Didier Gille
La deriva de
los continentes

Didier Gille

La deriva de los continentes
Ilustraciones: Jean-Louis Henriot
Traducción del francés: Luis Prensa
Ediciones sm


1. Una idea nueva
- Un inglés colérico
- Un supercontinente.
2. Las pistas de Alfred Wegener
- La larga marcha del caracol de jardín
- Cadenas y cratones - Del ecuador a los polos
- Cinturones climáticos
- Retrocediendo millones de años.
3. Un diálogo de sordos
-Calor y frío
- ¿Sabéis qué es la isostasia?
- Un número de payaso
- ¡Esto no es turrón!
- En busca de la verdad.
4. ¿Quién era Alfred Wegener?
- El último viaje
- Sueños de juventud
- El deseo de comprender
- El gusto por las exploraciones.
5. Alfred Wegener, hoy
- Una mancha azul sobre la Tierra
- El tiempo de la oceanografía
- El viejo océano
- El «rift» mundial
- La gran alfombra móvil
- La espuma de la Tierra
- El nacimiento del océano Atlántico.
Palabras que debéis conocer
Tras las huellas de Wegener


¡Y, sin embargo, se mueven!

Cuando contemplamos una montaña, nos paseamos por una gran llanura o admiramos la inmensidad del océano, nos da la impresión de que estos paisajes no van a cambiar nunca. Y, salvo las construcciones o destrucciones del hombre, no cambiarán durante nuestra vida. Pero la Tierra es antigua, muy antigua. Ha cambiado de forma profunda, muy profunda, aunque imperceptiblemente para nosotros. Y todavía está sujeta a cambios.
A comienzos de este siglo, un científico llegó a lanzar una idea asombrosa: para él, muchos enigmas eran muy fáciles de resolver si se admitía que los continentes se movían, se desplazaban. Este científico alemán se llamaba Alfred Wegener.
En el mundo de las ciencias, al pobre Alfred Wegener lo trataron enseguida de loco, de chiflado, de novato. Y una vez muerto, cayó en el olvido. Sin embargo, probablemente Alfred Wegener no tuviera la «cabeza tan hueca». Con él, y con aquellos que han seguido su trabajo de investigador, vais a vivir una auténtica aventura científica. Y si no conocéis la respuesta a la pregunta: «¿Se mueven o no nuestros viejos continentes?», veréis cómo la solución del enigma es tan apasionante como las tribulaciones de un detective en una novela.


1. Una idea nueva

Nueva York, 1928. Los rascacielos rascan a gusto. Los taxis circulan rápido. Los peatones corren. Los cocheros hacen chasquear su látigo. Y los banqueros se frotan las manos ante esta agitación. Los negocios van bien. Nueva York marcha, Nueva York es feliz.

Sin embargo, en la ciudad hay por lo menos un hombre que no es feliz. Se llama Harold Jeffreys. Camina malhumorado a regañadientes entre el tropel, a la caída de la tarde.

Un inglés colérico

Harold Jeffreys no es americano, sino inglés. Pero no es la vida neoyorkina lo que le irrita hasta encolerizarle. La causa es, sencillamente, un hombre.

— Este Wegener es un chalado —repite mientras camina—, un chalado.
Harold Jeffreys es geofísico (1) y vuelve del congreso de la asociación de geólogos del petróleo.

Hoy, en el congreso, Alfred Wegener ha expuesto detalladamente una hipótesis, según la cual los continentes flotarían como icebergs y se desplazarían como rompehielos, arañando el fondo de los océanos.

—Sus viajes a Groenlandia lo han vuelto loco, eso es todo —refunfuña Jeffreys—. La banquisa le ha trastornado la cabeza.

Un supercontinente

Wegener no se contenta con afirmar que los continentes se mueven, se desplazan... También dice que hace mucho tiempo, en el período carbonífero, no existía más que un continente. Incluso le ha dado un nombre: Pangea. Este supercontinente se dividió después y cada trozo se fue por su lado. Nuestros actuales continentes —añade— son trozos de Pangea, que siguen su carrera muy lentamente a través de los océanos.

Harold Jeffreys detiene su marcha y golpea el asfalto con su paraguas.
—La tierra es sólida, no es como el turrón —vocifera, bajo la inquieta mirada de los neo-yorkinos que lo intentan evitar en su loca carrera.


2. Las pistas de Alfred Wegener

¿Cómo llegó Alfred Wegener a la convicción de que nuestros continentes navegan como balsas y de que la Tierra no ha sido siempre como es en la actualidad?

Él mismo cuenta que tuvo esta idea al observar un mapamundi. ¿No encajarían las costas de África y de América del Sur como dos piezas de un «puzzle» si las acercáramos, cerrando el océano Atlántico? En un primer momento, la idea de que estos dos continentes se hubieran separado, dejando entre ellos un océano, le pareció divertida.

Sin embargo, poco a poco, Wegener descubre unos hechos que le hacen tomar en serio aquella primera impresión. Y como, a pesar de lo que piensa Jeffreys al respecto, no tiene nada de loco, empieza a buscar y a acumular hechos que confirmarán su hipótesis. Por lo demás, se considera a sí mismo como un juez que persigue la verdad a través de todas las pistas que puede encontrar. Y las encuentra. Decenas y decenas, como un auténtico detective.

Como no podemos hablar de todas, destacaremos algunas.

La larga marcha del caracol de jardín

Desde hacía tiempo, los paleontólogos habían observado que los fósiles del mesosaurio (un pequeño reptil del carbonífero) no se encuentran más que en Brasil y en África del Sur; en ninguna otra parte. ¿Cómo cruzó un océano de miles de kilómetros de ancho un animal que no debió ser buen nadador?

Y el glosópteris, un helécho cuyos fósiles se encuentran en Australia, en la India, en África

del Sur e incluso en la Antártida, ¿cómo ha po-sido pasearse de esta forma? Difícil de explicar, piensa Wegener.
Pero no se interesa sólo por los seres vivos desaparecidos. Por eso Alfred piensa también en nuestro caracol de jardín. No vive más que en Europa y justo enfrente, en América del Norte. ¿Qué medios ha utilizado para cruzar el Atlántico?

Todos estos fenómenos curiosos, todas estas preguntas las usa Wegener en apoyo de su hipótesis. Basta con acercar todos los continentes, como lo estaban en Pangea, e inmediatamente los problemas quedan resueltos: estos animales y estas plantas, hoy dispersados, se encuentran juntos de repente, como por arte de magia.

Cadenas y cratones

También la geología enseña muchas cosas a Wegener. Sabe, por ejemplo, que en los continentes existen bloques de rocas muy antiguos. Los geólogos llaman hoy a estos bloques «cratones», y saben que tienen por lo menos dos mil millones de años. En su época, Wegener hablaba de «viejos granitos».

Y observa que si encontramos «viejo granito en un lugar de la costa africana, basta con cruzar el océano y llegar a América para descubrir que también allí existe.


LA CADENA CAÍEDONIANA SE ROMPE

No es una casualidad, explica. En la actualidad el océano separa estos granitos, pero hace mucho tiempo estaban juntos y formaban un solo bloque.

Por otro lado, en Europa hay una cadena de montañas, la cadena caíedoniana. Pues bien, en América del Norte existe otra cadena similar, y, más o menos, de la misma edad; es la cadena de los Apalaches.

—Bueno —dice Alfred—, acercad Europa y América. Comprobaréis que estas montañas formaban en otro tiempo una sola y única cadena, que se rompió por la apertura del océano Atlántico.

Del ecuador a los polos


¿Queréis más pistas? Hablemos de los diferentes paisajes de la Tierra. Unos, se parecen; otros, nada en absoluto.

Salgamos para un viaje imaginario que nos llevará desde el ecuador a cualquiera de los polos. Nuestro viaje empieza en las grandes selvas de la zona ecuatorial. Allí el suelo desaparece bajo un montón de troncos, ramas y hojas que se están pudriendo. Al levantar la cabeza, apenas distinguimos el cielo, tan espeso es el follaje de los inmensos árboles que nos dominan. El ambiente es tan cálido y tan húmedo que la camisa se nos pega al cuerpo.

Luego, sin apenas darnos cuenta, salimos de la selva. Los árboles son escasos y la hierba de la pradera empieza a recubrir amplios territorios. Seguimos avanzando. Ahora nos encontramos en el desierto. La vegetación casi ha desaparecido. El suelo desnudo, las dunas de arena o los montones de piedra se extienden hasta perderse de vista. El calor es tórrido y el aire excesivamente seco. Nos encontramos en la zona tropical.

Después penetramos en una región donde vuelve a haber hierba e incluso grandes bosques.

Pero los árboles son menos altos, menos tupidos que en el ecuador. Esta región, llamada zona templada, es la nuestra. Aquí llueve con regularidad y la temperatura media es claramente más baja que en las zonas tropical y ecuatorial.
Si queremos proseguir nuestro viaje, tendremos que ponernos guantes y un buen abrigo porque vamos a entrar en una región en la que los hielos y la nieve lo cubren todo: la región polar.

Cinturones climáticos

Los cuatro tipos de paisaje que hemos atravesado durante este viaje forman otras tantas zonas, paralelas al ecuador, que rodean nuestro planeta. Cada zona tiene su propio clima, que influye en su paisaje: cálido y húmedo, la selva ecuatorial; cálido y seco, los desiertos tropicales; medianamente cálido y húmedo, las zonas templadas; glacial y nevoso, los casquetes polares. Naturalmente, las fronteras no están marcadas como con un cuchillo. De una zona a otra hay climas y paisajes de transición.

De esta forma, un climatólogo puede estimar poco más o menos la distancia que le separa del polo o del ecuador, sólo con mirar el paisaje que le rodea. Incluso si le habéis vendado los ojos durante el trayecto. Sabe que a cada paisaje le corresponde un clima, y que los climas forman grandes cinturones que se suceden desde el polo al ecuador.


LOS GRANDES CINTURONES CLIMÁTICOS

Retrocediendo millones de años

—Indudablemente, los climatólogos son muy competentes —se dice Wegener—, pero si yo pudiera hacer que viajaran en el tiempo, se desorientarían.

Alfred se apasiona por la meteorología, ciencia que ha estudiado. Ayudado por su abuelo, Wladi-mirKóppen, trata de reconstruir los climas que había en la Tierra en el período carbonífero.

Ahora bien, el planeta parece haber estado completamente loco en este período. Allí donde en la actualidad el inlandsis extiende sus hielos, se ven las huellas de desiertos ardientes. Por el contrario, donde hoy reinan las actuales selvas tropicales, el suelo conserva las marcas de gigantescos glaciares.

Esto significa que los polos y el ecuador no estaban en el mismo sitio en que se encuentran actualmente, afirman Wegener y Koppen. Entonces dibujan un mapa de la Tierra en el que modifican el ecuador y lo ponen en el lugar donde han observado rastros de antiguas selvas ecuatoriales.

El resultado no les satisface. Brasil, la India y Australia, en otros tiempos cubiertos de hielo, se encuentran hoy en plena zona tropical. ¡Aquí hay un problema!

Un problema cuya solución es, evidentemente, Pangea. Wegener aproxima una vez más los continentes como las piezas de un rompecabezas y encuentra la explicación. Las huellas dispersas de los glaciares se reúnen para formar un casquete glaciar alrededor del polo sur, las grandes selvas permanecen alineadas a lo largo del ecuador, y los desiertos encima de los trópicos.

Una vez más, Alfred tiene una buena pista.

¿CÓMO RECONSTRUIR LOS ANTIGUOS CLIMAS?

La paleoclimatología es también un juego de detectives. A cada clima le corresponde un paisaje. Para encontrar datos de los paisajes desaparecidos es necesario estudiar los restos de las plantas, de los animales y, en ocasiones, de las rocas.

Así, por ejemplo, el carbón es un indicio de bosque. Una capa espesa corresponde a un bosque importante. Y eso va asociado a un clima ecuatorial.

Los glaciares, que se deslizan lentamente, arrastran piedras que arañan el suelo. Cuando los glaciares se funden, estas piedras, llamadas «tillitas», quedan sobre el terreno. Se puede conocer la dirección que seguía el glaciar observando las estrías producidas por el roce de las tillitas sobre las rocas del suelo.

En un clima tropical, el agua se evapora rápidamente. La presencia de grandes depósitos de sal en una zona permite deducir que allí hubo un mar que desapareció bajo la acción del sol.

Asimismo se pueden estudiar los troncos de los árboles fósiles. La presencia de anillos indica que el árbol vivió en una zona templada, en la que las estaciones son muy marcadas (el árbol crece, haciendo cada año un anillo, durante la estación cálida; y detiene su crecimiento en invierno). La ausencia de anillos, por el contrario, es señal de un clima ecuatorial, sin estaciones.

Los grandes reptiles no viven jamás en las regiones frías. El descubrimiento de sus fósiles en tierras actuales heladas significa que en otros tiempos esas tierras tenían un clima cálido.

Ya veis que los paleoclimatólogos no carecen de elementos para reconstruir los antiguos climas. Desde luego, existen otras muchas pistas, además de las señaladas.


3. Un diálogo de sordos

... Y allí, ese estrechamiento en la circulación de coches, que obliga a los conductores a hacer peligrosas maniobras, indica ciertamente la presencia de una sala de fiestas: los taxis se suceden y aparcan en doble fila para coger a los clientes que vuelven a casa o para dejar a los que empiezan la velada.

Nueva York. Los peatones siguen corriendo. Los taxis vuelan.

—¿Es que esto no se detiene nunca? —se pregunta Alfred Wegener, tras la ventana de su habitación en el hotel.

Este barullo incesante le apasiona. Le divierte buscar un sentido a todos los movimientos desordenados que observa desde arriba, lo mismo que ha buscado un sentido al «viaje» del caracol de jardín.

—Eso es la salida de un cine. Los espectadores comentan la película que acaban de ver antes de separarse. La marea de los peatones queda frenada a los cien metros aproximadamente.


EL CABALLO DE HIERRO

... Y allí, ese estrechamiento en la circulación de coches, que obliga a los conductores a hacer peligrosas maniobras, indica ciertamente la presencia de una sala de fiestas: los taxis se suceden y aparcan en doble fila para coger a los clientes que vuelven a casa o para dejar a los que empiezan la velada.

... Placer, trabajo... Siempre hay buenas razones para desplazarse. Placer, trabajo... ¡Vamos, a trabajar, amigo Alfred!

Apoya la frente contra el cristal para gozar de su frescor y se dirige hacia la mesa sobre la que ha dejado su pluma ante una hoja de papel llena de notas y de croquis.

Al día siguiente, muy temprano, en el congreso de geología, se discutirá su hipótesis. Sabe que la lucha va a ser dura. Tiene delante de él el libro que Jeffreys escribió cuatro años antes y en el que ataca la idea de que los continentes se muevan, deriven como gigantescas balsas. Este libro lo ha leído muy a fondo porque, para defenderse contra un adversario, hay que conocer sus argumentos.

Calor y frío

—Señores, seamos serios. La realidad es muy sencilla —dice un geólogo—. No hay necesidad alguna de teorías confusas para comprender la geografía de la Tierra. Todos sabemos que nuestro planeta, en otros tiempos muy cálido, se enfría lentamente desde hace millones de años. A causa de este enfriamiento la Tierra se encoge, se contrae y se arruga como una manzana vieja. Ése es el origen de nuestros continentes, de nuestro océanos y de nuestras montañas. La Tierra se ha achicado lentamente al perder su calor. Ésa es la única verdad científica... ¡Todo lo demás no son más que pamplinas!

En la gran sala donde se celebra el congreso corre un murmullo de satisfacción. Alfred We-gener se siente muy solo en medio de la muche-dumbre de participantes. Más solo que si estuviera perdido sobre un iceberg en el océano Ártico. Alrededor de él, los cuchicheos y las risas van y vienen como pequeñas olas. Intenta descubrir un rostro benevolente o, por lo menos, sin ironía. Pero la espesa niebla del humo de los cigarrillos le oculta la mayor parte de los participantes.

«Decididamente, no tengo muchos amigos aquí» —piensa. Y se levanta.

—¡Pido la palabra, por favor!

Poco a poco, cesan los cuchicheos. Todavía se oye un «es Wegener» en el fondo de la sala.

—He escuchado muy atentamente la exposición que acaban de hacer. Evidentemente, sé que la idea de la contracción de la Tierra es aceptada todavía hoy por numerosos geólogos. Pero, desgraciadamente, pienso que esta teoría no resiste el examen de los hechos...

A juzgar por el jaleo que se levanta, la intervención de Alfred Wegener no tiene partidarios. El prosigue sin pestañear.

—Si la Tierra fuera de verdad como una manzana arrugada, deberíamos encontrar esas arrugas en todos los lugares, exactamente como ocurre en una manzana. ¿Cómo explicar entonces que existan grandes cadenas de montañas en ciertos sitios y en otros, en cambio, inmensas llanuras? Ninguna manzana del mundo se ha arrugado jamás de esa manera.

... Pienso que la deriva de los continentes puede explicar mucho mejor el relieve de la Tierra —continúa.

... Pensemos, por ejemplo, en el Himalaya. Mi teoría de la deriva de los continentes explica el nacimiento de este gigantesco macizo como el simple resultado de una colisión. La India, en otro tiempo unida a la Antártida, a África y a Australia, se separó. Subió hacia el norte y acabó por chocar contra el continente asiático, al que levantó y arrugó. Pero yo querría hacer otra objeción a la hipótesis del enfriamiento de nuestro planeta, una objeción claramente más grave: ¡la Tierra no se enfría en absoluto! En efecto, recientes trabajos han demostrado que en el interior del globo hay radio y cuerpos radiactivos suficientes como para conservar su temperatura, a pesar del calor que pierde en el espacio.


La lenta deriva del continente índico hacia el continente asiático... y el nacimiento del Himalaya.

Alfred Wegener se vuelve a sentar y el rumor renace a su alrededor. El desánimo se apodera de él; comprende que nadie acepta sus argumentos.

CALOR Y RADIACTIVIDAD

El radio fue descubierto por Marie Curie. Se trata de un metal inestable, es decir, que de tiempo en tiempo un átomo de radio se transforma en otro átomo. A esta transformación se la llama desintegración. Cada vez que se produce una, origina calor y se emiten rayos. Por eso se dice que el radio es radiactivo (en latín, radius significa rayo). Otros elementos, como el uranio, el polonio, etc., también lo son. Todos se encuentran en la composición de la Tierra, y su desintegración radiactiva impide que ésta se enfríe.

¿Sabéis qué es la isostasia?

Un nuevo orador sube a la tribuna. Es un paleontólogo. Llena concienzudamente un vaso de agua y deja la botella. Una gota ha caído sobre sus notas y la seca con su pañuelo; después, con el mismo pañuelo, se enjuga la frente.

—No voy a andarme con rodeos. El señor Wegener tiene toda la razón al pretender que en otro tiempo ha tenido que haber conexiones entre algunos de nuestros continentes hoy separados...

Un gran silencio cayó sobre el público, estupefacto ante este apoyo inesperado a la hipótesis de Alfred. Él mismo escucha con interés la continuación de un discurso que empieza tan bien.

—Los ejemplos que citó ayer son bien conocidos por los paleontólogos. Por lo demás, yo podría añadir al glosópteris y al mesosaurio otras muchas plantas y animales que nos plantean el mismo problema.

... Únicamente, señor Wegener, que no es necesario acudir al desplazamiento de los continentes para explicar esas relaciones.

Alfred se hunde en su asiento. «Era demasiado bonito», piensa con amargura.

—En lugar de suponer que los continentes se mueven y que un frenesí los impulsa a viajar, me parece más razonable admitir que anteriormente existieron puentes continentales, unas bandas de tierra que unían los continentes actuales. Por una u otra razón, estos trozos de continentes se hundieron en el océano y se rompió la conexión. Esta explicación es de sentido común, creo yo.

Alfred conoce de memoria esta hipótesis de los puentes continentales y ha demostrado ya cien veces que es absurda.

Sin embargo, a pesar de su hastío, vuelve a pedir la palabra.

—Siento tener que contradecirle, honorable colega, pero el hundimiento de un continente es absolutamente contrario al principio de la isostasia: los continentes flotan; por tanto, no pueden hundirse.

EL PRINCIPIO DE LA ISOSTASIA

En la época de Wegener se acababa de descubrir que los continentes se comportan como icebergs o trozos de madera en el agua: flotan sobre una materia más densa que ellos. No pueden, pues, levantarse o hundirse sin una causa concreta. Este es el principio de la isostasia.

El levantamiento de Escandinavia (Noruega, Suecia, Finlandia...) ilustra perfectamente este principio. Esta región se eleva actualmente un centímetro por año, porque la espesa capa de hielo de 2.000 m que la recubría se derritió hace más de diez mil años. Escandinavia se hizo entonces menos pesada y empezó a subir. Si presionamos sobre un trozo de madera que flota, se hunde; pero en el momento en que retiramos el dedo, sube y recupera su antigua posición. En este ejemplo todo sucede muy deprisa porque el agua es líquida. Pero la materia que se encuentra bajo los continentes es casi sólida. Por esta razón, Escandinavia se eleva tan despacio.

Alfred no ha hablado mucho tiempo. Sabe que, diga lo que diga, nadie le va a escuchar con seriedad. Y decide escuchar atentamente los argumentos de los demás, pero no volver a abrir la boca.

Sonríe. Piensa en su nueva expedición a Groenlandia para dentro de dos años. Por fin volverá a ver el desierto blanco; sabe que, después de todo, allí se sentirá menos aislado que hoy, en medio de esta gente hostil.


Un número de payaso

Charles Schuchert ha pedido la palabra. Este digno profesor explica cómo, ferviente partidario de la deriva de los continentes, ha intentado reconstruir eí «puzzle» de Pangea. Anuncia que va a exponer a base de dibujos el resultado de sus largas investigaciones. En realidad, se va a burlar cruelmente de las ideas de Wegener.

—Como pueden comprobar, América del Sur y África encajan a la perfección —vocifera ante un dibujo en el que los dos continentes están torpemente ensamblados. Y continúa—. Después de que mi mujer me hiciera observar que había un pequeño defecto, decidí reemplazar África por Australia, pero no conseguí nada que me satisficiera.

Y sacó otro ridículo dibujo.

—De hecho, la solución es sencilla, señores. Basta con recortar las jorobas que nos estorban y utilizarlas para tapar los agujeros.

Las carcajadas se apoderan de la sala. Un geólogo tiene un enorme acceso de tos que se mezcla con las explosiones de risas.

—¡Basta! ¡Es demasiado! —suplica, desternillándose de risa.

—Jamás pensé que caerían tan bajo —suspira Alfred Wegener.

¡Esto no es turrón!

Jeffreys interviene a su vez. No le ha gustado el triste espectáculo de Schuchert. Por supuesto, Wegener se equivoca. Es cierto que la hipótesis de la deriva de los continentes no se tiene en pie, pero eso no es razón para ridiculizarle. Y vuelve de nuevo a sus argumentos favoritos.

—La Tierra, señores, es sólida. No es como el turrón, que se fragmenta. Es rígida como esta mesa —proclama, golpeando el atril de la tribuna.

«Y sin embargo —piensa Alfred—, admite el levantamiento de Escandinavia. Acepta que los continentes suben y bajan, pero no que se desplacen horizontalmente en la superficie del globo.»

—Además —prosigue Jeffreys—, ¿qué fuerza colosal sería capaz de poner en movimiento unas masas cuyo peso nos da vértigo, continentes enteros?

Jeffreys ha terminado. Wegener, buen jugador, reconoce que ése es efectivamente el punto débil de su teoría: no llega a explicar de una manera satisfactoria las causas, las fuerzas que empujan y hacen derivar a los continentes. «Pero ¿cómo pueden negar tantas pruebas de su desplazamiento?», se pregunta antes de mezclarse con la muchedumbre que se dirige a la salida. Las discusiones siguen por los pasillos:

—Amigo mío, si tuviéramos que creer la hipótesis de Wegener, habría que olvidar todo lo que hemos aprendido desde hace setenta años.

—Sí, tendríamos que volver a partir de cero.

—¿Sabe usted que Wegener no es geólogo?

—Me han dicho que se dedica a la meteorología.

—¿Seguro? Yo he oído decir que es astrónomo.

—¡Astrónomo! En cualquier caso, no es un especialista.

—¡Un aficionado! Y además, lo mezcla todo.

En busca de la verdad

En efecto, Alfred Wegener no era geólogo. Y podríamos decir que mezclaba todo porque buscaba pistas en todas las ciencias. Pensaba que la verdad sólo aparecería si los científicos ponían en común sus descubrimientos. Veamos lo que escribe después del congreso al que hemos asistido:

«Los científicos no parecen comprender todavía que todas las ciencias de la Tierra deben contribuir a levantar el velo que cubre los orígenes de nuestro planeta, y que la verdad sólo será alcanzada uniendo todas las pruebas. Además, tenemos que estar preparados ante la idea de que cada nuevo descubrimiento, en el campo que sea, puede modificar nuestras actuales conclusiones.»

Por esta forma inhabitual de plantear los problemas, Alfred Wegener fue tan atacado. Como decía Wladimir Kóppen: «... abordar unos temas que se salen de los límites marcados a una ciencia por la tradición, expone al intruso a que lo miren con desconfianza».


4. ¿Quién era Alfred Wegener?

El último viaje

Es 1 de noviembre de 1930. Esa mañana, en el campamento de Eismitta (en medio de los hielos), cinco hombres comen una manzana y beben té caliente. Una estufa ronronea y el resplandor de una lámpara de petróleo baila en los muros de hielo que los protegen del terrible invierno groenlandés.

Pero la llama que baila en sus ojos no se debe al petróleo, sino a la alegría. Alegría por comer una manzana, alegría por celebrar el cumpleaños de uno de ellos. Alegría por estar vivos, porque, sin la llegada de socorro dirigida por Wegener, ni Georgi ni Sorge habrían sobrevivido al invierno, pues ya casi se habían agotado sus reservas de víveres y combustible. Wegener, Villumsen y Loewe han recorrido unos cuatrocientos kilómetros sobre el hielo para salvarlos.

Alfred cumple hoy cincuenta años. Por este motivo se permiten el lujo de un fruto fresco, que viene a romper la monotonía de un régimen exclusivo de alimentos en conserva. Wegener sonríe. Su manzana está un poco arrugada. Le trae a la memoria el congreso de Nueva York, y sueña. «¡Qué lejano me parece todo eso hoy», piensa.

Después se dirige a Villumsen:

—Bueno, pongámonos ya en camino.

Los dos hombres se levantan y se preparan para la larga y dura marcha que los separa del campamento base.

Loewe los ve alejarse. No puede acompañarlos: el frío le ha afectado tanto durante el viaje que los dedos de los pies se le han helado. Cuando las siluetas de sus compañeros desaparecen bajo las ráfagas de viento y nieve, entra a calentarse.

Cinco meses más tarde aparecerán unos esquís clavados en la nieve, sin duda por Villumsen, a tres metros el uno del otro. Entre los esquís, bajo la nieve, e! cuerpo de Alfred Wegener descansa sobre una piel de reno. Todavía sigue allí, en medio del hielo, bajo la inmensa sábana blanca del casquete polar. Tampoco Villumsen llegó al campamento base. Su cuerpo no fue encontrado jamás.

Sueños de juventud

Desde su adolescencia, Alfred Wegener sueña con ir a Groenlandia. Esta gigantesca isla blanca le fascina. Se imagina las largas marchas extenuantes, con un par de esquís o raquetas en los pies; el silbido del trineo que corre tirado por una jauría de perros o por un fuerte poney islandés; la invernada en un iglú perdido en la inmensidad del inlandsis.

Y si hubieseis vivido en Berlín hacia el año 1890, habríais podido ver, algunas mañanas de invierno, a un chico de quince años, con los esquís en la espalda y una bolsa al hombro, dirigirse hacia el campo cercano. El joven Alfred iba a entrenarse; no volvería hasta caída la noche. Toda la jornada practicaba lo que nosotros llamamos hoy e! esquí de fondo.

En primavera prefiere calzarse sólidas botas y caminar incansablemente. Cada colina se convertía para él en un glaciar que escalar. Preparaba su cuerpo para la dura vida de las expediciones polares, uno de los objetivos de su vida.

El deseo de comprender

Pero Alfred no sueña únicamente con proezas físicas. Piensa también en los descubrimientos que hará: medir el espesor de la capa de hielo, vigilar los desplazamientos de la banquisa, observar las auroras boreales. Para él, ser explorador no consiste solamente en poseer buenas piernas y pulmones. También es aprender a mirar el mundo y comprenderlo.
Por eso el joven estudia. Llega a ser astrónomo a los veinticuatro años. Poco tiempo después consigue el título de meteorólogo. Para estudiar mejor la atmósfera, realiza regularmente con su hermano Kurt ascensiones en globo. Baten el récord del mundo de duración de vuelo al permanecer cincuenta y dos horas y media en el aire, suspendidos en su barquilla de mimbre.

El gusto por las exploraciones

Por fin, en 1906, a los veintiséis años, Alfred va a realizar el sueño que ha acunado su infancia y adolescencia: es invitado a participar en una expedición danesa a Groenlandia. Allí permanecerá dos años, durante los cuales efectuará trabajos de cartografía y, por supuesto, de meteorología.




Cuando vuelve a Alemania, se convierte en profesor. Sus alumnos conservarán durante mucho tiempo el recuerdo de sus clases, por la manera que tiene de transmitir su entusiasmo. Cuando aborda una cuestión difícil, se esfuerza por hacerla tan apasionante como una novela policiaca. Con él, los problemas se convierten en fantásticos campos de exploración. En esta época es cuando Wegener escribe su famoso libro sobre la deriva de los continentes, La génesis de los continentes y de los océanos; teoría de las traslaciones continentales, que tantas críticas le acarreará.

Pero una vez más el Gran Norte le llama. En la primavera del año 1912 vuelve a marcharse a Groenlandia. Con su equipo realiza la travesía más larga del casquete glaciar: 1.200 km sobre la banquisa y el inlandsis. Por primera vez, una expedición pasará el invierno en medio de Groenlandia. ¡Cuántas proezas!

Pero hay que volver y enfrentarse con otros peligros; peligros que no amenazan al cuerpo, pero que prueban duramente el carácter: Wegener, que no es geólogo ni geofísico, se atreve a aventurarse en el campo de las ciencias de la Tierra; lo pagará sufriendo las burlas de numerosos enemigos de su teoría.

Y hasta su último viaje, este explorador de la Tierra y de las ideas atraerá las burlas y los sarcasmos.


5. Alfred Wegener, hoy

Alfred Wegener se nos presenta como un personaje interesante, con una vida apasionante. Pero, en realidad, ¿es verdadera su teoría? ¿Derivan los continentes, como él pensaba? Pues bien, sí, Pangea existió, se hizo trozos y los continentes van erráticos. Pero han sido necesarios más de treinta años para que los científicos acepten por fin esta idea. ¿Cómo y por qué han cambiado de opinión?

Una mancha azul sobre la Tierra


Hay un punto sobre el que Wegener y sus adversarios se ponían de acuerdo: la mayor parte de los enigmas geológicos —decían— encontrarán la solución en el fondo de los océanos. Éstos cubren el 70 % de la superficie del globo. Ahora bien, a comienzos del siglo XX no se conocía prácticamente nada acerca de los océanos. Hoy siguen siendo simplemente una gran mancha azul, de la que de tiempo en tiempo emerge un trozo de piedra, o cuya profundidad se consigue medir a veces en un punto concreto.

El tiempo de la oceanografía

Antes de la segunda guerra mundial apenas son un puñado los científicos que se esfuerzan por mejorar los métodos de observación del fondo oceánico. Sus investigaciones no interesan a mucha gente, y tienen gran dificultad en despertar la curiosidad de los otros investigadores o en reunir dinero para continuar sus trabajos.

Pero la guerra cambiará mucho las cosas. Para luchar contra los submarinos alemanes, que torpedean los convoyes, y para descubrir costas propicias para un desembarque, se inventan unos instrumentos muy perfeccionados. Al final de las hostilidades, ciertos países se embarcan en grandes programas de investigación oceanógrafica.

El viejo océano

En 1947, un barco se hace a la mar para ir a estudiar la cadena de montañas submarinas situada en medio del océano Atlántico.

En la actualidad, los científicos creen que la Tierra tiene unos cuatro mil millones de años. Entonces se estimaba que unos tres mil millones. Un tiempo enorme, durante el cual los sedimentos han seguido depositándose en el fondo del océano. ¡Se pensaba que el espesor de la capa sedimentaria tendría unos veinte kilómetros!

En la actualidad, numerosos barcos oceanógraficos esiudian los fondos marinos.

LOS SEDIMENTOS

La palabra sedimento significa «materia que se deposita». Cada vez que un animal o una planta marina muere, incluso los animales y plantas microscópicos del plancton, sus restos caen y van a descansar al fondo del océano. Siempre que un grano de arena o de arcilla son arrastrados por un río al mar, sucede lo mismo.

De este modo se va formando lentamente una especie de alfombra de cieno que cubre el fondo. Poco a poco, el cieno se endurece bajo el peso de las capas que siguen acumulándose, y se convierte en una roca, como la caliza: una roca sedimentaria.

Ciertamente, la formación de estas rocas requiere millones de años. En general, cuanto más espesa es una capa, más tiempo ha necesitado para depositarse.

Imaginaos, pues, la sorpresa de Ewing, un geólogo que forma parte de la expedición oceanógrafica de 1947, cuando sus primeras medidas le muestran una capa de sedimentos de sólo unos cientos de metros como máximo. Más aún: a medida que se acerca al centro del océano, el espesor de la capa disminuye. Y en la vertical de la cadena central, el fondo parece no estar cubierto más que por una delgada película.

Ewing decide llegar hasta el fondo de la cuestión. Hace descender una draga con el fin de subir unas muestras. Curiosamente, no contienen huella alguna de sedimentos. Están compuestas de lava, de roca volcánica.

Así pues, el viejo océano de tres mil millones de años tiene la capa sedimentaria de un océano joven. Los espesores más importantes medidos por Ewing no han necesitado, para depositarse, más de doscientos millones de años. Y en medio del océano, sólo un delgado velo recubre el fondo. El velo de un bebé volcánico. ¡Raro e incomprensible!

El «rift» mundial

Los oceanógrafos se encuentran sólo al comienzo de sus sorpresas. La máquina cartográfica encargada de dibujar un mapa del fondo de los océanos comprueba que las montañas del medio del Atlántico tienen una forma muy parti cular: están surcadas en su centro y a todo lo largo por un valle con las laderas muy abruptas. Como si el suelo se hubiera hundido en ese lugar. Como si se tratara de una colosal fisura de la corteza terrestre, de un rift en el fondo de los océanos.


EL GRAN «RIFT» AFRICANO

A lo largo de 4.000 kilómetros, un extraño valle corta el continente africano desde el mar Rojo hasta Mozambique. Grandes lagos lo jalonan. Este cañón no ha sido cavado por el agua, sino por unas fuerzas volcánicas que separan lentamente sus dos vertientes. La actividad volcánica se manifiesta en las abundantes fuentes de agua caliente, en los temblores de tierra y, por supuesto, en los volcanes que jalonan la región.

Hay que comprobar si existe un rift en el fondo del océano Atlántico. En los años siguientes, los geólogos van indicando en un mapa la situación de los seísmos submarinos registrados. De este modo esperan ver si guardan relación con la gran fisura descubierta. El resultado de los trabajos supera todas las esperanzas: los temblores de tierra se alinean con gran precisión a lo largo de la falla, lo que confirma su naturaleza volcánica.

Más aún: los científicos descubren muy pronto que este rift dibuja una guirnalda que se extiende por el fondo de TODOS los océanos. Una larga cinta volcánica parece correr bajo las aguas del globo entero. ¿Estará la Tierra totalmente hendida?

Esto explicaría por qué las muestras extraídas por Ewing se componían de lava. Explicaría asimismo los descubrimientos de otro científico a comienzos de los años cincuenta. Éste había medido que el calor emitido por la Tierra era ocho veces mayor encima de la dorsal que en cualquier otro lugar del océano. Evidentemente, se trata de un fenómeno volcánico.

La gran alfombra móvil

Harry Hess es geólogo y conoce bien los problemas oceanógraficos. Ha pasado parte de la guerra a bordo de un barco y ha aprovechado la ocasión para estudiar aquí y allá el fondo del océano Pacífico.

A finales de los años cincuenta, Hess se interesa por los descubrimientos de Ewing y de otros investigadores. Sabe que las dorsales del Atlántico y del Pacífico no están aisladas, sino que forman parte de un rift que serpentea a lo largo de 60.000 kilómetros. Sabe que la capa sedimentaria es demasiado delgada respecto a la edad de la Tierra y que, además, disminuye a medida que nos acercamos al rift. Todos estos datos bailan en la cabeza de Harry Hess, que busca una solución satisfactoria.

Hay que elaborar una nueva teoría. Puesto que el fondo oceánico está casi desnudo de sedimentos en las proximidades del rift y es, por tanto, muy joven, eso quiere decir indudablemente que el zócalo oceánico nace en este lugar. Hess sigue pensando: los dos labios del rift se alejan lentamente, brota la lava y se extiende para formar el nuevo fondo oceánico. Este mo-vimiento no se detiene, la fisura no se cierra: por eso un suelo nuevo se crea sin cesar. En cuanto a las partes más antiguas del fondo oceánico, se alejan, cubriéndose poco a poco de sedimentos.

Ahora bien, se dice Hess, el volumen de la Tierra no aumenta. El suelo oceánico, que se renueva sin cesar, debe desaparecer en alguna parte, hundirse, para volver al interior del globo. Debe sumergirse bajo otra costra oceánica o bajo un continente, provocando una gran fosa. El fondo de los océanos sería, pues, una especie de gigantesca alfombra móvil que nace en el rift y muere en las fosas. Este viaje requiere doscientos millones de años aproximadamente. Por tanto, no existe un suelo oceánico más antiguo que esa cifra. Esta teoría de Hess sigue siendo la nuestra en la actualidad.

La espuma de la Tierra


A nosotros, que hemos seguido la historia de Wegener, lo que nos interesa son los continentes. ¿Se mueven, sí o no? ¡Sí! Pero no solos. En efecto, los continentes son arrastrados pasivamente por la alfombra móvil del fondo del océano: siguen el movimiento. Pero jamás serán tragados en las entrañas de la Tierra, porque son demasiado «ligeros» para eso.

Los continentes permanecen prisioneros de unas gigantescas placas que nacen, derivan y desaparecen. Pero siempre flotan. Son, como dice Claude Allégre, un geofísico francés, «la espuma de la Tierra». Cambian de forma golpeándose, rompiéndose, plegándose, montándose a veces, pero su relativa ligereza los hace insumergibles.

Wegener —!o recordaréis— buscaba la fuerza capaz de mover los continentes. Pensaba que éstos se movían rompiendo el fondo de los océanos como lo hace un rompehielos abriéndose paso en la banquisa. En esto se equivocaba. Los continentes se parecen más bien a un barco cogido por el hielo: no se mueve por sí mismo, pero su banquisa, las grandes placas que forman el fondo de los océanos, los arrastra irresistiblemente en su lento y majestuoso desplazamiento.

El nacimiento del océano Atlántico

Si queremos escribir hoy la historia de África y de América, es preciso imaginarse primero un enorme continente: Pangea. Un rift empieza a formarse. Los dos trozos de continentes se van separando. Aparecen volcanes que vomitan lava. Lentamente, el rift se rompe todavía más y la separación entre África y América aumenta.

Un valle cubierto de lava separa enseguida los dos bloques. Violentos temblores de tierra acompañan a sus movimientos. El rift se hace tan profundo que las aguas lo invaden, primero bajo la forma de grandes lagos.

Y el movimiento prosigue. Lo que era una grieta se va pareciendo poco a poco a nuestro océano Atlántico, cuyo centro sigue ocupado por el rift. Todavía hoy África y América se separan cuatro centímetros por año. Lo mismo sucederá con el gran rift africano, que dentro de millones de años será un océano.

La teoría de Harry Hess era válida, pero él tropezaba con los mismos problemas que Wegener en su tiempo. Y como Harry Hess no deseaba que sus colegas se rieran de él, presentó su libro como un ensayo de «geopoesía», es decir, poesía de la Tierra; y no como un libro de geofísica.

En la actualidad, la idea de la deriva de los continentes es aceptada por todos los científicos. Desde 1960, los descubrimientos han venido a confirmar la apertura y la expansión del fondo de los océanos. Este gigantesco movimiento no prueba únicamente «la deriva de los continemes», sino que explica también el origen de los temblores de tierra, de los volcanes, de las montañas...

Ya no hace falta ocultarse detrás de la poesía. Como deseaba Wegener, «todas las ciencias de la Tierra han contribuido a levantar el velo que cubre los orígenes de nuestro planeta».


Palabras que debéis conocer

En este léxico hemos reunido las palabras y los nombres propios que aparecen en cursiva en el texto.

Antartico: contracción de anti-ártico, es decir, «en el lado opuesto al polo norte», por tanto, el sur. Este nombre designa también al continente helado (Antártida) que se halla en el polo sur.

Ártico: palabra que viene del griego Arktos, «oso». La Estrella Polar, que muestra el norte, se encuentra en la constelación de la Osa Menor. Las regiones árticas están situadas cerca del polo norte y están ocupadas por el océano Glaciar Ártico.

Astronomía: ciencia que estudia los astros, es decir, las estrellas y los planetas, y los fenómenos celestes en general.

Atmósfera: capa de aire que rodea la Tierra. Banquisa: ver inlandsis.

Carbonífero: época de la historia de la Tierra en la que grandes bosques se transformaron en carbón. Actualmente sabemos que el carbonífero se extiende desde —345 a —280 millones de años.

Cartografía: trabajo preciso y minucioso de dibujar los mapas geográficos.

Climatología: ciencia de los climas de la Tierra. Contracción: disminución de tamaño o de volumen.

Curie (Marie): científica de origen polaco que vivió en Francia. Ella y su marido estudiaron la radiactividad y descubrieron algunos elementos radiactivos.

Dorsal: cadena de montañas que se encuentra en medio de los océanos, en el fondo marino.

Draga: máquina que saca muestras del fondo de los océanos. Después se analizan las rocas y sedimentos extraídos.

Geofísica: ciencia que se interesa por ciertas propiedades de la Tierra, como la temperatura, el magnetismo, el peso, el tamaño, los movimientos: todo lo que puede pasarse a fórmulas matemáticas y estudiarse en laboratorio.

Geología:
ciencia que estudia las rocas y los minerales.

Hecho:
observación reconocida y aceptada por los científicos.

Himalaya: la cadena de montañas más alta del mundo. Está situada en Asia y su pico más alto es el monte Everest, con 8.848 metros.

Hipótesis: idea científica de la que aún no se está totalmente seguro y que se intenta verificar.

Iceberg: enorme bloque de hielo que se desprende del inlandsis y va a la deriva por mares y océanos.

Inlandsis y banquisa: la banquisa es la capa de hielo que se forma cuando se hiela el mar. Por tanto, está formada por agua salada helada. El inlandsis, por el contrario, resulta de la acumulación de nieve helada. Es, por tanto, agua dulce helada; es un gran glaciar que cubre la tierra firme. Groenlandia, al norte, y el Antartico al sur, están recubiertos por el inlandsis.

Invernada: tiempo pasado por los hombres, en invierno, en ei casquete glaciar.

Meteorología: ciencia que estudia el tiempo y la atmósfera.

Oceanografía: ciencia de los océanos.

Paleoclimatología: «paleo» significa «antiguo». La pa-leoclimatología, por tanto, es la ciencia que estudia los climas que había en épocas antiguas.

Paleontología: ciencia que se interesa por los animales y las plantas que han desaparecido hace tiempo y cuyos fósiles encontramos a veces.

Pangea: palabra inventada por Wegener a partir del griego. Significa toda (pan) la Tierra (geos).

Rift: palabra inglesa que significa hendidura, fisura, grieta. Se aplica a las grandes fisuras, de origen volcánico, que cortan el globo.

Seísmo: sinónimo de temblor de tierra o terremoto.

Suelo oceánico: aquí, esta palabra, como la de zócalo oceánico, designa el fondo de los oceéanos.

Teoría: conjunto de ideas y de razonamientos que explican una serie de fenómenos.


Tras las huellas de Wegener

La deriva de los continentes y sus últimos desarrollos han sido objeto de numerosos estudios. Sin embargo, la mayor parte de ellos son de elevado nivel científico y se dirigen a un público especializado. Con todo, se han escrito algunos libros sobre estos temas, y sobre el origen de la Tierra en general, destinados a los jóvenes.

Entre ellos te recomendamos El planeta Tierra, de Christopher Maynard, de Editoral Molino.

Muchas películas se han rodado sobre seísmos y vulcanismo; algunas de ficción, otras basadas en hechos reales. Cuando puedas verlas, te interesarán: Volcán prohibido; La montaña infiel; Ave del paraíso; San Francisco; La Atlántida; La tienda roja; La diosa de fuego; Terremoto.

Primera edición: junio 1986
Segunda edición: octubre 1988
Fotos: Rojer-Viollet: 1;CNEXO: 2, 3,6;P. E. Víctor: 4; NASA: 5,7;Rapho,Gester: 8.
Título original: La derive des conlinents
Colección "Monde en Poche" dirigida por Daniel Sassier
© Éditions Fernand Nathan, Paris, 1985
© Ediciones SM, 1986
Joaquín Turina, 39 - 28044 Madrid

Distribuidor exclusivo: CESMA, S.A. Aguacate, 25 - 28044 Madrid
ISBN: 84-348-1983-X
Depósito legal: M-31489-1988
Fotocomposición: Grafilia, S.L.
Impreso en España / Printed in Spain
Imprenta SM - Joaquín Turina, 39 - 28044 Madrid

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