asentarse el nuevo sistema
electoral argentino, y concluye aconsejando la calificación del
voto, pues, “¿cómo han de decidir de los destinos
públicos los analfabetos, los incapaces, los inconscientes?”
[22].
...Como si el problema del sufragio fuera
una cuestión de mayor o menor ilustración y no de concretos
intereses en pugna, Rojas aboga por una “oligarquía de
maestros” que “antes de llegar a la verdadera democracia”
deberá modelar la cultura ciudadana “de un pueblo heterogéneo,
escéptico, ignorante y sensual”. Así, afirma
Rojas, el progreso cultural del país, permitirá el aumento
del grupo de electores selectos en condiciones de ejercer el derecho de
votar. Por otra parte, ¿por qué alarmarse si se le niega
“a un analfabeto huarpe, quichua o guaraní, morador de
un rancho solitario, el derecho de elegir diputados y electores de presidente”,
si al fin de cuentas, “la constitución no se opone al
voto calificado” y “la igualdad y la libertad verdaderas
no podrán serlo sino más tarde, cuando la humanidad redimida
de las fuerzas cósmicas emprendan su ultimo esfuerzo de redención
sobre la tierra ”? [23].
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[9]
Bs. As., La Facultad, 1922. [10]
Cuenta Rojas que el manuscrito “no fue leído
por nadie en la Casa de Gobierno” y solo ante su gestión personal
se le permitió imprimirlo en los talleres de la Penitenciaría
Nacional. “Durante varias semanas -acota Rojas- trabajé
a la par de los presos, que me tomaron gran simpatía, consiguiendo
de sus manos un volumen estampado con amor y con elegancia”. (Prólogo
a la edición de La Facultad). Tal conspiración de silencio
administrativo contrasta con la opinión de María Teresa Gramuglio
quien nos habla de la existencia de un “nacionalismo oficial”
tendiente a conferir por entonces, a la educación pública,
el rango de herramienta integradora de una sociedad cada vez más
heterogénea. (Estudio preliminar a El
diario de Gabriel Quiroga, de Manuel Gálvez,
Bs. As., Taurus, 2001; p.23). [11]
Rojas, Ricardo. La Restauración
Nacionalista, Bs. As., Peña Lillo, 1971;
p. 17. [12] Id.,
p. 131. [13] Id.,
p. 84. [14] Id.,
p. 47. [15] Id.,
p. 164. [16] Id.,
p. 80-81. [17]
Id., p. 97-98. [18] Aunque
nacido en Tucumán, Rojas se crió en Santiago del Estero, provincia
de la que su padre, Absalón Rojas, fue gobernador. [19]
Id., p. 133-34. [20] Jauretche,
Arturo. Libros y alpargatas, civilizados o
bárbaros. Introducción y comentarios
de Norberto Galasso, Bs. As., Los Nacionales Editores, 1983; p 38.
[21] Echeverría,
Esteban. Obras completas,
Bs. As., Carlos Casavalle Editor, 1870-1874, v.4. [22]
“Cuestiones electorales. La encuesta de La Nación.
Opinión del señor Ricardo Rojas”, diario “La Nación”,
11 de septiembre de 1911; p. 10. Recordemos que sólo dos años
antes, en La Restauración Nacionalista,
Rojas opinaba que “en el estado actual de nuestro país es preferible
el analfabeto con ciertos instintos sanos, que el alfabeto sin preocupaciones
a favor de la nación”. (Op. Cit., p. 153). [23]
Íbidem. |
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3
“EL DIARIO DE GABRIEL QUIROGA”. ...Manuel
Gálvez, amigo y contertulio de Rojas, quien por esos días
lo visita periódicamente en su quinta “Sweet Home”
de Olivos [24] , publica esta inflamada
requisitoria contra “el cosmopolitismo y la desnacionalización
actuales”, en y con motivo de la fecha del centenario.
...Su estilo ameno, directo y desprejuiciado
-al que se anima, sin duda, por haber ideado el subterfugio de adjudicar
esos apuntes a Gabriel Quiroga, personaje ficcional, aunque notorio “alter
ego” suyo- asiste a Gálvez para proclamar su ideario
nacionalista, arriesgándose, paradójicamente, a que sus
conciudadanos lo acusen de “mal patriota” o se nieguen
a oírlo “porque están de fiestas”,
y a sabiendas de que “entre tantos elogios, como los que la
adulación cosmopolita y la vanidad casera asestarán a mi
patria, daré ‘la nota discordante’. Pero no me aflijo.
Por el contrario, ello me encanta, pues considero delicioso no estar de
acuerdo con los demás ” [25].
...El tono provocador, audaz de esas palabras
recorre las páginas de este libro polémico que, sin embargo,
“pasó casi inadvertido”
[26] en el momento de su aparición.
...Su leit motiv, como en el texto
de Rojas, lo constituye la crítica recurrente al abandono de las
tradiciones nacionales y la consiguiente desnacionalización del
espíritu argentino en aras de una búsqueda desenfrenada
de la riqueza material y el progreso sin alma.
...Gálvez dirige su ataque al carácter
cosmopolita del nuevo país; cosmopolitismo especialmente arraigado
en Buenos Aires, “ciudad tentacular”, y desde allí
transmitido a los pueblos mediterráneos, donde, empero, se conservan
aún atisbos de resistencia como el amor a la patria y el culto
del pasado tradicional y romántico.
...Hay sin dudas un profundo sentimiento
reaccionario en esa idealización decadentista del interior, cuya
filiación verán algunos en el Miguel Cané de “Prosa
ligera”, quejoso de la insolencia de la servidumbre inmigrada:
“hoy nos sirve un sirviente europeo que nos roba, que se viste mejor
que nosotros y que recuerda su calidad de hombre libre apenas se le mira
con rigor. Pero en las provincias del interior, sobre todo en las campañas,
quedan aún rastros vigorosos de la vida patriarcal de antaño,
no tan mala como se piensa” [27].
...También Gálvez exalta la
”tradición colonial” de la vida provinciana,
“nuestro pasado romántico y ferviente”, en
el que, paradójicamente, finca su optimismo sobre el porvenir argentino;
pero, diferenciándose del autor de “Juvenilia”
-al que llama burlonamente “Homais de protocolo”
[28] -, no deja de
señalar el aislamiento, la chatura y la secular escasez en que
vegetan las provincias del Norte y percibe que esa situación de
estancamiento sólo puede ser superada por la presencia niveladora
de la próspera Buenos Aires. “Todas las excelencias provincianas
serán perdidas mientras no realicemos el milagro de llevar Buenos
Aires a las provincias y de traer las provincias a Buenos Aires”
[29]. Para ello es imprescindible,
amén de “llenar las provincias de ferrocarriles y de
escuelas”, cumplir “una sabia política hidráulica”,
ya que “dar agua a las provincias es darle civilización,
ideas, higiene, población, trabajo, riqueza. El agua será
para las gentes de provincia lo que hará nacer su actividad mental
y material ” [30].
...En cuanto al otro término de la
relación -el que más desvela a Gálvez-: “traer
las provincias a Buenos Aires”, el futuro novelista, en consonancia
con la propuesta de su amigo Rojas, plantea recuperar la vida espiritual
del país “por la educación de los ciudadanos,
el estudio del alma colectiva y la sugestión de los viejos ideales”
[31] . Pero no se queda
sólo allí; si con ello no alcanzara, la dupla Gálvez-
Quiroga propone un método más expeditivo: la guerra con
el Brasil, y más específicamente el desastre que sobrevendría
a una casi segura derrota, “pues sólo el desastre logrará
hacernos reconcentrar en nosotros mismos, ver nuestra historia y nuestra
vida más seriamente que hasta ahora, y saber que la gloria reside
en cosas nobles, estables y profundas” [32].
...La entrada del Diario en que consigna
esta extravagante idea corresponde a 1907, pero en la última de
ellas, datada el 16 de mayo de 1910, el autor se regocija porque otro
hecho violento, aunque de alcance doméstico, ha venido a demostrar
que la “energía nacional” no había
desaparecido. Hace referencia al vandalismo de ciertas patotas de jóvenes
“bien” que en respuesta a la actitud anarquista de
boicot a los festejos del centenario, se dedicaron a empastelar imprentas
y a perseguir y maltratar obreros “mientras echaban a vuelo
las notas del himno patrio”. Tales hechos de violencia, afirma
Gálvez, “han socavado un poco el materialismo del presente,
han hecho nacer sentimientos nacionalistas, han realizado una conmoción
de entusiasmos dormidos y tal vez han vuelto innecesaria la guerra y la
catástrofe que hasta hoy me parecían de absoluta necesidad
como terapéutica de caso extremo” [33].
...El profundo desacierto de Gálvez
radica en creer que algo podía esperar el país de los sectores
minoritarios de la clase oligárquica, cuyo patriotismo conservador
era de vuelo tan bajo que, ante el primer atisbo de levantamiento de las
masas, correría a refugiarse en los brazos protectores del
“odiado” amo extranjero. El nacionalismo preconizado
por Gálvez en este libro, como antes lo vislumbramos en el de Rojas,
tiene los límites férreos propuestos por su elitista desconfianza
hacia el pueblo. Años después, pese a sus simpatías
por el peronismo y ante la disyuntiva entre el poder reaccionario de la
Santa Sede y el de las masas haciendo su revolución, terminará
por definirse a favor del primero, publicando una de sus obras más
antipopulares, “Tránsito Guzmán”, la
que marca el ocaso definitivo de su carrera como novelista.
...Lo apuntado, sin embargo, no es motivo
para que dejemos de destacar, entre incontables y desconcertantes máculas,
los logros, que son muchos, verdaderas iluminaciones de la obra que venimos
comentando, paradójicamente dedicada a Mitre y a Sarmiento [34],
aunque en rigor destinada a criticar acerbamente las ideas esenciales
de ambos próceres.
...En ese sentido, las páginas dedicadas
al sanjuanino resultan antológicas: “Sarmiento quedará
como el más grande de los argentinos porque ha sido el más
argentino de todos”. Pero no por su ilustración o por
su afán liberal y progresista, sino porque “dentro de
sí, tal vez sin saberlo, llevaba toda la barbarie de su tiempo”.
Es más, “sus libros, informes y bárbaros, son
la obra de un faccioso y equivalen en literatura a la montonera y a la
política de desorganización”.
...Para Galvez el unitarismo de Sarmiento
“y su anhelo de implantar en el país instituciones y
costumbres norteamericanas son cosas incomprensibles”, dado
que Sarmiento “era el tipo genuino del federal y del castellano
viejo” y espiritualmente se hallaba “más cerca
del Chacho que de Rivadavia y de Juan Cruz Varela”. Por eso
lo menos admirable del sanjuanino es su obra unitaria, civilizadora,
“exótica dentro de un temperamento como el suyo”.
...Años después, en su biografía
de Sarmiento, con muchos más elementos de juicio a su alcance,
Gálvez desarrollará estos conceptos - no del todo de acuerdo
con el revisionismo rosista tradicional-, atenuando un tanto su entusiasmo
por don Domingo, pero, en el fondo, sin modificaciones demasiado sustanciales
[35].
...Algo más dura resulta su crítica
respecto de Alberdi, sobre todo una en la que, al par de mostrar una notable
penetración y honestidad intelectual, Gálvez contradice
otros pasajes, notoriamente racistas de su libro
[36].
...Su crítica al pensador tucumano
se centra en una expresión de éste: “En América,
lo que no es europeo es salvaje”. “Con tal frase entendía
negar el americanismo”, comenta Gálvez. Y arremete:
“Alberdi, como los sociólogos librescos de ahora, parecía
ignorar que la mezcla de las razas es un hecho evidente. Tal vez no haya
una sola familia tradicional cuya sangre europea, en el pasado secular,
se librara de la aleación inevitable con la estirpe aborigen. (…)
Viajando por el interior de la República se comprueba la existencia
del tipo americano, que no es español ni es indio, si bien participa
en algo de uno y otro” [37].
Esta correcta y, para la Argentina de la época, insólita
apreciación del fenómeno del mestizaje, lo lleva a sostener
la existencia de un “tipo americano, genuino y característico”
y más aún: “otro dato que prueba la realidad de
mis afirmaciones es que, diferenciándonos de los europeos tan visiblemente,
los hispanoamericanos tenemos infinidad de costumbres, sentimientos e
ideas comunes. (…) Todas las semejanzas que tenemos los hispanoamericano
unos con otros, mal que nos pese a los argentinos, nos acercan increíblemente
y revelan, no sé si por suerte o por desgracia, la existencia de
un tipo uniforme en los países americanos de habla española”
[38]. Más adelante veremos
que esta idea es compartida por Manuel Ugarte, quien, dicho sea al pasar,
frecuentó la amistad tanto de Gálvez como de Rojas, especialmente
del primero, con quien mantuvo asidua correspondencia desde Europa
[39].
...Imposible sería reseñar
en pocas páginas -constreñidos como estamos por el
espacio- este libro breve y apasionado, pero lleno de ideas siempre audaces
e incitantes. No nos resistimos a copiar ésta que destina a Alberdi
pero le cae, como sayo de sastrería, a muchos pedantes académicos
de ayer y del presente: “Hay hombres que, no habiendo salido
jamás de Buenos Aires sino para ir a Europa, escriben seriamente
y sapientísimamente volúmenes de sociología argentina”
[40]. O esta otra: “Los
cuarenta años de nuestra barbarie no son otra cosa que la rebelión
del espíritu americano contra el espíritu europeo”
[41]
. O finalmente esta aseveración, que lo muestra como
un verdadero adelantado de la escuela histórica revisionista, tanto
de derecha como de izquierda [42]:
“Los caudillos, oponiéndose al unitarismo, salvaron al país,
sin saberlo indudablemente, de su precoz desnacionalización. Ellos
fueron los oscuros trabajadores de nuestra nacionalidad. Mientras los
unitarios meditaban constituciones abstractas, tramaban pactos con los
gobiernos extranjeros contra su propio país y escribían
odas retóricas y pedantes, en las entrañas de aquella barbarie,
hoy tan incomprendida, se elaboraban la conciencia nacional y el espíritu
eterno de la futura Patria ” [43]. |
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[24]
Cfr. Gálvez, Manuel. Amigos y maestros de mi juventud, Bs. As., Hachette,
1961; p. 308 [25] Galvez, Manuel.
El Diario de Gabriel Quiroga, Bs. As., Taurus, 2001; p. 80. [26]
Gálvez, M. Amigos y maestros de mi juventud, p. 308. Agrega Galvez:
“La edición era apenas de quinientos ejemplares y se vendió
lentamente. Nunca ha sido reeditado”. Después de su muerte,
en 2001, lo volvió a editar Taurus, con un prólogo “halperindonghiano”
de María Teresa Gramuglio. [27]
Cané, Miguel. Prosa ligera, Bs. As., Vaccaro, 1919; p. 79 (La 1ª
edición es de 1903). [28]
Gálvez, M. El Diario de Gabriel Quiroga; p. 108. [29]
Ídem; p. 150. [30] Ídem;
p. 151. [31] Ídem; p. 86.
[32] Ídem; p. 103. [33]
Ídem; p. 202. [34] Dice
la dedicatoria: “A la memoria de aquellos dos espíritus eminentes
que enaltecieron a la patria de prestigios insignes, espíritus fecundos
y prodigiosos, espíritus preclaros en los libros y en las armas y
en el gobierno de los pueblos; aquellos dos espíritus románticos
y buenos, que fueron el ornamento de nuestra historia, que expresaron el
alma de la patria vieja y que llevaron sobre la tierra estos nombres sonoros,
augustos, inolvidables: ¡Mitre, Sarmiento!”. [35]
Cfr. Gálvez, Manuel. Vida de Sarmiento. El hombre de autoridad, Bs.,
As, Tor, 1952 (2ª. edición). [36]
Por ejemplo ésta: “Las revoluciones provincianas y los actos
de salvajismo que cometen en la capital jóvenes de familias pudientes,
sobre todo en los carnavales, cuando aullando como pampas asaltan a las
gentes pacíficas en bárbaros malones, revelan el espectro
del indio en ciertos argentinos civilizados. Y lo mismo sucede con el mulato.
Hay personas respetables, cultas, correctas, en quienes el atavismo y la
influencia de sangre blanca sobre la línea ascendente han borrado
al remoto abuelo mulato y que, sin embargo, en tal momento de su vida realizan
un acto indigno de ellos. Es el mulato que reaparece”. (En: Gálvez,
M. El Diario de Gabriel Quiroga; p. 141). [37]
Ídem; p. 127. [38] Ídem;
p. 129. [39] Sobre su amistad con
Gálvez ver las páginas que éste le dedica en el tomo
IV de sus Memorias: En el mundo de los seres reales, Bs. As., Hachette,
1965; p. 247 a 252. [40] Gálvez,
M. El Diario de Gabriel Quiroga; p. 128. [41]
Ídem; p. 131. [42] Sobre
la existencia de ambas tendencias dentro del revisionismo histórico
argentino, es provechoso consultar la polémica reciente entre Norberto
Galasso y Jorge O. Sulé, en los sitios de Internet www.pensamientonacional.com.ar
y www.discepolo.org.ar/index2.htm. [43]
Gálvez, M. El Diario de Gabriel Quiroga; p. 132. |
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“EL PORVENIR DE AMERICA LATINA” ...Si
bien es cierto que libros como “La Restauración Nacionalista”-
como vimos, desvirtuado en buena parte por la obra posterior de Rojas-,
y “El Diario de Gabriel Quiroga”, de Gálvez,
constituyen un aporte sin duda importante para el desarrollo de una tendencia
ideológica de signo nacional en la Argentina, la contribución
de Manuel Ugarte -silenciada póstumamente con más
empeño aun de lo que fuera en vida- consta de puntos focales de
tal originalidad y vigencia que lo ubican como un visionario en muchos
aspectos del quehacer político y cultural argentino (y latinoamericano)
del último siglo. Nos abocaremos en estas páginas, exclusivamente,
a su libro de 1910 “El porvenir de la América Española”,
coetáneo de los textos de Rojas y Gálvez, pero desatendido
-cuando no simplemente ignorado- por los estudiosos del pensamiento
político argentino y particularmente del, por algunos denominado,
“primer nacionalismo” o “nacionalismo del
Centenario [44] ”.
...El texto de Ugarte comienza contemplando,
“con perspectiva histórica”, el drama del
descubrimiento y la conquista americanas por parte de Europa.
Sin plegarse a las prejuiciosas leyendas (negra y rosa), prevalecientes
por entonces, deduce con criterio particular que la conquista fue cruel
y fanática (aunque llena de rasgos heroicos) porque el espíritu
de la Edad Media aún pervivía en los conquistadores. Éstos
estaban conformados en la atmósfera feudal, dominada por la violencia
y el exterminio y no dejaron crimen por cometer en las nuevas tierras.
Pero, lejos de achacar esas iniquidades al pueblo español, Ugarte
recuerda que para el régimen feudal “el fuerte tenía
derechos naturales sobre el débil” y por lo tanto las
manchas de la conquista deberían ser cargadas por un siglo, no
por una nación.
...Los indios -dice Ugarte- poseían
otro sentido, más altruista, de la solidaridad, pero los descubridores,
pese a todos sus crímenes, dieron cima a “la más
noble victoria del espíritu humano”. Por eso, paradójicamente,
la conquista fue una proeza heroica y al mismo tiempo una catástrofe.
Algunos se felicitan de esto último en nombre del progreso. Pero
Ugarte no comparte ese prejuicio. No existen los hombres inferiores, “todos
pueden alcanzar su desarrollo si les colocamos en una atmósfera
favorable”. Por eso, “si queremos ser plenamente
americanos, el primitivo dueño de los territorios tiene que ser
aceptado como componente en la mezcla insegura de la raza en formación
[45] ”.
...La defensa del mestizaje - “mezcla
hirviente de la futura raza sudamericana”- que hace Ugarte
en este libro, en directa conexión con el José Vasconcelos
de “La raza cósmica” (1925), resulta inusual
en la literatura argentina de la época, tan plagada de darwinismo
social y racismo spenceriano o puramente criollo. La sociología
discriminatoria que entre nosotros cultivaron los Bunge, Ingenieros, Alvarez,
Rivarola y tantos otros, herederos directos de los Alberdi, Mitre [46]
y Sarmiento del siglo XIX, demostró la carencia más
absoluta del sentido de la realidad y como bien dice Rodolfo Puiggrós
“todo lo redujo a una subalterna acusación de impotencia
de la cruza de español, negro e indio comparada a la pureza, la
inteligencia y la capacidad de trabajo de los anglosajones y germanos
[47]”.
...Ugarte, en cambio, cree imprescindible
reconocer que a los mestizos “desde el punto de vista de la
nacionalidad, les debemos la mitad de lo que somos
[48]”, porque ellos formaron parte de los ejércitos
libertadores y fueron después, en el Río de la Plata, quienes
“dieron su sangre a Artigas, Ramírez o Quiroga para tener
en jaque la tiranía de los puertos y el espíritu absorbente
de sus representantes [49]”.
...Eso no implica -en opinión
de Ugarte-, que lo que hay en nuestra sangre de ascendencia española
no deba ser reivindicado. Sobre todo el aporte de la “inmigración
actual”, que nos trae “lo mejor de España
[50]”.
“Lejos de quejarnos de nuestra filiación, enorgullezcámonos
de ella- dice-; porque lo que hace la fuerza de los grupos es la constante
comunión con los antepasados
[51]”. Lo que no significa reivindicar sin más,
el supuesto título de europeos trasplantados. Eso sería
totalmente absurdo, ya que no es posible negar que los americanos del
Sur se distinguen de una manera profunda de todas las nacionalidades,
sin exceptuar la española.
...La diferencia, para Ugarte, proviene del
“suelo, las inmigraciones y la levadura indígena”.
Por eso, somos herederos de Moctezuma y Guatemozín, “de
quienes nadie puede avergonzarse”, pero también reconocemos
la filiación hispánica, ya que de, lo contrario, “nos
condenamos a edificar en el viento”. Solo fortificaremos nuestra
originalidad “cultivando el orgullo de lo que somos
[52]”.
...En EEUU no hubo mezclas. Entre nosotros
sí. No por eso somos mejores o peores- razona Ugarte. Somos simplemente
diferentes. “En vez de atarnos a la zaga de otros pueblos, tratemos
de cohesionar las moléculas utilizando del mejor modo posible nuestras
características y nuestra composición
[53]”.
...Pensar en contrario sería atarse
a “atavismos insepultos”; esos de los que hablan
los publicistas de la época pero que Ugarte, menos ceñido
a sociologismos vacuos que a su potente genio político, avizora
como fruto de la incertidumbre en que vivimos los latinoamericanos
“ante el porvenir de un continente dividido”. La desunión
de las veinte repúblicas nacidas con un destino común, y
ahora desmigajadas cuando no enfrentadas por meras rencillas de campanario,
constituye nuestro verdadero drama y el problema a resolver en el inmediato
futuro. “Hay más diferencia entre dos provincias de una
nación de Europa que entre cualquiera de nuestros países”,
incluido Brasil, hijo de Portugal y por ende “fragmento de la
gran España”. Diferenciándose de Gálvez
y su pretensión bélica de patria minúscula, Ugarte
afirma rotundamente que “el Brasil forma parte integrante del
haz hispanoamericano y su destino como nación es inseparable del
resto del continente [54]”.
Un destino que nos enfrenta inexorablemente con la otra América,
la América anglosajona, cuyos intereses son inconciliables con
los nuestros.
...A partir de este punto, Ugarte despliega
un amplio caudal de argumentos para demostrar la antinomia histórica
entre las dos Américas y concluye: “todo tiende a alejar
a los latinos de los anglosajones y todo concurre al mismo tiempo a hacer
que estos últimos influyan de una manera preponderante sobre los
primeros [55]”.
...No desconoce la lógica histórica
del expansionismo norteamericano -contra el que viene batallando desde
hace ya casi una década [56]
-, por lo que, sin agotarse en “recriminaciones estériles”,
recomienda “medir el horizonte y desarrollar la acción
más eficaz para salvaguardar los destinos” de esta parte
del continente.
...Ugarte habla pensando en el porvenir de
América Latina. “Empecemos por saber hasta dónde
llegan nuestras fuerzas para poder defender si es necesario a medio siglo
de distancia las prolongaciones de nuestro espíritu
[57]”.
Pero la unificación es vital y no admite deserciones. “Nuestros
Eldorados que no saben manufacturar sus productos y nuestras Prusias que
compran sus armamentos al extranjero [58]”
no pueden salvarse desunidos ni restringiendo su unidad a unos pocos países
menos indefensos por su lejanía geográfica del usurpador.
“Para salvar el imperio de nuestra raza en la mitad del Nuevo
Mundo, no basta que las cuatro o cinco repúblicas más prósperas
se mantengan inaccesibles. Desde el punto de vista general, sería
reducir de una manera monstruosa el radio de nuestra influencia, sin conseguir
trazar por eso una demarcación definitiva. Y desde el punto de
vista particular de cada Estado las tierras sacrificadas así no
resultarían más que un puente tendido al invasor, que se
acercaría irradiando cada vez con mayor fuerza desde la frontera
en marcha, hasta transformarse en un gigantesco vecino absorbente
[59]”.
...Ugarte reclama así la unificación
de toda la América española, “desde el norte de
México hasta el estrecho de Magallanes”, por encima
de querellas y susceptibilidades secundarias fomentadas en muchos casos
por el propio accionar imperialista.
...La pregunta que el lector de “El
porvenir…” se hace a esta altura es ¿qué
ocurre con Europa y, esencialmente, con Gran Bretaña? ¿Cómo
ve Ugarte nuestra vinculación con los países del Viejo Mundo?
...Con cierta ingenuidad, tal vez nacida
del hecho de que Ugarte escribe pensando en el continente entero y no
exclusivamente en la Argentina o en el extremo sur del mismo, tras reconocer
que “todo el comercio sudamericano” está en poder de
Europa, no ve en ello riesgo alguno, pues “lo que hace que el
peligro europeo se desvanezca es su propia composición: la diversidad
de naciones y de intereses que lo forman [60]”.
Hay una “amenaza real”, la de los Estados Unidos
y una amenaza que él cree “ficticia”, la de
Europa. De todas maneras, esa confianza no le impide advertir el peligro
que implica para nuestros países “entregarse a los empréstitos
y a la industria de una sola gran nación”. Por el contrario,
la voluntad unida de América Latina debe tender “a reunir
el mayor número de competidores” con el objeto de “neutralizar
los apetitos y crecer al calor de las rivalidades
[61]” de las potencias.
“Nuestra táctica debe inspirarse en la que Francia siguió
durante el último conflicto: ni con aquéllos ni con estos
[62]”, afirma Ugarte,
pronosticando así la que sería luego su posición
neutralista durante las dos guerras mundiales.
...Esa prescindencia tanto de Estados Unidos
como de Europa, ese delicado equilibrio de intereses mutuamente contrapesados,
constituye para Ugarte -aparte de la imprescindible unificación
de todas las secciones latinoamericanas-, una de las principales medidas
que puede esgrimir nuestro continente, “no solo para detener
la influencia invasora de la América inglesa, sino también
-de una manera más amplia- para ponerse al abrigo de todas
las intrusiones [63]”.
Para ello, sugiere luchar contra el enemigo imperialista usando a nuestro
favor los fundamentos de la doctrina Monroe. Con el auxilio de la política,
ese “junco flexible [64]”,
y “puesto que los Estados Unidos se empeñan en preservarnos
de Europa, dejémosles hacer, a condición, naturalmente,
de que Europa nos defienda de los Estados Unidos [65]”.
...Pero Ugarte no se detiene allí.
Emulando en algunos aspectos la política emancipadora propiciada
por Mariano Moreno un siglo antes en su “Plan Revolucionario
de Operaciones”, propone sembrar la discordia en el campo enemigo,
ya que “la poderosa República del Norte tiene también
sus puntos vulnerables [66]”.
Más allá de “la concentración de las fortunas
y el aumento de los monopolios”, preanunciadores de gigantescas
crisis económicas, Estados Unidos vive “un hondo antagonismo
de pueblos, una lucha a muerte entre hombres blancos y hombres de color
que, utilizada por un adversario inteligente, puede llegar a desangrar
su empuje [67]
”. Del mismo modo, aparece en el panorama mundial un factor
nuevo: el Japón, que le disputa el predominio en Asia y por lo
tanto, al igual que Europa, “contribuirá a contener a
los yanquis si sabemos encauzar los hechos hasta equilibrar las tres fuerzas
que se anulan [68]”.
Por último, no descarta Ugarte el estallido que ante cualquier
“circunstancia oportuna” producirá el fermento
revolucionario en los países anexados por el expansionismo imperialista.
...Así, “acumulados sobre
la base de la unidad, estos elementos constituyen el andamiaje de un sistema
de defensa [69]”,
del que Ugarte no excluye otros aspectos de importancia como el arte y
las comunicaciones.
...Con respecto al primero, nuestro autor
-poeta y narrador él mismo- aboga por un arte propio, nacional,
pues “los que arguyen que la belleza es universal, olvidan que
el sol también lo es, y que sin embargo su aspecto y su influencia
cambian según el lugar del mundo que nos sirve de observatorio
[70]”.
En ese sentido es importante la construcción de una nueva noción
de nacionalidad, en la cual “las fronteras están más
lejos de lo que suponen los que solo atienden a mantener dominaciones
efímeras, sin comprender que por sobre los intereses del grupo
están los de la patria y por sobre los de la patria los de la confederación
moral que forman los latinos dentro del Continente
[71]”.
...Con el fin de estrechar los lazos de esa
confederación por ahora solo moral - pero observable claramente
en el matiz propio de nuestra literatura, de nuestras instituciones políticas,
de nuestro idioma, de nuestros héroes en común, como San
Martín y Bolívar- Ugarte proclama la urgente necesidad de
“establecer comunicaciones especiales entre las diferentes repúblicas
[72]”,
a través de la instalación de líneas telegráficas
y ferrocarriles. Las primeras porque “es un contrasentido que
las noticias de la América española nos lleguen después
de haber pasado por Washington [73]”,
y los segundos porque “del intercambio de productos, gentes
e ideas, de la creciente comunidad de costumbres y de propósitos,
brotará acaso al cabo de poco tiempo la necesidad de estrechar
los vínculos hasta unificar el porvenir como confundimos el pasado
[74]”. Esbozando
el principio de lo que muchas décadas después Samir Amin
llamaría la “desconexión”, Ugarte sostiene
que “para alcanzar el resultado apetecido sería preferible
que esas comunicaciones no se unieran con las de la nación invasora
y dejaran al Norte, por lo menos durante algunos años, mientras
ganamos vigor, una interrupción y un hueco [75]”.
Con igual osadía, en una época de crudo liberalismo colonial,
plantea también la necesidad de que las vías férreas
que nos intercomuniquen sean “por lo menos propiedad de los
Estados por los cuales atraviesen [76]”.
...Otros dos puntos insoslayables de los
planteos de Ugarte en este libro impar son los vinculados con las reformas
sociales y políticas que los tiempos demandan, siempre teniendo
en cuenta que “la civilización no consiste en aplicar
dócilmente todas las fórmulas modernas, sino en tener vida
propia y en examinar las que se ajustan al grupo
[77]”.
...Con respecto a la cuestión política
y en franca oposición al pensamiento elitista de Gálvez
y Rojas, Ugarte se manifiesta con claridad: “Algunos han atribuido
el desorden a la forma de gobierno, basándose en la frase de Rousseau:
«La democracia conviene a los Estados pequeños, la aristocracia
a los medianos y la monarquía a los grandes.» Pero ni Rousseau
hizo por justificar esa máxima, ni los que invocan tan alta autoridad
tienen en cuenta el ejemplo de los Estados Unidos. Además, en tales
cuestiones no basta considerar lo conveniente; hay que tener en cuenta
lo justo. Aun suponiendo que en los países vastos resulte difícil
mantener la forma republicana, no sería ésta una razón
para caer en el contrasentido más evidente. Partiendo de la base
de que según el mismo Rousseau cada ciudadano tiene derecho a la
libertad, y dado que ésta es propiedad inalienable de cada uno,
fuera sofisma inconcebible reconocerla a quinientos mil para negarla a
diez millones. Toda forma de gobierno encierra sus peligros y en evitarlos
está la habilidad del legislador. Suprimir el sufragio libre porque
de él derivan la dictadura y el fraude, fuera lo mismo que abolir
el pensamiento porque éste es susceptible de encaminarse hacia
el mal [78]”.
...En lo atinente a la cuestión social,
las opiniones de Ugarte -por entonces incómodo afiliado al
partido socialista de Juan B. Justo- son también firmes y tajantes.
“Una concepción ensanchada de la justicia empieza a exigir
que, después de haber democratizado el poder político, hagamos
lo posible por democratizar el poder económico
[79]”. Para ello
aboga por el arbitraje estatal, “porque si el Estado se negara
a inmiscuirse en las relaciones de los grupos que coexisten en su seno,
tendría que negarse, para ser lógico, a intervenir en las
disputas callejeras [80]”.
Así, y ya que “el porvenir de un país no puede
inmolarse en aras de la riqueza individual”, es necesaria la
intervención del Estado para la cristalización urgente de
reivindicaciones laborales, como la jornada de ocho horas, el descanso
semanal, la reglamentación del trabajo de la mujer y el niño,
la prohibición del trabajo nocturno y diversas medidas de higiene
y salubridad en los talleres, que ayuden a subsanar “los desfallecimientos
de una legislación antigua que sólo defiende las propiedades
en detrimento de los hombres [81]”.
...Ahora bien, ese intervencionismo estatal
trae consigo “un corolario obligado”: la participación
obrera en las ganancias. Con su buena lógica de siempre, Ugarte
lo explica de este modo: “si los que entregan su oro a una empresa
reciben dividendos ¿por qué no ha de recibirlos el operario
que incorpora a ella su capital de sangre [82]?”.
...Estas avanzadas reformas sociales se deben
combinar, en opinión de Ugarte, con la asistencia estatal a los
más débiles “mediante socorros, pensiones, tutelas
o seguros que establezcan una solidaridad tangible entre las diversas
porciones de la nación”. El gasto público que
insumirían dichas medidas podría ser sufragado con “el
impuesto progresivo sobre la renta y los derechos del Estado en las sucesiones”,
pero si con ello no alcanzara “siempre quedaría el recurso
de poner a contribución el factor principal de nuestras prosperidades
[83]”,
es decir, la tierra.
...Aquí es, sin duda, donde el pensamiento
de Ugarte alcanza mayores niveles de atrevimiento: proponer la expropiación
de parte de la renta agraria, en manos de propietarios ausentistas y parasitarios,
para que el Estado la distribuya en favor de la prosperidad de la república
y de sus habitantes más desvalidos, sigue siendo hoy la piedra
de toque donde se detienen los impulsos incendiarios de no pocos revolucionarios
de gabinete.
...La diferencia es que Ugarte era un revolucionario
a secas, un pensador rebelde del Tercer Mundo, cuando esta expresión
ni siquiera había sido acuñada. Él percibía
con claridad que en países como los nuestros, asolados por el imperialismo,
con sus tareas nacionales de unificación e independencia política
todavía inconclusas, “la cuestión obrera no puede
desinteresarnos del problema nacional”, aunque teniendo siempre
en claro que “la victoria del país y el adelanto sindical
son vasos comunicantes [84]”.
Ugarte sabía que sin pueblo no hay revolución posible pero
también estaba convencido de que sin patria liberada no hay posibilidad
de liberación popular alguna. Por eso diría dos años
más tarde: “yo creo que el socialismo debe ser nacional”
y por eso reclamaba, en fecha tan precoz como 1910, la intervención
estatal en la economía declarándose a favor de la nacionalización
de servicios públicos (tranvías y ferrocarriles), minas,
canteras y sobre todo del negocio del seguro, que “absorbe desde
el extranjero una parte fabulosa de nuestra riqueza
[85]”.
...Un último apartado merecen las
concepciones históricas de Ugarte que lo ubican, como bien apunta
Norberto Galasso, “en el papel de uno de los primeros revisionistas
de nuestra historia, continuador de Alberdi y desarrollando su misma concepción
federal - provinciana [86]”.
En efecto, el pensador tucumano había esbozado, en su crítica
a la “Historia de Belgrano” de Mitre, que “la
revolución argentina es un detalle de la revolución de América;
como ésta es un detalle de la de España; como ésta
es un detalle de la revolución francesa y europea [87]
”. Ugarte desarrolla esa tesis, opuesta a la visión
mitrista de la historia -oficialmente vigente hasta el día de hoy-,
que describe a la revolución de Mayo como una resultante de las
invasiones inglesas y, por ende, como un mero golpe antiespañol
de inspiración librecambista y probritánica
[88]. Citemos a Ugarte: “En las alturas predominaba el
autoritarismo -dice-. En la masa fermentaban las ideas democráticas.
Si el movimiento de protesta contra los virreyes cobró tan colosal
empuje, fue porque la mayoría de los hispanoamericanos ansiaba
obtener las libertades económicas, políticas, religiosas
y sociales que un gobierno profundamente atrasado y conservador negaba
a todos, no sólo en América, sino en la misma España.
Los que pedían un régimen colonial más amplio en
las tierras jóvenes se alzaban contra la misma fuerza opresora
que combatían en el Mundo Viejo los que reclamaban una Constitución.
La revuelta fue un paso dado hacia las ideas liberales que defendían
en la madre patria muchos patriotas ilustres. Y lo que se reflejó,
agrandado por la distancia, lo que se encarnó en dos símbolos,
el virrey y el comerciante, el pesado engranaje administrativo y las ágiles
fuerzas productoras, fue la rajadura que dividía a la raza en dos
porciones antagónicas. No nos levantamos contra España,
sino contra el grupo retardatario que en uno y otro hemisferio nos impedía
vivir [89]”.
...Filiado también en el Alberdi de
los “Escritos Póstumos
[90]”, que afirmaba
irónicamente en su impugnación a Mitre: “si el
caudillaje es producto de la democracia bárbara, el despotismo
es producto de la democracia inteligente”, Ugarte -en
esto concordando también con Rojas y con Gálvez- comienza
a vislumbrar el sentido de las luchas civiles del siglo XIX y de algunos
de sus protagonistas todavía ocultos “tras la leyenda
sanguinaria que levantaron los adversarios como una polvareda de huida
[91]”. En explícita
alusión a la historia oficial afirma: “Los procedimientos
rudos unidos a la dificultad de separar en lo que a tales episodios se
refiere la verdad del error, envueltos como estamos todavía en
las pasiones y las represalias, hacen que nos dejemos influenciar a menudo
por la opinión corriente. Pero deduciendo sin pasión, leyendo
la vida a través de los comentarios que la adulteran o la violan,
caemos fácilmente en la cuenta de que Rosas y Artigas, hombres
apasionados y violentos, no hubieran levantado tantas resistencias en
una época que precisamente pertenecía a los hombres violentos
y apasionados, si no hubieran vivido en lucha con las pequeñas
oligarquías locales. Dueñas éstas de los medios de
publicidad, e inspiradoras de los pocos que por aquel tiempo podían
servirse eficazmente de una pluma, se defendieron con entusiasmo, y los
dictadores rojos tuvieron que sucumbir ante el ataque de los que, apostados
en las cuatro esquinas de la opinión, les hacían una guerra
insostenible. Pero esos gauchos bravos habían nacido en momentos
en que Europa ardía en la llama de la Revolución, y a medio
siglo de distancia, con las modificaciones fundamentales que imponía
la atmósfera, sintetizaban de una manera confusa en el Mundo Nuevo
el esfuerzo de los de abajo contra los de arriba. No eran instrumentos
de la barbarie. Eran producto de una democracia tumultuosa en pugna con
los grupos directores [92]
”.
...Finalmente, otro rasgo, de ningún
modo sorprendente, que une a este libro de Ugarte con los reseñados
de Gálvez y Rojas, es el eco glacial con que fue recibido por la
pequeña y por la gran prensa de nuestro país. A diferencia
de la notable repercusión en toda la Patria Grande, entre nosotros
fue ignorado o en todo caso displicentemente recibido como en este comentario
del órgano oficial del Partido Socialista: “El Porvenir
de la América Española es una proclama alarmista. Muchos
han venido agitando la opinión con el peligro yanqui. Pero los
pueblos de nuestro continente no los han escuchado (…). Y si la
propaganda alarmista no encuentra eco en ellos debe ser porque el peligro
no existe. No creemos en la dominación yanqui y opinamos que toda
la conquista no pasará de las republiquetas en donde se vive en
perpetua revuelta [93]”.
...El desdén de “saihb”
blanco con que habla el articulista “revolucionario”
nos exime de toda acotación. |
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[44]
Cabe acotar que en su voluminosa Crítica de las ideas políticas
argentinas (Bs. As., Sudamericana, 2002), Juan José Sebreli dedica
sólo tres (3) líneas, en la página 343, a comentar
el pensamiento de Ugarte. Lo ve como el intento -de más está
decir, frustrado- de un socialista sui géneris influido por las ideas
nacionalistas de la época. [45]
Ugarte, Manuel. El porvenir de América Latina, Bs. As., Indoamérica,
1953; p.8. (La primera edición, con el título El porvenir
de la América Española, fue publicada por la editorial Prometeo,
de Valencia, España, en 1910). [46]
El racismo de Mitre más que en sus dichos está en sus hechos,
que es donde, aconsejaba Burke, se debe ir a buscar el rasgo definitorio
de los políticos prácticos. [47]
Puiggrós, Rodolfo. Historia crítica de los partidos políticos
argentinos, Bs. As., Hyspamérica, 1986, T. 1; p. 16. [48]
Ugarte, M. Op. Cit; p. 16. [49]
Ídem; p. 15. [50] Discrepando
con el pensamiento anticosmopolita de Rojas y Gálvez, Ugarte considera
que “las inmigraciones internacionales”, no solo la española,
se agruparon “alrededor de lo que existía” y modificaron
el ambiente “sin alcanzar a transformarlo”, pues “la nacionalidad
y el espíritu autóctono tienen ya el vigor necesario para
absorber esa fuerza sin peligro y sin disminución” (Op. Cit,
pp.12 y 38). Siguiendo este orden de ideas Jauretche y Scalabrini Ortiz
hablarán después de la fenomenal “digestión social”
de los inmigrantes por parte del país criollo. [51]
Ídem; p. 11. [52] Ídem;
p. 41-42. [53] Ídem; p.
42. [54] Ídem; p. 25.
[55] Ídem; p. 52. [56]
Desde su serie de artículos sobre “el peligro yanqui”,
en el diario “El País” de Buenos Aires, durante el año
1901. [57] Ugarte, M. El porvenir
de América Latina; p. 54. [58]
Ídem; p. 62. [59] Ídem;
p. 59. [60] Ídem; p. 80.
Recordemos que en este estudio nos ceñimos a las ideas de Ugarte
de 1910 y particularmente de su libro El porvenir de la América Española.
No mucho tiempo después, ya en sus artículos del diario “La
Patria” (1914), su óptica sobre el imperialismo europeo es
más realista y crítica. [61]
Ídem; pp. 90-91. [62] Ídem;
p. 109. [63] Ídem; p. 93.
[64] Ídem p. 80. [65]
Íbidem. Al fin de cuentas, ésa y no otra fue la política
de Perón en su lucha de treinta años contra los imperialismos
yanqui y europeo. [66] Ídem;
p. 99. [67] Íbidem.
[68] Ídem; p. 105. [69]
Ídem; p. 99. [70] Ídem;
p. 148. [71] Ídem; p. 113.
[72] Ídem; p. 97. [73]
Ídem; p. 96. [74] Ídem;
p. 98. [75] Ídem; p. 97.
[76] Íbidem. [77]
Ídem; p. 120. [78] Ídem;
pp. 122-123. [79] Ídem;
p. 137. [80] Ídem; p. 139.
[81] Ídem; p. 140. [82]
Ídem; p. 141. [83] Ídem;
p. 142. [84] Ídem; p. 145.
[85] Ídem; p. 143. [86]
Galasso, Norberto. Manuel Ugarte. I. Del vasallaje
a la liberación nacional, Bs. As., Eudeba, 1973; p. 243. El
nacionalismo sudamericano por el que Ugarte comienza a bregar desde los
albores del siglo XX influirá sobre la concepción de no pocos
historiadores. Uno de ellos, Eduardo Astesano, al hacer la autocrítica
del revisionismo argentino clásico, confiesa muchas décadas
más tarde: “estábamos encerrados en los límites
de la República Argentina, independizada constitucionalmente en 1860
(por Mitre, Sarmiento y Vélez Sarsfield) como ‘Nación
Argentina’, de la ‘Nación Sudamericana ‘reconocida
en el Tucumán de 1816, definida con claridad por los libertadores
Bolívar, San Martín, Belgrano y Artigas”. (En revista
“Crear” Nº 16, noviembre- diciembre 1983, p. 22-23).
[87] Alberdi, Juan Bautista. Grandes
y pequeños hombres del Plata, Bs. As., Plus Ultra, 1991; p.
62. La primera edición, seguramente conocida por Ugarte, se incluye
en los Escritos Póstumos del tucumano, publicados en Buenos Aires
entre 1895 y 1901. [88] En su prólogo
a La Joven literatura hispanoamericana (París,
Colin, 1906), Ugarte aún adhería a la caracterización
mitrista de Mayo. La crítica de su amigo Blanco Fombona (cfr. Letras
y letrados de Hispano-América, París, Ollendorf, 1908;
p. 103 a 127), más la probable lectura de Alberdi y Andrés
Bello, quien también caracterizaba a la revolución como una
guerra intestina, lo condujo por el nuevo rumbo mucho más fructífero
y contiguo a la verdad histórica. Lo continuarían más
tarde José León Suárez en su folleto de 1916 “Carácter
de la revolución americana”, y particularmente los escritores
de la Izquierda Nacional: Rivera, Ramos, Galasso, etc. [89]
Ugarte, M. El porvenir de América Latina;
p. 29. [90] Y por supuesto en Saldías
-corresponsal suyo-, Ernesto Quesada, David Peña y otros esforzados
protorevisionistas argentinos. [91]
Ugarte, M. Op. Cit; p. 125. [92]
Ídem; pp. 125- 126. [93]
Galasso, N. Op. Cit; p. 248. |
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ALGUNAS REFLEXIONES FINALES |
Se
publican entre nosotros toda suerte de obras, pertenecientes a las
más variadas literaturas, en sus ejemplos más sublimes
o detestables; cuanto engendro sociológico emana de la cabeza
de cualquier profesor universitario de tercer orden de cualquier
país del mundo y de cualquier siglo, libros de ciencia política,
de viajes, de aventuras, de memorias, novelas, poesías, ensayos,
tratados de economía, en una palabra cuanto puede abrazar
el espíritu humano, despierto o dormido, pero el nombre de
Ugarte no figura jamás.
Jorge Abelardo Ramos, 1962 (Prólogo
a “El destino de un continente”, de Ugarte). |
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...Durante
toda su existencia de virtual desterrado, se le negó a Manuel Ugarte
el reconocimiento que su vida y su obra merecían. Póstumamente,
el eclipse no casual de su figura y de su producción persiste con
mayor intensidad.
...Hace pocos años, en un artículo
periodístico, Pedro Orgambide sostenía: “Ugarte
es, aún, el gran olvidado del pensamiento político argentino
[94]”. Pero
no nos engañemos. No se trata de un olvido puramente azaroso. Las
“pequeñas oligarquías locales” que Ugarte marcara
a fuego, aliadas del imperialismo y, en tanto dueñas de los medios
de publicidad, constructoras y divulgadoras de una nefasta historia
“ad usum delphini”, dejaron caer sobre la palabra y el
pensamiento del gran escritor la más densa de las redes de silencio,
un escamoteo al mismo tiempo refinado y abyecto.
...Ese mutismo mediático, que también
envolvió en el transcurso del siglo XX a figuras como Jauretche,
Scalabrini Ortiz, Hernández Arregui, Puiggrós, Ramos, Cooke
[95] y tantos otros tributarios argentinos de su pensamiento continental,
se enmarcó en una política bien definida de la cultura y
de la historia del país.
...Así, arrostrando a conciencia el
odio de una oligarquía que en otros países es “más
noble” porque “fusila”, Ugarte supo combinar
hace un siglo las más avanzadas concepciones sociales con la idea
nacionalista, de patria y, más aún, de patria grande latinoamericana.
“Es la patria mía, en su concreción directa que
es la Argentina, y en su ampliación virtual que es la América
hispana, lo que he tratado de defender
[96]”, declaraba en 1923, reafirmando su adscripción
a un nacionalismo que, desde esa perspectiva, poco tenía que ver
con el de sus amigos Rojas y Gálvez.
...Afirma Juan José Hernández
Arregui -uno de los notorios discípulos ideológicos
de Ugarte-: “en su forma más genérica, el nacionalismo
(se refiere específicamente al nacionalismo de derecha) es hispanista,
antiliberal, católico y partidario de los regímenes de fuerza
[97] ”.
...Si algunos de esos rasgos pueden ser atribuidos
al pensamiento de Ugarte, es menester deslindar posibles equívocos.
...Ugarte defendió a España,
sobre todo porque le molestaba el “derrotismo histórico
sin justificación” de quienes veían en la herencia
española una suerte de rémora étnica originaria de
todos nuestros males [98], pero su
amor por la madre patria - a fin de cuentas instrumento de defensa cultural
contra el avance imperialista-, jamás cayó en el hispanismo
inquisitorial de otros hombres del nacionalismo. Cuando en 1911 alguien
lo acusa de “hispanizante”, Ugarte responde:
“No puedo hacer a ningún hombre inteligente que haya leído
mis libros la injuria de suponerlo capaz de semejantes equivocaciones.
El divorcio con España, cuyo nombre pronuncio siempre respetuosamente,
es un hecho y nadie pretende rehacer la historia. Pero así como
los Estados Unidos han cultivado en su radio y han empujado hasta los
territorios limítrofes su tradición y su idioma, nosotros
debemos tratar de mantener, por lo menos en las tierras que nos pertenecen
todavía, nuestra lengua y nuestras costumbres, base insustituible
de toda originalidad [99]”.
...Si fue antiliberal en algunos aspectos
como el económico, en otros, como el político se mostró
enemigo de todo régimen de fuerza, de los “militarismos
inútiles” como él decía. Y si pudo afirmar
en 1923: “el trust del petróleo y la Stándard
Oil Company tiene hoy, desgraciadamente, más importancia para nuestra
América que la revolución francesa y la Declaración
de los Derechos del hombre [100]”,
era porque sabía distinguir claramente entre la democracia formal,
vacía de contenido popular y subordinada en última instancia
a los grandes monopolios internaciones, y la verdadera democracia nacida
de las entrañas del pueblo. Así, cuando a raíz de
las elecciones del 24 de febrero de 1946, los dirigentes de la Unión
Democrática, concientes de su derrota en los distritos populares,
comenzaron a cifrar todas sus esperanzas en el escrutinio de los barrios
céntricos, Ugarte alzó su voz para preguntar: “¿Qué
democracia es ésa, que necesita esperar el asfalto para defender
su credo y reniega de la opinión de las zonas esencialmente proletarias?
[101] ”.
...En cuanto a la religión, pese a
sus convicciones católicas, que conservó toda la vida, sólo
le va a interesar como posible factor de unidad de América Latina.
Por otra parte, nada más lejos de la religiosidad de Ugarte que
el clericalismo de sacristía, burdo y esencialmente anticristiano,
que cultivan muchos miembros de lo que Jorge Abelardo Ramos llamaba el
“nacionalismo de shortorn” y Perón, más
llanamente, “piantavotos de Felipe II”.
...Pero decíamos que, además
de nacionalista, Manuel Ugarte fue un revolucionario, un revolucionario
nacional, latinoamericano. Normalmente, por una de esas aberraciones propias
del pensar “politoilógico” de los que subordinan
su pensamiento a las ideologías generadas en los centros imperiales,
suele entenderse la palabra revolucionario como diametralmente opuesta
a nacional. Ha quedado delineada, creemos, en las apretadas páginas
anteriores, una visión diferente y, a nuestro juicio, incontrastable:
Manuel Ugarte fue nacional, tal vez el más nacional de los intelectuales
argentinos del centenario, y al mismo tiempo fue, sin duda, el más
revolucionario, lúcido y consecuente de todos ellos. “A
pesar de todas las delincuencias, la patria existe”, decía
en una conferencia en un local obrero de El Salvador en 1911. E instaba
más adelante: “debemos preservar colectivamente, nacionalmente,
continentalmente, al gran conjunto común de ideas, de tradiciones
y de vida propia, fortificando cada vez más el sentimiento que
nos une, para poder realizar en el porvenir entre nosotros y de acuerdo
con nuestro espíritu, la democracia total que será la patria
grande de mañana [102]”.
...La combinación explosiva de términos
no necesariamente enfrentados como nacionalismo y democracia o socialismo
y patria, resultaba (y resulta aún hoy) incompatible con las ideas
dominantes en la sociedad, que como se sabe son las ideas de la clase
dominante en esa sociedad.
...Sin embargo, Manuel Ugarte -y he
ahí el secreto de su “muerte civil”- fue revolucionario
y fue nacionalista [103]. No revolucionario
suspendido fuera del tiempo y del espacio. No nacionalista en el sentido
que identifica nacionalidad con defensa ultramontana de concepciones apolilladas
hace ya mucho tiempo. Nacionalista y revolucionario en el único
sentido en que pueden serlo los habitantes de países balcanizados
y sojuzgados como los que sobreviven y luchan de este lado del mundo.
Nacionalista y revolucionario continental, popular y, sobre todo, enemigo
jurado de toda sujeción imperialista.
...Cuando Juan B. Justo -padre del
izquierdismo cipayo argentino- y sus seguidores de “La Vanguardia”
se exaltaban jubilosos al recordar en 1913 la captura imperialista
de Panamá, Ugarte se alzó de inmediato para condenar esa
actitud, lo que le valió ser expulsado del Partido Socialista.
En la polémica que en esa ocasión se suscitó, arremetiendo
contra el “eterno antipatriotismo, llaga más o menos
oculta de la agrupación [104]”,
recordará: “en una reunión del comité Ejecutivo
en que se me dijo que una carne con cuero era preferible a la bandera,
contesté que la independencia argentina y de América no
se había hecho con una carne con cuero clavada en la punta de una
lanza, sino con nuestros colores gloriosos y respetados, ante los cuales
me inclino”. Lo que no le impedía afirmar en el mismo
escrito: “un congreso podría separarme del partido, pero
no expulsar el socialismo de mi corazón [105]".
...Esa convicción socialista y a la
vez nacional - que lo aleja, paradójicamente, tanto del socialismo
“municipal y espeso” de sus correligionarios como
del vago nacionalismo agrario de la “Causa” yrigoyenista-,
le permite ofrecer en “El porvenir de la América Española”,
a un siglo exacto del movimiento emancipador de Mayo, un programa político,
coherente y realizable, para lograr la revolución nacional inconclusa
en América Latina.
...Dicho programa - verdadero Proyecto Nacional
Latinoamericano- fue puesto en práctica, con mayor o menor empuje
y convicción, por los diversos movimientos nacionales que florecieron
en el continente en los años de la segunda posguerra y, particularmente
en nuestro país, durante la década 1945-1955.
...Sabiéndolo leer sin anteojeras
ideologistas o “gafas de político europeo”
- como diría Rojas-, en las páginas visionarias de “El
porvenir…” están prefigurados el artículo
40 de la constitución del ‘49 y la obra social de Evita;
la nacionalización de los ferrocarriles y teléfonos y la
creación de la marina mercante; la repatriación de la deuda
exterior y los primeros pasos hacia la concreción de una industria
pesada; la legislación laboral, previsional y social del peronismo
y la política de unidad sudamericana, condensada en la frase de
su líder: “el año 2000 nos encontrará unidos
o dominados”.
...La matriz ugarteana, y principalmente
la de su libro de 1910, está presente en las luchas, triunfos y
realizaciones del nacionalismo popular en el siglo XX. Y su proyecto,
inconcluso pero no derrotado, sigue tan vigente como nunca.
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[94]
Pedro Orgambide en diario “Clarín” del 26 de enero
de 2003.
[95] No por nada los tres últimos
participaron, en noviembre de 1954, del Funeral Cívico a Ugarte,
organizado con motivo de la repatriación de sus restos.
[ 96] Ugarte, Manuel. El
destino de un continente, Bs. As., Ediciones de la Patria Grande,
1962; pp. 41-42.
[97] Hernández Arregui, Juan
José. La formación de la conciencia
nacional, Bs. As., Plus Ultra, 1973, p 165.
[98] Cfr. Ugarte, Manuel. La
reconstrucción de Hispanoamérica, Bs. As., Coyoacán,
1961; p 29.
[99] Galasso N. Op. Cit.; p. 253.
[100] Galasso, N.; Op. Cit.; p 256.
[101] Galasso, Norberto. “Manuel
Ugarte: el remedio a nuestros males está en nuestras propias manos”,
revista “Crear” Nº 13, Bs. As., abril - mayo 1983; p
67.
[102]
Galasso N., Op. Cit; p. 265.
[103] En su libro póstumo,
La reconstrucción de Hispanoamérica
(Bs., As., Coyoacán, 1961; p. 71), se autodenomina “nacionalista
fervoroso”.
[104] Galasso, N., Op. Cit.; p. 309.
[105] Ídem, p. 309-310.
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