BORRADOR
IDEAS PARA EL DIALOGO Y EL DEBATE
SOBRE EL SOCIALISMO VENEZOLANO
Y EL PARTIDO QUE LO IMPULSARÁ
Alí Rodriguez Araque | Alberto
Müller Rojas
UADRO SOCIO-HISTÓRICO DE
LA VENEZUELA MODERNA
Vivimos tiempos de cambios
impresionantes. La nueva revolución tecnológica ha
potenciado hasta límites nunca antes imaginados la capacidad
productiva del ser humano. Los productos de la más diversa
naturaleza brotan desde las más remotas regiones del mundo.
Pareciera que, definitivamente, se hubiera alcanzado una situación
en la cual, la producción superara sobradamente las necesidades
humanas. Hoy, en apenas cuestión de minutos, se alcanza lo
que hace apenas unas pocas décadas implicaba largas horas
en los procesos productivos. La productividad humana se ha incrementado
de manera exponencial. La revolución de las telecomunicaciones
ha hecho posible que en cuestión de segundos se realicen
miles operaciones simultáneas por billones de dólares
entre las más recónditas regiones en un planeta cada
vez más globalizado. Pareciera que el ser humano estuviese
en el momento de dar el salto definitivo del reino de la necesidad
al reino de la libertad.
En contraste con esos prodigiosos avances, nunca antes la humanidad
se había encontrado con un abismo tan profundo entre la prosperidad
de pocos y la miseria de miles de millones de seres y, nunca como
hoy, la riqueza se había concentrado en tan pocas manos y
la pobreza había hecho presa de tanta gente. Tales cambios
han configurado una nueva realidad en el planeta. Si apenas hace
dos décadas el conflicto en el mundo se escenificaba entre
dos superpotencias militares que se disputaban los espacios geopolíticos,
ubicándose como una confrontación entre el Este y
el Oeste, hoy el conflicto ha cambiado de naturaleza, es un conflicto
social y ético entre el Norte insaciable y opulento y el
Sur cada vez más comprometido en una lucha desesperada por
la simple sobrevivencia. De allí esa creciente marea humana
que todos los días se moviliza desde el Sur empobrecido hacia
el Norte opulento, buscando mejores condiciones de vida, terminando
por conformar también una nación de pobres, excluidos,
explotados y reprimidos en el vientre mismo de las naciones más
prósperas, sin que nada puedan contra tal fenómeno,
leyes excluyentes, muros y alambradas. Es que así como, al
tiempo que se ha mundializado el régimen establecido por
las frías y despiadadas leyes del capitalismo, así
mismo sus primeras consecuencias, la pobreza, la exclusión
y la represión, adquieren también dimensiones globales.
Así como se globaliza la concentración y centralización
del capital en el los países más prósperos,
también se globaliza su contraparte, la masa de pobres en
el planeta que busca desesperadamente donde ganar sus más
elementales medios de vida. De allí que el secular conflicto
entre el capital y el trabajo, antes confinado a las fronteras nacionales
o regionales, adquiera hoy dimensiones mundiales, generando un verdadero
"ejercito internacional de reserva" laboral que se convierte
en activo cuando se le necesita y en desempleo y desesperación,
cuando la producción se potencia mediante la ciencia y la
tecnología.
Ese ejército internacional está conformado hoy, ya
no sólo por los trabajadores fabriles, sino por una amplia
gama de hombres y mujeres que pugnan por conseguir quien compre
su fuerza de trabajo, sea ésta calificada o no, desde profesionales
muchas veces formados a un alto costo en sus países de origen,
hasta aquellos que no han tenido esas oportunidades y se ven condenados
a las faenas más rudimentarias que no están dispuestos
a realizar los trabajadores de los países industrializados.
Cuando el capitalismo era un fenómeno nacional, provocó
la migración masiva del campo a la ciudad, creando una contradicción
que nunca pudo resolver. Ahora, cuando se ha mundializado, alcanzando
su máxima expresión imperialista, la migración
abarca regiones enteras, extendiéndose cada vez más
a todo el mundo con sus consecuencias correspondientes, todas las
cuales confluyen hacia la superación de un sistema mundial
cada día más inviable pues, al problema social, al
hiperdesarrollo industrial y urbano, se ha sumado ya una situación
ambiental que amenaza la vida entera en la tierra.
Todo este cuadro cruzado de toda suerte de penalidades, donde el
consumismo desenfrenado, que su mismo sistema espolea y se hace
cada día más insaciable, genera en los centros imperiales
modos de vida que comportan un derroche criminal de recursos y energía.
Con una recurrencia cada vez más frecuente, las intervenciones
militares surgen como otra necesidad de los centros imperiales buscando
simultáneamente, además del dominio tradicional, contener
la lógica y creciente reacción de los pueblos, víctimas
del atropello y que defienden su soberanía. La ruptura del
viejo esquema bipolar ha dado lugar así, a una situación
de mayor inestabilidad política, social, ecológica
y militar en el mundo.
En medio del desorden que tal situación engendra, van emergiendo
nuevas fuerzas y nuevos centros de poder que van comenzando a configurar
un nuevo balance de fuerzas en el mundo y que asoman la esperanza
de lograr un nuevo y más estable equilibro de fuerzas, para
bien de la humanidad hoy enfrentada a la expansión, dominio
y atropello de la acción imperialista.
Así son los signos que ya comienzan a anunciarse en nuestra
región latinoamericana y caribeña, donde los
seculares sueños de independencia, buscan su realización
sosteniéndose en la unión, tal como la concibieron
sus figuras más señeras. Y, una vez más,
Venezuela ha sido llamada a jugar un rol protagónico en un
proceso que alienta el desarrollo de la conciencia de nuestros pueblos.
Esa conciencia va implantando un nuevo liderazgo y encontrando fórmulas
para materializar tal unión, en la complementación
de nuestras grandes potencialidades para allanar las carencias,
en la cooperación y la solidaridad para concurrir allí
donde las limitaciones de unos requieren el auxilio de los otros
y el respeto a la soberanía que no acepta condiciones, ni
presiones y aún menos, imposiciones.
Mas este proceso está lejos de ser un proceso idílico.
Nunca lo ha sido y nunca lo será. Ha tropezado, tropieza
y tropezará con la resistencia de las alianzas que siempre
han existido entre las fuerzas oligárquicas de la región
y las fuerzas imperialistas que persiguen imponer sus propias fórmulas
y mecanismos de lo que llaman "integración sostenida
en el libre comercio" que pretenden presentar con una envoltura
neoliberal, los viejos mecanismos de una competencia desalmada donde
los seres humanos y regiones enteras dejan de serlo para convertirse
en simple mercado. De allí el conflicto escenificado entre
dos fuerzas contradictorias e irreconciliables cada una de las cuales
tiene ya su carta de presentación, una bajo el proyecto del
ALBA, la otra bajo las figuras del ALCA y de los TLC.
Tal es el telón de fondo de los escenarios nacionales, cualquiera
sea el lugar del mundo en el cual se intente comprender las realidades
y, sobre todo, transformarlas.
Es así como el Socialismo del Siglo XXI, surge como un proyecto
que, dado para un espacio -Venezuela- y un tiempo -el
siglo veintiuno- se proyecta más allá de las fronteras,
toda vez que los sueños de redención son sueños
de la humanidad entera que ha encarnado siempre la consigna socialista,
democrática y revolucionaria.
[ Arriba ]
Venezuela, un resultado histórico
El nuestro es un país relativamente
pequeño en su dimensión geográfica, pero engrandecido
por su historia. Cien años duró la resistencia indígena
frente a la conquista y la colonización del imperio español,
resistencia que condujo a la casi total aniquilación de nuestra
raza original. Muchas fueron las rebeliones contra el dominio español
hasta la conquista de la independencia, después de veinte
largos y sangrientos años que dejaron exangües las energías
de nuestra nación, como lo dijera en su momento el genial
conductor de tal proeza, nuestro Simón Bolívar. Nuevas
guerras intestinas, producto de los señores de la guerra
en que habían devenido algunos de nuestros héroes
de la independencia, grandes terratenientes enfrentados por riqueza
y poder político, sumían aún más nuestro
pueblo en los más terribles padecimientos. De allí
el levantamiento victorioso en que se convirtió la Guerra
de Federación para, una vez más, ver frustrados sus
propósitos por la traición en el tristemente célebre
Pacto de Coche. Tal fue nuestro siglo XIX, lleno de gloria por la
conquista de la independencia de todo un continente, junto al heroísmo
y la brillante conducción de pueblos y líderes movidos
por la idea de la unidad de nuestra gran nación continental,
pero también lastimado por la ambición, la traición
y su secuela inevitable, la frustración de millones de seres.
Así nos encontró la primera parte del Siglo XX, empobrecidos
y bajo el yugo de una de las más brutales y sumisas dictaduras.
Hasta que, como por obra de magia, brota de nuestra castigada tierra,
una especie de maná bíblico: el chorro casi incontenible
del petróleo que abre un período de veloces y grandes
transformaciones en la conformación de nuestra economía,
de nuestra estructura social, de nuestra cultura y de nuestro sistema
de valores.
El motor de combustión interna que abrió literalmente
las enormes fauces del consumo energético mundial, la existencia
de gigantescos capitales ya desplegados en todo el planeta como
factor hegemónico de la economía mundial, la existencia
de grandes consorcios petroleros, el descubrimiento de enormes reservas
petroleras en nuestro subsuelo y la pobreza económica y tecnológica
de nuestro país, unido a un régimen sumiso frente
a los poderes imperiales, confluyeron para que una riada de capitales
ingresaran al país en rápida sucesión, asumiendo
el comando de la producción. Por fortuna, Bolívar
había dictado, ya desde 1928, su famoso Decreto sobre Minería
de Quito. Este otorgaba a la República la propiedad de las
minas, convertido en principio de aplicación universal desde
los tiempos de la revolución francesa. El mismo se mantuvo
vigente en nuestras leyes permitiendo, pese a sus altibajos, el
ejercicio de la propiedad por parte del Estado.
El creciente torrente de ingresos que representaba una producción
petrolera en expansión, hasta convertir a Venezuela por varios
años en el principal exportador de tal producto en el mundo,
puso en manos del Estado recursos inusitados, más que suficientes
para cubrir las necesidades de la administración pública,
dejando un excedente cuya distribución se convirtió
en principal objeto del debate entre los sectores dominantes del
país.
Fue así como, de un lado, surgió la consigna de "Sembrar
el Petróleo", esto es, la capitalización privada
del ingreso rentístico que seguía creciendo como eficaz
mecanismo para "la modernización" de Venezuela.
Quienes apoyaban tal consigna, consideraban mero dispendio cualquier
gasto dirigido a mejorar la condición social del pueblo.
Del otro lado, surgieron distintas consignas que planteaban una
distribución popular de tal ingreso al tiempo que se favorecía
también su acumulación privada y pública. Al
final, prevalecería la segunda de las fórmulas durante
un período que se inicia en los años cuarenta y se
cierra a comienzos de la década de los setenta.
La dictadura de Juan Vicente Gómez aplicó una política
de concesiones que había permitido a un pequeño grupo
de terratenientes obtener beneficios fabulosos con cierta participación
irregular en las regalías. Pero la generación de una
renta petrolera creciente, planteaba ahora un nuevo problema con
la distribución del ingreso. Uno de los primeros pasos consistió
en la revaluación del bolívar en 1934 con lo cual
los ricos podían obtener un dólar barato que, además,
ya había sido devaluado, otorgándole un poder enorme
al sector de los importadores y descargando un golpe demoledor a
las exportaciones agrícolas, ahora encarecidas por una simple
operación monetaria. Pero, además, sin la necesidad
de recaudar ingresos internos para cubrir los gastos del Estado,
tampoco era necesario desarrollar un sistema fiscal que pechara
las ganancias de los que se enriquecían con la nueva situación.
De allí otra de las características del capitalismo
rentístico: la inexistencia de una cultura tributaria existente
en los sistemas capitalistas tradicionales. Este hecho le otorgó
al Estado venezolano una notable independencia en relación
con el resto de la sociedad pues, en lugar de imponer contribuciones
sobre las ganancias, más bien distribuía parte de
sus excedentes.
De tal manera, se formo una clase empresarial, parasitaria e ineficiente,
y se fortalecieron las castas tradicionales propietarias de las
tierras urbanas y rurales y operadoras del comercio, así
como en los niveles medios de la sociedad, se expandirían
las corporaciones profesionales, incluyendo la casta militar, beneficiados
todos por tal sistema de distribución del ingreso.
Algo, sin embargo, en medio de tanta abundancia financiera, se dejó
a la naciente clase obrera y al resto de la población a través
de incrementos salariales dictados mediante decretos del Ejecutivo
y ocasionales leyes del Congreso estimulando, al mismo tiempo, la
formación de verdaderas castas sindicales desclasadas y que,
a la larga, se colocarían abiertamente en contra de los trabajadores.
En el campo, mientras tanto, la producción agropecuaria sufría
una declinación sostenida. El consecuente empobrecimiento
del campesinado provocó una acelerada migración hacia
los centros urbanos. En nuestro caso, este fenómeno no fue
resultado de una revolución agraria de signo capitalista
que, al incrementar la productividad, "liberaba" fuerza
de trabajo para ser empleada en la industria. De allí que
la formación del mercado interno venezolano ocurriera con
una especie de mutilación al no contar con la demanda capitalista
en el campo, característica de otras experiencias de esta
naturaleza en distintas partes del mundo.
En el orden político e ideológico, no existiendo una
clase empresarial "en sí y para sí", ni
su contraparte, un movimiento obrero con suficiente desarrollo de
su conciencia como clase, la dirección ideológica
y política correspondió a sectores de la clase media
ilustrada. Fueron tales sectores los que emprendieron la formación
de los partidos políticos, de los sindicatos y, finalmente,
la conducción del Estado, hasta el surgimiento de un sector
empresarial con el poderío suficiente como para imponer sus
decisiones a una clase política ya sin programas ni ideas
con las cuales movilizar y organizar al pueblo. Fueron estos los
tiempos en que las tesis neoliberales encontraron un terreno fértil
donde prosperar con sus consecuencias bien conocidas.
Contemporáneamente con tales procesos, se desarrollaba una
relación contradictoria entre el Estado nacional, los grandes
consumidores de los centros imperiales y sus Estados respectivos,
y los consorcios petroleros. Para éstos, el ideal era la
eliminación de las regalías y la reducción
de los impuestos. Para la nación, cada vez más consciente
de su carácter como propietaria del recurso natural, la principal
reivindicación pasaba a ser una participación justa
en los proventos petroleros en tanto que, para los grandes consumidores,
la cuestión radicaba en garantizar los más bajos precios
posibles. Por tal razón, ya durante el gobierno de Medina
Angarita, se incrementó y unificó el sistema de regalías,
se introdujo la Ley de Impuesto Sobre la Renta que durante décadas
sirvió para incrementar la participación del Estado
y se estableció un límite a las áreas otorgadas
en concesión. Tales acciones en el ámbito petrolero
iban acompañadas de un programa que iniciaba un proceso de
democratización de la vida política del país
e intentaba mejorar las condiciones de la población, incluyendo
una reforma agraria y aplicando políticas de inmigración
selectiva. Poco duró su gobierno derrocado por un golpe de
estado.
El futuro se caracterizaría por toda suerte de incidencias,
con nuevos golpes de estado, implantación de la dictadura
y vuelta a la democracia formal, acompañada de una feroz
represión contra las fuerzas progresistas que aspiraban algo
más que una simple elección quinquenal. Con todo,
la presión popular y los procesos nacionalistas cumplidos
en el Medio Oriente, así como la situación que confrontaron
los consorcios petroleros internacionales, condujeron a una nacionalización,
pactada entre el gobierno y las empresas, que colocó las
operaciones petroleras en manos del Estado a partir de enero de
1976. Tal acción le dio un fuerte impulso a lo que resultó
el más poderoso capitalismo de estado en todo el Continente.
Ya las industrias del hierro y del gas se habían nacionalizado
anteriormente. Al mismo tiempo, los grandes excedentes financieros
disponibles, habían permitido realizar y controlar muchas
otras actividades económicas. De tal manera, el control de
las actividades económicas estratégicas, quedaban
en manos del Estado otorgándole un importantísimo
poder de negociación, tanto con el sector privado nacional
como con el extranjero. Para éste, en consecuencia, resultaba
vital preparar su retorno. Este pasaba por una estrategia cuidadosamente
diseñada. La misma comprendió acciones a fin de provocar
la caída de los precios petroleros introduciendo divisiones
en el seno de la OPEP que, por momentos estuvieron a punto de provocar
una verdadera guerra de precios, el préstamo de dinero a
bajo costo para luego incrementarlo bruscamente, una campaña
ideológica y política buscando convencer a los pueblos
de la ineficacia y corrupción de las empresas estatales y
toda suerte de virtudes de la gestión privada, la captura
ideológica de los sectores dirigentes de las empresas nacionales,
convirtiendo a éstas en simples agencias administradoras
de contratos, introduciendo modificaciones en los sistemas legales
para limitar drásticamente el ejercicio soberano en la administración
de justicia mediante el arbitraje internacional y dándole
un fuerte impulso a los procesos de privatización como la
única salida a las crisis que las mismas medidas, derivadas
de tal estrategia, habían producido.
El endeudamiento público alcanzó durante ese periodo,
al igual que en muchos otros países, niveles intolerables.
Sin embargo, en momentos en los cuales Venezuela vivía un
verdadero esplendor financiero, tal endeudamiento luce como algo
inexplicable. La explicación sólo puede encontrarse
cuando se observa el cambio drástico que se introdujo en
la distribución del ingreso. Súbitamente, las remuneraciones
al sector trabajo caen hasta un treinta por ciento, invirtiendo
totalmente la relación que se había vivido desde los
años cuarenta. Tal cambio, explica el acelerado empobrecimiento
que hizo presa de millones de venezolanos, incluyendo a sectores
importantes de la clase media. El endeudamiento público que
no puede considerarse como otra cosa que una distribución
adelantada del ingreso, sellaría con cadenas de acero, la
nueva distribución cada vez más regresiva del ingreso.
Se trataba pues, de un viraje estratégico que cambiaba radicalmente
las políticas populares aplicadas por los distintos regímenes
en los cuales se apoyaba su misma perpetuación.
Fue así como muy poco tiempo después de las nacionalizaciones,
durante la década de 1980 entraríamos en un proceso
de desnacionalización, caracterizada por un recorrido inverso
a todo lo que había significado la larga lucha por lograr
una justa participación de la nación en su riqueza
petrolera. Tal fue la llamada "apertura petrolera" que
empeoró las condiciones semicoloniales que caracterizaron
al país hasta comienzos de los años cuarenta, acompañada
de muchas otras acciones que en no pocos casos, representaban una
descarada violación de la Constitución y las leyes.
Así marchaba, como una fuerza incontenible, la oleada neoliberal
en nuestro país. Sin embargo, ya en 1989, un sacudimiento
que asombró al mundo se produciría en Caracas y otras
ciudades. Era tal el grado de tensión social y tal la decadencia
de los sectores dirigentes tradicionales que los pueblos, llegados
a un punto de desesperación, provocaron una rebelión
espontánea que sólo pudo ser contenida con un derramamiento
de sangre que no se conocía desde los tiempos de la independencia,
victimando a miles de hombres, mujeres, niños y ancianos,
con verdadera saña asesina. Poco después, en 1992,
vendrían las insurrecciones militares liderizadas por la
juventud patriótica que siempre estuvo presente en el seno
de nuestra fuerza armada.
Cuanto más se acentuaban las políticas neoliberales
y tanto más grande era el empobrecimiento de la población,
tanto más aguda se hacían las tensiones sociales y
tanto más profunda la crisis que agrietaba todo el andamiaje
construido a lo largo de la mayor parte del siglo.
Así, todo ese período histórico dejó
a un país totalmente transformado. Con una economía
capitalista, atípica por su carácter rentista, con
un proceso de acumulación sustentado básicamente en
la capitalización de una renta internacional, producto del
ejercicio del monopolio del Estado sobre el recurso petrolero; un
poderoso capitalismo de estado, una estructura social conformada
por una burguesía parasitaria, ineficiente, cuyas ganancias
han provenido fundamentalmente de la distribución de la renta
petrolera; una clase media con distintas capas y donde el estamento
superior asumió los hábitos de la burguesía
parasitaria; una clase obrera manipulada por las castas burocráticas
corrompidas, pugnando por sacudirse un dominio que fue impuesto
a sangre y fuego en la década de los sesenta; partidos políticos
que dominaron la escena durante más de medio siglo y que,
agotados sus viejos programas, se dedicaron al pillaje del erario
público; una población concentrada en las ciudades
y grandes territorios despoblados y, con ello, pobreza en las principales
urbes del país y desolación en sus grandes extensiones,
en fin, lo propio de un capitalismo rentista con un bajo desarrollo
de las fuerzas productivas nacionales y de una numerosa burocracia
sostenida por la renta petrolera que, a finales de la década
de los noventa, declinaba peligrosamente como fruto del reinado
neoliberal que se había impuesto en el país. Las políticas
neoliberales parecían encontrarse con las mejores condiciones
para imponerse sin nuevos inconvenientes. Pero la crisis del sistema,
por largo tiempo en gestación, encontraría un cauce,
esta vez pacífico y democrático, en 1998.
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El carácter de la sociedad venezolana del siglo veinte
Toda realidad es un resultado histórico.
Los cambios operados en Venezuela por la existencia de reservas
petroleras abundantes y, más precisamente, la renta generada
por su explotación, se erigió como el principal factor
dinámico de la sociedad venezolana del siglo veinte en su
conjunto. Ello condujo a que la principal contribución en
el proceso de acumulación capitalista en la Venezuela del
siglo veinte fuera, como ya quedó dicho, la capitalización
de esa renta, más que de factores internos determinados por
el desarrollo de las fuerzas productivas nacionales. Este hecho
histórico le imprimió particularidades muy notables
a nuestra sociedad, comenzando por su economía, pero también
por la conformación de la estructura social, política
y cultural. De manera que, con toda propiedad, se puede hablar de
un capitalismo rentístico, lo que resulta muy peculiar dentro
de los procesos de acumulación capitalista en el mundo. Ese
mecanismo de acumulación, dio lugar a la formación
de una burguesía parasitaria, conjuntamente con el enriquecimiento
de las castas propietarias y comerciantes, en conjunto agregadas
en una estructura corporativa “sui generis”, cuya acumulación
se nutrió principalmente de la distribución de esa
renta por parte del Estado, privatizada a través de los mecanismos
ya antes comentados, como la sobrevaluación de la moneda,
la capitalización de la casi totalidad de las ganancias debido
a la bajísima o nula presión tributaria, el otorgamiento
de créditos a bajo interés así como distintas
políticas de subsidios a la producción, la protección
de su producción estableciendo virtualmente un mercado cautivo,
distintos mecanismos de corrupción y el favoritismo político,
junto a muchos otros. Contemporáneamente, la relación
oficial con el capital extranjero le otorgaba toda suerte de ventajas
que supo explotar en abundancia, contribuyendo significativamente
a la expansión del mismo. De manera creciente, una vez alcanzado
cierto nivel de desarrollo, sectores favorecidos de esa burguesía
fueron participando directamente, o a través de sus agentes,
muy notablemente del sector financiero, en la conducción
económica y política del Estado con lo cual tomaban
no solamente el control de la economía, sino también
de la política.
Durante la década de los setenta se impuso la apertura para
los productos agropecuarios que asestaron un severo golpe al sector
agrario e incrementaron de manera dolorosa la dependencia alimentaria
del país a través de las grandes empresas transnacionales
de ese sector. Progresivamente se fueron creando condiciones para
la ofensiva neoliberal en nuestro país que apuntaba directamente
a la privatización de las principales empresas del Estado,
avanzando significativamente en el sector siderúrgico y del
aluminio.
Como era de esperarse, el gran objetivo lo representaba el sector
petrolero. Hacia allí se dirigió una estrategia envolvente
a través de la llamada privatización y la política
de internacionalización. La primera comenzó a través
de reformas fácticas de la legislación vigente. Así,
en tanto que las Leyes de Hidrocarburos y de Nacionalización,
establecían un régimen dirigido a garantizar el control
del Estado sobre el recurso natural, se impuso la llamada apertura
petrolera a través de distintas fórmulas contractuales
que transferían operaciones y la administración misma
del hidrocarburo a las empresas asociadas con PDVSA que se convirtió
en la agencia administradora de los contratos petroleros, reduciendo
a la nada el rol del Estado.
Ya, desde la misma dirección de la empresa nacional, se auspiciaba
la venta de parte de las acciones con el pretexto de pagar la crecida
deuda externa contratada en días de uno de los más
grandes auges petroleros del país. Con la internacionalización,
se trazó una estrategia de hacer grandes inversiones en refinerías
y otros negocios en el exterior, so pretexto de garantizar mercados
para el petróleo venezolano. En la realidad, se trataba de
reducir al mínimo la liquidez de PDVSA para forzarla al endeudamiento
que crecía cada día más, representando un drenaje
en las ganancias de la empresa y debilitándola peligrosamente.
Pero, además, la exportación de petróleo dirigido
a las refinerías en el exterior, se hacía aplicando
descuentos que se traducían en mayores caídas del
ingreso de la empresa. Esta se veía cada día más
restringida en su capacidad para cumplir el rol que corresponde
a una verdadera empresa nacional. Todo marchaba a paso de redoblante
para la privatización con la complacencia del Congreso de
la República, dominado por una clase política ya castrada
de todo vigor patriótico y los acordes entusiasta de los
medios masivos de comunicación que servían de tribuna
privilegiada a los predicadores del neoliberalismo. Pero todo cambió
a partir de la elección presidencial de 1998 con Hugo Chávez
Frías, quien llegó al poder para abrir una nueva etapa
en la historia política del país, la del establecimiento
de la soberanía nacional en todos los ámbitos de la
nación y sus relaciones.
El largo recorrido de nuestra sociedad a lo largo del siglo veinte
dio por resultado un país cuyo carácter puede definirse
a través de sus rasgos más resaltantes:
1.- Un capitalismo de signo predominantemente
rentístico, vitalmente dependiente del ingreso petrolero.
2.- Un poderoso capitalismo de Estado
que se expresa en el control de los resortes fundamentales de la
economía nacional y del poder político.
3.- Un sector privado caracterizado
en su mayor parte, por un alto grado de dependencia del Estado,
su baja productividad y, en buena medida, ideológicamente
identificado con la visión imperialista de la economía
y de la política.
4.- Un denso sector medio integrado
por distintas castas de pequeños propietarios y comerciantes,
junto a las corporaciones de profesionales ubicados en las empresas
privadas y en la burocracia estatal así como de las empresas
públicas, un nutrido sector de funcionarios de bajo rango
en un proceso de proletarización, cuya vieja influencia política
entró en franca declinación.
5.- Un creciente sector de trabajadores
integrado por obreros industriales, tanto en las empresas privadas
como públicas, un gran número de empleados en distintas
actividades tanto productivas como de servicios y un sector cada
vez más reducido de asalariados del campo.
6.- Un número importante de
pequeños y medianos empresarios severamente afectados por
las políticas económicas neoliberales que condujeron
a la ruina de un importante porcentaje de empresas pequeñas
y medianas.
7.- Partidos políticos que
si bien tuvieron durante décadas, un importante apoyo popular,
con momentos estelares vinculados a los procesos electorales, a
partir de la nacionalización petrolera quedaron sin banderas,
sin programas que no fueran los impuestos por la avasallante oleada
neoliberal, entrando en una incontenible decadencia hasta quedar
reducidos a pequeños grupos atrapados en una nostalgia restauradora,
lanzados a aventuras como golpes de estado, sabotaje económico
y una impotente vociferación a través de los medios
de comunicación, sirviendo como una apagada caja de resonancia
de las campañas emprendidas desde el exterior.
Como resultado de la crisis del sistema político en su conjunto
que atrapó el viejo régimen, y de la nueva conducción
revolucionaria del país bajo del liderazgo de Hugo Chávez,
Venezuela ha entrado en un proceso de transición.
Tal proceso de transición que tiene dimensiones históricas,
tuvo como primera fase, la tarea de enderezar el rumbo político
del país a través de un proceso constituyente sustentado
en la creación y fortalecimiento de una democracia sustentada
en la participación y protagonismo del pueblo. El éxito
político permitió y al mismo tiempo fortaleció
la aplicación de una nueva política económica
dirigida a establecer la plena soberanía nacional sobre los
recursos naturales y la aplicación de una nueva política
social apoyada en un esquema de distribución progresiva del
ingreso, políticas todas dirigidas a detener el proceso de
empobrecimiento de la población e incrementar sostenidamente
su calidad de vida.
El desarrollo del sistema capitalista rentista de Venezuela, dejó
pendientes tareas que históricamente cumplieron otras experiencias
capitalistas en el mundo. Entre otras, el desarrollo capitalista
del campo, hecho que pasó por las revoluciones agrarias que
cumplieron un rol capital en la formación del mercado interno
y de las revoluciones industriales. De allí el carácter
monoexportador de nuestra economía, su extrema dependencia
del ingreso rentístico externo, su carácter de gran
importador de los medios de vida más elementales de los venezolanos
y, con ello, de sus vulnerabilidades.
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La Constituyente de 1999 y la democracia revolucionaria
La victoria popular que representaron
las elecciones de diciembre de 1998, cerró todo un período
histórico de avances y retrocesos en la vida económica,
política y social de Venezuela. Ya los dramáticos
y sangrientos sucesos de febrero de 1989, los levantamientos de
l992 y multitud de otras luchas que se venían escenificando
en todo el país, eran el preludio de los cambios profundos
que reaclamaba el total agotamiento de un sistema que ya no daba
más de si mismo. Tal victoria, bajo el liderazgo del Presidente
Hugo Chávez, abrió las compuertas a la extraordinaria
energía represada durante largas décadas en los sectores
populares cada vez más empobrecidos, cada vez más
excluidos y cada vez más desencantados de la vieja clase
política y de sus instituciones. La convocatoria a la Constituyente
para el diseño y aprobación de una nueva Constitución,
operó como un instrumento eficaz para canalizar democrática
y pacíficamente esa inmensa energía. El simple planteamiento
de una democracia participativa y protagónica, agrupó
a las más diversas fuerzas sociales que iniciaron de inmediato
la creación de nuevas y distintas formas de organización
que hoy representan una de las principales características
del movimiento popular venezolano, expresión de un creciente
desarrollo de la conciencia política.
Tal proceso alcanzó mayor profundidad y expresión
cuando se inicia el reacomodo de la estructura legal para armonizarla
con la Constitución Bolivariana, primer resultado concreto
del proceso constituyente que ya, de hecho, se iniciara durante
la campaña electoral de 1998. Las leyes aprobadas, particularmente
la Ley de Hidrocarburos y la Ley de Tierras, como era de esperar,
provocaron la virulenta reacción de la coalición reaccionaria
conformada entre sectores militares, empresariales y sectores de
la burocracia sindical corrompida, contando con una base social
en sectores de la clase media, principalmente en la capital de la
República. Tal coalición logró anotarse una
victoria verdaderamente pírrica por sus resultados y por
la brevísima duración de la dictadura en que se expresó
su golpe de estado. La rápida y masiva reacción de
las fuerzas populares en todo el país, junto a las cuales
respondieron los sectores revolucionarios y progresistas de la Fuerza
Armada Nacional, resolvieron para sorpresa del mundo, la cuestión
de cual sería el camino a seguir en el proceso democrático
y revolucionario de Venezuela.
Como suele ocurrir en los proceso políticos cuando asumen
abiertamente su verdadero carácter de disputa por el poder
del Estado, no tardarían en escenificarse nuevos conflictos,
como muy pronto ocurrió con el sabotaje a la industria petrolera
que apuntaba a provocar el colapso económico del país,
a la caotización de la sociedad y a presentar un "Estado
Fallido", buscando justificar así la intervención
externa. Nuevamente rompieron sus narices ante la reacción
masiva y ahora más unánime de los trabajadores, del
pueblo y de la fuerza armada. No escasearon los intentos posteriores
de desestabilización, pero ahora cada vez más debilitados
pese al enconado apoyo financiero y político que tozudamente
ha mantenido el gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica
empeñado en compartir tales fracasos junto a los muchos otros
que viene experimentando en otras regiones del mundo.
El resultado del Referéndum Aprobatorio de 2004, reforzado
por la nueva victoria electoral de 2006, ha permitido avanzar en
un notable logro del equilibrio político.
Una exitosa política petrolera donde el respeto a la disciplina
en el seno de la OPEP, unida al establecimiento de una política
de signo nacional en las relaciones con los consorcios extranjeros,
restableciendo la soberanía nacional, ha sido la clave para
avanzar también en los niveles de crecimiento de la economía.
La implantación de un esquema de distribución del
ingreso, ha permitido comenzar a reducir los niveles de una pobreza
acumulada a lo largo de décadas y acentuada por las políticas
neoliberales. Con la nueva política distributiva, ha sido
posible un progreso hacia el logro del equilibrio social, aún
cuando la dimensión del problema de la pobreza, exigirá
todavía años de crecimiento económico y de
estabilidad política.
La exitosa política externa, sustentada en la defensa irrestricta
de nuestra soberanía y en aplicación incondicional
de los principios que rigen la Carta de Organización de las
Naciones Unidas y de la Organización de Estados Americanos,
así como del Derecho Internacional, ha permitido fortalecer
las relaciones con la inmensa mayoría de los países
con los cuales ya existían y ampliarlas a nuevos países,
principalmente del Sur. Tales logros se han fortalecido en el ámbito
regional al cobrar impulso un nuevo proceso, verdaderamente democrático
y autónomo en un creciente número de países
de América Latina y del Caribe. Ello ha propiciado el surgimiento
y despliegue de una política de integración con fundamento
en los postulados de complementación, cooperación,
solidaridad y estricto respeto a la soberanía, en contraste
con las fórmulas imperiales de la "libertad de comercio"
y de una competencia de signo "darwinista" bajo la hegemonía
de los Estados Unidos de Norteamérica. Esa política
de integración de signo bolivariano, ya ha tenido su expresión
concreta en los avances exitosos del ALBA y en la búsqueda
de una nueva orientación en organismos nacidos en los tiempos
de la hegemonía neoliberal como es el caso de MERCOSUR.
Así, en el brevísimo período histórico
de ocho años, se ha recorrido un camino de avances democráticos
radicales, pese a la resistencia y las acciones contrarrevolucionarias
del imperio, de sus agentes internos y la complicidad de otros agentes
en la región.
Ahora bien, llegados a este punto, brota una pregunta elemental
¿Dónde nos encontramos en nuestro rumbo revolucionario?
¿Cuál es la meta final de nuestros esfuerzos? ¿Cuáles
etapas del largo e incesante proceso de la revolución bolivariana?
En fin ¿Qué es y cómo se plantea el Socialismo
del Siglo XXI?
Son muchas y variadas las respuestas que pueden darse a tales interrogantes.
Más aún, los avances y los logros plantearán
nuevas cuestiones. De manera que no es posible dar todas las respuestas
de una vez y para siempre. Hacerlo sería incurrir en los
errores a los que en el pasado en otras experiencias, y en la del
mismo movimiento revolucionario venezolano, con las consecuencias
bien conocidas y muy criticadas desde todos los ángulos y
sectores de intereses.
[ Arriba ]
¿Dónde
nos encontramos en nuestro rumbo revolucionario?
Hemos avanzado, no cabe duda alguna. Sin embargo, aún como
economía capitalista, precisamente por el fenómeno
rentista, han quedado tareas heredadas en este nuevo período
de nuestra historia y que se yerguen como grandes desafíos.
Resumiéndolos, como cuestiones fundamentales que son, nos
encontramos frente a los siguientes retos:
EN EL ÁMBITO ECONÓMICO
La cuestión del mercado interno
En efecto, el desarrollo económico de un país, pasa
por su desarrollo industrial. Éste, a su vez, depende en
una primera instancia de las necesidades de la población
que van modelando, junto a las disponibilidades, el consumo. Pero
la satisfacción de estas necesidades, comenzando por las
más elementales como son las de una alimentación adecuada,
la atención a la salud, el problema de la vivienda, la educación
y trabajo digno, depende de un sistema distributivo de la riqueza
de carácter progresivo. Como lo demuestra la experiencia
histórica, la formación del mercado interno no depende
solamente del consumo directo de la población facilitado
por su positivo sistema distributivo, sino también del consumo
industrial.
La cuestión agraria
Uno de los primeros retos que encaró el proceso capitalista
de los llamados países avanzados, fue precisamente la expansión
del mercado interno como condición para su expansión
industrial. Esto comportaba resolver la conversión del campo,
con un consumo industrial casi inexistente, en un mercado de alta
demanda de productos industriales. De allí que la revolución
agraria se convirtiera en el principal factor de expansión
del mercado nacional y en base para el despegue industrial. En efecto,
la mecanización de la tierra, el uso de la química
y la petroquímica, el empleo de la energía, de sistemas
de regadío, la construcción de caminos y ferrocarriles,
así como la disposición de facilidades de financiamiento,
provocaron varios fenómenos simultáneos como una fuerte
demanda de productos industriales que, a su vez, generaba nuevas
demandas, el incremento de la productividad en el campo y, con ella,
la "liberación" de fuerza de trabajo barata para
el despliegue industrial en las ciudades. Negocio redondo.
En el caso venezolano, como ya fue explicado anteriormente, la transformación
del campo, pese a algunos progresos en la mecanización y
fertilización de los suelos, tuvieron un alcance muy limitado.
Al mismo tiempo, los problemas de ensilaje, de transporte, distribución
y procesamiento de la agroindustria, lejos de encontrar adecuada
solución, dieron lugar a monopolios y a nuevas formas de
parasitismo, en este caso, afectando directamente a la población
al afectar severamente los precios de los alimentos y pagar precios
a los productores que muchas veces rozan los costos de producción
dada la baja productividad promedio de nuestra agricultura, desalentando
así la producción primaria. Atacar correctamente el
problema de las cadenas productivas agrícolas, que pasan
inexorablemente por la agroindustria, implica nada más y
nada menos, que acercar el campo y la ciudad, cerrando en parte
la brecha que los separa y contribuyendo a la solución del
enorme desequilibrio territorial característico de nuestros
días.
A lo anterior, debe agregarse el problema de la propiedad de la
tierra y de la organización del trabajo. En cuanto a lo primero,
la política de mero reparto en que se convirtió la
Reforma Agraria de los años sesenta, lo cual comportó
la compra de millones de hectáreas, convirtió al Estado
en el mayor terrateniente del país pues a los campesinos
se les otorgaron títulos que prohibían la transferencia
de la propiedad. De hecho, ésta se mantiene en manos del
Estado. Medida en principio justa pero que, al carecer de otras
medidas complementarias, como la garantía del mercado, el
apoyo técnico y financiero, entre otras, provocó el
abandono de la mayor parte de esas tierras y, en una gran proporción,
a la apropiación indebida por nuevos terratenientes privados
dando lugar a la aparición de nuevas formas de latifundio
improductivo. El segundo problema es de mayor complejidad pues se
trata de avanzar progresivamente en el desarrollo de una cultura
cooperativista, superando la mentalidad de pequeño propietario
y de productor aislado lo cual es un freno al incremento de su propia
capacidad. Ello no comporta la eliminación forzada de la
pequeña propiedad y, mucho menos, la colectivización
forzosa. La asociación cooperativista, por su propia naturaleza,
tiene que ser de carácter voluntario. Formas más avanzadas
de organización y de propiedad, serán el producto
de la experiencia y del desarrollo de una cultura colectivista entre
los productores del campo.
De manera que la cuestión del mercado interno y su desencadenante,
el problema agrario, ocupan una indudable prioridad en la nueva
fase de nuestro proceso revolucionario. Los esfuerzos que vienen
desarrollándose, con los logros alcanzados en la recuperación
de la frontera agrícola y los planes para su expansión,
aparecen así correctamente orientados. Nos hemos detenido
brevemente en ellos por el carácter condicionante que tienen
en la Venezuela actual y porque, además, su solución
va a contribuir con el desarrollo conjunto de la región en
los procesos de integración pendientes.
[ Arriba ]
El
régimen fiscal
El estímulo al consumo directo de la población y con
él, el estímulo al mercado interno, así como
a la producción, tiene un estrecha relación con adecuados
y eficientes sistemas fiscales, partiendo del conocido aforismo
que dice, "dime de quien recaudas tus impuestos y te diré
en que los gastas y a quien los diriges". Las políticas
fiscales neoliberales se caracterizan, entre otras cosas, por su
carácter regresivo. So pretexto de estimular la inversión
y el consumo, reducen las tasas con que deben pecharse las grandes
ganancias, facilitando así su capitalización. Fue
lo que ocurrió en Venezuela con la política fiscal
petrolera durante los tiempos de la "apertura". Al reducirse
la regalías y los impuestos, incrementar la producción
y deprimir los precios, la contribución petrolera sufrió
una caída abrupta. Unida a tales políticas fiscales,
estuvo la política monetaria caracterizada por las sistemáticas
devaluaciones de la moneda. De tal manera, la contribución
del sector petrolero con el sector no petrolero, esto es, la mayoría
de la población, se tradujo en el impresionante incremento
de la pobreza.
En el presente, se han introducido correctivos cuyos resultados
comienzan a apreciarse. En una visión integral de la economía
nacional, sin embargo, se hace necesario medir el correcto equilibrio
entre las políticas fiscales y monetarias que persigan, simultáneamente,
el estímulo a la producción y su diversificación
y una justa distribución del ingreso.
La cuestión financiera
LA TESIS POLITICA DEL SOCIALISMO VENEZOLANO
El proletariado
nacional como estamentos al servicio del capitalismo globalizado
Así vista la situación sociopolítica venezolana,
actualmente no se puede considerar exclusivamente como proletariado
al sector obrero fabril de su población. Este segmento del
pueblo bien puede estimarse como el núcleo potencial de una
fracción mayor de la población empobrecida, que incluye
por igual a los habitantes del país que se han mantenido
históricamente dentro de una economía de subsistencia,
marginados en los barrios urbanos y en las zonas rurales y residuales
del ecumene nacional, segregados de los enclaves de la modernidad
capitalista, conjuntamente con aquellos intelectuales, profesionales,
artistas y artesanos, asalariados o protegidos, que sólo
cuentan con un sueldo o un salario para su sobrevivencia.
Se trata de un conglomerado cuyos componentes están muy separados
social y culturalmente entre sí. Esta última, una
condición generada por el proceso de aculturación
progresiva, realizada por la acción combinada del colonialismo
español y el neocolonialismo practicados por las grandes
potencias europeas y los EEUU. Unas formas de dominación,
que desde el ascenso del linaje de los Borbones al trono de España,
en el siglo XVIII, con la reforma administrativa del régimen
imperial, había implantado en nuestra América mestiza
el pensamiento mercantilista, concentrando la riqueza en la Corona;
y, que obtenida la independencia política en el siglo XIX,
impusieron el pensamiento liberal, que trasladó la acumulación
de peculios a las burguesías nacionales, que controlaban
el capital convertido en el principal factor de producción.
Dentro de este último marco ideológico se ha desarrollado
desde 1830 la vida social y política de este país
y de los restantes países indoamericanos, con un retardo
significativo en el avance de sus poblaciones en el mundo de la
ciencia y la tecnología. Así se han incorporado a
un “mercado exterior” que abarca todos los espacios
periféricos subdesarrollados, cuyas habitantes se han convertido
en “otras clases sociales” inferiores, quienes contribuyen
al proceso de acumulación de capital con su trabajo en la
producción de insumos para las industrias metropolitanas
y el aporte de consumidores para sus excedentes.
En este sentido, es un hecho verificable la incapacidad para consumir
la totalidad de la producción de las sociedades desarrolladas,
ni entre sus obreros que realizan el capital variable, ni entre
los capitalistas que sólo realizan parte de la plusvalía
que no es acumulada. Por ello resultan indispensables para el desarrollo
capitalista estas regiones y sus poblaciones que completan la demanda
para cerrar el ciclo económico. En nuestra realidad indoamericana,
y específicamente venezolana, esos sectores sociales, situados
en los espacios fronterizos del mundo desarrollado, y que conforman
zonas de influencia de las economías desarrolladas dentro
del capitalismo privado o estatizado, no constituyen clases sociales.
Mantienen la estructura estamental precapitalista, en la cual existe
una pretensión, típicamente efectiva de privilegios
positivos o negativos en la consideración social, fundados
en modos de vida derivados de maneras formales de educación,
y en un prestigio hereditario o profesional. Por ello no puede extrañar
la defensa apasionada, y hasta irracional de sus privilegios positivos
en materia de status social, ejercitada por las capas medias de
nuestra sociedad, durante la etapa actual de la vida nacional, independientemente
de la perdida de su poder de disposición sobre bienes y servicios,
y de sus formas de acción para la obtención de las
rentas e ingresos que lo posibilitan, debida a la concentración
monopólica y oligopólica realizada dentro del esquema
del neoliberalismo durante el último cuarto del siglo XX
Justamente los hechos que caracterizan la situación de clases
propia de la sociedad industrial capitalista.
El proletariado
venezolano y su grupo interno de unión, sujetos históricos
de la revolución
En ese contexto, los estamentos negativamente privilegiados, incluyentes
de las categorías arriba mencionadas, constituyen un proletariado
en el sentido clásico de la palabra. Aquel sector contributivo
más bajo de la sociedad, que por carecer de suficientes riquezas
durante la civilización romana, se consideraba que sólo
tenía la fuerza de trabajo o de contribución de sus
hijos (proles) para el sostenimiento de la vida de la comunidad
política. Sin dudas, es ese proletariado el sujeto histórico
de la revolución que se adelanta en Venezuela desde 1999,
que ha sustituido pacíficamente en el control del poder del
Estado a la coalición de estamentos positivamente privilegiados,
configurada a partir del llamado “Pacto de Punto Fijo”,
liberando nuevas fuerzas productivas, e iniciando una transformación
de las instituciones jurídicas, políticas, económicas,
militares, sociales y culturales y de las formas ideológicas
que le corresponden. Un sujeto histórico en cuya avanzadilla
indiscutiblemente estuvo un segmento importante de lo que la oligarquía
dominante quería convertir en una casta militar, agrupado
en el Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 (MBR200).
Una formación social -la militar- conformada, a manera de
una “empresa”, por ciudadanos libres convertidos en
funcionarios, incorporados mediante contrato e investidura de armas,
remunerados con sueldos y prestaciones sociales vitalicias y hereditarias,
a cambio del juramento de fidelidad y obediencia a las instituciones
de gobierno, regidos por normas jurídicas especiales. En
otras palabras, fundidos en una única estructura burocrática,
con lo cual una sola elite -la burguesía propietaria
del capital y en dominio del gobierno- llegó a decidir sobre
todas sus necesidades y problemas cotidianos, ya que los medios
técnicos que manejan se impondrían sobre sus fines
y objetivos. Dentro de ese marco se pretendió encerrar, como
en una “jaula de hierro”, a los soldados de la nación,
privándolos de sus libertades ciudadanas, para que sirvieran
de “guardia pretoriana” de las clases propietarias controladas
por las castas privilegiadas de nuestra sociedad, conjuntamente
con una burguesía cuyos activos han sido producto -como
se ha señalado- principalmente de la apropiación de
la renta petrolera. Positivamente, se trata de un estamento profesional
determinado por la forma de relación con el poder establecido.
Dentro de ese marco, el MBR200 fue una avanzadilla, uno de cuyos
líderes, el Comandante Hugo Chávez, se ha convertido
en el conductor indiscutible del proceso revolucionario. Una condición
alcanzada por haber demostrado ser el más capaz para servir
a las grandes necesidades de nuestro pueblo en la actualidad, porque
ha visto más allá que los demás, y se ha empeñado
con mas fuerza para resolver los problemas planteados por el desarrollo
anterior de la sociedad venezolana, señalando las nuevas
necesidades sociales planteadas por la dinámica previa de
las relaciones de producción, y asumido la iniciativa, en
su condición de Jefe del Estado, de satisfacer esas insuficiencias.
En ese contexto, Hugo Chávez y el MBR-200 se convirtieron
en el grupo interno de unión del proletariado venezolano.
[ Arriba
]
La revolución
liberal burguesa, el socialismo y la hegemonía del capital
Pero resulta innegable que la realización de una revolución
demanda de unas contracreencias que se opongan a la ideología
dominante, la cual se impuso progresivamente a través del
control por los cultores del pensamiento liberal de las instituciones
de gobierno de los países integrados por la civilización
occidental, expandido aceleradamente a escala planetaria, especialmente
por la acción militar, por la ideología y la praxis
de la plutocracia globalizada que pregona el llamado neoliberalismo,
durante la segunda mitad del siglo XX.
Se trata de una contracultura que apareció en Inglaterra
a mediados del siglo XVII, durante las guerras civiles, al inicio
de la revolución científico-tecnológica, que
señalaron la primera manifestación de la opinión
pública como factor importante en la vida política
de los pueblos. Las discusiones y polémicas desarrolladas
en esa época por los movimientos radicales, difundidas por
panfletos impresos, fueron el antecedente inmediato de lo que sería
el socialismo, como tendencia antagónica al pensamiento liberal,
que tuvo como punto de partida significativo la acción de
los llamados “jacobinos”, durante la revolución
política que desde Paris, Francia, sacudió, al final
del siglo XVIII, los cimientos del orden tradicional aristocrático
que caracterizaba las sociedades europeas de la época, sustentado
económicamente por la renta de la tierra.
Pasó, en esa época de revolución, el control
del poder de aquellos que dominaban la tierra a los burgueses que
tenían el control del capital productivo y financiero que
permitía el incipiente desarrollo de la producción
industrializada. Se trató de una verdadera revolución,
como lo reconocieron Carlos Marx y Federico Engels en el Manifiesto
Comunista, cuando señalaron que “la burguesía
ha desempeñado en la historia un papel altamente revolucionario”.
Indicaron que donde quiera que ha conquistado el poder ha destruido
“las abigarradas ligaduras feudales1 que ataban al hombre
a sus <superiores naturales> las ha desgarrado sin piedad
para no dejar subsistir otro vínculo entre los hombres que
el frío interés, el cruel <pago al contado>…..Ha
sustituido las numerosas libertades escrituradas y adquiridas por
la única y desalmada libertad de comercio”. Para luego
añadir que “la burguesía ha despojado de su
aureola a todas las profesiones que hasta entonces se tenían
por venerables y dignas de piadoso respeto. Al médico, al
jurisconsulto, al sacerdote, al poeta, al hombre de ciencia, los
ha convertido en sus servidores asalariados”. De modo que
para Marx y Engels, en esas condiciones, estas profesiones, y las
nuevas aparecidas por la evolución de la ciencia y la tecnología,
ingresan a esa condición de proletariado, dentro de la nueva
situación de clases impuesta por el modo de producción
industrial-capitalista.
El socialismo
y el humanismo
Ese socialismo, presente desde
los albores de la revolución política que condujo
a la forma liberal del orden sociopolítico, en la cual los
intereses individuales se colocan por encima de los del Estado y
del pueblo, como conjunto social, o a la forma fascista, donde el
Estado se coloca sobre los individuos y el pueblo en su conjunto,
es la más prístina expresión del pensamiento
humanista. Una corriente de ideas, que constituyó el aspecto
fundamental de lo que se ha conocido como el “Renacimiento
Europeo”. Momento histórico en el cual se reconoció
el valor del hombre en su plenitud y el intento de entenderlo en
su mundo, que es el de la naturaleza y el de la historia. Conocerlo
como un ser vivo, cuya existencia deviene en el marco de la conducta
que estudia la biología, modificada por las cualidades intelectuales
de esta especie animal que lo capacitaron para construir un mundo
artificial representado por las civilizaciones.
Allí aparece la primera y fundamental
contradicción presente en el ser humano: el conflicto
entre natura y cultura, que en cierta forma explica el devenir histórico.
Es la lucha, incluso interna del individuo, que enfrenta a la razón
con el instinto. Una confrontación que tiene su expresión
sociopolítica en cada momento de la historia, en donde se
oponen los conservadores, que siguen la fuerza de la inercia prevalentemente
instintiva, con los innovativos,
que visualizan estadios superiores para la vida humana. Es gracias
a ese enfrentamiento, que forma parte de la competencia existente
en el ámbito natural, como se establecen relaciones
dialécticas en el mundo físico, las cuales
explican y facilitan la predicción de la evolución
de la materialidad, y en particular la de la especie humana en el
camino hacia su ascenso.
Una vía que supone la superación de las condiciones
de rivalidad, impuestas por la existencia habitual, en las cuales
sobreviven sólo los más aptos. No es este socialismo
un planteamiento metafísico, y por lo tanto utópico,
como el expresado por cierto humanismo
cristiano, desarrollado a partir de los evangelios de Jesús
de Nazareth, dentro de una ética idealista de las virtudes
del hombre. Es un socialismo, basado en los conocimientos sobre
la conducta de la realidad material, obtenidos por la explosión
experimentada por el mundo de las ciencias, donde las creencias,
las tradiciones y las costumbres, por ser producto de la actividad
fisiológica del ser humano, integran esa materialidad.
Es una visión que se sustenta en una ética de los
motivos, en la cual el mantenimiento de la vida, en términos
generales, y de la especie humana, específicamente, es la
razón de ser de la existencia del hombre. Es esa contradicción
sociopolítica la que se ha expresado en la lucha de clases
planteada en la modernidad, caracterizada
por el dominio del modo de producción capitalista, en su
esencia conservador, pues en su fondo responde a la teoría
biológica de la evolución de las especies.
Un socialismo científico sustentado en la historia y la sociología,
que en el momento de su concepción planteaba la transformación
de la estructura feudal de las sociedades europeas, de base estamental,
en una estructura de clases, donde la confrontación esencial
enfrentaba a unas masas proletarias, concretadas en la clase obrera,
“unidas solo -según Marx- por el sentimiento de las
penalidades comunes, poco desarrolladas, no sabiendo que partido
tomar en definitiva y cayendo desconcertadas unas veces en el entusiasmo
y otras en la desesperación”. Una situación
que no es la existente actualmente en nuestro proletariado, unido
por la conciencia de sus necesidades comunes, pero que si se manifiesta
en quienes han pretendido ser sus dirigentes, en la última
etapa del imperio de la burguesía en el país, divididos
por la fuerza de los usos, que los impulsan a conservar los pocos
espacios de poder que conquistaron.
El socialismo
indígena base del humanismo venezolano
Esas ideas socialistas llegan a nuestro continente indoamericano,
casi simultáneamente con el hecho histórico de la
guerra de independencia, y le dio sentido a las contradicciones
fundamentales que caracterizaron las luchas intestinas que han venido
desarrollando los pueblos mestizos de este espacio del planeta durante
los siglos XIX y XX, y continúan marcando nuestra contemporaneidad.
Unas luchas, que en nuestro caso particular, tienen inspiración
en las raíces culturales de las etnias indígenas que
han habitado el territorio de lo que es hoy Venezuela, las cuales
contribuyeron con sus vientres a producir ese pueblo mestizo, no
sólo desde el punto de vista biológico sino desde
la perspectiva cultural, que hoy representa la mayoría determinante
de nuestra población.
Unos agregados sociales perfectamente diferenciados que han persistido
hasta la actualidad, gracias a una resistencia a la aculturización,
al inicio realizada de manera activa, y posteriormente de manera
pasiva, negándose a incorporarse a la sociedad occidentalizada
que domina el país, mediante el mantenimiento, en virtud
de su relativo autoaislamiento y el empleo continuado de sus idiomas,
costumbres, creencias y usos económicos.
Es su condición histórica de pueblos
fronterizos, limítrofes con civilizaciones avanzadas,
la que caracteriza su desarrollo cultural En la época precolombina
en el espacio externo inmediato a la gran civilización incaica.
En la actualidad en los espacios residuales del país, sometido
a la cultura occidental Es esa condición lo que les ha proporcionado
el sentido de la libertad y les ha mantenido la percepción
de igualdad. Ambos valores, son los fines que han animado esa oposición
a la adopción de los propios de los pueblos civilizados,
con culturas elaboradas, que a través del desarrollo de modos
de producción cada vez más eficientes, han generado
esos procesos de jerarquización que sumen a las grandes mayorías
en situaciones de pobreza y de miseria, no sólo material
sino espiritual. Un estado que las mantienen en la escala inferior
del orden de las sociedades, en la simple condición de fuerza
de trabajo.
Las culturas, que aun hoy manejan nuestras etnias aborígenes,
desarrollaron formas de propiedad y de producción colectivas,
las cuales están hoy en los fundamentos del socialismo científico,
y que indiscutiblemente influyeron en las castas negativamente privilegiadas
que conforman esas “masa escindida y diferenciada” por
localidades y ocupaciones funcionales, que constituyen el grueso
de la población del país. Sin dudas, esos valores
de la libertad, la igualdad y la solidaridad, propios de las culturaras
de nuestras etnias, fueron estimuladores de las rebeliones y sublevaciones
populares que jalonan la historia del país y el proceso de
integración nacional. Pero se ha tratado de un socialismo
primitivo, incapaz de tener conciencia de la marcha de la
historia que ya empezaba a perfilarse con el advenimiento de los
nacionalismos y el establecimiento del mercantilismo que permitía
el enriquecimiento de los estados metropolitanos, sometidos al régimen
del absolutismo monárquico.
[ Arriba
]
Bolívar
antiimperialista
Poca discusión provoca hoy en día la afirmación
que sostiene el papel de agente provocador jugado por la Sociedad
Patriótica en 1810 y 1811, en la producción de la
revolución que instauró el régimen republicano
en lo que hasta el momento era una repartición militar de
las colonias españolas en América: la Capitanía
General de Venezuela. Como tampoco induce al debate el hecho de
que el espíritu libertario e igualitario de esa asociación,
compuesta de hombres y mujeres, blancos y pardos, avanzados para
su época, influyó en el animo de quien sería
el líder político y militar de la guerra libertadora,
Simón Bolívar. Gran conductor de la lucha anticolonial
que facilitaría la independencia de una gran porción
de los pueblos indoamericanos e, impulsor de su integración,
mediante la convocatoria del Congreso Anfictiónico de Panamá,
en una confederación de naciones que tendiese a borrar las
desmembraciones de unas sociedades unidas por una cultura y una
historia común.
Un fraccionamiento causado por los nacionalismos, regionalismos
y localismos impuestos inicialmente por el mercantilismo, y al momento
de la separación, por el capitalismo dentro del modelo del
neocolianalismo. Una nueva forma de dominación de los pueblos
periféricos destinada a mantenerlos en su condición
de subdesarrollo. El estado necesario, como se señaló,
para completar el ciclo económico, en la cual se convierten
en proveedores de materias primas, y en consumidores de bienes manufacturados,
incluyendo herramientas y maquinarias para la producción
masiva de bienes de consumo de los cuales son deficitarias las metrópolis,
o que provienen de industrias altamente contaminantes. Dentro de
estas circunstancias puede ubicarse a Bolívar como creador
de la política y la estrategia anticolonial, al luchar por
la liberación de los pueblos sometidos a la dominación
de los más fuertes.
Su campaña liberadora en Sur América, conjuntamente
con sus acciones orientadas hacia la integración continental,
despertaron los recelos del Imperio en ciernes que alimentaba la
implantación del capitalismo industrial en Norteamérica.
Es así como paralelamente a este esfuerzo bolivariano, la
Federación que agregó a los pueblos blancos, anglosajones,
protestantes establecidos en esta región del mundo, adoptó
una política aislacionista, a través de la llamada
Doctrina Monroe, con respecto a los poderes coloniales tradicionales
europeos. Una conducta que no solamente perseguía alcanzar
un alto desarrollo económico, que suponía la conformación
de un mercado interno que integrara el espacio bajo su dominio y
su población, sino el logro de una seguridad estratégica
que le minimizara los riesgos de la competencia de otros centros
de poder. Más ese confinamiento no incluyó su segregación
de los pueblos indoamericanos del continente del Sur y de las zonas
de transición del istmo centroamericano y del archipiélago
de Las Antillas. Sus dirigentes consideraban estos espacios como
fuentes de amenaza, por la presencia en ellos de las viejas metrópolis
coloniales y la posibilidad del desarrollo de un nuevo polo de poder.
Para 1829, cuando Bolívar en carta al Coronel inglés
Patricio Campbell, redactara su conocido comentario sobre los EEUU
como “predestinados por la Providencia para plagar la América
de miserias a nombre de la libertad”, con poco espacio para
la duda tenía conciencia del futuro imperial de esta nación.
En la propia misiva mencionada, es claro que El Libertador había
captado una conspiración contra la unidad suramericana, y
su aislamiento de los poderes europeos, en la proposición
que Campbell le hiciese, por lo que pareciese fue una sugerencia
del Ministro inglés residente en Washington, de declarar
como su sucesor a un príncipe europeo. Señala Bolívar
los celos de Inglaterra si el elegido fuese un Borbón, para
luego añadir “Me parece que veo una conjuración
general contra la pobre Colombia (una
situación que se reproduce en la actualidad contra Venezuela),
ya demasiada envidiada de cuantas repúblicas tiene la América.
Todas las prensas se pondrían en movimiento llamando a una
nueva cruzada contra los cómplices de traición a la
libertad, de adictos a los Borbones y de violadores al sistema americano.
Por el Sur encenderían los peruanos la llama de la discordia;
por el Istmo los de Guatemala y México, y por las antillas
los americano y los liberales de todas partes. No se quedaría
Santo Domingo en inacción y llamaría a sus hermanos
para hacer causa común contra un príncipe de Francia.
Todos se convertirían en enemigos sin que la Europa hiciera
nada por sostenernos, por que no merece el Nuevo Mundo los gastos
de una Santa Alianza (léase hoy
la OTAN); a lo menos tenemos motivos para juzgar así,
por la indiferencia que se nos ha visto emprender y luchar por la
emancipación de la mitad del mundo, que bien pronto será
la fuente más productiva de la prosperidad europea”.
Sin dudas le era claro que esa conspiración estaba destinada
a impedir la unificación del Continente del Sur, considerándola
como una amenaza a las ambiciones imperiales que ya claramente mostraba.
La inscripción que llevan los dólares usamericanos
-“En Dios Confiamos”- es posiblemente el mejor
indicativo de lo que es dicha nación como legataria del puritanismo
calvinista que impulsó la revolución burguesa. La
creencia en Dios, relacionada con el dinero y el poder, en cierto
sentido identifica la conducta internacional que ha caracterizado
a esa comunidad política. Sus acciones de hecho, realizadas
en forma de cruzadas, llevan a coincidir con el Jefe sioux Lutero
Oso Parado, quien dijo “Y si el papel de la civilización
es mutilar, robar y frustrar, entonces ¿qué es el
progreso?” Pero lo asombroso de esa misiva es el hecho del
conocimiento de El Libertador sobre la sociología política.
La situación por él descrita en ese mensaje, casi
se reproduce hoy exactamente en las circunstancias revolucionarias
que caracterizan la vida actual de nuestro pueblo.
No es dado pensar que el proyecto bolivariano de unificación
de los pueblos indoamericanos y caribeños, ya esbozado por
Miranda y hoy impulsado por la revolución venezolana, respondía
a la intención de crear un Imperio, para competir con los
existentes. La adopción de la figura de la Confederación
como modo político de integración, ya es una negación
de esta posibilidad. Esta forma de asociación mantiene la
soberanía de los pueblos, ya que sus fines, al contrario
de lo que ocurre con las federaciones, son realizados por los órganos
de poder de cada uno de los estados miembros de la asociación.
Y fue esa la idea central de las instrucciones dadas a don Joaquín
Mosquera cuando fuese designado como plenipotenciario ante Perú,
Chile y Buenos Aires con el fin de obtener la celebración
de tratados de Unión, Liga y Confederación. Decían
las referidas disposiciones, “Esta Confederación no
debe formarse simplemente sobre los principios de una alianza ordinaria
para ofensa y defensa….; es necesario
que la nuestra sea una sociedad de naciones hermanas, separadas
por ahora y en el ejercicio de su soberanía por el curso
de los acontecimientos humanos, pero unidas, fuertes y poderosas
para sostenerse contra las agresiones del poder extranjero….”
(Cursivas nuestras).
De estas manifestaciones, se deduce, que estaba claro en la conciencia
de El Libertador, tanto el hecho de la imposibilidad de realizar
una revolución aislada y sin capacidad de defensa, como la
necesidad de la paz para la realización de las transformaciones
necesarias para lograr las sociedades justas que aspiraba en este
espacio del planeta. Tan clara era su aspiración de paz que
en carta dirigida al General Francisco de Paula Santander, el 20
de junio de 1820, le diría “el primer día de
paz será el último de mi mando”. Desde luego
ya el pensamiento humanista desarrollado desde Hobbes hasta Kant
era conocido por Bolívar, quien entendía que tal estado
de paz no es una situación natural, dado que la vida biológica
la dinamiza la selección natural, sino que debe ser construido,
es producto de la civilización. Y en ese sentido la edificación
de la Confederación Indoamericana lo consideraba como un
camino para la paz. Con su sentido práctico, concibió
lo que hoy llamamos un mundo multipolar, donde el balance de poder
entre regiones geoestratégicas fuertes y unidas internamente,
entre las cuales figuraría el ámbito indoamericano,
se disuadan mutuamente en lo relativo al uso de la violencia y deban
recurrir en consecuencia al diseño de un derecho internacional
que garantice la paz. La condición necesaria y suficiente
según Kant, para lograrla.
La visión bolivariana de la igualdad
Pero esa visión bolivariana, que en el léxico de hoy
en día pudiese calificarse como “mega”, al abarcar
todo el ámbito humano, con lo cual se convirtió en
un grande hombre a escala universal, no lo apartó de la percepción
específica de los pueblos concretos, y en particular de aquellos
que pretendía integrar en su proyecto inicial, materializado
en la conformación de lo que sería su aspiración
práctica, la institucionalización de Colombia, la
grande. En su celebre discurso de Angostura, del 15 de febrero de
1819, El Libertador sostenía que “Los ciudadanos de
Venezuela gozan todos por la constitución, interprete de
la Naturaleza, de una perfecta igualdad política. Cuando
esta igualdad no hubiese sido un dogma en Atenas, en Francia y en
América, deberíamos nosotros consagrarlo para corregir
la diferencia que aparentemente existe. Mi opinión es, Legisladores,
que el principio fundamental de nuestro sistema depende inmediata
y exclusivamente de la igualdad establecida y practicada en Venezuela.
Que los hombres nacen todos con derechos iguales a los bienes de
la sociedad, esta sancionado por la pluralidad de los sabios; como
también lo está que no todos los hombres nacen igualmente
aptos a la obtención de todos los rangos; pues todos deben
practicar la virtud, y no todos lo practican, todos deben ser valerosos,
y todos no lo son, todos deben poseer talentos, y todos no lo poseen.
De allí viene la distinción distintiva que se observa
de la sociedad más liberalmente establecida. Si el principio
de la igualdad política es generalmente reconocido, no lo
es menos el de la desigualdad física y moral. La naturaleza
hace a los hombres desiguales, en genio, temperamento, fuerzas y
caracteres. Las Leyes corrigen esta diferencia porque colocan al
individuo en la sociedad, para que la educación, la industria,
las artes, los servicios, las virtudes, le den una igualdad ficticia,
propiamente llamada política y social”.
Se trata de una igualdad, sin la cual es impensable la libertad
y la paz, que se reconoce como parte de la cultura, que no existe
en natura, y, por lo tanto es una construcción humana, como
lo es el socialismo en sí. Una igualdad que es consustancial
con esta corriente de pensamiento que es producto del esfuerzo creador
del proceso civilizatorio. Pero no cae en el error de pensar que
puede ser impuesta por la fuerza a través de la dictadura
del proletariado, ejercida por una nueva modalidad de absolutismo,
que fuese bautizada por las fuerzas reaccionarias, como totalitarismo.
Reconoce las diferencias naturales entre los hombres en razón
a sus rasgos específicos, que le dan un estatus social, que
en la visión actual del socialismo solo incrementa sus responsabilidades
hacia la sociedad en la cual actúa, compensada por el precio
de su aporte al desarrollo socioeconómico producto de su
acción social. De modo que tiene que encontrarse en las motivaciones
de Bolívar, un profundo contenido ético, y un análisis
sistematizado de los mundos en los cuales se desarrolla el género
humano.
Moral y luces como instrumento de la revolución
Es incuestionable en el pensamiento de El Libertador, el hecho de
la necesidad de la formación de la conciencia del ciudadano,
que ha sido expresado magistralmente en la manida, pero incumplida
frase de “moral y luces son nuestras primeras necesidades”.
Se adelantó así el Padre de la Patria, en casi medio
siglo, a las reflexiones de Carlos Marx que la consideraba como
necesaria para la conformación de la comunidad socialista,
cuyos integrantes deberían tener “conciencia de sí
y para sí”. Una conciencia que para Marx y Engels “no
puede ser otra cosa que el ser conciente…y el ser de los hombres
es su proceso de la vida real”. Colocado este concepto en
los términos de la sociología actual, el corresponde
a la noción de socialización. Un vocablo que incluye
la integración del individuo en la sociedad mediante un proceso
de aprendizaje, fundamentalmente realizado de manera informal por
su interacción con sus semejantes, especialmente mediante
las relaciones establecidas por la función social de producción,
pero con una dirección proporcionada por una educación
formal orientada por las ideas de igualdad, libertad y solidaridad
que son los valores característico de la comunidad socialista.
Es esa socialización la que provee la moral y las luces imprescindibles
para la construcción del socialismo. Ella proporciona lo
que Hegel denomina “el espíritu de la nación”,
y para los impulsores del socialismo científico es la “conciencia
de clase”. Una conciencia “que es de antemano un producto
social, y lo seguirá siendo mientras existan seres humanos”,
que exige el conocimiento del mundo inmediato que rodea al individuo,
y de la naturaleza de los nexos limitados con otras personas y cosas,
fuera del individuo conciente de sí mismo. En ese marco,
quizás no hay un pensador indoamericano, abiertamente socialista,
que marcase el camino para la construcción de la conciencia
indoamericana, y venezolana en particular, que Simón Rodríguez.
Señala Robinsón, refiriéndose a los padres
de las revoluciones, que “por mas que (ellos) declamen contra
el despotismo, los pocos hombres que
sienten su peso, tendrán que soportarlo, mientras
hagan parte de un pueblo que lo soporta
sin sentirlo.- Sí no pueden dejar de pertenecer al
Pueblo, trabajen para sacarlo de la abyección, y ascenderán
con él a la dignidad que desean……Que por más
que se trabaje en desimpresionar a los pueblos de la idea que tienen
formada de su suerte, nada se conseguirá, sí no se
les hace sentir los efectos de una mudanza…….Se discurre,
se promete, se hermosean las esperanzas…¡pero nada de
esto se toca! El hombre sencillo no gusta de hipótesis, por
que no sabe suplir (…talvez no puede…) Procédase
de otro modo. Educación Popular.
Destinación a ejercicios útiles.
Aspiración fundada a la
propiedad”.
Con ello sugería Rodríguez el método socializador
para crear “el espíritu de la nación”,
y la “conciencia de clase”. Una conciencia que en la
modernidad capitalista está definida por la capacidad de
provisión de bienes, el status social y el destino personal,
derivado del orden económico vigente; del poder, o la carencia
de él, de adquirir bienes y servicios; y, de sus posibilidades
para lograr ingresos para elevar su calidad de vida. En otras palabras,
para su ascenso humano, entendido como superación de la pobreza
y miseria, que caracteriza su existencia, en comparación
con la de aquellos, que por la acumulación del capital, ejercen
un dominio despótico, a través del ejercicio del poder,
sobre el Pueblo en su conjunto, y, en especial, sobre el proletariado.
Un proletariado segmentado en castas, por la acción combinada
de una propaganda difundida a
través de los medios de comunicación masiva, bajo
su control; y, la praxis derivada de las relaciones laborales en
las empresas privadas y estatales manejadas con la mentalidad capitalista,
orientada hacia la utilidad,
traducida en lucro personal. Se enfrenta así, ese proletariado
venezolano, profundamente fraccionado, con un sector burgués
internacionalizado por un mercado globalizado, con conciencia de
sí y para si, que mediante una estrategia divergente, enfrenta
la resistencia de las distintas facciones, anulando la fuerza superior
moral y material derivada de sus legítimos intereses de clase.
Es una confrontación que en la actualidad no se limita al
enfrentamiento de la clase propietaria nacional, cuya existencia,
en gran medida, es el resultado, como ya se anotó, de la
apropiación de la renta petrolera, derivada del control ejercido
sobre las instituciones de gobierno del Estado venezolano. Corresponde
al enfrentamiento con la burguesía planetizada, de la cual
la propia es parte integral por haber perdido “el espíritu
nacional” -a diferencia, por ejemplo de la burguesía
europea- que usa como medio el poder acumulado por los EEUU, cuyo
régimen, y en especial el aparato militar, controlado por
el llamado “complejo industrial-militar”. Un componente
globalizado, dado que la industria militar es una empresa capitalista
que se ha convertido en centro de la planetización del mercado,
que incluye a los restantes países capitalisticamente avanzados,
que aun cuando no tengan participación directa en la producción
militarista, dependen de la expansión productiva de las economías
nacionales, inseparables hoy en día de la producción
dedicada a fines bélicos. De allí que la guerra es
un negocio, que puede implicar el fin del capitalismo, y del Imperio
que ha construido, ya sea por la destrucción de la vida en
el planeta, por el poder demoledor de los medios utilizados para
su desarrollo, o por el agotamiento de las fuerzas morales y físicas
de los pueblos que las impulsan.
[ Arriba
]
El socialismo
pequeño burgués y el fraccionamiento del proletariado
Ese socialismo iberoamericano, incuestionablemente vinculado al
pensamiento de Simón Rodríguez, con contribuciones
sustantivas de personalidades como las de la peruana Flora Tristán,
o las de los argentinos Estaban Echeverría y Domingo Faustino
Sarmiento, o la de peruano Francisco Arcos Arlegui, o el brasilero,
General José Ignacio Abreu e Lima, prócer de la independencia
venezolana, quienes han sostenido, que para el desarrollo del socialismo
como cultura, sólo es necesario el desarrollo del “espíritu
nacional” y “la conciencia de clase” mediante
el cambio de la mentalidad de los individuos. Pero su actuación
fue tímida. Ni siquiera se aventuraron a promover experiencias
sociales famosas, como las iniciadas por el inglés Robert
Owen y los franceses Claude Henry de Rouvroy, conde Saint Simon,
y Charles Fourier, ideólogos del socialismo utópico,
que animaron fabricas de producción social; colonias experimentales;
cooperativas de producción, distribución y, consumo;
conjuntamente con la formación de sindicatos que defendían
los intereses de los obreros. No intuyeron estos intelectuales,
que más que las ideas puras abstractas, con fuerte contenido
moral, que en cualquier manifestación forman parte de la
superestructura de las sociedades, que las estructuras reales de
las comunidades políticas son el resultado de las relaciones
de producción definidas por el modo de producir dominante
en su seno.
De allí que no pudiesen impulsar experimentos que sirviesen
de modelo para justipreciar las formas sociales de producción,
a fin de compararlas con las empresas privadas y estatales de inspiración
capitalista. El único experimento de esa naturaleza, en nuestra
Patria, fue el emprendido por Agustín Codazzi, con la colaboración,
del Conde Martín Tovar Ponte, que establece en la cordillera
de la Costa, en su sección actual aragüeña, una
comunidad alemana de 387 personas, del tipo falansterio
-nombre derivado de la “phalange” fourierista-
en donde no había entre sus miembros otros instrumentos de
cambio que el trabajo de campo y en la construcción de casas
y de caminos, trabajos en gran parte ejecutados en forma colectiva.
Se estableció allí un Consejo
Comunal mediante elecciones libres y espontáneas,
se editó un boletín bilingüe, se contó
con asistencia médica, se llevó adelante un estudio
de los cultivos y de las técnicas agrarias apropiadas, se
organizaron la escuela para todos los niños, un almacén
general, un sitio para el culto, y las empresas industriales de
la alfarería y el molino, que la configuraban como unas empresas
sociales productivas.
Es una experiencia presente aún en nuestra realidad, aunque
muy deformada por la influencia liberal, que no cumplió su
cometido de servir de modelo para racionalizar la economía
nacional. Esta relación entre el modo de producción
y la estructura social, que define de hecho las superestructuras
de la comunidad política, es una realidad reconocida por
la moderna sociología, que vincula el cambio social a las
transformaciones científico-tecnológicas que definen
la naturaleza de las herramientas utilizadas para la producción
de bienes y servicios; y, por lo tanto, las vinculaciones entre
los factores de producción, la tierra, el capital y el trabajo.
Tan sólo en nuestro caso, pensadores como Fermín Toro
y José María Baralt, cuyos trabajos son poco conocidos
en nuestro medio y en el mundo indoamericano en general, llegaron
a comprender estas condiciones, incluso adelantándose a los
creadores del socialismo científico.
No sería sino hasta la segunda década del siglo XX,
cuando se materializa un movimiento comunista en Venezuela, que
corresponde a las ideas de la III Internacional de esa corriente
política, que se introducirían las consideraciones
económicas, que están en la base del orden social
extremadamente jerarquizado de nuestra comunidad política.
Un hecho que daría lugar, por un lado a la actuación
de una corriente revolucionaria, y por el otro, a una corriente
reformista, escudada en un socialismo pequeñoburgués,
inscrito en el movimiento socialdemócrata internacional,
que incluye profesionales liberales, pequeños propietarios
de industrias y asentamientos rurales, artesanos, pequeños
comerciantes, y obreros de las pocas empresas industriales existentes
para la época. Se constituyó así una clase
social, dividida en castas, por consideraciones profesionales, que
ha oscilado entre el proletariado y la burguesía, pero cuyos
miembros se han visto finalmente arrojados a las filas del proletariado,
por el desarrollo del capital monopólico y oligopolico internacionalizado,
que los ha venido desplazando, demostrando los efectos destructores
de la división del trabajo.
Un reformismo que para la década de los 60, ya estaba dominado
por la burguesía internacionalizada, y su contraparte venezolana,
en el marco del consenso de elites, ya mencionado como Pacto de
Punto Fijo. Se produjo en esta oportunidad un movimiento subversivo
de naturaleza revolucionaria y socialista, que fue derrotado fácilmente
por la acción combinada de la brutalidad de la represión,
que en nada se diferenció de la ejercida por las dictaduras
militares del Cono Sur, y la escisión del proletariado nacional.
Un proletariado que sólo se unió cuando la crudeza
de esa represión, y la pobreza en ascenso, amenazaron con
un descenso acelerado de sus niveles de vida, producto de lo que
se podría considerar como el “derrame” de la
renta petrolera.
Es cierto, que la reacción de las fuerzas conservadoras,
nacionales e internacionales, ha despertado el “espíritu
nacional” de la mayoría de los venezolanos. Pero también
es verdad que continúa seccionado en múltiples movimientos
políticos y sociales, a la vez con graves escisiones internas,
impidiéndose de esta forma la conformación de una
“conciencia de clase” que proporcione la fuerza para
enfrentar la acción de las fuerzas reaccionarias.
El fracaso del socialismo de transición
del General Zamora
Fue un proceso hacia el dominio del capital en la vida venezolana
que ni siquiera modificó el movimiento que liderizó
el General Ezequiel Zamora. Un gran hombre influenciado por las
ideas del llamado socialismo de transición,
diseñado por Pierre-Joseph Proudhon, Louis Blanc y, Auguste
Blanqui, entre otros. Su pensamiento, casi seguramente influenciado
por su cuñado, Juan Caspers, un alsaciano bien informado
del acontecer europeo de la época, lo convirtió en
un dirigente político regional del Partido Liberal, que como
organización opositora a las fuerzas conservadoras, polarizó
la vida nacional. Fue Zamora, con poco espacio para las dudas, quien
materializó lo que puede inscribirse como una lucha de clases
entre la oligarquía conservadora, en dominio de la economía
y la política nacional, y un proletariado, de la misma naturaleza
que el actual, unificado por razones similares a las que han permitido
solidarizarlo en la actualidad.
No obstante, aunque las publicaciones políticas de la época
(década de los 50 del siglo XIX) incluyeron comentarios sobre
la injusticia predominante, sobre la mala distribución de
la tierra y sobre la explotación del pueblo por los “godos”,
no formularon ninguna proposición destinada a liberar las
fuerzas productivas existentes en el país para impulsar su
desarrollo económico y social, como tampoco lo hiciesen,
en esa misma época, aquellos socialistas de transición
que impulsaron el 18 de Brumario de Luis Bonaparte en Francia. De
modo que al debilitarse la fuerza revolucionaria que condujo la
guerra federal, por su fraccionamiento en milicias estadales bajo
el control de caudillos locales, se abrió paso para la restauración
de la aristocracia y la burguesía que hegemonizaron la vida
del Estado al inicio de la IV República. Se mantuvo la unidad
del Estado en esa etapa histórica de Venezuela por un mecanismo
de balance de poder entre los caudillos regionales, el cual sólo
dejó como resultado un igualitarismo, que como ideología,
sin correspondencia con la realidad, sirvió de base para
el restablecimiento del liberalismo económico, ligado a los
circuitos económicos de las metrópolis capitalisticamente
avanzadas, y en las últimas décadas del siglo XX,
a la burguesía internacionalizada por la política
económica impuesta por el Fondo Monetario Internacional,
bajo su control.
La fuerza militar y el socialismo venezolano
Pero la propia guerra civil permitió la formación
de un ejército revolucionario de base popular, que al igual
que el Ejército Libertador, impulsó el cambio político,
que aun cuando desdibujado por la penetración de las fuerzas
conservadoras en el régimen de gobierno de la sociedad, mantuvo
a la fuerza militar, reorganizada a principios del siglo XX como
un producto de la movilización de la sociedad para defender
al Estado de la reacción conservadora nacional e internacional.
La oposición violenta en el plano doméstico expresada
mediante la llamada “Revolución Libertadora”,
y en el plano internacional por el bloqueo al país por una
coalición anglo-alemana. Efectivamente, fue a partir de una
milicia provincial institucionalizada, conformada a sus inicios
por las fuerzas irregulares cooptadas por el liberalismo rehabilitador,
como se estructuraron las fuerzas militares del Estado venezolano
contemporáneo. El aparato de guerra diseñado por el
General Cipriano Castro que pretendía recuperar el planteamiento
político de la lucha de clases, dentro del marco del socialismo
de transición. Esa visión del socialismo que no fue
el resultado de la dialéctica entre las fuerzas conservadoras
de la sociedad y las innovativas, sino la consecuencia de la acción
de un solo individuo -un gran hombre- que dirigió una
fuerza que es el efecto de un desarrollo histórico anterior.
Positivamente, tanto el Ejército Libertador, como las fuerzas
revolucionarias que participaron en la guerra civil (1859-1863),
vencieron a las fuerzas militares conservadoras convertidas en casta.
Y si el Ejército Libertador se disolvió para darle
espacio a una fuerza pretoriana al servicio de las clases propietarias,
no ocurrió lo mismo con las fuerzas revolucionarias de Zamora.
Ellas se fraccionaron, pero las milicias regionales que se conformaron
mantuvieron su carácter popular. Un carácter que persistiría
en la Fuerza Armada institucionalizada a lo largo de las siete primeras
décadas del siglo XX. Se ha tratado de un fenómeno
producto del reclutamiento de sus tropas y cuadros de mando, dentro
del concepto del servicio militar obligatorio, de los sectores negativamente
privilegiados de la sociedad. En control del poder, los miembros
de la burguesía, a diferencia de la vieja aristocracia propietaria
de la tierra, han detestado el oficio de las armas, colocándolo
en una posición subalterna a la estructura de la “sociedad
civil”, que ya empezaba a perfilarse como ámbito de
una concepción excluyente de la sociedad que sólo
considera como ciudadanos a quienes contribuyen financieramente
con el sostenimiento de la comunidad política.
Se mantuvo así la defensa estratégica del país,
como una función social -que supone la fusión
cívico-militar-, lo que la oligarquía conservadora
convirtió a principios del siglo XIX en una tarea corporativa
en el lapso entre 1830-1863, y el consenso de elites puntofijista
trataría de restablecer durante las tres últimas décadas
del siglo XX, dentro del marco del Tratado Interamericano de Asistencia
Reciproca que serviría a los intereses de la burguesía
transnacionalizada. Es esta condición la que explica el papel
de avanzadilla revolucionaria que ha jugado, fundamentalmente, el
MBR-200, que ha impulsado con fuerza la idea del ciudadano-soldado,
así como también todas las intervenciones de facciones
militares, realizadas en compañía de fuerzas civiles
progresistas, durante el siglo XX.
[ Arriba
]
La necesidad
del partido de la revolución
No se puede negar que en los procesos revolucionarios que le dieron
la independencia política al pueblo venezolano, y luego sustituyeron
el centralismo político unificador por la federación
pluralista, fueron el resultado de la acción de la porción
más conciente de los sectores no privilegiados de la sociedad
convertidos en avanzada. Ellos acompañaron macizamente a
una relativamente reducida porción de la elite, que con una
conciencia humanista, bajo la conducción de un líder,
actuó como avanzadilla de la avanzada, en el sentido militar
de ambos términos.
Positivamente, esa multitud se conformó como una fracción
de tropas que se destaca a vanguardia y a distancia del cuerpo principal
al fin de observar al enemigo y combatir sus posiciones avanzadas,
mientras la Sociedad Patriótica, que colocó a Simón
Bolívar como líder, y el Partido Liberal que escogió
a Ezequiel Zamora para la conducción militar de la revolución,
se ubicaron en las dos situaciones como avanzadillas, avanzada de
la avanzada. Pequeñas segmentos que se adelantaron más
y sirvieron de comunicación y apoyo para las primeras líneas
de las avanzadas. Sin dudas, las avanzadillas en ambas situaciones
conocían muy bien al adversario. Tenían conciencia
de la naturaleza de avanzada de los terratenientes que servían
a los intereses de las burguesías dominantes emergentes en
las grandes potencias industrializadas.
Pero la avanzada sólo percibía las posiciones adelantadas
del adversario, que debían eliminar para lograr la victoria.
En esas condiciones, aun cuando la avanzadilla planteaba la lucha
de clases contra la hegemonía creciente de la burguesía
a escala planetaria, la confrontación la planteó de
hecho la avanzada, enfrentando a los terratenientes que controlaban
directamente al país. Convirtieron esas confrontaciones en
guerras campesinas, en las cuales el dominio de la tierra pasó
a ser su objetivo político, en una Venezuela de esos tiempos,
en donde las sublevaciones contra el régimen, y las teorías
políticas de la época, no eran el factor desencadenante
de las contiendas. Ellas eran la consecuencia del grado de desarrollo
en el cual se encontraba el país, caracterizado por una agricultura
extensiva; sin ningún progreso industrial significativo;
carentes de vías de comunicaciones terrestres y fluviales,
que conectaran el centro político con su periferia; con un
comercio orientado a la exportación de materias primas de
origen agrícola; y, la circulación del dinero, expresado
en monedas extranjeras, era restringida a las castas privilegiadas
y a la burguesía incipiente.
En esas condiciones, un campesinado segmentado, como lo esta ahora
el proletariado, entre aquellos sometidos a la servidumbre directa
de los terratenientes, los arrendatarios y los pequeños propietarios
(conuqueros), desorientado, dentro de una ideología igualitaria
sin correspondencia en la práctica, como se anotó,
fue fácilmente desbandado, permitiendo a la reacción
conservadora la recuperación del dominio de la tierra, y
con ello el control político del país. Un hecho que
fue acompañado con el fortalecimiento de la burguesía
comercial y financiera como producto de la expansión del
comercio de bienes de utilidad bélica. En ese sentido, esas
guerras fueron antecedentes de las guerras periféricas que
se han desencadenado en la actualidad dentro del concepto de “guerras
de cuarta generación”, para el dominio de espacios
subdesarrollados con la finalidad de sostener el proceso de acumulación
capitalista.
Probablemente, otro hubiese sido el escenario si esa avanzada proletaria
se hubiese organizado en un multitudinario partido, del cual fueran
surgiendo generaciones de relevo de la avanzadilla que mantuviesen
tanto el poder como la persistencia del proceso de avance humano
de la sociedad venezolana. Carente de una institución de
esa naturaleza, esa tradición progresista se desvaneció
con la desaparición física de sus líderes y
la disolución progresiva de las avanzadillas, producto de
la debilidad de sus miembros, cuando no de la represión violenta
de las fuerzas desintegradoras. Se trata de un estado de cosas que
reproduce la dinámica universal al crear ese flujo y reflujo
alternados de fuerzas que son complementarias entre si, y a la vez
antitéticas, que ha originado las situaciones de crisis periódicas
en nuestro país. En esa forma se hubiese mantenido la tradición
innovativa que al interactuar organizadamente con la antitesis desintegradora
no hubiese mantenido la vigencia de la fuerza de la inercia responsable
del atraso relativo de la nación venezolana en el contexto
del sistema internacional.
Venezuela
en la época actual de revolución social
No hay dudas que en cada época de revolución social,
cuando se llega “a una determinada fase de desarrollo -afirma
Marx en su “Critica de la Economía Política”-
las fuerzas productivas materiales de la sociedad chocan con las
relaciones de producción existentes”. Y eso es lo que
sucede hoy a escala mundial, con sus repercusiones en Venezuela.
La revolución científico-técnica, que le ha
abierto paso a la cibernética, la cual sustituye el trabajo
humano por maquinas automatizadas, ha colisionado con el modo de
producción industrial-mecánico que había venido
dominando el sociosistema, debilitando las antiguas relaciones de
producción que han definido la estructura social y, por consiguiente
la superestructura ideológica, creando progresivamente las
condiciones para instaurar unas nuevas, y cualitativamente superiores,
relaciones de producción, que propicien el desarrollo de
nuevas fuerzas productivas.
Unas circunstancias que han estimulado la revolución política
en varios países. Y, con poco espacio para la duda, ellas
han favorecido, en el caso de Venezuela, aun cuando sea de manera
inconciente, la transformación acelerada que experimentan
las estructuras de nuestra sociedad, gracias a la revolución
política desarrollada en su seno. Es evidente que en nuestro
país se han venido materializando en la última mitad
del siglo XX la formación de nuevos y variados centros de
producción, algunos impulsados por el Estado, otros producto
de la creatividad colectiva o privada, y que las empresas de trasfondo
capitalista, privadas o estatales, han cambiado, muchas veces a
regañadientes, su praxis, orientada al lucro, para adaptarla
a las exigencias de una sociedad que no acepta más su situación
de castas, y el correspondiente carácter rentista de su economía.
Es un cuadro donde se propone la concepción socialista de
la economía, sin que ello implique el constreñimiento
de las posibilidades del Estado, o de las iniciativas comunitarias,
o de la acción privada, para impulsar un modo de producción
más avanzado. Un proceso que no coarta las libertades económicas,
pues considera que la competencia es democrática, siempre
que sea explícita, y no conduzca a la formación de
oligopolios o monopolios. De lo que se trata cuando se habla de
una idea socialista de la economía, no es como la concibió
el socialismo real en términos de eliminación de la
propiedad privada de los medios de producción, para terminar
colocándolos en manos de una burocracia que instaura un capitalismo
de Estado. Eso ya sucedió en Venezuela, donde la mayor proporción
de las empresas productivas están en manos del Estado. Lo
que se propone es una reestructuración de la visión
económica sostenida por el liberalismo.
La óptica liberal de la conducta económica humana,
que la considera como un campo de estudio autonomo que establece
imperativos, es inaceptable hoy desde la perspectiva de la teoría
del conocimiento. La tendencia hacia la unificación del estudio
de la conducta humana como fenómeno complejo, cuyos distintos
aspectos son inseparables, conduce a estimar que la búsqueda
de una reestructuración de la economía no es una materia
de una ciencia económica independiente, sino el resultado
del estudio del complejo funcionamiento del sociosistema donde el
comportamiento político y cultural es primordial. De manera
que en una época de revolución social, como la actual,
cuando las premisas tradicionales del metabolismo social/económico
dominante no solo pueden ser cuestionadas, sino que además
deber serlo, esta crítica, como lo dice Marx, no puede surgir
en otra parte “sino en la arena política propiamente
dicha”.
En estas circunstancias, para coronar satisfactoriamente el objetivo
original de la economía socialista, en el punto culminante
de la crisis, la política revolucionaria debe transferir
sus aspiraciones -en forma de poderes de toma de decisión
efectivos a todos los niveles y a todas las áreas, incluida
la economía- al cuerpo social, del cual emanarían
nuevas demandas materiales y políticas. Esta parece ser la
única manera como la política revolucionaria podría
mantener su propia estrategia, en vez de militar contra ella como
lo hizo el socialismo real del siglo XX.
[ Arriba
]
Los movimientos
sociales y el socialismo
Dentro de ese cuadro, surgen movimientos sociales poderosos, que
se alinean con esfuerzos similares transnacionalizados, como los
representados por las organizaciones laborales, feministas, juveniles
y estudiantiles, indigenistas, afroamericanas, pacifistas y ecologistas,
que buscan la igualdad entre los seres humanos, dentro de la idea
de un desarrollo sustentable, que propenda a un equilibrio entre
los distintos componentes de la humanidad, y entre ella y su entorno
natural. Son corrientes sociales, que en el capitulo venezolano
se han incorporado activamente al proceso revolucionario, fortaleciéndolo
moral y físicamente. Su aspiración de igualdad entre
los seres humanos, y de respeto al entorno natural, los coloca frontalmente
en contra de las políticas conservadoras del neoliberalismo,
que acentúan las diferencias humanas, y amenaza seriamente
la vida en el planeta.
Un hecho que en principio satisface la idea de la igualdad entre
los seres humanos, propia del pensamiento socialista en todas sus
etapas, muy acentuada en la ideología nacional, y el respeto
al ámbito natural como espacio biológico que hace
posible la vida de hombres y mujeres en el planeta. En ese contexto,
seguramente la mayor parte de los integrantes de estos movimientos
comparten el pensamiento socialista. Pero aun sin hacerlo, ellos
fortalecen el pensamiento humanista, implícito en el socialismo,
particularmente cuando luchan por la igualdad que está en
su esencia. De modo que constituye un imperativo categórico
para los hombres y mujeres, que sostienen esta tesis socialista,
el apoyar estos movimientos como expresión de los más
altos ideales de la civilización humana.
La pequeña
burguesía en la revolución
No hay dudas que la reacción interna de la burguesía
transnacionalizada frente al proceso revolucionario bolivariano
aprovecho la fuerza acumulada en la pequeña burguesía,
convertida en burocracia del aparato de estado y de las empresas
productivas públicas y privadas. Utilizó para ese
fin los sentimientos que provoca la situación estamental
en la cual se desarrolla su devenir social. Un estado basado en
la consideración social fundada en un prestigio hereditario
o profesional, no vinculado al orden económico que determina
su poder adquisitivo y las maneras de adquirir ingresos. La sensación
de pertenecer a una categoría social superior, en un orden
extremadamente jerarquizado, le ha venido proporcionando un “orgullo
de clase”, incompatible con el proceso de proletarización
al cual ha venido siendo sometida, por la acumulación de
la riqueza en la burguesía que controla el capital productivo
y financiero. De hecho, de sus filas ha surgido lo que algunos sociólogos
denominan “nueva pobreza” originada por la desvalorización
o pérdida de sus haberes personales y de sus fuentes de ingresos.
No le fue difícil para esa oligarquía lograr su cometido.
El imperio de la mediocracia (de los medios masivos de comunicación),
que se alimenta en la mediocridad y se complace en las olas de la
banalidad, ha sido el instrumento para obtener sus fines. Cada día,
durante más de tres generaciones, la trivialidad se ha convertido
en el aspecto dominante de la cultura de este sector social, que
va poblando su memoria de historias y actos sin dimensiones temporales
y espaciales. La condición necesaria y suficiente para la
existencia de ese imperio virtual conformado por el mercado globalizado.
Se les cambió a sus miembros su condición de ciudadanos
por el simple papel de consumidores, no de los bienes necesarios
para elevar la calidad de vida, sino de baratijas que han satisfecho
su vanidad. El liberalismo así ha abonado su tendencia a
la expansión, al crear nuevos productos que mantengan el
capital en movimiento, impidiendo la obsolescencia y pérdida
de valor de los viejos y la desvalorización del dinero.
Así se masificó este segmento del pueblo venezolano
que para la década de los 90 representaba el 13,65% de los
habitantes del país. Un proceso que implicó su fascinación
por la idea de la posibilidad de un ascenso social dentro de un
contexto signado por la libre competencia. Un hecho que implicaría,
al menos, el mantenimiento de su “prestigio”, que no
es personal sino adquirido por su situación estamental. Ese
fenómeno de la masificación facilitó rápidamente
su colocación en lo extremo. La sospecha enunciada de la
posibilidad irracional de pérdida de sus bienes personales,
e incluso de sus propios hijos, a causa de la política revolucionaria
se transformó ipso facto en
indiscutible evidencia y, un principio de antipatía hacia
los sectores marginados de la sociedad pasó a constituir
en segundos un odio feroz. Circunstancias que se han puesto de manifiesto
con sus conductas pueriles que sirvieron de alimentó a la
violencia conspirativa que se manifestó el 2002.
No obstante, de su seno surgieron corrientes, evidentemente minoritarias,
que con plena conciencia de su situación se han sumado a
los movimientos sociales de cambio. La organización denominada
Clase Media en Positivo, de la
cual se desprendió por razones estratégicas y tácticas
la designada como Clase Media Revolucionaria,
se han convertido en fuerzas sociales significativas, que sumadas
a las mencionadas en el acápite anterior, comparten las posiciones
que favorecen la igualdad y el antiimperialismo. Por ello son movimientos
que como aquellos deben ser estimulados por quienes comparten los
ideales socialistas. Su acción, ciertamente ha permitido
al menos la desmovilización de ese sector alienado.
La guerra de resistencia parte del pensamiento
socialista
Debe ser indiscutible la orientación pacifista que anima
el pensamiento socialista. El rechazo a la guerra, como medio para
la obtención de objetivos políticos, para sustituirla
por el dialogo y el debate, debe ser un fin de la acción
revolucionaria. La declaración constitucional del territorio
venezolano como zona de paz, es una expresión de la voluntad
popular de objetar las acciones bélicas como medios para
imponer un orden social. Positivamente, este concepto que incluye
la prohibición de recurrir a la amenaza o el uso de la fuerza;
la solución pacífica de las controversias; la no injerencia
en los asuntos internos de otros estados; y, la coexistencia pacífica,
corresponde a una actitud antibelica, motivada por el respeto a
la vida, a todas las formas de vida existentes en el planeta, que
esta en el fondo de la ética socialista, incluyendo en esto
la reproducción racional del genero humano.
En nuestra concepción, aparte de considerar el significado
de la guerra para la acumulación oligopólica y monopólica
del capital, ella es el mecanismo que enfrenta al proletariado de
una comunidad política, con él de otra, cuyas burguesías
compiten por el dominio del mercado globalizado. Ciertamente, son
los sectores no privilegiados de las sociedades quienes se enfrentan
a muerte en los campos de batalla, o en las áreas urbanas
incluidas en los escenarios de conflicto en las confrontaciones
actuales, donde se han borrado los límites entre las actividades
militares y las civiles.
Se han convertido estas confrontaciones violentas, especialmente
por su traslado a los espacios periféricos subdesarrollados,
en instrumentos para el control del crecimiento de las poblaciones
que representan el submundo social de excluidos dentro de una civilización
planetizada. Se trata de frenar las corrientes migratorias de pobres
y miserables, quienes atraídos por el oropel de las viejas
metrópolis coloniales, o neocoloniales, buscan en ellas la
oportunidad para alcanzar niveles de vida cónsonos con la
dignidad humana.
Pero esa vocación pacifista no puede ser desarmada. Existe
el riesgo de las intervenciones militares unilaterales, o colectivas,
mediante el uso de las instituciones supranacionales de orden, controladas
por las grandes potencias, o a través de coaliciones coyunturales,
como la alianza anglo-alemana que bloqueo a Venezuela a principios
del siglo XX, las cuales pondrían en peligro el proceso de
cambios que se adelanta en el país. Eso obliga a incluir
en el pensamiento socialista venezolano la idea de la guerra de
resistencia, no solo como disuasivo frente a probables intervenciones
foráneas, sino como praxis propia de la vida social, de modo
de garantizar el ejercicio de la soberanía popular, dentro
del marco de una democracia participativa.
[ Arriba
]
La necesidad
de internacionalización de la revolución
Lógicamente, por mucha que sea la voluntad de resistencia
de nuestro pueblo, las desiguales relaciones de poder existentes
entre las potencias capitalistas que dominan la política
internacional, y el poder nacional venezolano, no permitirían
la neutralización, y menos la contención, de una ofensiva
de las fuerzas neoconservadoras, acompañadas de una “quinta
columna” interna articulada por la oligarquía desplazada.
La alianza coyuntural con las grandes potencias opuestas al unilateralismo
usamericano, y partidarias de un orden mundial multipolar, en particular
la Federación Rusa, China e India; el fortalecimiento de
la Organización de Países Exportadores de Petróleo;
la potenciación del Movimiento de los No Alineados; y, el
impulso a la consolidación de la Comunidad Suramericana de
Naciones, deben ser parte del pensamiento actual de los socialistas
venezolanos.
Ese poderoso conjunto, junto con los movimientos radicales presentes
en el mundo industrializado, y en los pueblos hermanos de las américas,
con los cuales hay que ser solidarios, representan la antitesis
al imperialismo dominante, en la contradicción básica
entre el unilateralismo y el multilateralismo que caracteriza la
dialéctica actual de la humanidad. Particularmente, la unificación
de los pueblos que habitan en el continente suramericano, de acuerdo
a su mejor tradición, en cuyo establecimiento jugó
un papel dominante nuestro Libertador, Simón Bolívar,
debe ser parte del ideario socialista, en esencia pacifista.
Incuestionablemente, la conversión de este espacio en una
región geoestratégica, con capacidad para influir
en la configuración de un orden mundial donde exista un balance
de poder, es una apuesta por la paz, en contra de la guerra, y un
camino válido para la conformación de instituciones
supranacionales que contribuyan a la sustitución del poder,
por la vigencia del derecho. Es el modo de cambiar el Área
de Libre Comercio de las Américas (ALCA), usada como medio
para mantener el ámbito indoamericano como “patio trasero”
de los EEUU, por la Alternativa Bolivariana de las Américas
(ALBA), como un recurso para igualar las comunidades políticas
conformadas en los espacios continentales americanos, y equiparar
los sectores no privilegiados de estas comunidades, con las minorías
que dominan sus economías y, con ello, sus sistemas políticos.
Mientras el ALCA tiene como finalidad la liberación y normalización
del comercio y la inversión en la región, con lo cual
refuerza el poder de las plutocracias presentes en nuestros ámbitos
geográficos, el ALBA las considera como instrumentos para
la lucha contra la pobreza y la exclusión social. Y en esa
relación dialéctica, mientras que este último
planteamiento, liderado por Venezuela, avanza en el mundo indoamericano
y caribeño, la formula del ALCA retrocede ante la opinión
publica regional, incluyendo sectores significativos de la sociedad
anglo-norteamericana.
La síntesis
del programa socialista venezolano
Todo este ideario socialista no podrá cumplirse sin una fuerte
intervención del gobierno del Estado venezolano, que concentra
el poder principalmente por la administración de la renta
petrolera; por dominar la mayor concentración de capital,
dado su carácter de propietario de las principales empresas
que conforman la base de la economía nacional; y, por ultimo,
por monopolizar el uso legítimo de la fuerza. Eso supone
un conjunto de medidas que incluyen:
1. El fortalecimiento del poder popular
mediante el desarrollo efectivo de los concejos comunales, y el
debilitamiento del papel de las viejas estructuras de poder centradas
en los órganos de gobierno, regionales y locales, que han
respondido a la idea de la democracia representativa.
2. El adelanto de un proceso de socialización
incluyente, destinado a reforzar el espíritu nacional y la
conciencia ciudadana, que implique el sano desarrollo de la personalidad,
con conocimiento de su razón de ser; de sus potencialidades
físicas y psíquicas; y, de su ubicación en
el conjunto social, con el registro de sus semejantes, en situaciones
sociales equivalentes, que le proporcione el sentido de clase. Una
dinámica que le permita al ciudadano, desde su temprana infancia
hasta el fin de su vida, compartir las ocupaciones cotidianas del
vecindario donde convive, para aprehender los usos, costumbres y
tradiciones que caracterizan la cultura de su pueblo; contar con
un sistema educativo formal, que de manera continua y progresiva,
permita el acceso al conocimiento científico y el dominio
de las técnicas productivas, conjuntamente con su actualización
permanente; y, la aproximación constante al conocimiento
del acontecer humano, a través de medios de comunicación
orientados a la información veraz y al sano esparcimiento.
3. La promoción de programas
de investigación científica y tecnológica,
mediante el establecimiento de centros y redes de investigadores,
con vinculaciones estrechas con sus equivalentes en el ámbito
indoamericano, y a escala global, conjuntamente con el impulso al
establecimiento de comunidades de conocimiento intercomunales que
permitan su transformación social y cultural de los participantes,
y la construcción social del conocimiento, partiendo de los
saberes populares. Un esfuerzo que tiene que complementarse con
la instalación de una infraestructura pública de telecomunicaciones,
multimedia, facilitadora de los enlaces entre los variados actores
individuales y colectivos que participan en estas actividades, y
con los usuarios de los resultados de sus trabajos, los centros
comunales y las empresas productivas.
4. El estimulo al desarrollo del aparato
productivo, en una economía sustentable, a través
de la creación de nuevas empresas públicas, comunitarias,
y privadas, y el fortalecimiento de las existentes, con posibles
asociaciones estratégicas con productores internacionalizados,
mediante la inversión directa, las donaciones de capital,
los créditos blandos y la asistencia técnica, legal
y administrativa. Un objetivo sólo posible por el control
directo del estado del sector financiero y de la política
monetaria. Se trata de una acción que tiene como fin la satisfacción
de las necesidades internas por la producción de bienes y
servicios compatibles con las capacidades que ofrece el país,
y la producción de excedentes para estimular el comercio
internacional, especialmente dentro del ámbito indoamericano,
todo como un mecanismo en la lucha contra la pobreza y la exclusión
que fundamenta la Alternativa Bolivariana de las Américas.
5. La implantación de una revolución
agraria, no simplemente una reforma, incluyendo el desarrollo óptimo
de la agroindustria, para aumentar la productividad de nuestros
campos y borrar las diferencias abismales existentes entre las condiciones
de vida urbana y las existentes en las áreas rurales. Es
un mecanismo adicional para potenciar el mercado interno, y la producción
de excedentes exportables, íntimamente ligado con la seguridad
estratégica del Estado. Por ello, esta actividad se debe
considerar como una función social del mismo rango que la
defensa militar del territorio y la soberanía nacional, pues
la seguridad alimentaria es una fortaleza en un sistema internacional
signado por la conflictividad.
6. La ampliación de los de
los servicios de salud, educación, recreación, transporte,
y de comercialización de bienes de consumo esenciales, en
calidad de espacios públicos, como un mecanismo para la construcción
de una sociedad igualitaria, con patrones de consumo que no dependan
de la distribución de la riqueza. Con la existencia de mayores
y mejores espacios públicos se tenderá a la homologación
de los hábitos de los ciudadanos, y a la vida de todos en
condiciones semejantes.
7. El establecimiento de fuertes impuestos
progresivos que obliguen a los más beneficiados de la vida
social a contribuir proporcionalmente a sus ganancias con el desarrollo
de sus semejantes, de las comunidades que constituyan, y del Estado.
8. El articular las demandas igualitarias
y libertarias de los movimientos sociales y populares nacionales,
indoamericanos y globales, admitiendo la diversidad de los actores,
y en conocimiento de las diferencias en las formas de lucha, culturas,
identidades, cosmologías y propuestas libertarias, que hoy
enfrentan al neoliberalismo globalizado y al imperialismo.
9. Impulsar la participación
de los ciudadanos y ciudadanas en la defensa militar del Estado,
dentro de la idea del ciudadano-soldado, y la noción de la
guerra de resistencia, en el marco de las fuerzas activas, de la
reserva y la guardia territorial, como un mecanismo para defender
el modo de vida que nos hemos dado concientemente los venezolanos,
la soberanía nacional y el territorio patrio.
10. Adelantar una política
exterior que tenga como finalidad propiciar el multilateralismo,
para construir un sistema legal internacional que garantice los
derechos de los pueblos, y los individuales, teniendo como objetivo
inmediato la construcción de un orden internacional multipolar,
que garantice un balance de poder que minimice los riesgos de la
guerra. En ese campo debe ser prioritaria la integración
de los pueblos indoamericanos, en una región geoestratégica,
para lograr la influencia suficiente en la configuración
de la estructura internacional.
[ Arriba
]
EL PARTIDO
La fuerza
electoral chavista y la revolución bolivariana
Ciertamente, los venezolanos, y la población mundial en general,
hemos presenciado la actuación, inédita en este momento
de la historia, de ese proletariado, que comportándose de
manera racional, ha producido la revolución política
que ha colocado en sus manos el control de las instituciones de
gobierno venezolanas. Un cambio que ha incluido el desarrollo de
políticas públicas, que en general se han venido ajustando
al programa de 10 puntos, que sintetiza la tesis política
del socialismo venezolano, arriba expuesta. Nos ha sido posible
observar su resistencia activa y pasiva, presente especialmente
desde la década de los 80, que dentro de una gran lógica,
y con un mínimo uso de la violencia política, logro
instalar, empleando los mismos métodos que ofrece la democracia
representativa, en 1999, al frente del gobierno del Estado, al liderazgo
castrense, que como su avanzadilla, produjo las rebeliones militares
del 4 de febrero y el 27 de noviembre del año 92.
Fue una resistencia, en la cual su sector más avanzado realizó
movilizaciones de protesta en los espacios públicos, que
alcanzaron su cenit el 27/2/987, con la rebelión social,
conocida como el “caracazo”, precursora de las intervenciones
militares arriba mencionadas, apoyando al mismo tiempo, políticamente,
a los partidos y movimientos de izquierda, que al menos expresaban
públicamente las contracreencias que informan el pensamiento
socialista. Una conducta, que les proporcionó a estas organizaciones
políticas, espacios en el Congreso de la República,
y el dominio de algunos gobiernos regionales y locales, desde los
cuales su contribución al movimiento de cambio fue poco efectiva
y de baja calidad, dado su extrema división. Mientras su
segmento menos conciente, sumido en la apatía, por la desconfianza
y el temor a la cruenta represión en curso, practicaba una
resistencia pasiva por su abstención en la participación
en los procesos políticos y sociales, que habían abierto
los espacios para la formación de las instituciones en las
cuales se sustentaba el sistema político. Incuestionablemente,
ambas actitudes y conductas fueron los factores dominantes para
el desvanecimiento del aparato de poder que había controlado
el Estado, con pocas variaciones, y momentáneas interrupciones,
desde 1830.
En esas circunstancias, la campaña electoral de 1998 revivió
la contradicción presente desde la era colonial, que ha enfrentado
a los sectores sociales con privilegios positivos, asociados con
una burguesía naciente, contra las fracciones de la población,
negativamente privilegiadas, que en condiciones de esclavitud y
servidumbre, han proporcionado la fuerza de trabajo, tanto a la
sociedad feudal dominada por los terratenientes de la era colonial
y el primer siglo de vida independiente, como a la sociedad capitalista
que se conformó con la irrupción de la explotación
petrolera en el siglo XX. Se había iniciado así la
configuración de ese orden mundial, en el cual los espacios
periféricos, con sus poblaciones en condiciones de subdesarrollo,
complementaban, con sus recursos y fuerza laboral, el ciclo económico
de un mercado que se globalizaba aceleradamente. Y en ese marco,
principalmente a través de una organización fundamentalmente
de carácter electoral, el Movimiento V República,
en asociación con las organizaciones políticas que
agrupaban principalmente las fuerzas socialistas presentes en el
país, que en su conjunto constituyeron el llamado Polo Patriótico,
se conformó el pueblo chavista. Un conjunto heterogéneo,
así denominado por su vinculación directa con el líder
del proceso revolucionario, que ha sido la base del régimen
de transición que ha dominado la realidad política
venezolana desde 1999 hasta el presente. A ese conjunto híbrido
le ha correspondido en ese lapso no sólo el papel de mantener
electoralmente la vigencia del proceso revolucionario, sino también
contribuir, conjuntamente con el sector progresista de las instituciones
militares, a la defensa contra las acciones de hecho, que en el
marco de la guerra asimétrica ha venido ejecutando la reacción
neoliberal.
La Revolución
Liberal Restauradora, la lucha de clases y el Partido Comunista
Venezolano
El antecedente más inmediato de la emergencia de ese proceso
revolucionario actual venezolano lo constituye la Revolución
Liberal Restauradora de 1899, que tuvo como avanzadilla una asociación
de liberales tachirenses, liderada por Cipriano Castro, quienes
frustrados por el retorno de la oligarquía conservadora al
control del poder del Estado, insurgieron, usando como avanzada
el campesinado base de la pobreza estructural de la comunidad política.
Se trató en sus inicios de un movimiento integrador, frente
al cual reaccionó, no la aristocracia tradicional terrateniente
sino el capitalismo materializado en la burguesía nacional,
asociada estrechamente a los enclaves capitalistas de las metrópolis,
en esos momentos dentro de un proceso marcadamente competitivo e,
incluso, polémico. De hecho las dos guerras mundiales del
siglo XX fueron expresiones de esa competencia entre las burguesías
de las grandes potencias.
Planteó abiertamente la Revolución Liberal Restauradora
la lucha de clases en lo interno, y el antiimperialismo en lo internacional,
en un momento en el cual ocurría una época de revolución
social, producida por las transformaciones tecnológicas derivadas
de la sustitución del carbón por los hidrocarburos.
No extraña pues que en la primera mitad del siglo XX, con
posturas similares a las de los rebeldes andinos venezolanos, ocurrieran
otras revoluciones políticas en el ámbito externo,
como fue el caso de la Revolución Mexicana y la Revolución
Soviética en Rusia, aun cuando no hubiesen conexiones entre
los protagonistas de esos procesos, que en primera instancia respondían
a las circunstancias específicas que caracterizaban las realidades
sociales en las cuales ellas se desarrollaron. Un hecho que no fue
considerado por los teóricos del socialismo científico,
quienes universalizaron sus tesis, surgidas de las realidades de
las sociedades capitalisticamente avanzadas europeas. Pretendían,
como también lo hacía el liberalismo, homogeneizar
una diversidad presente en la materialidad, desconociendo los particularismos
propios de cada realidad social. Un problema que enfrentarían
tempranamente en el marco de la revolución rusa, con la cuestión
de las nacionalidades dentro del enorme espacio dominado por el
Imperio zarista.
Le correspondió enfrentar a ese nuevo proceso integrador,
realizado totalmente en el marco político de la modernidad,
a la reacción de la burguesía local e internacional,
tal como ocurre en el presente. Un cuadro similar al existente en
la actualidad. Por un lado a una “quinta columna” interna
materializada por la llamada Revolución Libertadora, dirigida
por el sector financiero de la burguesía nacional, asociada
a los intereses de una empresa usamericana con concesiones en el
área de los hidrocarburos. Mientras por otro lado, resistía
un bloqueo naval emprendido por Alemania y la Gran Bretaña,
a la par que rechazaba una invasión proveniente de Colombia,
ejecutada por la asociación entre la aristocracia terrateniente,
encuadrada en el partido Conservador, y la burguesía integrante
de la facción denominada de “los gólgotas”
del partido Liberal que desde 1880 hasta hoy ha dominado el escenario
político del vecino país. En los hechos, el movimiento
restaurador salió triunfante frente a esta reacción
armada. Sin embargo fue derrotado por la disidencia interna encabezada
por Juan Vicente Gómez, que aun cuando minoritaria, y sin
contar con el apoyo militar de una milicia regional revolucionaria,
convertida en fuerza castrense del proceso, logró el control
del poder con la asistencia directa de fuerzas militares usamericanas.
Pero en esas circunstancias, a diferencia de las presentes en los
procesos revolucionarios del siglo XIX, no se desvaneció
la fuerza integradora. El núcleo de aquel movimiento integrador
se mantuvo en el seno de las milicias, que institucionalizadas pasaron
a formar el Ejército Nacional. Y es así como se produjo
el primer hecho de violencia política revolucionaria del
siglo XX: el golpe militar del 15 de enero de 1919. Fue una acción
de fuerza ejecutada por jóvenes militares en asociación
con el movimiento estudiantil, viejos revolucionarios e intelectuales,
quienes encuadrados en un frente de lucha se enfrentaron a la burguesía
en control del poder del Estado dentro de la concepción ideológica
del positivismo. Se trató de una conducta estimulada por
el fracaso de los regimenes imperiales de Alemania, Austro-Hungría
y Rusia, y el triunfo de las revoluciones mexicana y soviética.
Se estableció así una relación persistente
entre sectores de los mandos militares y el movimiento político
que expresaba la fuerza integradora del país. Una relación
que se ha materializado en una serie de insurrecciones cívico-militares,
las cuales jalonaron el transcurso del devenir político nacional
durante todo el siglo XX, hasta culminar con las rebeliones ya anotadas
del 4F y 27N de 1992.
Dentro de ese grupo de rebeldes del año 1919 estarían
algunos de quienes serían fundadores en México el
año de 1927 del Partido de la Revolución Venezolana,
que el 5 de Marzo de 1931 se convertiría en la clandestinidad
en el Partido Comunista de Venezuela. Sería esta fuerza política
la que le daría organicidad a la tradición radical
presente en el país, enmarcándola dentro de la tesis
del socialismo científico. Un planteamiento teórico
desarrollado dentro del paradigma determinista que en el siglo XIX
permitía la comprobabilidad de los fenómenos materiales.
Responde esta proposición a la observación emperica
realizada por Carlos Marx sobre la evolución histórica
de los pueblos europeos principalmente, que permitió comprobar
la existencia de una relación directa sobre las formas que
la sociedad adquiere en cada momento de su devenir y el modo de
producción dominante en esa determinada fase del desarrollo
de las fuerzas productivas. Sería esta organización
política la que difundiría las contracreencias contra
el liberalismo económico que ha señoreado la realidad
venezolana durante todo el siglo que pasó.
[ Arriba
]
El fraccionamiento
del Partido de la Revolución frente a la hegemonía
del Socialismo Burgués
Esas masas proletarias no volverían a actuar políticamente
orientadas durante todo el siglo XX, sino en tres oportunidades:
las revoluciones socialistas burguesas del 18 de octubre de 1945
, y del 23 de enero de 1958; y, la rebelión social iniciada
en febrero de 1989, que ha dado pie a la revolución política
que se adelanta desde 1999. Las dos revoluciones socialistas burguesas
mencionadas, que organizaron en partidos de masas a los sectores
populares, fueron realizadas por una parte de esa clase social dominante,
en asociación con la pequeña burguesía, que
deseaba remediar los males sociales con el fin de consolidar la
sociedad capitalista.
En esa categoría se encuadraron los seguidores de las corrientes
socialdemócratas y socialcristianas, con pretensiones de
mejorar la suerte de los sectores negativamente privilegiados; las
denominadas Organizaciones no Gubernamentales, bases de la llamada
“sociedad civil” en las comunidades políticas
organizadas dentro del neoliberalismo, con tendencias a la transnacionalización;
las dirigencias sindicales y los miembros de los gremios profesionales;
y, en fin, los reformadores nacionales de toda índole. Es
el socialismo que ofrece libertad de comercio en beneficio de la
sociedad en su conjunto; aranceles protectores para el desarrollo
de la economía y el crecimiento del empleo; y, finalmente,
como última palabra, la seguridad física de la vida
y las propiedades para los “buenos ciudadanos”, mientras
reprime cruelmente los sectores contestatarios y, prepara sus soldados
para participar en conflictos regionales de mediana intensidad,
como parte de las luchas globalizadas desarrolladas dentro del ya
mencionado concepto de las “guerras de cuarta generación”.
Lógicamente se trataba de fuerzas desintegradoras, pues en
el fondo, con la extensión del concepto de “sociedad
civil”, excluían una porción importante de la
población y el espacio venezolanos: el sector social ocupado
en una economía de subsistencia, componente de la llamada
“pobreza estructural”; y, las extensas zonas dedicadas
a las actividades económicas tradicionales. Positivamente,
la noción de “sociedad civil”, que encubre la
idea de la democracia censataria, consagró como actores políticos
y sociales a aquellos agregados organizados voluntariamente, autogenerados,
autosuficientes, independientes del Estado, y vinculados al orden
legal vigente, excluyendo los sectores no organizados, altamente
dependientes del asistencialismo estatal y generalmente asentados
ilegalmente en barriadas y poblados improvisados, con ocupaciones
informales. No obstante, paradójicamente fueron los integrantes
de este sector social quienes proveyeron las masas de estos movimientos
políticos, a través de la práctica de la demagogia
expresada mediante el paternalismo y el clientelismo. De este modo
no solamente cooptaron a este segmento de la población, sino
que incorporaron a sus movimientos a la mayor parte de la clase
trabajadora fabril y a los gremios de profesionales y técnicos,
conjuntamente con un número significativo de intelectuales
y académicos. Sería esta alianza la que dominaría
el escenario político nacional desde 1945 hasta 1999, favoreciendo
esencialmente el desarrollo de la burguesía capitalista,
con énfasis en el auge de las empresas del sector terciario
de la economía.
Dentro de estas condiciones el Partido de la Revolución -el
PCV- mantuvo el empeño no sólo de ejercer la oposición
política, sino de difundir las contracreencias mediante las
cuales se deslegitimaría la ideología liberal-capitalista
que había venido ganando espacios desde el inicio de la explotación
del petróleo en Venezuela. En el desarrollo de esa última
tarea el ámbito preferido fue el movimiento estudiantil de
donde emergieron la mayor parte de los cuadros que conformarían
la vanguardia del movimiento integrador, aunque no carecieron de
importancia cualitativa los cuadros provenientes de los incipientes
movimientos laborales. Indisputablemente generó un movimiento
político incorporador que trató de integrar en su
acción a todas las facciones contestatarias y antiimperialistas
presentes en la realidad nacional. Fue así como en 1936 se
unió al Partido Democrático Nacional, del cual se
separaría un año después, no sin perder algunos
cuadros que conformarían posteriormente el partido Acción
Democrática, protagonista principal de la instauración
del socialismo burgués.
En la década de los 60 del siglo pasado, y dentro de esta
línea unitaria, el PCV se incorporó a la lucha armada
iniciada por un grupo disidente de AD. Un segmento de esa organización
política -el Movimiento de Izquierda Revolucionario
(MIR)- que deseoso de recuperar las banderas revolucionarias y antiimperialistas
de esa organización política, se rebeló frente
a la dirigencia de ese partido para buscar mediante el uso de la
violencia política el control del poder del Estado. Se mantuvo
la lucha armada por más de una década empleando técnicas
de guerra irregular, conjuntamente con actos de violencia conspirativa
ejecutados en combinación de cuadros militares, hasta que
relativamente aislados, en las áreas periféricas de
los enclaves capitalistas entraron en profundas contradicciones
internas, iniciándose un fraccionamiento casi indetenible
que debilitó el movimiento militar y políticamente.
Fue, sin dudas esta etapa del proceso revolucionario venezolano
del siglo XX, parte de la “guerra fría” que enfrentó
a escala planetaria a las fuerzas del capitalismo liberal ya aceleradamente
encaminadas hacia su descomposición, en la cual el libre
comercio ha venido siendo sustituido por los oligopolios y monopolios,
que conjuntamente con el capital financiero dominan un mercado globalizado
en el cual la exportación de capitales adquiere más
importancia que la exportación de mercancías
El “chavismo”,
el Polo Patriótico y la reunificación de las fuerzas
revolucionarias
La diáspora de las fuerzas revolucionarias produjo más
de una decena de partidos y movimientos políticos, medianos
y pequeños (y hasta minúsculos), que asumieron dos
líneas estratégicas separadas: aquella seguida por
los más significativos mediante la cual, tomando las prácticas
de la democracia representativa, trabajarían como
vanguardias por la creación de la conciencia de clase
en el proletariado; y, los que víctimas de la enfermedad
infantil del izquierdismo se mantendrían en una lucha armada
sin aparato político-social, y sin sostén logístico.
Pero ninguna de las dos líneas de acción, al igual
que en la práctica lo hacían los partidos ya clasificados
como de centro-izquierda y centro-derecha, tomaron en cuenta el
sector social donde se radica la pobreza estructural, que ha integrado
una creciente población, alimentada por un alto crecimiento
vegetativo y las migraciones de los países vecinos, donde
se ha encubado el resentimiento contra el orden sociopolítico
imperante. Animosidad que se potenciaría exponencialmente
después de la imposición en el Estado venezolano del
conocido “consenso de Washington”.
De hecho fue este conjunto social el que se convertiría en
el protagonista principal de los acontecimientos de febrero de 1989,
mientras en los círculos de discusión de los movimientos
socialistas era considerado impropiamente como una expresión
del lumpemproletariado.
No han tenido casi ningún impacto en la vida del país
las facciones que han sufrido la patología pedriatica del
izquierdismo, salvo la justificación del mantenimiento del
aparato represivo por parte del poder establecido. Una maquinaria
especialmente dirigida a la contención de los sectores sociales
contestatarios ubicados en las barriadas urbanas y los poblados
rurales. Pero no ha sido así el proceso que marcó
la evolución de las organizaciones que asumieron las prácticas
de la democracia formal. Con una actitud revisionista, de la cual
hay que exceptuar al PCV, replantearon su tesis política
del socialismo científico, adoptando en cada facción,
en mayor o menos grado, la teoría complementaria de la “hegemonía
cultural” de Antonio Gramsci, y tomando algunos de
los planteamientos del eurocomunismo sobre el
pluripartidismo como condición distintiva de la democracia
y la preferencia hacia la construcción del socialismo en
paz y libertad. Se trataba para ellos de casi un imperativo político
dados los signos alarmantes de desintegración que mostraba
el bloque comunista, por la forma como interpretó y aplicó
la idea de la dictadura del proletariado
el Partido Comunista de la Unión Soviética,
con su efecto en la creación de una nueva clase privilegiada,
y la imposición a la fuerza de la praxis del llamado socialismo
real en los países integrantes del Pacto de Varsovia.
Dentro de estas prácticas revisionistas, estos partidos y
organizaciones políticas de la izquierda venezolana consolidaron
el dominio de pequeños espacios en las instituciones parlamentarias
de los distintos niveles de gobierno del país; el control
de algunos estados de la federación y algunas municipalidades;
y, espacios de influencia en el movimiento laboral y en el estudiantil
propio de las universidades públicas. Pero la adopción
de la praxis electoralista propia de la democracia representativa
necesariamente implicaba el abandono de la tesis de la lucha de
clases, aun cuando esta se mantuviera como slogan. Se impuso así
el dominio cultural del bloque hegemónico del cual hace referencia
Gramsci. Y dentro de estas circunstancias, estas facciones del movimiento
revolucionario se convirtieron en rivales entre sí y, con
fines únicamente electoreros, o dentro de la política
parlamentaria, realizaron desde sus cúpulas coaliciones o
alianzas coyunturales con los factores del poder establecido que
confundieron sus bases y, sobretodo, a sus simpatizantes que conformaban
el apoyo difuso a sus planteamientos. En esas condiciones lo más
probable que hubiese ocurrido sí esas organizaciones de la
izquierda hubiesen concurrido al proceso electoral de 1998, es que
hubiesen tenido un destino similar al que han tenido los llamados
partidos de centro: su desvanecimiento en el ámbito político
venezolano, que a partir de ese momento se polarizaría entre
el chavismo y la oligarquía
del dinero, encabezada en aquella oportunidad por Enrique Salas
Römer.
Indudablemente su persistencia como organizaciones políticas
con presencia protagónica en la vida nacional, tuvo como
factor dominante el lanzamiento de la candidatura del Comandante
Hugo Chávez Frías, quien había aparecido ante
la opinión pública como líder de la avanzadilla
conformada por el MBR200. Sobre la base de una organización
política de marcado signo electoralista, se organizó
bajo el liderazgo de Chávez el Movimiento Quinta República
(MVR), que en ese proceso comicial su convertiría de lejos
en el principal actor político organizado presente en el
país. Un hecho que se originó, casi sin dudas, por
la adhesión al movimiento de los sectores de la población
que han formado parte de la pobreza estructural. Fue la fortaleza
electoral de esta organización política la que prácticamente
forzó la formación de lo que se conoció como
el Polo Patriótico, que
agregó no sólo a esas fuerzas de orientación
socialista sino, incluso, a movimientos de la pequeña burguesía
para formar un frente opuesto al bloque conservador neoliberal.
Y ello no fue una decisión de las cúpulas de tales
organizaciones. Ello fue el resultado de una presión de su
militancia. Así se unificaron por las bases las fuerzas revolucionarias
dispersas, que polarizaron los sectores indecisos del proletariado
nacional. Y de esta manera, las clases y estamentos no privilegiados
de la nación se convirtieron en Estado al obtener el triunfo
electoral de diciembre de 1998, como lo había hecho la burguesía
durante el régimen de J. V. Gómez, después
de la transformación ocurrida en Venezuela con el advenimiento
de la explotación petrolera.
[ Arriba
]
El frente
revolucionario, la transición, y su eficacia política
Fue así como las bases de los partidos políticos de
la izquierda y los sectores sociales excluidos articulados por el
MVR, conformaron directamente el frente revolucionario bajo la conducción
casi personal del Jefe del Estado. En ese marco, los cuadros dirigentes
de tales organizaciones, incluyendo los seguidores militares inmediatos
del Comandante Chávez, se convirtieron en las instancias
intermedias entre el líder del proceso, que evidentemente
marcaba su camino a partir del ejercicio de la Presidencia de la
República, y la multitud que concientizada de su poder conformaba
el apoyo duro al régimen de transición establecido.
Un orden que se iba consolidando aceleradamente a través
de la noción de la revolución permanente.
Una noción que en nuestro caso se ha sustentado en la idea
de la primacía del poder constituyente
de actuación permanente y continua y con preponderancia
sobre cualquier otro poder establecido coyunturalmente para el gobierno
de la sociedad. De hecho se ha sostenido durante todo ese período
de transición la posibilidad de transformar la sociedad rentista,
donde solo existen pequeños enclaves capitalistas, en una
sociedad adelantada, saltando la etapa de la consolidación
del capitalismo, aprovechando las tensiones generadas entre los
enclaves de modernidad y la mayoría de la población
encuadrada en una economía tradicional o de subsistencia.
Bajo estos supuestos la dinámica del régimen de transición
se planteo, tanto por la reacción del bloque de poder desplazado,
como por la acción del frente revolucionario -la multitud
coaligada como avanzada- como una relación estratégica
desarrollada fundamentalmente mediante una guerra psicológica
en la cual los medios de comunicación masivos en manos privadas
se convirtieron en los adversario inmediatos, y las demostraciones
de fuerza mediante la movilización social por el control
de las calles, conjuntamente con el golpe militar, se trocaron en
su materialización concreta.
Toda una acción interna que se inscribió aceleradamente
después de la declaración de la llamada “guerra
al terrorismo” por el gobierno de los EEUU, a partir de los
hechos del 11 de septiembre de 2001, en una lucha que enfrenta la
tendencia imperial con la inclinación hacia la multipolaridad.
Unos hechos que transformaron la tensión doméstica
venezolana en parte activa de ese enfrentamiento donde el escenario
principal de conflicto lo configuran los países integrantes
del llamado arco de inestabilidad.
Un espacio que va desde la región andina de América
del Sur, atraviesa el norte de África, desde allí
recorre el Medio Oriente hasta llegar a Filipinas e Indonesia, al
cual se le agregan las zonas empobrecidas de la nueva
Europa (Rumania, Polonia y Bulgaria).
Nadie podría negar en la actualidad la eficacia de este frente
político para conducir y administrar las gigantescas movilizaciones
sociales demandadas por los distintos procesos electorales desarrollados
desde 1998 hasta el 2006, incluyendo el correspondiente al Referéndum
Revocatorio de 2003, y las acciones de defensa del régimen
frente al golpe de estado y el paro petrolero del 2002. Pero no
ha sido igualmente efectiva su conducta en la acción constructiva
destinada a crear las estructuras y superestructuras demandadas
por la transición al socialismo. En estas circunstancias
se probó que “la vanguardia”, ni organiza ni
crea pertenencia, sólo ha distribuido lo que el sistema oficial
ha separado para la gente. Ha sido el sistema informal de las misiones
el que ha creado una pertenencia más profunda y una identidad
diferente de la población no privilegiada venezolana. Ha
sido esta organización fresca la que ha dado cuenta de un
fenómeno al que partidos y sindicatos no han podido interpelar:
los excluidos del sistema. De allí ha venido surgiendo un
nuevo liderazgo que ha podido convocar a una multitud que hoy configura
el apoyo duro al régimen. Y esa es la base social del poder
del movimiento revolucionario venezolano actual.
El Partido Socialista Unido de Venezuela
como instrumento político de la revolución
Pero la persistencia del régimen político, en medio
de las presiones psicológicas, económicas y militares
de la burguesía globalizada, en asociación con la
oligarquía colombiana, tutorada por aquella, y una “quinta
columna” interna, conformada por la alta burguesía
nacional y las clases medias, tradicionalmente dependiente de las
sociedades capitalisticamente avanzadas, y en la actualidad, directamente
de los EEUU, esta condicionada claramente a la eficacia de las políticas
públicas que adelanta el gobierno revolucionario. Ciertamente,
como lo señalase rotundamente Simón Rodríguez,
en párrafo ya citado, “el hombre sencillo -constituyente
de la avanzada- no gusta de hipótesis, porque no sabe suplir…”,
le agradan los hechos. Por ello la ineficacia en el cumplimiento
de los programas favorece la reacción. Y esta ineptitud es
obvia en bastantes casos. Sin dudas, en mucho se le puede atribuir
a la reacción de las fuerzas conservadoras, que han obligado
a desviar recursos para neutralizarla; y, al sabotaje de una burocracia
estatal infiltrada, que culpable o culposamente, obstruye la ejecución
de los planes. Pero notoriamente, también tiene una responsabilidad
significativa el desorden de la avanzada, por la falta de una organización
que le proporcione coherencia y cohesión a su acción.
Un orden que transforme el movimiento social reivindicatorio en
una fuerza política capaz de impulsar las transformaciones
estructurales y superestructurales, demandas por la revolución
socialista.
Un proceso que no podría ser realizado por una multiplicidad
de pequeños partidos; sindicatos; gremios; grupos de interés;
e, individualidades relevantes, como se ha fraccionado la avanzada,
todos competitivos entre sí, en la búsqueda de espacios
sociales de influencia para satisfacer sus intereses privativos,
entre los cuales el peculio personal, inherente a la sociedad capitalista,
a través de la corrupción de la función pública,
no es extraño. Todo ello demanda de un partido político
que posibilite la ejecución del proyecto socialista, y defienda
el control del poder nacional por parte del pueblo organizado.
[ Arriba
]
El socialismo
y el partido
En este sentido, se debe entender que el socialismo no es una etapa
determinada de la evolución del género
humano en el planeta, vista desde una perspectiva física,
y específicamente biológica. No tiene un carácter
finalista, que lo convertiría, como ha sucedido con la visión
neoliberal, en el “fin de la historia”, o en una etapa
de transición para lograr la sociedad perfecta -comunista-
que para todos los efectos tendría el mismo significado dogmático.
Algo que se traduciría en términos políticos,
en una confrontación permanente entre los seres humanos,
tal como lo esta planteando “el capitalismo salvaje”
con su esquema de “la guerra sin fin”. Tampoco es una
“ideología salvadora”, como lo ha formulado el
socialismo burgués, que consiente el liberalismo económico,
creando la falsa esperanza de su humanización progresiva,
mediante las reformas políticas.
Ello ha tenido un efecto alienante en las sociedades, llevándolas
a una actitud conformista que obstaculiza el avance humano, instaurando
la demagogia como extrema deformación de la idea de la democracia,
que es el valor más racional dentro de una ética de
los motivos, orientada a la conservación de la vida. Como
lo hemos observado los venezolanos durante casi un siglo, esta forma
de pensamiento solo ha conducido a una extrema desigualdad entre
las clases y estamentos sociales que conviven en la República.
El socialismo es una tesis, desarrollada en el campo de las ciencias
del comportamiento humano, sobre la posibilidad de establecer en
una realidad material indeterminada, un orden social flexible, capaz
de adaptarse a los cambios que ocurren en el mundo físico,
y en la cultura humana, como consecuencia de su capacidad creadora
que inventa artificios para facilitar su existencia, y la conservación
de la especie. Es uno de esos ingenios, que como todos los que se
han creado, de naturaleza física o metafísica, dependen
de la voluntad humana, y de un proceso de aprendizaje. Dentro de
esa consideración, el partido es una escuela para formar
la voluntad, que sería su poder, a fin construir el socialismo,
y protegerlo, como un activo que enriquece la democracia.
De ese modo, el partido no reproduce los rasgos que han caracterizado
esta forma de organización política hasta el presente.
No es la expresión de una ideología, ni representa
los intereses de una clase social, o alguna otra forma de asociación
humana, que se convierte en un fin en si mismo. Tal como ha sido
la concepción de los partidos en el marco de la democracia
representativa liberal. Es un instrumento que asocia a hombres libres,
que desean participar autónomamente, con un sentido democrático,
y en ejercicio de su poder, en la formulación de las políticas
publicas que hacen posible la convivencia pacífica con sus
semejantes, para lograr su propia realización humana, en
armonía con su entorno natural. En otras palabras, dentro
del marco ético del socialismo.
Así concebida la organización política, ella
tiene un carácter esencialmente pluralista desde la perspectiva
del pensamiento que lo orienta , pues aún cuando exista un
acuerdo básico, sobre los valores que lo ubican, y los objetivos
hacia los cuales se dirige la acción, se sabe de las diferencias
naturales entre los seres humanos. En una aproximación que
favorece la democracia directa, participativa en su esencia. Una
forma de ordenar la realidad social, que reconoce los desacuerdos
entre los intereses individuales, y de grupos concretos, derivadas
de las variadas condiciones ambientales, sociales y naturales, dentro
de las cuales se desarrolla su devenir.
En ese sentido, cultiva la tolerancia como un valor esencial dentro
del pensamiento socialista, y por lo tanto su ejercicio le da sentido
a la conducta interna de los miembros del partido, y a la actitud
de este frente al entorno externo. Reconoce como válidos
para la solución de esos diferendos al dialogo y el debate,
rechazando enérgicamente la descalificación, personal
o grupal, como una expresión de poder que transforma las
relaciones políticas en unas de naturaleza estratégica.
No obstante, advirtiendo la existencia de la contradicción
cultura-natura, presente en el ser humano, y en sus agregados sociales,
que coloca la agresión física y psíquica como
una posibilidad, el partido es un instrumento tanto para la acción
política, pacífica en su esencia, como para la estratégica,
de naturaleza violenta. Esta última, una actitud generadora
de los comportamientos agresivos, que han materializando los escenarios
de conflicto, en los cuales se han enfrentado, en la modernidad,
nacional e internacionalmente, los socialistas con las fuerzas conservadoras
e, incluso, los propios socialistas entre sí. De esa manera
el partido se constituye en el sistema nervioso que activa el poder
del Estado para la defensa de la soberanía popular.
La “sinapsis”
social como función esencial del PSUV
Así la organización política actúa como
un neurotransmisor, provocador de las sipnasis que facilitan las
uniones especializadas, que en el sistema nervioso envían
señales de una neurona a otra, y desde este, vincula a tales
neuronas con células no neuronales, como las musculares o
glandulares, para provocar acciones individuales, constructoras
o defensivas. La sipnasis entre las neuronas es la responsable de
la creación de la conciencia individual. Se trata este concepto
-el de sipnasis- de un término derivado de la combinación
de los vocablos griegos, sin
que significa “unidos” y, “haptenia”, que
se traduce como “con firmeza”, por lo que al trasladarlo
al contexto del partido, lo coloca en su esencia como instrumento
para provocar con consistencia la unidad de sus miembros, dentro
de una conciencia común, y a través de estos, cada
uno en su entorno, se realice con los participantes en otras formas
de organización social y política, para buscar la
unidad del cuerpo social dentro del Estado.
Se sustituye así la metáfora mecánica preexistente,
que colocaba esta organización política, concebida
como “vanguardia”, como una correa de transmisión
entre un conjunto esclarecido, que transmitía sus conocimientos
y decisiones a un proletariado desinformado e inconciente y, en
general, a una sociedad macrocéfala, donde la energía
se acumulaba en su “cerebro”, que movía las partes
de su cuerpo de acuerdo a su voluntad omnipotente, y en su propio
beneficio. Esa comparación, consona con el adelanto de la
ciencia durante el siglo XIX y la primera parte del XX, y del progreso
alcanzado en el campo económico, fue la que obstaculizó
el ascenso del humanismo, en términos generales, y del socialismo
específicamente.
Positivamente, tanto el llamado “socialismo real”, como
el socialismo burgués, en sus formas de organización,
buscaron la acumulación de energía, como ocurre instintivamente
en el marco de las fuerzas conservadoras, en las cúpulas
dirigentes, transformadas en verdaderas oligarquías, que
han venido usando el poder acumulado arbitrariamente, para someter
a sus pueblos, y en el marco de las relaciones internacionales,
creando ese orden extremamente jerarquizado, que en las comunidades
políticas concretas se expresa con la condena de amplios
sectores a la pobreza y la exclusión.
Un cuadro que tiene su correlato en el sistema internacional, traduciéndose
en lo que los propios estrategas del Imperio denominan como “arco
de inestabilidad”. Una extensa área que va desde la
región andina del continente suramericano, atraviesa el norte
y el centro de África, y desde allí recorre el Medio
Oriente, hasta llegar a Filipinas e Indonesia. Es una zona que coincide
con lo que se ha identificado como “tercer mundo”, y
donde se ubican las más grandes reservas minerales, principalmente
petroleras y gasificas, los más grandes acuíferos
y, la mayor biodiversidad, conjuntamente con los pueblos sumidos
en la condición de subdesarrollo. Y es justamente el espacio
donde están colocadas las bases militares adelantadas, desde
las cuales se contienen los movimientos liberadores de esas comunidades,
y del género humano.
Precisamente será el intento de materializar esta metáfora
lo que le dará la cohesión y fuerza al Partido Socialista
Unido venezolano. Una realización viable por la revolución
científica y tecnológica producida en el campo de
la microelectrónica, que al potenciar hasta el infinito las
posibilidades de obtener y organizar la información para
su uso en la toma de decisiones, a través de la multiplicación
de los canales de comunicación, ha facilitado la organización
y dirección de las fuerzas sociales, y significado una potenciación
de las fuerzas productivas. Se ha tratado de una revolución
dentro de una época de revolución social. Ha sido,
gracias a este cambio explosivo, como se han realizado revoluciones
políticas significativas como la islámica en Irán,
y nuestra propia revolución bolivariana.
En su momento, resultó casi inexplicable el derrumbe de una
monarquía, apoyada por el capitalismo globalizado, con una
acumulación de recursos económicos y militares, que
superaba escandalosamente los medios en manos de la masa proletaria
iraní. Lo mismo que fue sorprendente, en el caso venezolano
la movilización, a escala nacional, de nuestro proletariado
durante el llamado “caracazo”. En la primera situación,
fueron los “casetes” con cintas magnéticas, y
los reproductores portátiles a batería, los recursos
que permitieron crear la conciencia colectiva, y coordinar las acciones
que transformaron el régimen político de aquel país,
mientras en nuestro caso, los medios de comunicación masivos,
y la telefonía celular, jugaron un papel decisivo en esa
insurrección popular, que le abrió paso a la revolución
en curso.
De la misma forma han sido pasmosas las movilizaciones planetizadas
realizas frente a las pretensiones de las empresas monopólicas
y transnacionalizadas de dominar el mercado internacional, a través
del control de las organizaciones especializas supranacionales,
y las de naturaleza pacifista, realizadas contra el terrorismo bélico
empleado por el Imperio para controlar los espacios del ya mencionado
“arco de inestabilidad”. Dentro de esta idea, el partido
debe introducir sistemáticamente, en su funcionamiento, la
práctica de las llamadas redes de conocimiento, con la formación
de sus miembros en el uso de los “infocentros” públicos,
y el establecimiento de los propios, así como con la proliferación
de los medios de comunicación alternativos.
Es así como se logrará efectivamente las sipnasis
que permitirá la unión y fortaleza de la avanzada
socialista, y la cohesión del cuerpo social agregado en el
Estado venezolano. De esta manera se colocará el partido
en el escenario donde se realiza fundamentalmente la confrontación,
dentro de las relaciones dialécticas presentes hoy en la
vida social de los pueblos, y en las relaciones entre ellos: el
ámbito de la opinión pública Se plasma, de
esta forma, lo que fue una simple intuición de los radicales
ingleses, que en el siglo XVII, le abrieron paso a las contracreencias
revolucionarias, usando como medio las comunicaciones impresas,
para ganarse esa opinión pública. Una praxis que abrirá
la posibilidad de la materialización de la democracia directa
participativa, tanto en el funcionamiento del partido, como en la
vida de la comunidad política, convirtiendo en una realidad,
lo que hasta ahora es una mera abstracción indefinible, denominada
genéricamente como “socialismo del siglo XXI”.
[ Arriba ]
El partido
como instrumento para organizar la multitud revolucionaria venezolana
Bajo estas condiciones el partido tomará la forma pero no
el fondo de los partidos de masas organizados por el socialismo
burgués, puesto que él tiene que ordenar efectivamente,
para las acciones políticas y estratégicas una multitud
conformada por la porción avanzada del proletariado nacional.
Pero una multitud no es necesariamente una masa. Es una numerosa
concentración de gente, con conciencia de sus necesidades
y aspiraciones, que se congrega, más por una coordinación
tácita -un mecanismo psicológico que identifica
sus propósitos comunes- que por la acción de una cúpula
esclarecida. Es incuestionable que la avanzada social que ha facilitado
la revolución venezolana ha sido conformada por una asociación
casi espontánea de ciudadanos, concientes de su situación
de pobreza, y de las condiciones inhumanas en las cuales se venía
desarrollando su existencia. No ha sido un conglomerado sugestionable
y crédulo, de conducta instintiva, que tiene una espontaneidad
irracional, y puede manifestarse con la violencia y la ferocidad
de un animal, que es lo característico de una masa.
Masa ha sido la pequeña burguesía, que forma el estado
medio de nuestra comunidad, la cual ha llegado rápidamente
al extremo. Una situación donde la sospecha enunciada por
la clase burguesa internacionalizada, se transforma “ipso
facto” en indiscutible evidencia; un principio de antipatía
pasa a constituir en segundos un odio feroz. Y masas fueron aquellas
seducidas por la demagogia del socialismo burgués que ingresaron
en sus partidos y organizaciones civiles, convirtiéndose
en autómatas sin voluntad. No ha habido fanatismo, ni odio,
ni incondicionalidad en el comportamiento de esta avanzada, y menos
en la avanzadilla. Sus logros se han obtenido más por métodos
persuasivos y disuasivos, dentro del marco de las reglas que impuso
la burguesía dominante, que por el uso indiscriminado de
la agresión física y psicológica.
De allí que el costo que ha pagado por su victoria ha sido
relativamente bajo, y la ganancia substancial, mientras sus adversarios
han tenido grandes pérdidas solamente, no sólo en
el escenario interno, sino en el internacional. La idea es la conformación
de una organización multitudinaria, para formar cuadros calificados
para la acción político-estratégica, y no al
revés, como fue la práctica previa, que mantenía
al proletariado, y a los sectores medios de la sociedad como siervos
de la gleba.
El partido
como instrumento para la ejecución del programa socialista
El partido se ha estado configurando alrededor de pequeñas
unidades de acción, localizadas espacial o funcionalmente,
en las cuales efectivamente se pueden realizar el dialogo y el debate,
esenciales en la acción política dentro de la idea
de la democracia, y ejecutar las actividades estratégicas
destinadas a rechazar la acción violenta de la reacción
conservadora, dentro de la concepción del “campo de
batalla descentralizado”. Son esas unidades, que han recibido
la denominación militar de batallones, por ser este tipo
de unidad castrense la que ejecuta las acciones tácticas,
demandadas por la actividad política, y su correlato estratégico,
las que generan los circuitos socialistas como espacios para su
acción, y escogen directamente sus voceros, para mediante
redes de acción, realizar actividades más profundas
en tiempo y espacio. Mientras estos voceros en asamblea física
o virtual (mediante las redes de conocimiento), seleccionan sus
delegados, para proporcionarle a la organización una dirección
colectiva que oriente su acción política y estratégica
en el contexto del Estado, e internacionalmente.
Será este el mismo mecanismo para seleccionar sus representantes
en las instituciones de gobierno, en las distintas instancias que
organizan el poder público en Venezuela. Se trata de un mecanismo
donde la dirección adquiere el poder moral que le suministra
la legitimidad por resultados, y no la simple por procedimientos,
o por representación, que ha caracterizado la acción
de las cúpulas, que en el marco del socialismo burgués
controlaron el sistema político venezolano durante los últimos
50 años. Un poder que se deriva de la autoridad que se obtiene,
con lo que se llama justicia. Un valor que se alcanza por la compatibilidad
de una acción o práctica política, con la configuración
de valores prevalecientes en el pueblo venezolano. Una situación
en la cual el partido se convierte también en un contralor
social, para que la gente sienta que su gobierno y sus miembros
dirigentes son justos o injustos, legítimos o ilegítimos,
no solamente por la forma como llegaron a sus posiciones políticas,
sino fundamentalmente por lo que hacen.
En resumen, el partido como instrumento para la realización
del programa socialista, es una esperanza para la posibilidad de
un avance, en el sentido humano de los ciudadanos venezolanos, y
un mecanismo de contribución de nuestro pueblo para optimizar
las posibilidades de la paz para la humanidad en su conjunto, como
una condición necesaria y suficiente para la realización
de los hombres y mujeres que pueblan el planeta. Una esperanza que
se acrecienta porque la burguesía venezolana se ha venido
conformando con tanta timidez, tan cobardemente, y con tal lentitud,
debido al temor que le surgió por la acción violenta
y feroz de ese proletariado, durante la guerra federal, de mediados
del siglo XIX, de modo que al momento en el cual se opuso amenazadora,
después de su victoria en 1999, sucumbió rápidamente,
esperando sólo la acción de sus socios externos, profundamente
empantanados en sus guerras periféricas en el Medio Oriente
y el Asia Central, y con su prestigio golpeado por su fracaso en
la aplicación del llamado Plan Colombia, y en la búsqueda
de la imposición de su política de dominación,
expresada en el ALCA
[ Arriba
]
Anteproyecto de Estatutos
•
Artículo I: Nombre
El Partido adopta el nombre de Partido Socialista
Unido de Venezuela
Partido Revolucionario Bolivariano por el
Socialismo
• Artículo II.- Propósito
De acuerdo a lo expuesto en la Declaración de Principios,
el propósito del Partido es construir el socialismo bolivariano
del siglo XXI en Venezuela y defender a la Patria de los enemigos
internos e imperialistas en el terreno que las condiciones lo hagan
necesario. A tal efecto el Partido se propone organizar al conjunto
del pueblo, convirtiéndose en la herramienta política
de la unidad de obreros, campesinos, jóvenes, intelectuales,
artistas, amas de casa, pequeños productores y comerciantes
del campo y la ciudad. Se propone igualmente educarse y educar a
las masas en las enseñanzas de la Historia y la experiencia
humana para afrontar con criterio propio la tarea cotidiana de “inventar
o errar” en la transición del capitalismo al socialismo.
En otro plano, el Partido se propone contribuir a la unión
política de América Latina y el Caribe y a impulsar
con el máximo de energía la articulación de
un bloque antiimperialista internacional.
Otro objetivo principal del Partido es contribuir a crear instancias
donde converja y se rehaga a sí mismo el pensamiento revolucionario
universal y especialmente latinoamericano- caribeño, tomando
como punto de unidad el ideario bolivariano.
•
Artículo III: Militancia
1) Está habilitada para ser
militante del Partido toda persona que acepta la Declaración
de Principios, Programa y Estatutos, se dispone a integrarse activa
y disciplinadamente a sus filas y no sea objetado por parte del
Batallón correspondiente u otros organismos de dirección
del Partido, basadas en probadas acusaciones de carácter
ético o político.
2) Todo/a militante debe integrar un
Batallón Socialista, asistir regularmente a las reuniones
y cumplir con las tareas que éste resuelve.
3) Todo/a militante participa en su
Batallón con plenos derechos de voz y voto.
4) El Comité Nacional está
autorizado a aceptar en bloque la incorporación de grupos
u organizaciones, a cuyos miembros integrará en los Batallones
correspondientes.
•
Artículo IV: Simpatizantes
Aquellas personas que aceptan la Declaración de Principios,
Programa y Estatutos; y colaboran con las tareas del partido y cotizan
regularmente para su financiamiento serán consideradas simpatizantes.
Los simpatizantes del Partido, incluso si participan regularmente
de instancias organizadas, están obligados a sostener los
principios del Partido pero no tienen derecho a voto.
•
Artículo V: Batallones Socialistas
1) El componente básico del
Partido es el Batallón Socialista, formado en función
de un criterio territorial o laboral e integrado por un mínimo
de xxx miembros y un máximo de 300.
Cada militante del Partido se integrará a un único
Batallón Socialista.
2) Cada Batallón Socialista
elegirá en votación directa y secreta Un(a) Vocero(a)/Secretario(a)
Político y su suplente; y cinco comisionados correspondientes
a: a)
Logística y Organización, b)
Defensa Territorial, c) Propaganda,
d) Ideología y Política
y e) Trabajo Social; más cinco
vocales que actuarán como suplentes en caso de que fuere
necesario.
[2) Cada Batallón Socialista elegirá
un Vocero a la Circunscripción Socialista de adscripción
por cada XX integrantes]
•
Artículo VI: Circunscripciones Socialistas
La agrupación de entre 8 y 12 Batallones Socialistas vecinos
o contiguos territorialmente se denomina Circunscripción
Socialista, cada una constituirá un Equipo de Trabajo, conformado
por todos los Voceros/Secretarios Políticos y sus suplentes,
y los(as) comisionados(as).
•
Artículo VII: Bloques Territoriales
Las Circunscripciones Socialistas se agruparan siguiendo los criterios
de la Nueva Geometría del Poder en Bloques Territoriales,
cuyos ámbitos geográficos serán definidos por
el Comité Nacional.
•
Artículo VIII: Dirección
1) El órgano máximo de
dirección es la Asamblea Socialista Bolivariana. Sus decisiones
son obligatorias para todos los militantes del Partido. La Asamblea
Socialista Bolivariana se constituye ordinariamente cada 2 años.
2) El Equipo de Trabajo de cada Circunscripción
Socialista elegirá en votación directa y secreta a
un Delegado o Delegada, junto a su suplente, a la Asamblea Socialista
Bolivariana. [El Equipo de Trabajo de cada Circunscripción
Socialista elegirá un delegado a la Asamblea Socialista Bolivariana
por cada 1000, o fracción mayor de 700, de sus militantes].
Los miembros del Comité Nacional salientes son delegados
naturales a la Asamblea y no participan como candidatos en su Circunscripción
Socialista.
3) La Asamblea Socialista Bolivariana
elige entre sus miembros y en votación directa un Comité
Nacional, el cual en función de las decisiones de aquella
ejerce su vocería en el lapso entre dos Asambleas, se inviste
de su autoridad y dirige todo el trabajo del Partido.
4) El Comité Nacional estará
compuesto por 281 miembros titulares. La Asamblea elegirá
además 80 miembros suplentes. Estos podrán participar
en las reuniones del Comité Nacional con derecho a voz. Deberá
reunirse al menos dos veces cada año.
5) Para la elección de miembros
del Comité Nacional cada delegado podrá proponer a
las personas que considere apropiadas; sobre esta base se confeccionará
un listado y se someterá a votación cada candidatura.
Serán elegidos miembros del Comité Nacional los 281
candidatos que obtengan mayor cantidad de votos; los 80 siguientes
serán suplentes.
6) Los miembros del Comité Nacional
sólo pueden perder su condición de tales por el voto
de la mayoría de la Asamblea Socialista Bolivariana. El Comité
Nacional podrá suspender a uno de sus miembros con la votación
favorable de dos tercios de sus integrantes hasta que la Asamblea
Socialista Bolivariana adopte una posición definitiva.
7) El Comité Nacional podrá
integrar a su trabajo en calidad de cooperante a cualquier militante
que considere necesario para garantizar su tarea política
y organizativa. El militante incorporado no tendrá derecho
a voto ni será delegado natural a la Asamblea Socialista
Bolivariana.
8) El Comité Nacional elige
entre sus miembros un Presidente o Presidenta y una Mesa Ejecutiva
Nacional (MEN) compuesta por el número de miembros determinado
por el propio Comité. [7 miembros].
9) La Mesa Ejecutiva Nacional se encargara
de la dirección organizativa y política del Partido
de acuerdo a los lineamientos de los organismos de dirección.
10) La dirección del partido
en el ámbito geográfico de cada circunscripción
socialista le corresponderá a la Mesa Ejecutiva Comunal,
la cual será elegida por el Equipo de Trabajo de cada Circunscripción
Socialista.
11) La dirección del partido
en el ámbito geográfico de cada Bloque Territorial
le corresponderá a la Mesa Ejecutiva Territorial, la cual
será elegida por los delegados de las Circunscripciones Socialistas
correspondientes.
12) Cada organismo de dirección
estará facultado para contratar trabajadores para realizar
tareas administrativas o técnicas siempre y cuando cuente
con el financiamiento debido. Cada organismo de dirección
podrá decidir a quienes de sus integrantes dedicados exclusivamente
a las labores del Partido les corresponderá recibir una remuneración.
En ningún caso el número de miembros en esa condición
superara al 7% del total o a una persona por Batallón. [El
ejercicio de las vocerías, comisiones, o suplencias; o la
participación en cualquiera de los organismos de dirección
no acarreará ningún tipo de remuneración económica].
13) La convocatoria a la Asamblea Socialista
Bolivariana incluirá una propuesta del Comité Nacional
respecto de la Agenda a considerar y será dada a conocer
con por lo menos 60 días de antelación a la fecha
de la Asamblea, a fin de abrir la discusión en los organismos
y en las publicaciones oficiales. Durante el período preparatorio
de la Asamblea se publicará un Boletín Interno de
Discusión.
•
Artículo IX: Frentes de Batalla
1) Los Batallones Socialistas pertenecientes
o vinculados a un mismo sector social, rama de la industria, sector
de la economía o área de pertenencia podrán
reunirse a instancias del Comité Nacional en Frente de Batalla.
2) El Comité Nacional definirá
los objetivos, ámbito de competencia sectorial y geográfica,
duración y alcances de cada Frente.
[ Arriba ]
•
Artículo X: Bloques Territoriales
1) Las reuniones de las Circunscripciones
Socialistas integrantes de un Bloque Territorial se denominarán
Asambleas Territoriales; en las mismas se debatirá lo concerniente
al ámbito geográfico de cada Bloque Territorial. Serán
integradas por los delegados de cada Circunscripción Socialista
a la Asamblea Socialista Bolivariana.
2) El país se organizará
en Bloques Territoriales que serán definidos por la Asamblea
Socialista Bolivariana.
3) La Asamblea Territorial elige entre
sus miembros y en votación directa una Mesa Ejecutiva Territorial
la cual dirige el trabajo del Partido en el ámbito geográfico
de su competencia.
4) Las Asambleas Territoriales se reúnen
ordinariamente en función de la Asamblea Socialista Bolivariana
y extraordinariamente a solicitud del 30% de sus Batallones, de
la Mesa Ejecutiva Territorial o del Comité Nacional.
•
Artículo XI: Organización de los Jóvenes
1) La Unión de Jóvenes
Bolivarianos por el Socialismo es el ámbito de los jóvenes
en el Partido.
2) Esta se guía por la Declaración
de Principios y los lineamientos políticos del Partido, pero
tiene autonomía para decidir sus propias cuestiones organizativas,
así como para elegir sus propias autoridades. La edad máxima
para pertenecer a la organización de la juventud será
de 22 años.
3) Miembros de la juventud con más
de 18 años de edad que han militado más de seis meses
en esa estructura pueden solicitar su ingreso al Partido.
•
Artículo XII:
La toma de decisiones y conformación de cada uno de los distintos
organismos del Partido se realizara mediante mecanismos que garanticen
la participación de cada uno de los militantes en aras de
la equidad y democracia socialista (antiguamente
representación proporcional).
[En los procesos de toma de decisiones en las Circunscripciones
Socialistas los votos de los voceros, sus suplentes y los comisionados
de cada Batallón Socialista se ponderarán de acuerdo
al número de miembros de cada batallón].
•
Artículo XIII: Militantes en el Exterior
1) No se podrán constituir Batallones
Socialistas del Partido Socialista Unido de Venezuela fuera del
Territorio Nacional.
2) Aquellos militantes residentes en
el exterior pasarán temporalmente a la condición de
simpatizantes; a su regreso recuperan el carácter de militante
siempre y cuando se incorporen activamente a las actividades del
Partido.
•
Artículo XIV: Comisión de Ética
1) La Comisión de Ética
tiene como único objetivo considerar y sancionar cuando lo
considere necesario las conductas individuales de los militantes
en lo que se refiere a la ética y disciplina revolucionaria,
en consonancia con la Declaración de Principios.
2) Esta Comisión no tiene competencia
alguna sobre cuestiones teóricas, de estrategia o de táctica
política.
3) Esta Comisión se compondrá
de 7 miembros y será elegida por la Asamblea Socialista Bolivariana
en sus sesiones ordinarias a propuesta de cualquiera de sus delegados.
Ninguno de sus integrantes podrá ser miembro del Comité
Nacional, otros órganos de dirección, ni vocero, suplente
o comisionado de su Batallón Socialista.
4) La Comisión de Ética
designará entre sus miembros a un Presidente que tendrá
doble voto en caso de paridad en sus resoluciones.
5) La Comisión se reunirá
a solicitud, fundada por escrito, de por lo menos 5 miembros del
Comité Nacional o 25 militantes sin responsabilidades directivas,
y al sólo efecto de considerar cargos precisos contra un
militante por transgresiones a la ética revolucionaria.
6) Las sanciones que dispondrá,
según su decisión, serán: amonestación
verbal o escrita, suspensión temporal o expulsión
del Partido.
•
Artículo XV: Financiamiento
1) Cada militante pagará mensualmente
una cotización, cuyos montos máximos y mínimos
fijará el Comité Nacional al responsable de finanzas
del Batallón Socialista. Los militantes desempleados pagarán
una cotización simbólica, cuyo monto también
fijará el Comité Nacional.
2) Para la definición del monto
a cotizar se seguirá el principio de la progresividad, de
acuerdo al cual quien más gane más aporta; y de la
equidad para considerar las necesidades y circunstancias especiales
de cada militante. La cotización efectiva de cada militante
será discutida en su Batallón Socialista.
3) Al Batallón Socialista le
corresponderá el 20 por ciento de cada cotización;
a las Circunscripciones Socialistas el 5 por ciento; a los Bloques
Territoriales un 5 por ciento; y el restante 70 por ciento irá
a la Tesorería de la Mesa Ejecutiva Nacional.
4) Aquellas personas que sean simultáneamente
militantes y miembros de la Unión de Jóvenes Bolivarianos
por el Socialismo, pagarán a ésta una cotización
simbólica del mismo monto que la correspondiente a los desempleados.
5) Un atraso de tres meses en el pago
de la cotización dará lugar a la pérdida de
los derechos de militante regular. Seis meses de atraso determinan
automáticamente la pérdida de la condición
de militante.
•
Artículo XVI: Disciplina
1) Las decisiones de los cuerpos de
dirección del Partido son obligatorias para todos los organismos
y militantes del ámbito correspondiente.
2) La violación de decisiones
de un organismo de dirección por parte de organismos subordinados
o militantes dará lugar a sanciones que pueden llegar a la
separación del Partido del ámbito o individuo en cuestión,
por parte del organismo que tenga jurisdicción para ello.
3) Eventuales acusaciones contra cualquier
militante serán hechas por escrito y el miembro acusado recibirá
una copia antes de que ésta sea considerada. Las acusaciones
deben ser hechas en el Batallón Socialista al que el acusado
pertenece. Cuando el militante acusado es miembro de un organismo
de dirección, la acusación puede ser presentada en
el Batallón Socialista o en el/los organismos de dirección
al/los que pertenezca. Las acusaciones presentadas ante el Batallón
Socialista serán tratadas por éste en una reunión
a la cual el militante acusado será citado. El Vocero del
Batallón Socialista presentará una recomendación
sobre la cual deliberará el organismo. Acusaciones presentadas
ante cuerpos de dirección obligarán a éstos
a presentar su propio planteamiento del problema.
4) Conductas en relación con
el juicio a un/a acusado/ a, consideradas impropias por un organismo
de nivel superior, podrán ser corregidos por intervención
directa de éste.
5) Un/a militante sujeto a medidas
disciplinarias tiene el derecho de apelar al órgano de nivel
superior, hasta llegar a la Asamblea Socialista Bolivariana. Hasta
que se tome una resolución en el organismo de nivel superior,
la decisión del organismo con jurisdicción directa
tiene pleno efecto.
•
Artículo XVII: Desarrollo de Propuestas
1) A fin de facilitar el desarrollo
teórico y la sinergia interna durante las Asambleas Socialistas
Bolivarianas, los militantes se podrán organizar en Grupos
de Opinión entre la fecha de convocatoria y la realización
de la Asamblea.
2) La constitución de los Grupos
de Opinión será comunicada a la Mesa Ejecutiva Nacional
y reconocida a partir de ese momento.
3) Los Grupos de Opinión informarán
a la Mesa Ejecutiva Nacional sobre sus integrantes, análisis,
posiciones, propuestas y resoluciones con el fin de que la Mesa
los divulgue al resto de la militancia a través de circulares
internas.
4) Los Grupos de Opinión como
tales no tendrán representación en los organismos
de dirección del Partido; pero, si ningún miembro
del grupo es elegido delegado a la Asamblea Socialista Bolivariana,
uno de ellos tendrá derecho a participar en la Asamblea sin
derecho a voto.
• Artículo
XVIII: Enmiendas
Este Estatuto sólo puede ser enmendado por la Asamblea Socialista
Bolivariana.
•
Artículo XIX: Órganos de Difusión:
1) El XXXXXXXXXX es el órgano
de difusión escrita periódica del Partido.
2) El Comité Editorial y el
director o directora de El XXXXXXXXXXXX serán designados
por la Mesa Ejecutiva Nacional.
3) La Unión de Jóvenes
Socialistas Bolivarianos podrá editar su propio órgano
de prensa.
4) El Comité Nacional podrá
autorizar la creación de otros órganos de difusión.
5) Todos los órganos de difusión
del Partido están sujetos a la dirección del Comité
Nacional y de la Mesa Ejecutiva Nacional en los ámbitos de
su competencia.
• Artículo
XX: Propaganda
Todas las actividades de propaganda del Partido están sujetas
a la dirección y lineamientos del Comité Nacional
y de la Mesa Ejecutiva Nacional en los ámbitos de su competencia.
• Artículo
XXI: Símbolos
1) El Parido adopta como bandera a
XXXX con un fondo de color rojo.
2) El Himno del partido será
el adoptado en la primera Asamblea Socialista Bolivariana.
3) El Partido utilizara como identificación
gráfica XXXXXXX.
•
Artículo XXII: Consultas Universales
1) La Asamblea Socialista Bolivariana
podrá someter a consulta del universo de los militantes algunos
temas que así considere.
2) A tales efectos, la Asamblea Socialista
Bolivariana escogerá mediante votación directa una
Comisión Electoral compuesta por 5 miembros principales y
tres vocales que suplirán las ausencias de los primeros.
3) Podrán participar en estos
procesos electorales internos todos los militantes que tengan vigente
su condición de tales.
Disposiciones transitorias
•
Disposición 1
El Presidente de la Republica Bolivariana de Venezuela y los 12
integrantes de las Comisiones Nacionales Propulsora y Técnica
serán delegados naturales a la primera Asamblea Socialista
Bolivariana.
• Disposición
No 2 (FA)
Se crean 8 Bloques Territoriales
[ Arriba
]
Anteproyecto de Declaración de Principios
1. La Amenaza
A comienzos del siglo XXI la humanidad ha ingresado de lleno en
la encrucijada más riesgosa de su historia. El capitalismo
en la fase imperialista ha tocado sus límites. Tras sucesivas
postergaciones paliativas de una crisis estructural que corroe los
cimientos del sistema desde hace décadas, el mecanismo socioeconómico
dominante en el planeta está trabado y amenaza con explotar.
La crisis del modo de producción irracional, basado en la
explotación de países, clases e individuos, en la
destrucción de la naturaleza, lleva a la competencia entre
los centros imperialistas de la economía mundial, en lucha
despiadada por los mercados. Empujado por la lógica de esa
competencia en primer lugar; luego por la necesidad de hallar formas
rentables para invertir masas inmensas de capital excedente (ante
todo en la industria bélica); y también por el imperativo
de destruir mercancías sobrantes para sanear el mecanismo
y reiniciar el ciclo económico, el imperialismo arrastra
al mundo a la guerra. Sólo que con el actual grado de desarrollo
de la ciencia y la tecnología, a diferencia de las dos conflagraciones
mundiales ocurridas durante el siglo XX, la guerra no se limitaría
a destruir vidas humanas, bienes y mercancías, para permitir
que puedan nuevamente ser producidas y vendidas: acabaría
con toda forma de vida sobre el planeta.
Las atrocidades cometidas por Estados Unidos y potencias menores
con la invasión a Irak son sólo el prólogo
ominoso de lo que espera a la humanidad si no logra frenar esa dinámica
mortífera. Detener al imperialismo, impedir la guerra, son
por tanto las más trascendentales prioridades de los pueblos.
***
Con el derrumbe de la Unión Soviética a comienzos
de los años 1990 se rompieron las compuertas que impedían
al capital paliar su crisis descargándola sin atenuantes
sobre las naciones dependientes y sus trabajadores, campesinos y
clases medias. Desde entonces, el costo brutal por sostener el sistema
cae sobre los hombros de miles de millones de personas. El precio
de la crisis capitalista en los países centrales es el aumento
vertiginoso de la miseria en el Tercer Mundo. Una concentración
sin precedentes de la riqueza en manos de unos pocos redunda en
la degradación, el sufrimiento, el hambre y la muerte para
la inmensa mayoría de la humanidad, incluidos de manera creciente
los pueblos de los países imperialistas.
Ese alud de pobreza es la otra vertiente de la crisis que amenaza
la vida en la Tierra. Ante la incapacidad creciente de las instituciones
y alianzas con las cuales mantuvo su poder durante el siglo XX,
el imperialismo apela ahora a las necesidades desesperantes de millones
de seres humanos, para lanzarlos unos contra otros en guerras fratricidas
y sin otro destino posible que la destrucción, la degradación
y la muerte en escalas nunca vistas.
2. Derrotar
la pobreza
Acabar con la pobreza, con el desamparo, la marginalización,
la subhumanización forzada de cientos de millones de personas,
es por tanto otra prioridad, inseparable de las anteriores, del
momento histórico que vivimos: sin acabar con la polarización
de la riqueza en pocas manos y el crecimiento de la pobreza más
allá de todo lo conocido en la historia, la guerra sería
inevitable.
A su vez, la historia del mundo y muy claramente la experiencia
venezolana demuestran que el capitalismo, tanto menos en la era
del imperialismo en crisis, lejos de acabar con la pobreza, en su
devenir irracional la aumenta cada día, mostrando al mundo
que el socialismo es la única meta racional, necesaria y
posible en esta encrucijada de la humanidad.
3. El ejercicio
del poder
La conclusión es transparente: para acabar con la pobreza,
es preciso dar el poder a los pobres y construir el socialismo;
para impedir la guerra, es preciso acabar con el imperialismo.
4. La necesidad
del internacionalismo
La Revolución Bolivariana de Venezuela se ha puesto a la
vanguardia de esa lucha que desde las fronteras nacionales se proyecta
al planeta entero. El ideal bolivariano, ese internacionalismo latinoamericano
que hace 200 años levantó la bandera de la unión
al Sur del Río Bravo, la independencia, la soberanía
y la búsqueda de la mayor suma de felicidad posible para
los pueblos, vencido entonces por la colusión del imperialismo
con las oligarquías locales, renace hoy con la revolución
socialista que desde Venezuela traza un horizonte de vida, de paz,
de libertad y democracia, de felicidad para todos, y se convierte
en faro para miles de millones de seres humanos en América
y el mundo.
Más que por la inmensa riqueza petrolera, siempre anhelada
por la codicia de las potencias industriales, es por el ejemplo
de la Revolución Bolivariana ante un mundo sumido en la crisis
capitalista que Venezuela es víctima de los ataques, las
conspiraciones y los preparativos guerreristas de Estados Unidos.
5. La defensa
La defensa de la soberanía se identifica así con la
defensa de la Revolución Socialista Bolivariana. Y se convierte
en un hito para que el imperialismo pueda o no avanzar en su dinámica
belicista, anexionista, divisionista y destructora en todo el mundo.
6. La unidad
Para afrontar tamaño desafío, la Revolución
Bolivariana necesita acrecer, afianzar y articular con el máximo
de eficiencia la unión del conjunto del pueblo venezolano.
Necesita bregar hasta alcanzar la unión latinoamericano-
caribeña. Y anudar con las naciones del Sur y los pueblos
de todo el mundo una fuerza capaz de contrapesar, neutralizar y
vencer al imperialismo.
El Partido (Bolivariano por la Revolución
Socialista) de Venezuela es el instrumento para esas tareas
estratégicas que la Historia coloca otra vez en estas tierras,
ahora tras la bandera del socialismo.
Ante todo, será la herramienta política para unir
en la acción revolucionaria y socialista a todas las víctimas
del capitalismo en Venezuela. Esa unidad social y política
de las grandes mayorías, permitirá llevar a buen destino
las tareas asumidas por la Revolución Bolivariana: educación,
salud, vivienda, trabajo y bienestar; y permitirá alistar
al conjunto del pueblo para que, con la FAN a la vanguardia, sea
posible afrontar la defensa de la soberanía ante la amenaza
de invasión y violencia que el imperialismo esgrime como
último recurso para impedir el avance de la Revolución.
El Partido (Bolivariano por la Revolución
Socialista) de Venezuela nace como expresión de la
voluntad revolucionaria del pueblo y su dirección política.
Es fruto de la unidad revolucionaria de las mayorías y hace
de esa unidad plural, multifacética, abarcadora de la más
amplia diversidad de orígenes étnicos, ideológicos
y políticos, un valor supremo en torno al cual se forjará
el destino de la Patria. Porque resume el más preclaro esfuerzo
de emancipación nacional y social de nuestro pasado, el más
genuino internacionalismo latinoamericano, y porque ha sido el motor
de la revolución socialista en curso en Venezuela, el bolivarianismo
es en este momento de la historia el punto de unidad de todas las
vertientes del pensamiento revolucionario y socialista.
[ Arriba
]
7. Participación
directa
Esa unidad requiere de la participación democrática
y plena de obreros, campesinos, jóvenes, intelectuales, artistas,
amas de casa, pequeños productores y comerciantes del campo
y la ciudad, en la conformación y funcionamiento de todos
sus órganos componentes, en la discusión y resolución
de programas y estrategias, en la promoción y elección
de sus direcciones.
Instrumento de lucha de millones de hombres y mujeres libres, el
Partido (Bolivariano por la Revolución
Socialista) de Venezuela ratifica asimismo la necesidad de
una efectiva centralización para la acción en los
grandes combates ya entablados: contra la pobreza, contra la explotación,
contra la degradación del ser humano, contra la reacción
interna y sus mandantes imperialistas. Herramienta política
unificadora de las grandes mayorías, el Partido
(Bolivariano por la Revolución Socialista) de Venezuela
nace sin embargo con la convicción de que afronta una constante
amenaza militar de los enemigos internos y externos de la Revolución,
razón por la cual asume en todos los planos la responsabilidad
para defender a la Patria, enfrentar y vencer al imperialismo si
se atreve a hollar nuestro suelo.
Gestado por el gobierno de la Revolución Bolivariana y por
el impulso del presidente Hugo Chávez, el Partido
(Bolivariano por la Revolución Socialista) de Venezuela
no es sin embargo el Gobierno. Es el control político de
los objetivos del gobierno y velará por su cumplimiento.
En el momento de su nacimiento a la vida política nacional
e internacional, el punto de nexo entre Gobierno y Partido es el
comandante Chávez, y la asunción plena por parte del
Partido de los cinco motores y los siete lineamientos estratégicos
que hoy resumen el Programa, la estrategia y la táctica de
la Revolución Bolivariana.
8. La principal
responsabilidad
La responsabilidad del Partido consiste en organizar territorialmente
y por frentes al pueblo: trabajadores, campesinos, estudiantes,
jóvenes, intelectuales, artistas, amas de casa, pequeños
productores y comerciantes del campo y la ciudad, en torno a sus
necesidades y exigencias concretas y en función de aquellos
lineamientos estratégicos y tácticos y del Programa,
asumidos como propio por el Congreso Fundacional del Partido
(Bolivariano por la Revolución Socialista) de Venezuela.
El Partido es entonces el punto donde se conjugan la expresión
de la voluntad popular y la aplicación de los lineamientos
de la Revolución (desde la construcción de viviendas,
la atención sanitaria, la educación, hasta la defensa
armada contra una eventual invasión extranjera).
9. Superar
la fragmentación y la anarquía
Esa simbiosis, la interacción dialéctica que debe
materializarse constantemente en el Partido, supera toda noción
de autonomía abstracta tanto del gobierno como de los movimientos
sociales, para dar lugar a una síntesis constantemente cambiante,
en la cual el Partido obra a la vez como doble correa de transmisión
y motor dirigente.
El Partido construye constantemente espacios de unidad dentro de
la diversidad. Considerando la construcción del socialismo
como el gran objetivo estratégico, todas las propuestas tácticas,
programáticas, acciones concretas y decisiones alineadas
con este objetivo son tratadas por el Partido con la tolerancia
y amplitud necesarias para lograr los consensos dentro de las fuerzas
que apoyan la Revolución Bolivariana. El Partido comprende
la posibilidad y necesidad de que diversas capas de la población
se sumen al proceso de construcción del socialismo por entendimiento
colectivo del riesgo que significa prolongar la sociedad capitalista
o por comprensión del riesgo individual que lo anterior presupone.
10. Original
y creativo
Siguiendo la máxima de Simón Rodríguez, “inventamos
o erramos”, el socialismo del siglo XXI por el que lucha el
Partido (Bolivariano por la Revolución
Socialista) de Venezuela, será original, propio, creativo
y con un profundo sentido colectivista del ejercicio del poder.
El Partido se esforzará por educarse y educar en una experiencia
humana que tiene antecedentes remotos, como la cosmovisión
amerindia, el cristianismo primitivo, y ensayos cercanos como los
que en el siglo XX dieron lugar a la Unión Soviética,
Europa del Este, China, Corea del Norte, Vietnam y Cuba. Pero el
socialismo del siglo XXI responderá a la praxis creadora,
al libre ejercicio de la voluntad y los anhelos del pueblo venezolano.
No será “copia ni calco”, para usar la expresión
de José Carlos Mariátegui, sino “creación
heroica”. Reconoce la diversidad de nuestros orígenes,
y valora las raíces indígenas, europeas y africanas
que dieron origen a nuestra gran nación suramericana. Incorpora
de la doctrina de Simón Bolívar particularmente su
visión antimperialista y su planteamiento sobre la necesidad
de unión de los países latinoamericanos y caribeños,
de Simón Rodríguez su lucha por la educación
liberadora, popular y para todos, y de Ezequiel Zamora su lucha
por la propiedad social de la tierra, su enfrentamiento a los poderes
oligárquicos y su programa de protección social.
11. Construcción
del socialismo: única salida.
Así como resulta indiscutible que la propiedad privada de
los medios de producción determina en cualquier sociedad
las relaciones del trabajo, las relaciones humanas y todos los aspectos
de la vida, negando los objetivos de una sociedad humanista, solidaria,
socialista, no es menos cierto que la transición, sobre todo
en el actual momento de la humanidad, exige una cuidadosa evaluación
objetiva de cada paso a tomar, para garantizar siempre y en todo
momento la participación consciente de las mayorías
y la eficiencia necesaria para cumplir con todos los requerimientos
de la vida nacional, incluida su defensa.
No es preciso ser religioso para identificarse y consustanciarse
con preceptos de Cristo reivindicativos de la justicia, la equidad
y el relacionamiento humano y fraternal entre las personas. “No
oprimirás al jornalero pobre y menesteroso, ya sea de tus
hermanos o de los extranjeros que habitan en tu tierra dentro de
tus ciudades”, “¡Ay del que edifica su casa sin
justicia, y sus salas sin equidad, sirviéndose de su prójimo
de balde, y no dándole el salario de su trabajo!”;
“Ninguno puede servir a dos señores porque o aborrecerá
al uno y amará al otro. No podéis servir a Dios y
a las riquezas”;”Bienaventurados los pobres, porque
de ellos es el reino de los cielos, bienaventurados los que tienen
hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados, bienaventurados
los misericordiosos, porque ellos obtendrán misericordia”
No es preciso ser ateo para coincidir con Marx en análisis
científicos que lo llevaban a afirmar: “En el sistema
capitalista de producción el trabajo es exterior al obrero,
no pertenece a su esencia; por lo tanto el obrero no se realiza
sino que se niega en su trabajo; no se siente bien sino desdichado;
no desarrolla sus energías físicas e intelectuales
libres sino que desgasta su físico y arruina su intelecto.
El obrero se halla fuera del trabajo en sí mismo y fuera
de sí en el trabajo. Esto produce la reversión de
todos los valores humanos”.
La explotación del hombre por el hombre impide ver y reconocer
al ser humano en uno mismo y en quien se tiene enfrente, contradice
los sentimientos de solidaridad, mutila los vínculos de fraternidad.
El capitalismo mata por hambre o por hartazgo, pero siempre mata.
El capitalismo contradice la condición humana y atenta contra
la permanencia de la especie. El planeta tierra está siendo
destruido. El imperativo irracional del crecimiento provoca la destrucción
de los ecosistemas y amenaza con extinguir las fuentes de vida del
planeta. Esa dinámica catastrófica es causada por
la irracionalidad de un sistema socioeconómico que prescinde
de las necesidades de la humanidad y actúa obligado por su
propia lógica compelido al crecimiento constante en pos del
lucro. En esa carrera demencial el capitalismo provoca periódicos
momentos de crisis en los que, también en pos del lucro,
se hace necesaria la destrucción masiva de vidas humanas
y bienes materiales.
Desde que la sociedad humana se dividió en clases, hubo resistencia
y combate contra la opresión y la explotación. Pero
a partir de la victoria del capitalismo frente al feudalismo y el
predominio del modo capitalista de producción a escala mundial,
las luchas sociales del naciente movimiento obrero industrial se
fusionaron con el pensamiento más avanzado de su época
y dieron lugar a una lucha por el socialismo basada en la ciencia
y los sentimientos más profundos de los seres humanos.
Simultáneamente, en nuestro continente Simón Bolívar
sentaba las bases de la emancipación nacional y social con
su gesta libertadora y su visión humanista y revolucionaria,
afirmando columnas hoy fundamentales para la unión de nuestros
pueblos y la transformación social en nuestro tiempo.
Frente a la crisis del sistema y las gravísimas amenazas
que conlleva, el desafío contemporáneo consiste en
encaminar la acción de manera tal que las masas explotadas
y oprimidas de Venezuela incorporen el máximo de conocimientos
de la Historia, la economía y la teoría política,
para apoyarse en ellos en la inmensa tarea de responder de manera
original, amarrada a la realidad concreta, a las raíces de
la venezolanidad, a las particularidades culturales incluso de cada
región y grupo social, ante cada exigencia cotidiana, ante
cada dificultad planteada por la transición del capitalismo
al socialismo.
Para el Partido (Bolivariano por la
Revolución Socialista) de Venezuela no hay ni podrá
haber recetas de manual, ni imposiciones de nadie que no sea el
propio pueblo venezolano consciente, organizado y en pie de combate.
[ Arriba
]
La competencia interimperialista
abre grietas entre los dueños del mundo y crea de hecho una
multipolaridad en constante ebullición, a la cual Estados
Unidos sólo puede oponer su supremacía militar. Simultáneamente,
la voracidad imperialista fuera de control por la exigencia de sostener
su tasa de ganancia, avasalla a las burguesías de los países
subdesarrollados más allá de lo tolerable. Quienes
durante dos siglos fueron sumisos socios menores beneficiados con
el saqueo de sus propios pueblos, se ven empujados a conflictos
que fracturan aquella asociación otrora de conveniencia.
Mientras la disputa entre los imperialistas paraliza a las instituciones
mundiales vigentes desde el fin de la II Guerra Mundial y se fragmenta
en cada punto del globo el bloque hegemónico de capitales
imperialistas y subordinados, el impacto combinado de estos fenómenos,
en un marco de constantes y crecientes rebeliones populares, ha
demolido las instituciones sobre las cuales se sostuvo el poder
político en los países de economías dependientes
y subdesarrolladas. El mundo asiste por tanto a realineamientos
de todo tipo, siempre en detrimento del poderío de Estados
Unidos.
Esta coyuntura abre la perspectiva de afirmar un bloque antimperialista
internacional de gran escala, con la participación de gobiernos
nacionales, provinciales y locales, movimientos sociales de diferente
naturaleza y fuerzas políticas también de un amplio
arco ideológico. Se trata de unir en la acción a cientos
de millones de personas en todo el mundo contra el imperialismo
y sus guerras.
Del mismo modo, está planteada la posibilidad de producir
en América Latina una transformación cualitativa en
la realidad político-organizativa de decenas de millones
de explotados y oprimidos. El Partido
(Bolivariano por la Revolución Socialista) de Venezuela
asume por tanto la necesidad de forjar instrumentos en los cuales
converja y se rehaga a sí mismo el pensamiento revolucionario
universal, como vanguardia de una era de inmensos desafíos
y grandes victorias: el capitalismo es internacional; la revolución
es internacional; internacional ha de ser el pensamiento y la acción
que la realice.
El accionar en función de las nociones de bloque antimperialista
mundial y convergencia revolucionaria y socialista de los pueblos
latinoamericano-caribeños guiará los pasos del Partido
(Bolivariano por la Revolución Socialista) de Venezuela,
en la certeza de que la concreción de esos objetivos cambiará
las relaciones de fuerza a escala internacional e inaugurará
una nueva era histórica.
La agonía del imperialismo es una evidencia
insoslayable. El Partido (Bolivariano
por la Revolución Socialista) de Venezuela nace
para defender a la Patria, para llevar la Revolución a su
objetivo emancipador, para sumarse a todos los pueblos del mundo
en la tarea de enterrar al imperialismo y edificar un mundo nuevo,
a la medida de una humanidad libre y plena.
[ Arriba
]
Anteproyecto de Programa
I. Acerca
del programa
Toda organización revolucionaria contiene tres elementos
esenciales:
1. Una doctrina política-ideológica
2. Un análisis crítico
del pasado y el presente, y…
3. Un programa para un futuro ideal
con los métodos de acción mediante los cuales se efectuaría
la transición del presente a ese futuro ideal.
El programa para el futuro es un “catálogo”
de soluciones para los males del pasado y el presente. Es
producto de la mezcla del descontento con lo que se tiene y la esperanza
de lo que se quisiera tener; amalgama de amargura e ilusión.
Hay programas cuyo enfoque es esencialmente ético y jurídico
y otros que buscan primero la solución del problema económico-social.
Los métodos de acción contemplan en forma mixta o
simple uno de los varios tipos de “evolucionismo” o
“revolucionismo”. Aún en ciertos casos en los
que se adopta por principio el método evolutivo “gradualista”,
llega a aceptarse la posibilidad de la “revolución”
como recurso de última instancia, cuando todas las puertas
del sistema democrático han quedado cerradas.
Por supuesto todos los métodos de acción conducen
a un fin: la toma y ejercicio del poder. Puesto que la posesión
de ese poder significa la posibilidad -la única concreta-
de llevar directamente a la práctica los programas de sustitución
de una estructura política por otra, y el cambio de la sociedad
defectuosa por la sociedad ideal. Un partido político que
no aspire de alguna manera tomar el poder, no tendría razón
de existir.
Todo programa entonces deberá contener el “catálogo”
de soluciones y las maneras (tiempos, momentos y lugares) en que
han de ejecutarse esas “soluciones”, entendiendo que
no todos los elementos de ese programa pueden aplicarse rígida,
indiscriminada e indefinidamente en épocas o sitios en los
que no imperan las mismas o muy parecidas condiciones que cuando
fueron concebidos. Es por eso que aún cuando la Declaración
de Principios o los Estatutos de una organización suelen
ser más permanentes, su o sus Programas de Acción
deben ser revisados por la organización (Organismos de Dirección
y Congresos) periódicamente. Constantemente surgen nuevas
posibilidades y nuevas necesidades, nuevos problemas y nuevas soluciones.
En relación a los “Programas” la vejez política
es algo que no advierten quienes la padecen.
II. EL PROGRAMA DEL PSUV
1. Defensa
de la revolución. Construcción del socialismo
Tomando como punto de partida la reivindicación e incondicional
defensa del Gobierno de la Revolución Bolivariana conducido
por el presidente Hugo Chávez y la voluntad del pueblo venezolano
de construir el socialismo del siglo XXI, el programa del PSUV es
el instrumento para trazar los objetivos, formas y métodos
de este proyecto revolucionario, y expresarlos en cada momento mediante
consignas que permitan transitar la distancia entre la realidad
inmediata y el fin a alcanzar; consignas que, por definición,
se adecuan permanentemente a las circunstancias inmediatas.
2. Internacionalismo
La revolución socialista bolivariana se desenvuelve en un
marco internacional y en una realidad nacional. Las definiciones
programáticas hunden por tanto sus raíces en dos planos
diferentes: por un lado, el de la voluntad de transformación
basada a su vez en la interpretación de los fundamentos materiales
del desarrollo histórico a escala mundial y, por el otro,
en las condiciones inmediatas de nuestro país en un momento
dado.
Apoyado en la tradición bolivariana, el programa del PSUV
reivindica el internacionalismo y parte de la certeza de que los
grandes objetivos de la Revolución sólo serán
alcanzados cuando los pueblos latinoamericano-caribeños hayamos
alcanzado la unidad y la emancipación nacional y social,
y junto con los pueblos de todo el mundo hayamos enterrado al capitalismo,
para abrir paso a una nueva era en la historia de la humanidad.
Pero el concepto de internacionalismo que el Partido asume no es
el de una simple “fraternización internacional entre
los pueblos”, ni la de simples exhortos a la “tolerancia”
entre ellos. El Partido luchará por crear un verdadero frente
internacional de pueblos, que sea antiimperialista y enfrente donde
quiera que se presenten las aberraciones que el imperialismo pretende
universalizar.
El PSUV trabajará denodadamente por:
- Propiciar toda actividad que propicie
la unidad de los pueblos sobre el principio de “hacer cosas
juntos”, más que del simple intercambio, para que los
pueblos se conozcan y se comprometan unos con otros.
- Diversificar las relaciones internacionales
y crear nuevas alianzas para construir nuevos ejes distintos a los
propiciados por los intereses del mercado internacional, las transnacionales
y el neoliberalismo.
- Propiciar el intercambio solidario
de recursos con otros países, con la dimensión humana
solidaria prevaleciendo sobre el interés meramente comercial.
En particular con Latinoamérica y el caribe.
3. Construir
el Poder Popular. Socialización del poder
El programa del PSUV tiene por objetivo realizar la consigna “para
acabar con la pobreza hay que dar el poder a los pobres”,
o mejor: al pueblo. Es decir, construir un gobierno basado en los
Consejos del Poder Popular, donde trabajadores, campesinos, estudiantes
y masas populares sean protagonistas directos
ejerzan el poder político.
El programa del PSUV se propone socializar el poder político
instaurando el ejercicio directo del poder de decisión de
las masas en sus organizaciones, su irrestricto derecho a la búsqueda
científica y la libre creación artística, y
democratizar el acceso a todas las políticas culturales.
El PSUV librará una lucha constante por:
- Promover la democracia y la cultura
asamblearia dentro del partido y en todos los ámbitos donde
esté presente (comunidades, frentes de trabajo, estudio,
áreas de pertenencia etc...)
- Luchar por la concreción de
autogobiernos en las ciudades, consejos comunales y comunas como
las unidades políticas básicas.
- Promover donde sea necesario la creación
de nuevos territorios y/o municipios en asentamientos humanos, que
por razones históricas, geopolíticas, culturales,
productivas o estratégicas requieren superar la fragmentación,
con la creación de los respectivos autogobiernos.
- Luchar por la transferencia de la
mayor cantidad posible de atribuciones en la planificación,
ejecución y control de políticas públicas a
los gobiernos de las ciudades, comunas y consejos comunales por
parte del poder constituido y sus instituciones.
- Promover la participación
directa y constante. Que el mayor número posible hombres
y mujeres del pueblo se involucren en la resolución de todos
los problemas planteados por la lucha en sus diferentes fases y
niveles: desde las ciudades socialistas hasta las comunas y los
Consejos Comunales en las diferentes áreas (poder popular,
misiones, comités de agua, deportivos, de cultura, vivienda,
etc), hasta las reservas militares. En el área específica
de los trabajadores industriales, dos ejes fundamentales para la
elaboración de esa tarea son los conceptos de control popular
y autogestión.
4. Economía
planificada. Estado comunal
El programa del PSUV se propone dar paso a una economía democráticamente
planificada y controlada, capaz
de acabar con el trabajo enajenado y satisfacer todas las necesidades
de las masas. A lo largo de un período de transición
que de un capitalismo de Estado dominado por las fuerzas del mercado
en estos momentos marcha hacia un socialismo de Estado con un mercado
regulado, se apunta a un socialismo de Estado comunal, con el objetivo
estratégico de total neutralización de la ley del
valor en el funcionamiento de la economía.
El PSUV se propone construir:
- Un modelo económico productivo,
intermedio, diversificado e independiente fundado en los valores
humanísticos de la cooperación y la preponderancia
de los intereses comunes.
- Una sociedad que prohíba
el latifundio y los transfiera a la propiedad del estado revolucionario,
entes, empresas públicas, cooperativas, comunidades u organizaciones
sociales capaces de administrar y hacer productivas las tierras.
- Una sociedad que prohíba
los monopolios y a los monopolizadores de los medios de trabajo,
es decir, de las “fuentes de vida” (1) o cualquiera
de otras actividades, acuerdos, prácticas, conductas u omisiones
de las y los particulares que vulneren los métodos y sistemas
de producción social y colectiva.
- Una sociedad con modelos de propiedad
que privilegien la pública, la social directa e indirecta,
la comunal, ciudadana, colectiva y los sistemas mixtos, respetando
la propiedad privada sometida a contribuciones, cargas, restricciones
y obligaciones con fines de utilidad pública o interés
general.
- Una sociedad que defienda el trabajo
no alienado, con tiempo libre suficiente para que el ser humano
disponga de tiempo para el trabajo voluntario y sosiego para la
creación científica y humanística, en contraposición
al sistema de producción capitalista que gira en torno a
la prolongación de la jornada, prolongando el trabajo gratuito
(para el propietario capitalista) o desarrollando la “productividad”,
o sea, acentuando la tensión de la fuerza de trabajo.
- Una sociedad que propenda a las
formas de propiedad y trabajo colectivo, que sea capaz de distribuir
el “producto social” para reponer medios de producción,
ampliar la producción, crear fondos o seguros contra accidentes
o fenómenos naturales, cubrir gastos de administración,
satisfacer necesidades colectivas (escuelas, hospitales etc...)
y sostener a las personas no capacitadas, para luego proceder al
“reparto” de medios para el consumo.
1. Esta adición “fuentes de vida”
señala que el suelo está comprendido dentro de los
medios de trabajo.
5. Defensa
de la naturaleza. Producción planificada
El programa del PSUV se propone preservar la naturaleza y planificar
la producción para la satisfacción de las necesidades
colectivas en armonía con los requerimientos del ecosistema.
El PSUV luchará por:
- La no proliferación de industrias
altamente contaminantes que no sean de interés altamente
estratégico para toda la nación.
- El desarrollo de tecnologías
acordes con el modelo socialista y humanista de sociedad.
- El respeto por las tecnologías
populares, tradicionales y milenarias que producen en armonía
con el ser humano y la naturaleza.
- La preservación de las cuencas
hidrográficas y las fuentes de agua.
- La concientización por la
preservación de la naturaleza y el combate al modelo de sociedad
consumista que propicia la producción de objetos inútiles
a costa del agotamiento de los recursos naturales.
- La promoción del consumo
de productos ecológicos.
- La promoción del uso de transportes
colectivos y públicos.
- La promoción del desarrollo
de fuentes de energía alternativas.
- La concientización por el
ahorro en el consumo de energía.
6. Defensa
de la revolución y la soberanía
El programa del PSUV asume la defensa de la revolución, de
la soberanía nacional y de la seguridad pública a
través de una indisoluble unión de la FAN y el pueblo
en armas. En tal sentido el PSUV asumirá las tareas de:
- Alianza con la Fuerza Armada. Un
tema central en la estrategia revolucionaria es la alianza del conjunto
del pueblo con la Fuerza Armada Nacional, así como de los
trabajadores con las clases medias del campo y la ciudad (pequeños
y medianos campesinos, pequeña burguesía industrial
y comercial urbana y rural).
- Organización de las Milicias
Populares
- Organización de los Comités
de Defensa en los Consejos Comunales, en conjunto con los cuerpos
de reserva.
- Aplicación de los principios
de defensa militar integral y guerra popular de resistencia.
7. Estado
basado en el Poder Popular
El programa del PSUV se propone edificar un Estado basado en los
Consejos de Poder Popular, con plena y democrática participación
de obreros, campesinos, estudiantes, amas de casas, intelectuales,
artistas, pequeños productores y comerciantes del campo y
la ciudad, garantizando la más amplia participación
y protagonismo del pueblo en la determinación y realización
de su destino.
Sobre estos fundamentos, la búsqueda, elaboración
y formulación de un Programa de Acción es la tarea
más delicada del Partido. Es también punto en el que
se verifica si sus cuerpos dirigentes responden o no a las expectativas
de la militancia partidaria que, por definición, debe ser
la más fina antena para detectar todas las necesidades y
requerimientos del conjunto del pueblo, así como los cambios
en la conducta colectiva y las transformaciones en el estado de
ánimo de las masas.
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