Parte VI
Aproximaciones a la realidad
Balance de la evolución del expansionismo brasileño
en los últimos años, en los distintos frentes.
Actualización hasta el 31 de diciembre de 1977
27. Las
relaciones Brasil-Estados Unidos
La idea de los key countries,
de las leading nations, de los delegados de la metrópoli, puesta en práctica
en forma intensiva por Henry Kissinger al frente del Departamento de
Estado durante los gobiernos de Nixon y Ford, no es en absoluto original.
Ya en carta a Strangford, en abril de 1808, el canciller inglés
Canning proponía "convertir a Brasil en un emporio para
las manufacturas británicas destinadas al consumo de América
del Sur" 110.
Posteriormente, en el Congreso de la Santa Alianza, el mismo Canning
defendía la tesis de establecer en Brasil un imperio fuerte destinado
a mantener el "orden" y asegurar los intereses europeos entre
las convulsionadas y "anárquicas" repúblicas
que habían surgido en Hispanoamérica.
Actuando como delegado, como "gendarme" de S. M. Británica,
el imperio esclavista brasileño, representante de la civilización
europea, se encargaría con rara eficiencia de la manutención,
a lo largo de todo el siglo XIX, de la "paz británica" y
de los intereses europeos en el subcontinente.
Cuando esa paz y esos intereses eran amenazados por el surgimiento de
un gobierno con tendencias nacionalistas, que con su barbarie intentaba
impedir el pleno dominio europeo- como Rosas en la Argentina y Solano
López en el Paraguay-, el imperio de los Braganças intervenía
para restablecer el orden y mantener abiertos los conductos de la expoliación
111.
Estrategia innegablemente inteligente, eficiente, cómoda y barata
(para el imperialismo de turno, es obvio). Se explica que un siglo después
se tornara en uno de los puntales de la estrategia global de Kissinger.
En ese particular, Henry no emuló a Metternich sino a Canning.
En la segunda mitad del siglo XIX empiezan a producirse cambios en ese
simple y eficiente sistema de poder imperial. Brasil, después
de haber vivido los ciclos económicos del palo brasil, del azúcar
y del algodón, del oro, pasó a vivir el auge del café.
Se transformó en el gran productor y exportador del producto.
Y Estados Unidos, en su gran consumidor.
En una futura historia sobre los hábitos alimentarios y su influencia
sobre el destino de los pueblos y del propio equilibrio mundial, el capítulo
café tendrá una importancia bastante grande. Como los
ingleses siguiesen tomando té ... , el centro exterior de poder
y decisión de Brasil pasó a dislocarse gradual, pero firme
e irreversiblemente, de Inglaterra hacia Estados Unidos.
Es verdad que, paralelamente, Estados Unidos, al conseguir desarrollar
su propia revolución industrial, surgía a los ojos del
mundo, especialmente del resto del continente americano, como una potencia
emergente. Principalmente a partir de la asunción al mando de
Theodore Roosevelt 112, pasó a
actuar en nuestra América un nuevo y agresivo imperialismo: el
yanqui.
Paralelamente, a medida que Brasil y casi todos los demás países
del continente se dislocaban hacia la órbita del nuevo centro
de poder y decisión, el Uruguay y la Argentina consolidaban su
posición en el seno del Imperio Británico. Y eso también
esencialmente por motivos económicos de origen alimentario.
Los ricos campos uruguayos y la "pampa húmeda" argentina
proveían dos productos decisivos para aquella etapa de la revolución
industrial y del imperialismo inglés: carne barata para la población
inglesa (que significaba salarios baratos para la burguesía industrial
británica) y lana barata que permitía que la industria
textil inglesa dominase el mercado mundial.
Esas vinculaciones económicas determinaron posiciones políticas
diametralmente distintas de Brasil y de la Argentina dentro del sistema
interamericano.
Analizando la historia de las Conferencias Panamericanas se observa la
permanente resistencia de los representantes diplomáticos de las
clases dominantes de Buenos Aires a aceptar la hegemonía norteamericana
sobre todo el continente, fundada en la Doctrina Monroe (América
para los americanos... del Norte), y la plena aceptación de las
clases dominantes brasileñas de esa dominación.
La réplica argentina a la doctrina yanqui era expresada por Sarmiento: "Argentina
para el mundo", significando Europa y especialmente Inglaterra.
Ya en la 1ª Conferencia Panamericana, realizada en 1889 en Washington,
el canciller argentino Roque Sáenz Peña se oponía
vigorosamente a las iniciativas hegemónicas del secretario de
Estado yanqui James G. Blaine.
Fue tan brillante la oposición argentina a los planes del State
Department que terminó victoriosa. El documento final de
la conferencia consignó que "una nación no tiene,
ni reconoce en favor de los extranjeros, ninguna obligación o
responsabilidad que no sean las establecidas para los ciudadanos, en
casos semejantes, por la Constitución y las leyes" 113.
Brasil, al revés, fundamentaría su política exterior
en su alianza con Estados Unidos. El gran historiador oficialista brasileño
Pedro Calmon afirma categóricamente: "La amistad de Estados
U nidos dio a la diplomacia brasileña, a partir de 1889 (o sea,
desde la I Conferencia Panamericana), su principal sostén" 114.
Para consolidar la alianza fue mandado a Estados Unidos como embajador
uno de los exponentes máximos de la inteligencia brasileña
(y a la vez uno de los grandes batalladores por la liberación
de los esclavos): Joaquim Nabuco. Su posición en este particular
fue tristemente cipaya:
"Nuestra diplomacia debe ser hecha principalmente en Washington. Para
mí (…) la Doctrina Monroe (… ) significa que nos independizamos
de Europa en forma tan completa como la Luna de la Tierra" 115.
Para utilizar la metáfora de Nabuco, Brasil se transformó en
la principal luna de Estados Unidos.
El barón de Rio Branco, el gran canciller brasileño, aceptaba
así como una fatalidad histórica la hegemonía norteamericana:
"Sin intentar asumir una sola de las situaciones internacionales creadas
y resueltas por Estados Unidos, Brasil es consciente de que no puede escapar
a la influencia que Estados Unidos ejerce sobre los destinos de Sudamérica... " 116.
En 1906, el barón consiguió lo que en la época se
consideró una gran victoria diplomática: que Rio de Janeiro
fuese la sede de la III Conferencia Panamericana. Consolidaba así Brasil
su posición de aliado preferencial de Estados Unidos, o sea, en
lenguaje actual, su posición de key country.
Esa preferencia en favor de Brasil se concretaba también en otros
términos. A partir de 1906 la representación yanqui en
Rio de Janeiro tenía el rango de embajada. En Buenos Aires se
mantuvo, hasta 1916, a nivel de encargado de negocios.
A esa sumisión política se sumaba la siempre creciente
dependencia económica. El comercio Brasil-Estados Unidos representaba
cada vez más en el conjunto de las relaciones comerciales internacionales
brasileñas. A partir de los años 20 empieza la penetración
de la banca norteamericana. Gradualmente Wall Streel sustituye a la City,
como fuente de préstamos e inversiones.
Esa múltiple situación de dependencia generaría
una nueva serie de privilegios en favor de los capitales norteamericanos.
El estado de Amazonas fue prácticamente "loteado" entre
subsidiarias de la Standard Oil. La Ford consiguió enormes concesiones
territoriales para efectivar plantations de "Hevea brasiliensis",
el árbol del caucho. Los más grandes yacimientos de hierro
del mundo fueron entregados a empresas como Itabira Iron. Brasil,
bajo la llamada "república vieja", era un país
en remate. Si se hubiese mantenido por algunas décadas más
la evolución "entreguista", Brasil habría sido
una estrella más en la bandera norteamericana.
Sin embargo, con la revolución liberal de 1930, que puso fin a
la dominación política de las oligarquías de los
estados de São Paulo y Minas Gerais (el llamado "eje café con
leche"), comandada por Getúlio Vargas, empezó una
reacción nacionalista a la avasallante ocupación económica
del país 117.
La anulación de las concesiones territoriales para la explotación
de petróleo y del mineral de hierro; la elaboración de
los códigos de Aguas y Minas de neta influencia nacionalista;
la estatización del subsuelo; una adecuada política de
protección aduanera y de incentivos internos a la industrialización;
la nacionalización y la estatización de los sectores fundamentales
de la economía, etcétera, volvieron a restablecer en lo
fundamental la soberanía nacional. Seguía, es obvio, la
dependencia derivada del propio subdesarrollo y del intercambio internacional
de productos primarios por manufacturados.
La Segunda Guerra Mundial vino a perjudicar los planes de desarrollo
relativamente independientes de Vargas. Inicialmente, el caudillo, considerando
que el conflicto era fundamentalmente un enfrentamiento entre sectores
imperialistas, trató de mantener la neutralidad de Brasil y sacar
provecho material -en beneficio del desarrollo del país- de la
situación.
Sin embargo, frente a la irresistible presión norteamericana y
al hecho de que el Pentágono había ganado a la mayoría
de los generales brasileños, Vargas fue forzado a la guerra. Con
los Acuerdos de Washington, por los cuales Brasil se comprometía
a proveer a Estados Unidos materiales estratégicos y alimentos
por precios prácticamente congelados, los monopolios yanquis consiguieron
una tasa muy alta de sobre ganancias y el pueblo brasileño sufrió una
dura inflación.
Después de haber sido forzado a entrar en la guerra, Brasil fue
utilizado por Washington para presionar a la Argentina, que resistía
firmemente en su neutralidad. El secretario de Estado Cordell HulI, en
sus "Memorias", nos informa que Estados Unidos llegó a
armar tres divisiones blindadas del ejército brasileño
para la invasión del territorio argentino. Brasil volvía
a actuar como "gendarme", al servicio del imperio de turno.
El envío de la Fuerza Expedicionaria Brasileña a combatir
en los campos de Italia significó a la vez la "pentagonización" de
los militares brasileños. De retorno de los campos de batalla
derrocaron al gobierno nacionalista de Vargas y lanzaron las bases -en
especial la Escuela Superior de Guerra, una réplica del National
War College de Washington- del régimen que a partir del 1º de
abril de 1964 se caracterizaría como el más antipopular
y antinacional de la historia.
Considerando la enorme importancia del esfuerzo de guerra del Brasil
118 y el propósito de consolidar a Brasil como su aliado preferencial
en el hemisferio sur, el presidente Roosevelt había llegado a
proponer a Brasil como sexto miembro permanente del Consejo de Seguridad
de las futuras Naciones Unidas.
En su diario personal (con fecha 28/8/44), el secretario de Estado Stettinnius
revela: "Relaté al Presidente que habíamos levantado
la cuestión de un lugar permanente para Brasil en el Consejo de
Seguridad y que los grupos soviético y británico se opusieron
[ ... ]. El Presidente concordó, al final, en incluir a Brasil
en el bosquejo inicial" 119.
Eliminada la figura incómoda de Vargas, la unidad con Washington
en la euforia de la posguerra fue prácticamente total. El mariscal
Eurico Gaspar Dutra liquidó totalmente la política nacionalista
de Vargas. Hizo enormes concesiones a los monopolios yanquis. Un ejemplo:
entregó prácticamente como un enorme feudo a la Bethlehem
Steel Corporation el territorio del Amapá con 140.276 km² y
sus enormes yacimientos de manganeso. Solamente no entregó el
petróleo porque una gran campaña popular -"El petróleo
es nuestro" - lo impidió.
El mariscal visitó a Estados Unidos. El propio Harry Truman visitó a
Brasil. La ruptura de relaciones con la Unión Soviética
y el cierre del Partido Comunista fueron consecuencia de las imposiciones
norteamericanas originadas en la "guerra fría".
En Estados Unidos, bajo la etiqueta de "Doctrina Truman" proliferaron
teorías sobre cómo mantener y fortalecer la hegemonía
norteamericana sobre el mundo occidental, y la privilegiada situación
de ser Washington, en aquel momento, el único e indiscutido centro
de poder y decisión en el mundo capitalista y en lo que empezaría
a llamarse Tercer Mundo. Y de cómo contener un supuesto peligro
existente: el avance comunista.
Entre esas teorías netamente imperialistas se destacaban las relativas
a las integraciones regionales y a la institución de los key
countries. En la primera parte de este libro ya citamos varias veces
a uno de esos teóricos, N. J. Spykman. Otro de los destacados
ideólogos de los key countries fue George Kennan.
En su teoría sobre el containment (del avance comunista),
Kennan preconizaba que la ayuda de Estados Unidos fuese concentrada en
aquellos países que por sus características y condiciones
especiales pudieran ser considerados "llave" en determinadas
regiones, por "su territorio, su población, su proyección
internacional y por su problemática social y económica" 120.
Exactamente porque Brasil presentaba todas esas condiciones para transformarse
en el "país clave" de América latina, pasaron
a surgir versiones brasileñas de la teoría de los key
countries, especialmente entre los militares.
El brigadier Lysias A. Rodríguez defendía una política
externa brasileña fundada en tres puntos: "Estrechar cada
vez más las relaciones can Estados Unidos, estimular la política
de buen vecino y dar total apoyo al núcleo geopolítico
del Atlántico Sur".
Y justificaba así su tesis: "Brasil necesita crear en
América del Sur un núcleo geopolítico poderoso,
homogéneo, bajo su liderazgo político (. . .). La formación
por Brasil de un núcleo geopolítico en América del
Sur bajo su dirección resulta lógicamente del apoyo que
Brasil precisa proporcionar al núcleo del Atlántico, como
medio de facilitar su acción" 121.
Pero fue fundamentalmente el general Golbery do Couto e Silva en su famoso
libro 122 "Geopolítica
do Brasil", quien trató mejor el problema. Dentro de lo que él
denominaba barganha leal (canje leal), el actual número
2 del gobierno del general Ernesto Geisel proponía que Brasil
aceptase la total hegemonía de Estados Unidos en cambio de que
esa hegemonía fuese ejercida en América latina por intermedio
de Brasil, que pasaría a ser el socio menor del imperialismo norteamericano,
el delegado de la metrópoli y, si fuera necesario, el gendarme
mantenedor del orden y de la paz imperiales 123.
En Estados Unidos, la teoría sobre los key countries recibiría
un nuevo y decisivo empuje de parte de Henry Kissinger. Ya en un libro
publicado en 1962, el futuro secretario de Estado preconizaba:
"El mejor método de conseguir un impacto sustancial sobre muchas
países es hacer que uno de ellas se transforme en una empresa operacional.
La India en Asia, Brasil en América latina, Nigeria en África,
podrán tornarse en polos magníficos y ampliar para sus respectivas
regiones el progreso si actúan con audacia..." 124
En varias otras oportunidades, Kissinger señalaría a Brasil
como el key de América latina:
"Estados Unidos debe promover la aparición de líderes
locales -como, por ejemplo, Brasil- que puedan reemplazar el liderazgo político
de Estados Unidos".
"País por el cual tengo una admiración muy especial
desde que estuve allí hace 14 años, es considerado uno de las
key countries del mundo político moderno" 125.
Inicialmente como asesor de Nixon para asuntos internacionales y posteriormente
como secretario de Estado (gobiernos del propio Nixon y de Ford), Kissinger
tuvo la oportunidad de poner en práctica esas teorías (en
verdad, como ya vimos, remakes de seculares prácticas
imperialistas).
La teoría de los key countries pasó a ocupar un
lugar destacado en la estrategia global del brillante e inquieto secretario
de Estado. Dentro de su Weltanschauung Pentagonal, lo que importaba
realmente eran los "cinco continentes": Estados Unidos, Unión
Soviética, China, Europa occidental y Japón. El resto era
el resto, totalmente secundario, algo que -para utilizar la expresión
de un especialista norteamericano en América latina- "no
valía una misa".
La política internacional de Kissinger se caracterizó por
un casi completo abandono de los foros internacionales, como las Naciones
Unidas 126; constituía
un retorno a la práctica decimonovena y de las primeras décadas
del actual siglo de la política de las grandes potencias, con
base en contactos bilaterales. Seguramente influencia de Metternich,
de quien Kissinger se consideraba una "reencarnación".
Su actuación brillante y dinámica se caracterizaba por
un verdadero turismo diplomático, teniendo el mundo entero como
escenario de sus espectaculares shows. Cuando en febrero de 1976 llegó a
Brasil, la estadística de sus viajes acusaba 792.000 kilómetros
recorridos (casi veinte vueltas completas al viejo planeta). El hombre
era encontrable en cualquier parte del mundo, inclusive eventualmente
en su despacho del Departamento de Estado, Washington DC...
Con base en contactos bilaterales ,-Estados Unidos – URSS, Estados
Unidos-China, Estados Unidos-OTAN, Estados Unidos-Japón, etc.-,
totalmente a espaldas de los organismos internacionales auténticamente
representativos como las Naciones Unidas y de los pueblos del resto del
mundo, Kissinger trató de consolidar al máximo la hegemonía
mundial de Estados Unidos.
Con la política de détente con la Unión
Soviética y con su "diplomacia del ping pong" con China
consiguió, es innegable, una considerable distensión en
la presión internacional, la disminución de los riesgos
de una guerra total. Pero, paralelamente, consiguió consolidar
las fronteras exteriores del imperio. Del más grande imperio de
la historia, que empieza en el Oder-Neisse y termina en el Yalú en
Corea.
Las respectivas "áreas de influencia" fueron demarcadas
y acuerdos -firmados o tácitos, poco importa-- establecieron que
cada una de las grandes potencias no interferiría en las zonas
bajo el control de las otras. Todo un gentlemen agreement para
mantener el status mundial. Un status que no resulta particularmente
agradable para dos terceras partes de la humanidad que siguen sometidas
a formas más o menos disfrazadas de colonialismo y a la miseria
consecuente. Aparentemente África quedó fuera de los "acuerdos";
es considerada todavía "tierra de nadie', lo que explicaría
la actual disputa -a veces violenta- que se verifica en tierras africanas.
Aseguradas por la política de détente las fronteras exteriores
del imperio, Kissinger trataría de consolidar la "paz imperial",
interna, con la estrategia de los key countries.
Vimos en la Parte I de este libro cómo todas las estrategias norteamericanas
para Latinoamérica fracasaron en los últimos veinte años:
desde la Alianza para el Progreso, hasta la política de Johnson
de estímulo a los golpes y regímenes militares. Vimos igualmente
cómo los proyectos de integración a nivel multinacional
del continente -tanto en lo político como en lo militar y económico--
abortaron totalmente. La sugerencia contenida en el Informe Rockefeller
-Trade not Aid- ni llegó a ser puesta en práctica. Efectivamente,
por primera vez en la historia, Estados Unidos no sabía qué hacer
con su "continente de reserva".
Esa incapacidad yanqui de comprender y resolver los problemas de Latinoamérica
queda evidenciada en el discurso de Henry Kissinger del 7/2/73, en Panamá:
"Sé que muchos de nuestros vecinos del sur de mi país
consideran que han sido objeto de demasiados estudios y muy pocas iniciativas.
Se acusa a Estados U nidos de ser eficiente en encontrar consignas para una
política para los países de América latina, pero que no
se encuentran soluciones a los problemas que enfrentamos todos.
"Algunas de esas críticas son justificadas. En algunas ocasiones,
la oratoria ha sido muy superior a la acción. Pero Estados Unidos se
ha visto acosado por muchos problemas; es solamente desde lejos que se tiene
la impresión de que tenemos libertad para elegir cualquier solución
que se nos antoje. No hemos actuado con negligencia voluntaria. Y, en todo
caso, hemos reconocido que ya es hora de iniciar nuevos planteos… ".
Era evidente que uno de los nuevos planteos en que pensaba Kissinger
era el ya enunciado propósito de reemplazar el liderazgo de Estados
Unidos en el continente por el de aliados eficientes y fieles como Brasil.
Una política de delegación de poder: la vieja estrategia
de Canning.
Cuando la visita del general
presidente Emilio Garrastazú Médici
a Estados Unidos, el presidente Nixon "oficializó" a
Brasil como el modelo norteamericano para el desarrollo de América
latina. Hablando el 7 de diciembre de 1971, adoptaba integralmente la "solución
Kissinger" y consagraba a Brasil como el subimperio:
"... sabemos que en la medida que Brasil progrese, así también
progresará el resto del continente sudamericano. Estados Unidos
y Brasil, amigos y aliados en el pasado, son y serán amigos
fuertes y próximos. Trabajaremos juntos para un futuro mejor
para su pueblo, para nuestro pueblo, para el pueblo del resto del continente".
Y recomendaba el camino brasileño de desarrollo como El Camino para
los demás países del hemisferio: "Otros países
del continente eligieron sus propios medios de desarrollo. Brasil se
inclinó por el camino de la iniciativa privada, no sólo
la interna sino también la externa. El camino brasileño
es el cierto... " 127.
Como reconocimiento a la brillante actuación del régimen
militar brasileño en favor de los intereses oficiales y privados
norteamericanos en el continente 128,
Estados Unidos resolvió premiar a Brasil con un nuevo ascenso
jerárquico dentro del esquema mundial de poder centrado en Washington.
El premio se concretó en febrero de 1976, cuando la visita de
Kissinger. Como si fuera el Papa en la época de los descubrimientos,
dividiendo el Nueva Mundo entre España y Portugal, a Metternich
y Canning en la Europa de posrestauración, el megalómano
profesor de Harvard resolvió consagrar a Brasil como potencia
y atribuirle una especie de tutela, a ser ejercida en nombre de Washington,
sobre toda América latina.
Además de atribuir a los militares brasileños esa "misión
especial", Kissinger estableció con el gobierno de Brasilia
un sistema especial de consultas -"de potencia a potencia"---
(como orgullosamente se decía en Brasil). El protocolo firmado
por el secretario de Estado y por el canciller brasileño Azeredo
da Silveira establecía:
"Los dos gobiernos realizarán normalmente consultas semestrales,
sobre todo tipo de asuntos de política exterior, inclusive cualquier
gestión específica que venga a ser propuesta por una de las partes.
Temas económicos, políticos, de seguridad, culturales, legales,
educacionales y tecnológicos, tanto bilaterales como multilaterales,
podrán ser discutidos dentro del contexto político proporcionado
por las consultas".
Considerando que Estados Unidos había firmado con Japón
un compromiso equivalente (que aseguró al Imperio del Sol Naciente
un status de potencia), se verificó una euforia generalizada entre
los militares y tecnócratas brasileños. Brasil había
sida promovido por EE. UU. a potencia y pasaría a integrar el
esquema kissingeriano de los "grandes" un "Weltanschauung
Hexagonal".
Era evidente una vez más la tradicional exageración brasileña.
Sin embargo, al analizar fríamente las consecuencias de lo acordado
en Brasilia se concluía que el clásico sistema interamericano
-multilateral (y aparentemente igualitario) - estaba seriamente
afectado. Ya que Brasil y Estados Unidos decidirían a más
alto nivel los grandes problemas -no solamente los bilaterales sino los
multilaterales (conforme lo establecido en el protocolo), la Organización
de los Estados Americanos, la Junta Interamericana de Defensa y otras
organizaciones de carácter continental perdían su razón
de existir.
Se concretaba la aspiración máxima del general Golbery
do Cauto e Silva y de los militares de derecha brasileños: un
nuevo esquema de poder en el continente americano que asegurase a Brasil
un papel privilegiado, el de principal satélite de Estados Unidos.
Figurativamente, se podría representar a Estados Unidos como el
Sol. A Brasil como el único planeta del sistema. Un planeta alrededor
del cual circunvalasen los demás países del continente,
las "lunas".
El propósito era establecer que el camino más corto hacia
Washington, desde cualquier república latinoamericana, pasase
necesariamente por Brasilia.
Establecido el eje fundamental -Estados Unidas-Brasil- se conformarían,
a partir de este último, los ejes secundarios: Brasil-Bolivia,
Brasil-Paraguay, Brasil-Uruguay, Brasil-Chile, etcétera.
La integración multilateral, conjunta, simultánea (el Mercado
Común Latinoamericano, la Fuerza Interamericana de Paz, la transformación
de la O.E.A. en un supergobiemo, etc.), habían fracasado totalmente.
Ahora se intentaría la integración con base en esquemas
bilaterales, protagonizada por Brasil, actuando en nombre de Estados
Unidos y de las empresas transnacionales.
La euforia del régimen militar brasileño por la conquista
de esa situación excepcional dentro del continente llegó a
su auge cuando la visita del general presidente Ernesto Geisel a Europa
y Japón. Otros países reconocieron e inclusive ampliaron
el status asegurado por Kissinger a Brasil.
El 4/5/76, saludando al presidente brasileño, la reina Elizabeth
de Inglaterra afirmaba: "Brasil conquistó una posición
de respeto e influencia gracias a su actitud constructiva. Su país
está en una situación particularmente ventajosa para comprender
tanto los problemas de las naciones más ricas como los de las
más pobres y estoy segura de que, con los pueblos sus amigos,
los brasileños gozan de maravillosas oportunidades para crear
una buena relación entre el mundo industrializado y el mundo en
desarrollo".
El presidente galo, Valery Giscard D'Estaing, fue todavía más
lejos en su euforia probrasileña: "Después de
la Segunda Guerra Mundial, Brasil surgió como una potencia mundial
y Francia rehizo su posición de potencia (...). A partir del fin
de la guerra, todo el mundo se dio cuenta de las inmensas posibilidades,
de los inmensos recursos de su país. Y fue gracias al desarrollo
de esas admirables posibilidades y de esos recursos que Brasil aparecería
a los ojos del mundo en la condición de una potencia... ".
Giscard confirmó a Brasil en su condición de "intermediario" entre
el mundo rico y los países subdesarrollados. En el comunicado
conjunto, firmado por los dos presidentes en la oportunidad, se dice: "Los
presidentes analizaron la situación general de América
latina y destacaron el papel cada vez más importante que la región
es llamada a desarrollar en la escena mundial". El presidente
francés acentuó “el lugar eminente de Brasil
en el continente americano y la contribución que presta para su
estabilidad y dinamismo”.
El entonces premier nipón, Takeo Miki, no quedó atrás
y homologó a Brasil en su puesto de intermediario entre el "Club
de los Ricos" y el mundo subdesarrollado: "Brasil y Japón
deben tener el papel de mediadores entre los países desarrollados
y los países en vías de desarrollo".
El presidente Geisel no perdió la oportunidad para aceptar el
puesto que le era ofrecido por los gobiernos de los países capitalistas
centrales: "Es indiscutible que Brasil tiene una nueva posición
en el mundo. Tenemos que mirar esa posición con modestia. No pretendemos
modificar el mundo, pero podemos influir, podemos ejercer en ciertas áreas
algún liderazgo y desarrollar ideas, principalmente en el campo
económico, tratando de conciliar los intereses de los países
desarrollados con los que están en proceso de desarrollo" (discurso
de París).
En el palacio de Buckingham, Geisel reafirmó que Brasil asumiría
el papel de intermediario entre el Tercer Mundo y el "Club de los
Ricos".
Después de servir durante doce años con total devoción
a los intereses del capitalismo mundial, el régimen militar brasileño
recibiría la paga por los buenos servicios prestados. Era reconocido
como potencia, y además "nombrado" intermediario entre
los países ricos y el Tercer Mundo. Es verdad que nadie trató de
consultar a los países subdesarrollados sobre si aceptan a Brasil
como mediador en su lucha en contra de la expoliación a que los
someten los países capitalistas centrales.
Es evidente que la actuación de Brasil en los últimos años
-en América del Sur y en relación con las colonias portuguesas
de África- lo descalifica como un intermediario neutral y honesto.
El régimen militar brasileño es un instrumento del imperialismo.
La preferencia del sistema capitalista mundial -gobiernos de los países
centrales, banca oficial y privada internacional y empresas transnacionales-
por Brasil se traduce en un total respaldo financiero que le permite
ampliar cada vez más rápidamente la brecha que lo separa
de los demás países de América latina y, consecuentemente,
imponer su hegemonía sobre todo el subcontinente.
El 31/12/73 el total de inversiones directas y reinversiones extranjeras
en Brasil alcanzaba a los 4.579 millones de dólares. El 31/12/75
ya se situaba en 7.304,1 millones, pasando a 9.005,1 millones a fines
de 1976. En 1977, a pesar de la crisis que afecta seriamente la economía
brasileña, las inversiones foráneas seguirán a ritmo
acelerado: sobrepasaron a los mil millones de dólares.
La prueba más convincente de que Brasil consolidó su posición
de "base preferencial" de las "multinacionales" en
América latina nos la proporciona la comparación de esas
cifras con las inversiones directas que se verifican en la Argentina,
que en una época disputó ese lugar privilegiado.
Durante la etapa desarrollista (gobierno de Arturo Frondizi), la entrada
de capitales foráneos en la Argentina alcanzó niveles equivalentes
a los brasileños: a un promedio de 118 millones anuales en el
período 1958/62. En seguida bajaron radicalmente: 1963/66, promedio
de 19,3 millones al año; 1967/72, 27 millones y en 1973/75 solamente
6,6 millones anuales.
La preferencia de la banca mundial es comprobada por la evolución
de la deuda externa brasileña, que pasó de 12,3 mil millones
en 31/12/73 para 30/31 mil millones en la actualidad.
La rápida progresión de las exportaciones brasileñas
-de 1.881 millones en 1968 para 12 mil millones en 1977- demuestra que
también los importadores de los países centrales respaldan
firmemente la transformación de Brasil en la leading nation del
hemisferio sur.
[ Arriba ]
El señor Carter y las contradicciones
A pocos meses de haber conseguido, por la mano de Kissinger, la "promoción" de
Brasil al status de potencia, los militares de derecha que gobiernan
Brasil fueron sorprendidos por un obstáculo inesperado. Un candidato
presidencial –James Earl Carter criticaba duramente la estrategia
kissingeriana, apodando inclusive al secretario de Estado de "llanero
solitario", etcétera.
Además de criticar al gran benefactor del régimen militar
brasileño, el joven candidato hablaba un lenguaje que resultaba
altamente sospechoso a los oídos totalitarios de los gobernantes
de Brasilia: "No tenemos motivos para ayudar a cualquier país
-sea donde fuere- que utilice la policía secreta, las prisiones
sin acusaciones formales o la tortura como medio para imponer la verdad".
Lo más grave era que Carter, saliendo de las generalizaciones,
identificaba a Brasil como uno de esos países: "Brasil
no tiene un régimen democrático y en muchos casos ha sido
altamente represivo con relación a los presos políticos" 129.
Las esperanzas del gobierno brasileño se cifraban inicialmente
en la posibilidad de que las declaraciones del candidato -hechas con
el evidente propósito de conseguir los votos liberales-o no fuesen
refrendadas posteriormente por el presidente electo.
El propio embajador brasileño en Washington, Joao Pinheiro, llamado
a Brasilia a explicar la insólita situación, afirmaba: "Se
observa una mudanza entre el candidato Carter y el presidente electo
Carter, que estaría adoptando una línea más prudente
después de haber sido confirmado en los comicios... " 130.
El futuro secretario de Estado, Cyrus Vance, hablando frente a la Comisión
de Relaciones Exteriores del Senado, trataba de atenuar el malestar provocado
por la campaña de Carter: “Precisamos defender los derechos
humanos. Pero sin llegar al intervencionismo...”.
E intentaba neutralizar el "moralismo de Carter" con una dosis
de «pragmatismo kissingeriano": “Hay casos en que
los aspectos de seguridad deben ser tomados en consideración”.
Lo que significaba que en algunos países de fundamental importancia
estratégica para Estados Unidos, como Filipinas, Corea del Sur,
Tailandia y el propio Brasil, las violaciones de los derechos humanos
no serían consideradas tan importantes. Era la moral condicionada
a los intereses geopolíticos...
Pero Andrew Young, nombrado embajador en las Naciones Unidas, volvería
a agudizar las tensiones al afirmar: "... me siento muy incómodo
con relación a la orientación del gobierno brasileño
en el área de los derechos humanos".
Y amenazaba con medidas de presión económica: "Vengo
manteniendo una serie de contactos con empresarios norteamericanos con
inversiones en el exterior y tengo observada una gran receptividad en
cooperar de alguna manera para evitar la continua violación de
los derechos humanos practicada por ciertos países" 131.
Declaraciones de ese tipo fueron consideradas en Brasil como "grave
injerencia en los asuntos internos" y provocaron reacciones de todo
tipo. El régimen militar brasileño, fruto de la injerencia
de la CIA y de la embajada norteamericana 132 y
sometido hace doce años a todo tipo de injerencias protagonizadas
por el Departamento de Estado, por el Departamento del Tesoro de Estados
Unidos, por la banca mundial y las empresas transnacionales, se sentía
ofendido por las declaraciones de Carter y sus auxiliares.
Las reacciones entre los militares brasileños eran violentas. "Intromisión
del Congreso norteamericano en la soberanía brasileña",
decía el jefe del Estado Mayor de la Aeronáutica, brigadier
Délio Jardin de Matas. "El señor Jimmy Carter no tiene
nada que meterse en los asuntos internos brasileños", afirmaba
el brigadier Huet Sampaio, del Superior Tribunal Militar.
El propio presidente Geisel, aprovechando la oportunidad de la celebración
del Día Internacional para la Eliminación de la Discriminación
Racial (21/3), en mensaje al secretario general de la O.N.U., contraatacaba
y hacía una referencia no muy velada a Estados Unidos: "Compartimos
los brasileños la convicción de que los derechos de la
persona humana no son respetados en las sociedades donde connotaciones
de orden racial determinan el grado de respeto con que deben ser observadas
las libertades y las garantías individuales".
O Estado de S. Paulo llegaba a comparar a Young a un personaje siniestro: "Young
es claro al enunciar propósitos que otro nombre no merecen que
el de intervencionismo, dando la impresión de que el Gran Inquisidor
resucitó de las páginas de Dostoiewski e instaló su
bureau en la Casa Blanca y en las Naciones Unidas".
Sin dejarse contaminar por la histeria generalizada, un alto funcionario
de Itamaratí, confirmando la "categoría" del
Ministerio de Relaciones Exteriores brasileño, analizaba fría,
pragmáticamente, la situación: "La proposición
de Young choca con los intereses de los empresarios norteamericanos que
hacen inversiones con grandes ganancias en nuestros países. Esas
empresas no se atienen a los principios morales para decidir dónde
y cuándo van a hacer sus inversiones ... ".
Cuando escribimos este capítulo -fines de diciembre de 1977, a
casi un año de la toma del mando por James Earl Carter- no tenemos
todavía una idea clara de su filosofía política
y de su praxis gubernamental, pues éstas están plagadas
de contradicciones.
Contradicciones que pueden ser explicadas por la propia situación
política interna de Estados Unidos. A pesar de la enorme suma
de poder que acumula un presidente en los States, él
está sujeto a toda una serie de limitaciones. El accionar del
eventual ocupante de la Casa Blanca depende de la correlación
de fuerzas entre los distintos centros de poder.
El presidente depende del Congreso que, por su composición muy
heterogénea, puede actuar como freno a la tendencia progresista
de un presidente o a la tendencia extremadamente reaccionaria de otro.
Depende del Pentágono, ese supercentro de poder dentro del "estado
militarista" que es hoy Estados Unidos. Por atribuir al problema
de seguridad una importancia absoluta, los militares pueden sacrificarle
cualquier principio liberal o moral tradicional.
Depende de la CIA y del FBI que por la misma razón -la superdimensión
del problema de la seguridad- asumen posiciones que son la propia antítesis
de los ideales de la revolución liberal norteamericana.
Depende del poder económico -de la banca privada y de las empresas
transnacionales- que por su gigantismo se constituyen en verdaderos estados
dentro del Estado y que llegan al extremo de tener su propia política
exterior: el caso de la ITT, en el derrocamiento del gobierno de Unidad
Popular en Chile, es el más reciente ejemplo en ese sentido.
Depende del poder sindical que, en defensa de la privilegiada posición
conquistada por el proletariado norteamericano, veta cualquier alteración
en el actual intercambio internacional que pudiese favorecer a los países
subdesarrollados, como sería una apertura parcial al menos del
rico mercado norteamericano.
Todos esos factores y otros más constituyen obstáculos
a cualquier política exterior liberal-progresista de un gobernante
norteamericano, como parecería ser la planeada inicialmente por
Carter.
Es verdad que una política de ese tipo tiene amplio respaldo de
sectores populares y de la inteligencia norteamericanos, especialmente
de grupos que bregan por la aplicación de los derechos humanos
y por un cambio radical en la política exterior netamente imperialista
de Estados Unidos.
Se verifica en los States, en los últimos años,
principalmente a partir de la estúpida intervención en
el Vietnam, el surgimiento y el fortalecimiento de una conciencia liberal
que choca con creciente intensidad con los aspectos más brutales
de la política exterior norteamericana y con la acción
de las empresas transnacionales.
Las campañas populares en contra de la segregación racial,
de la guerra del Vietnam, de los atropellos cometidos por la CIA a lo
largo y ancho del mundo, de la política oficial de apoyo a gobiernos
reaccionarios como el vigente en Brasil, constituyen pruebas fehacientes
de que esa conciencia liberal existe y actúa.
Por otro lado, la conciencia de que los ideales de la revolución
norteamericana están seriamente comprometidos, de que Estados
Unidos perdió su capacidad creadora positiva, de que la nación
vive un proceso regresivo de imprevisibles consecuencias está muy
generalizada. Tan generalizada que permitió un Watergate y la
expulsión de un presidente mafioso.
Un presidente norteamericano que quisiese efectivamente imprimir una
orientación progresista -interna y externa- a su gobierno podría
neutralizar, parcialmente al menos, las presiones de los sectores reaccionarios
con ese amplio y creciente respaldo popular que se verifica.
Pero, considerando los enormes intereses involucrados y el demasiado
compromiso de Estados Unidos en la causa del imperialismo, eso ya sería
un cambio revolucionario, que es obvio no surgirá de la actual
política liberal de Carter.
Un ejemplo concreto de las contradicciones que tendría que superar
un gobierno progresista norteamericano que bregase, efectivamente, sin
cuartel, en favor de los derechos humanos en América latina:
El llamado "modelo económico brasileño" está fundado
sobre el binomio "seguridad-desarrollo". Los militares de derecha
que gobiernan Brasil desde hace 14 años están absolutamente
convencidos de que las libertades políticas y gremiales son incompatibles
con el desarrollo económico acelerado del país.
Según la filosofía generada en la Escuela Superior de Guerra,
para conseguir un desarrollo económico acelerado son fundamentales
una rápida acumulación de capital interno y una total apertura
de la economía a las empresas transnacionales, lo que significa
una violenta explotación social y el sacrificio parcial de la
soberanía nacional.
Con sindicatos libres y con la vigencia del derecho de huelga, no hubiera
sido posible el "confisco salarial" practicado por el régimen
militar 133 y la consecuente
acelerada acumulación de capital.
Con partidos políticos auténticos, nacionalistas-populares
y de izquierda y con la vigencia de un régimen político
representativo, no habría sido posible concretar la casi total
entrega de la economía nacional a las empresas transnacionales
134.
Al instituir la seguridad (del Estado) como condición básica
del desarrollo económico, el régimen militar liquidó la
seguridad del individuo, o sea, archivó los derechos humanos en
Brasil.
Existe una total incompatibilidad entre la democracia representativa
y el respeto a los derechos humanos y el sistema de capitalismo salvaje
y dependiente vigente en Brasil. El "modelo brasileño de
desarrollo" no sobreviviría con sindicatos libres y con el
derecho de huelga. Los privilegios concedidos a las transnacionales comprometen,
a su vez, la plena vigencia de la soberanía nacional.
Criticar las violaciones de los derechos humanos que se verifican en
Brasil sin mencionar sus causas fundamentales -el inhumano sistema social
vigente y la dependencia externa- resulta no sólo parcial sino
deshonesto 135.
Si el presidente Carter pretendiese efectivamente conseguir la plena
vigencia de los derechos humanos en países como Brasil, tendría
que bregar por una completa transformación de las arcaicas estructuras
sociales y colocarse en contra de la expoliación protagonizada
por las empresas transnacionales, mayoritariamente de origen norteamericano.
Pero eso ya es entrar en el terreno de la ciencia-ficción ...
Los militares de derecha que gobiernan Brasil comprenden perfectamente
las limitaciones de una campaña como la protagonizada por el joven
y simpático presidente yanqui. Saben que su posición -por
falta de respaldo del Pentágono y del poder económico-
es muy débil.
Además, los militares que están en el poder actualmente
en Brasil son inteligentes. Y en la Escuela Superior de Guerra, durante
los últimos treinta años, algo aprendieron sobre la teoría
de las contradicciones (deben haber estudiado profundamente el ensayo
de Mao Tse-tung).
Explotando inteligentemente las contradicciones internas existentes en
Estados Unidos, consiguieron neutralizar completamente la campaña
liberal de Carter.
La banca privada y las empresas transnacionales de origen norteamericano
son en su mayoría controladas por republicanos. No están
dispuestas, en consecuencia, a hacerle el juego al presidente demócrata.
Además, tienen en Brasil su principal cliente y su más
importante fuente de ganancias en el Tercer Mundo.
Otra contradicción altamente limitativa: considerando las inversiones
directas, las reinversiones, las valorizaciones de los activos, los préstamos
externos, etcétera, los haberes norteamericanos en Brasil deben
aproximarse a los 50.000 millones de dólares.
Eso significa, es obvio, una enorme dependencia de Brasil hacia Estados
Unidos. Pero, en una demostración de cómo son complejas
las relaciones entre los explotados y el explotador, representan también
una dependencia en sentido contrario.
Un auge nacionalista entre los militares brasileños, que podría
ser provocado por una campaña como la de Carter (si fuera llevada
a las últimas consecuencias), significaría un serio riesgo
para los monopolios norteamericanos: podría hacer cesar una fuente
de fabulosos lucros y provocar voluminosas expropiaciones.
Eso explica por qué las "multinacionales" y la banca
privada norteamericana no cesaron, en ningún momento, a pesar
de la campaña de Carter, de dispensar un tratamiento privilegiado
a Brasil. Esa posición de los hombres de negocios yanquis torna
totalmente inocua la presión presidencial.
Algo por el estilo ocurre con el Pentágono. Resulta obvio que
los duros hombres de uniforme, que se consideran responsables por la
seguridad del“mundo libre”, deban estar indignados con la
política de Carter en relación a Brasil.
Esa política ya llevó a la denuncia del Acuerdo Militar
Brasil – Estados Unidos y a una serie de medidas de independencia
de los militares brasileños. Si siguiese y se radicalizase la
campaña liberal, el Pentágono podría correr el riesgo
de perder sus más antiguos, eficaces y fieles aliados en el continente:
los militares de derecha brasileños.
Inclusive entre los sectores liberales norteamericanos, la “diplomacia
de plaza pública” de Carter está encontrando opositores.
Recientemente, el New Cork Times, editorializaba sobre la “pérdida
del apoyo diplomático inestimable y discreto del gobierno brasileño”,
determinada por las presiones del presidente norteamericano.
Como un ejemplo de esa valiosa colaboración brasileña,
el diario norteamericano citaba: “el gobierno brasileño
desarrolló un papel de intermediario de Washington, para que los
comunistas no se apoderasen del gobierno de Portugal” 136.
Paralelamente, el régimen militar brasileño explota las
contradicciones existentes entre Estados Unidos y sus aliados europeos
y Japón. Un ejemplo esclarecedor en ese sentido es el acuerdo
nuclear Brasil – Alemania occidental.
Durante años, los militares brasileños, por dos motivos,
exigieron, pidieron, imploraron a Estados Unidos la transferencia de
la tecnología necesaria para transformar a Brasil en una potencia
nuclear.
Uno de los motivos es absolutamente justificable: ningún país
que pretenda alcanzar el desarrollo pleno puede abrir mano de las enormes
posibilidades proporcionadas por la utilización pacífica
del átomo. Sería lo mismo que en las primeras décadas
del actual siglo un país decidiera no utilizar nunca el petróleo
como fuente de energía.
El otro de los motivos de los militares brasileños es sospechoso
y constituye un peligro para la propia seguridad continental. Entre los “sueños
heroicos” de los geopolíticos brasileños, en posición
destacada, está la posesión de LA BOMBA.
A pesar de ser Brasil su aliado preferencial en el continente –su key
country-, Washington se rehusaba sistemáticamente a los pedidos
de los militares brasileños. Se limitaba a vender plantas nucleares
generadoras de energía eléctrica, sin la correspondiente
transferencia de tecnología. Ni hablar de la tecnología
y de los equipos necesarios para el enriquecimiento del uranio.
¿Qué hicieron los militares brasileños?.
Durante un año y medio, en lo que debe haber sido uno de los secretos
de posguerra mejor guardados, negociaron con la República Federal
de Alemania un acuerdo, cuyo anuncio, en junio de 1975, tuvo el efecto
de la explosión de un artefacto nuclear.
Por el acuerdo, los alemanes se comprometen a proveer una serie de plantas
atómicas, a transferir la tecnología respectiva, inclusive
la relativa a las más polémicas etapas del ciclo nuclear:
la del enriquecimiento y reprocesamiento del combustible. En resumen:
a principios de la década 80, Brasil tendrá una industria
con el ciclo nuclear completo y LA BOMBA.
A pesar de la violenta reacción del presidente Carter (una de
sus primeras providencias en el gobierno fue mandar a Bonn al vicepresidente
Walter Mondale a exigir del gobierno germánico la anulación
del acuerdo), el plan nuclear brasileño-alemán se mantiene
y se encuentra en fase adelantada de ejecución.
Vemos así cómo el poder hegemónico de Estados Unidos
resulta impotente frente a la rebeldía de dos de sus principales key
countries.
En el caso brasileño, asistimos además a un cambio importante
en relación al centro exterior de poder. Las inversiones europeas
y niponas en los últimos años aumentaron más rápidamente
que las de origen norteamericano.
Los capitales norteamericanos representaban, el 31/12/73, 37,7 por ciento
del total de inversiones foráneas. El 31/12/76, 32,2 %. En el
mismo período, los germánicos aumentaron de 11,3 para 13,1
% y los nipones del 7 al 11,1 %. Si se concretan todas las inversiones
alemanas previstas en el Acuerdo Nuclear y las programadas entre Japón
y Brasil durante la reciente visita del presidente Geisel a ese país,
ya en 1985 la "influencia económica" de los tres países
será equivalente.
Esa diversificación de los centros exteriores de poder no lleva,
es obvio, a la liberación de los pueblos. Asegura, sin embargo,
mayores posibilidades de maniobras a regímenes que, como el brasíleño,
actúan pragmáticamente.
En resumen, la explotación de las contradicciones -internas de
Estados Unidos y las existentes entre éste y sus aliados- permite
al régimen brasileño seguir con su política represiva
interna, ignorando prácticamente las presiones liberales de Carter,
y rechazar de entrada el veto yanqui a su política nuclear.
Igualmente, los planes expansionistas brasileños en América
del Sur, cuyo estado actual analizaremos seguidamente, no sufrieron ninguna
falta de continuidad con el cambio de la política de Estados Unidos
en relación con Brasil. Sin aflojar en lo más mínimo
el ritmo de ejecución de sus proyectos expansionistas en la Cuenca
del Plata, el gobierno de Brasilia se lanza ahora a un nuevo objetivo,
todavía más ambicioso: establecer la hegemonía brasileña
sobre la Cuenca del Amazonas.
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28. Sigue la política
de "hechos consumados" en el río Paraná
Infelizmente, nuestras denuncias sobre los propósitos hegemónicos
brasileños en lo relativo al aprovechamiento del potencial hidroeléctrico
del río Paraná, escritas en abril de 1973 137,
se confirmaron plenamente.
Ni en lo relativo a la compatibilización del proyecto de Itaipú con
el de Corpus, ni en lo relativo a las cláusulas brutalmente colonialistas
del Tratado de Itaipú, se verificó alguna modificación
positiva en la política del régimen militar brasileño.
La intransigente posición de Brasil sigue siendo la antítesis
del espíritu de la "declaración de principios" del
Acta de Santa. Cruz de la Sierra (20/5/68), que dio origen al Tratado de
la Cuenca del Plata (abril de 1969): el tratado "permitirá el
desarrollo armónico y equilibrado así como el aprovechamiento óptima
de los grandes recursos naturales de la región y asegurará su
preservación para las generaciones futuras a través de la
utilización nacional de esos recursos".
El aprovechamiento óptimo sería obtenido, dentro del espíritu
integracionista multilateral del Tratado de la Cuenca, con la planificación
conjunta, supranacional de esos recursos. Sin embargo, Brasil, utilizando
la tradicional estrategia imperialista de las soluciones bilaterales, trató de
capitalizar al máximo su situación favorable, y de establecer
su hegemonía sobre toda la región.
En el caso del aprovechamiento del potencial hidroeléctrico del
río Paraná, esa estrategia brasileña y sus consecuencias
negativas para toda la región quedan matemáticamente comprobadas.
Si Brasil accediera a la pretensión argentina, elevando la cota
de Itaipú a 125 metros, la capacidad de la misma quedaría
reducida de 66.966 millones de kilovatios anuales a 58.357 millones: se
verificaría una pérdida de solamente el 12,9 %.
Esa reducción permitiría la construcción de Corpus,
con una potencia de 37.500 gigavatios; o sea, las dos hidroeléctricas
generarían 43,1 % más de energía que Itaipú sola
(considerando que con las cotas de 100 ó 105 metros, la hidroeléctrica
argentino paraguaya no será construida por antieconómica).
Se atendería, de esa forma, a los justos reclamos de la Argentina,
y se compensarían, parcialmente al menos, los efectos negativos
que la construcción de Itaipú podría ocasionar a la
Argentina, desde los riesgos de una catastrófica inundación
hasta la polución de las aguas del Paraná.
Se beneficiaría al Paraguay, socio obligatorio en las dos empresas,
cuya cuota de energía sería 43,1 % mayor.
Y lo que sería fundamental, se eliminaría un foco de fricciones
tanto o más peligroso que el constituido por el Canal de Panamá 138.
Sin embargo, la tendencia brasileña es la de profundizar todavía
más el diferendo con la Argentina. Diarios brasileños 139 divulgaron
una nueva teoría -evidentemente originada en los sectores
ultras de las fuerzas armadas brasileñas- que resulta aún
más
lesiva para los intereses argentinos.
Se trata de la tesis del profesor Eduardo Celestino Rodrigues, autor de
un libro titulado "Problemas del Brasil Potencia". Según
la misma, Brasil tiene derecho indiscutible de utilizar hasta el último
metro el desnivel del río Paraná en su territorio, sin ninguna
consideración para con los proyectos argentinos.
Según el geopolítico brasileño, además de aprovechar
en Itaipú el desnivel entre 220 metros altura del dique y 103 metros
(la cota de restitución del agua), lo que significaría un
potencial de 12,6 millones de kilovatios, Brasil debería reivindicar
como suya la energía originada por el desnivel del río Paraná entre
Itaipú y la frontera argentina (un tramo de 17 kilómetros,
con una caída de 10 metros).
El profesor admite dos hipótesis para el aprovechamiento de ese
desnivel considerado brasileño. Una sería la construcción
de Corpus como una empresa trinacional, con su energía dividida
de acuerdo con los respectivos desniveles (el argentino, entre la frontera
y Corpus, es de 11 metros). La potencia de la misma sería de 2.562.000
kilovatios, así distribuida: 50 % para el Paraguay, 26 % para la
Argentina y 24 % para Brasil.
La otra "solución" presentada por Celestino Rodrigues
es la construcción de Corpus binacional con un potencial de sólo
1.342.000 kilovatios. En esa hipótesis, Brasil construiría
otra hidroeléctrica, sobre la frontera, en Iguazú, con el
potencial de 1.220.000 kWh.
En el mes de mayo de 1977, dos episodios protagonizados por el ministro
de Relaciones Exteriores brasileño, Azeredo da Silveira, confirmarían
que esa posición dura, no conciliatoria, es la oficial del gobierno
brasileño.
En el Congreso, en reunión secreta, el canciller explicó a
los parlamentarios (según la propia prensa brasileña) que
el Paraguay ya no preocupaba, pues había abandonado su tradicional
política pendular 140.
El Paraguay, según el ministro, ya es "un satélite de
Brasil". Refiriéndose a las tratativas argentinas por encontrar
una solución conciliatoria para el aprovechamiento del potencial
hidroeléctrico del río Paraná, el canciller habría
afirmado entonces que “Brasil no tiene nada que discutir con
la Argentina y que ella es el gran obstáculo para la solución
del problema”.
Inicialmente se ensayó una tímida desmentida. Sin embargo,
el 19/5, al salir de la Escuela Superior de Guerra, donde había
pronunciado una conferencia -también secreta sobre el tema-, el
canciller reiteró, por lo menos en relación a la Argentina,
la posición expuesta en el Congreso.
Azeredo da Silveira declaró textualmente a los periodistas:
“Ninguna inundación de territorio brasileño sería
tolerada. Brasil nunca inundó a nadie y no permitirá ser inundado.
"Corpus puede funcionar sin que el agua invada el territorio brasileño.
No hay, por lo tanto, razón alguna para que aceptemos la inundación.
"Si Brasil aceptase que Itaipú fuese asunto a ser discutido
por otro país, además de Brasil y Paraguay, se terminaría
por discutir todo lo que ocurre dentro de nuestras fronteras” 141.
El canciller eliminaba así, de entrada y en lenguaje muy poco diplomático,
las posibilidades de llegar -discusiones triangulares mediante- a una solución
conciliatoria y justa.
Inclusive diarios brasileños, superando el "patrioterismo" barato,
criticaron duramente al ministro. Jornal da Tarde, de Sao Paulo, calificó a
Silveira de “inhábil”, agregando que "deslices
como el del canciller se están tornando rutinarios en Itamaratí,
lo que afecta la imagen del mismo en el exterior, que siempre fue buena".
El propio O Estado de S. Paulo, que en otras oportunidades actuó como
vocero autorizado de los geopolíticos expansionistas brasileños
142, criticó la posición intransigente del ministro: "Silveira
fue más allá de la falta de tacto diplomático al afirmar
que Brasil no está dispuesto a discutir el problema del uso del
río Paraná en negociaciones tripartitas".
Infelizmente, lo que se verifica no es tan simple. Silveira sigue siendo
un diplomático de los más brillantes e Itamaratí mantiene
plenamente la "clase" que lo tornó famoso en toda América.
Ocurre que desde el golpe militar del 1º de abril de 1964, la autonomía
del Ministerio de Relaciones Exteriores fue drásticamente limitada.
Las teorías de los geopolíticos de la Escuela Superior de
Guerra, confesadamente expansionistas, fueron adoptadas integral mente
como estrategia continental del régimen militar. A Itamaratí compete
solamente aplicarlas, sin cuestionar o discutir el "qué hacer".
Inclusive, la decisión sobre los movimientos tácticos, el "cómo
hacerlo", se les fue escapando de las manos a los diplomáticos
de carrera como una consecuencia más de la enorme concentración
de poder que se verifica en Brasil 143.
La estrategia la establece la Escuela Superior de Guerra. Resulta elucidativo
que las polémicas declaraciones del canciller fuesen formuladas
al salir de una conferencia en el organismo rector de la inteligencia militar
brasileña.
Y la ejecución depende del todopoderoso Consejo de Seguridad Nacional
y del propio presidente Geisel.
Hay que considerar otro factor fundamental para comprender la actual estrategia
y la conducción de la política exterior brasileña
en relación a los países vecinos. El factotum del
presidente, el Número Dos en el escalafón del poder, es el
general Golbery do Couto e Silva.
Y el general Golbery es el principal ideólogo de las tesis expansionistas
de la Escuela Superior de Guerra. Es el autor de las teorías sobre "las
fronteras vivas", sobre el "destino manifiesto" de Brasil
en América latina, que constituyen los fundamentos de la política
expansionista brasileña en el continente, especialmente en la región
del Plata.
Es verdad que posteriormente Brasil tuvo que dar diplomáticamente
un paso atrás. Accedió a participar en reuniones tripartitas
a nivel técnico. Sin embargo, ni en las mismas, ni en la reunión
de cancilleres de la Cuenca del Plata, realizada el 6 de diciembre último
en Asunción, cedió un milímetro en sus objetivos en
lo relativo a Itaipú.
Hablando a los periodistas en la oportunidad, el canciller Azeredo da Silveira
fue categórico: "Brasil nunca dijo que fuera necesaria
una compatibilidad (...). No tenemos ninguna obligación de compatibilizar
(...). Yo digo que no es necesario arribar a una compatibilidad de Itaipú y
Corpus".
Positivamente no le gusta a Azeredo da Silveira el verbo "compatibilizar".
Conjuga con mucha más facilidad "imponer".
No compatibilizar significa que Itaipú va a ser construida con su
potencia óptima (aprovechando el desnivel entre 220 y 100 metros).
Y que el proyecto de Corpus, por antieconómico, deberá ser
abandonado.
Esa situación surge como aparentemente irreversible porque Brasil
consiguió, en este particular, ganar al Paraguay para su tesis.
Enzo Debernardi, el director del ente energético guaraní y
a la vez de Itaipú Binacional, afirmó: "Lo ideal es
que la hidroeléctrica paraguayo-argentina (Corpus) tenga una altura
máxima de 98,5 metros, porque arriba de ese nivel perjudicaría
inevitablemente la potencia de Itaipú".
Como uno de los argumentos argentinos en favor de la compatibilización
de las dos represas era que el Paraguay sería el beneficiario del
aumento de potencia correspondiente, los técnicos de Eletrobrás
encontraron una fórmula que, en el decir de un periodista brasileño, "fascinó al
presidente Stroessner".
Las aguas de Itaipú serán canalizadas hacia el río
Acaray (exclusivamente paraguayo), proporcionándole un potencial
de 1,5 millones de kilovatios.
A pesar de haber aceptado participar de una nueva reunión trilateral,
el gobierno brasileño ya considera cerrado el asunto. Una aparente
prueba en este sentido: Itaipú Binacional abrió (el 5/12/77)
la licitación internacional para la adquisición de las 18
turbinas de 700 mil kilovatios: exactamente las necesarias para el aprovechamiento
del potencial originado en el desnivel entre 220 y 100 metros.
Con una inversión ya hecha de 1,2 millones de dólares y ahora
con la licitación para la adquisición de las turbinas generadoras
necesarias a Itaipú, el gobierno brasileño reincide en la
peligrosa política de los hechos consumados.
Una política que es la antítesis de un accionar integracionista
multilateral, solidario y justo, sin espíritu hegemónico,
que podría conducir a la formación de la Patria Grande de
los latinoamericanos.
Sin embargo, los planes expansionistas brasileños no están
exentos de derrotas. En el mes de noviembre se registró una muy
seria para el prestigio brasileño, que tuvo como protagonistas a
sectores nacionalistas paraguayos.
A pesar del altísimo índice de dominación ya alcanzado
por Brasil sobre el Paraguay 144,
o mejor, por causa del mismo, surge en el país guaraní un
movimiento nacionalista que afecta la propia estabilidad del más
antiguo régimen dictatorial de América del Sur: el comandado
por el general Alfredo Stroessner.
Menos por razones técnicas (ahora es evidente que había una
solución técnica fácil y barata) que con el propósito
de establecer un vínculo hegemónico sobre el Paraguay, el
gobierno brasileño presionó intensamente en los últimos
meses a Asunción para que modificase el ciclaje del sistema eléctrico
del país guaraní. Se exigía que se alterase el mismo
de 50 a 60 ciclos, el utilizado por Brasil.
Sin embargo, por ostensible, por excesiva, por brutal, la presión
brasileña terminó por generar una resistencia nacionalista.
Inicialmente protagonizada por sectores de la burguesía industrial
paraguaya (forzada, en el caso del cambio de ciclaje, a alterar todo el
sistema eléctrico de sus motores e instalaciones), la lucha nacionalista
consiguió amplio respaldo popular y fue inteligentemente aprovechada
por la oposición comandada por el diputado Domingo Laino.
No pudiendo -en razón de la enorme dependencia ya existente- decir
no a Brasil, ni superar la resistencia nacionalista, el gobierno del general
Stroessner quedó inmovilizado. Exigidos duramente por sus colegas
brasileños, los técnicos paraguayos prometían semanalmente
una próxima solución para el problema del ciclaje, sin concretarla.
Considerando que se aproximaba la fecha de la adquisición de las
turbinas para la hidroeléctrica y que la construcción de
la misma no puede sufrir retrasos, pues es enorme su necesidad de energía
para los años 80, Brasil tuvo que ceder. Adoptó el sistema
de doble ciclaje para la energía a ser generada en Itaipú.
Comentando la situación, Jornal do Brasil editorializaba: "El
gobierno brasileño actuó con firmeza en el episodio del ciclaje
de Itaipú y seguramente con un poco de amargura". Y lamentaba
que "el Paraguay no haya conseguido enfrentar la situación
con la madurez necesaria..." (sic) .
Los militares geopolíticos y los diplomáticos brasileños
deben estar pensando cómo resulta de difícil, en nuestros
días y totalmente a contramano de la historia y de los intereses
de los pueblos, establecer un nuevo imperio.
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29. La hegemonía brasileña
en el Cono Sur
Para comprender la estrategia sudamericana del régimen militar
brasileño hay que volver -con el riesgo de inevitables reiteraciones-
al libro del general Golbery do Couto e Silva. Ocurre que sus principales
teorías, después de adoptadas por la Escuela .superior de
Guerra, se transformaron en la propia estrategia continental de Itamaratí.
En lo que puede ser explicado como euforia de los imperialismos jóvenes,
los geopolíticos brasileños confiesan descaradamente sus
propósitos expansionistas. Defendiendo la tesis del destino manifiesto
de Brasil, el general Golbery escribió:
"Brasil está magistralmente bien ubicado para realizar un gran
destino, tan incisivamente indicado en la disposición de las masas continentales 145,
cuando asuma, al final, la hora de su efectiva y ponderable proyección
más allá de sus fronteras" 146.
Dentro de esa proyección allende las fronteras, se establecieron
algunas prioridades. El general Golbery enumera las principales:
Paraguay y Bolivia ("prisioneros de la geopolítica" [...],
más o menos tributarios de la Argentina [...], valen mucho por su
posición geográfica en el lado abierto y vulnerable del Brasil
meridional ... "); Uruguay (“medio brasileño,
medio argentino”) y la provincia argentina de Misiones ("que
avanza como una cuña hacia el nordeste, modelando el relieve de
Santa Catarina").
Es ahí donde se encuentra -según el geopolítico brasileño “la
línea de tensión máxima en el campo sudamericano”.
Y donde Brasil debe aplicar con prioridad su teoría de las "fronteras
vivas", en marcha, en expansión: "Ahí, donde no
hay banderas que valgan, se encuentra nuestra frontera viva".
Desde que el general Couto e Silva escribió eso (1952), la situación
cambió radicalmente: los tres "chicos" de la Cuenca del
Plata -Bolivia, Paraguay y Uruguay- ya están prácticamente
satelizados por Brasil y la Argentina aislada en el extremo sur del continente
y peligrosamente enfrentada a Chile -otro satélite de Brasil- en
los mares australes.
Es obvio que la integración-anexión del Paraguay no se limita
a la Binacional de Itaipú, analizada en el capítulo anterior.
Es múltiple, amplia y profunda la presencia brasileña en
tierras guaraníes. Volveremos a la misma en el capítulo sobre
la ocupación física de los territorios fronterizos.
Veamos lo que pasa con Bolivia y Uruguay.
El general Mário Travassos, considerado el padre de la geopolítica
brasileña, en su famoso libro 147,
ya destacaba la enorme importancia de Bolivia dentro del cuadro geopolítico
sudamericano. Según el entonces capitán Travassos, quienes
dominen el triángulo Santa Cruz de la Sierra - Cochabamba - Sucre,
podrán aspirar al control de todo el sub continente 148.
Además, Bolivia constituye la solución más fácil
para la concreción de otro de los "sueños heroicos" de
los militares geopolíticos brasileños: la presencia en el
Pacífico.
El proceso de integración-anexión de Bolivia avanzó considerablemente
el 22 de mayo de 1974 con el encuentro, en Cochabamba, de los presidentes,
generales Ernesto Geisel y Hugo Banzer. Se firmó entonces un Acuerdo
de Cooperación y Complementación Industrial entre los dos
países.
Por él, Bolivia asegura a Brasil la provisión de 240 millones
de pies cúbicos de gas de petróleo anuales, por un período
de veinte años. El precio será establecido cada semestre,
en función de las fluctuaciones internacionales de los precios de
los hidrocarburos. Al precio de la época, la venta significaría
un ingreso de cerca de 60 millones de dólares anuales para Bolivia.
En cambio, Brasil se compromete a construir en la región del sudeste
boliviano un complejo industrial constituido por una planta siderúrgica,
otra de fertilizantes y una fábrica de portland.
La siderurgia deberá producir 900.000 toneladas de hierro y 500.000
de acero al año. La fábrica de fertilizantes producirá -a
partir del gas de petróleo- mil toneladas de urea por día.
Igual cantidad de cemento producirá la planta respectiva. Brasil
se compromete a comprar la parte excedente de la producción, asegurando
mercado para las futuras industrias.
Para la construcción del polo de desarrollo, Brasil concede inicialmente
un préstamo de U$S 10 millones (interés, 5 % al año;
plazo, quince años). Se compromete, además, a financiar todos
los equipos e instalaciones fabricados por la industria brasileña
y a proporcionar el aval para las adquisiciones que Bolivia haga en otros
países.
Además, el gobierno brasileño se comprometió a otorgar
un total de U$S 50 millones para la formación de un fondo de desarrollo
boliviano destinado a atender las zonas más atrasadas de Bolivia.
Y, como lo dice el comunicado conjunto, para asegurar la. interconexión
ferroviaria transcontinental entre Santos y Arica, a través de Santa
Cruz de la Sierra y Corumbá, el gobierno brasileño hará,
a sus expensas, los estudios de ingeniería de los tramos entre Santa
Cruz de la Sierra y Cochabamba, y entre Puerto Suárez y Puerto Banegas
con, respectivamente, 300 y 577 km de extensión. Valor de la ayuda
brasileña: 50 millones y 18 millones de cruceiros, respectivamente.
Aun en lo relativo a la integración vial, Brasil se comprometió a
ampliar el crédito (concedido el 4 de abril de 1972) de U$S 5.000.000,
destinado a establecer, en territorio boliviano, la conexión vial
con Brasil; el nuevo total será de 17 millones de dólares.
Complementando el proceso de integración geográfica, Brasil
concedió a Bolivia cuatro "zonas francas" en los puertos
de Belém do Pará, Santos, Corumbá y Porto Velho.
Considerando que los importantes proyectos relativos al gas natural, a
la siderurgia y a la petroquímica están ubicados en la provincia
de Santa Cruz de la Sierra, la enorme infiltración demográfica
brasileña en la región y los planes separatistas de la oligarquía
de esa provincia, incentivados por Brasil, se podría concluir que
Brasil está próximo a asegurarse el control de uno de los ángulos
del triángulo de Travassos.
Además, con el acuerdo, el gobierno brasileño trata de eliminar
la posibilidad de que el mineral de hierro de Mutún pueda ser utilizado
para el desarrollo siderúrgico de la Argentina, cuyas reservas ferríferas
son muy pobres.
Con la construcción del ferrocarril Santa Cruz de la Sierra – Cochabamba,
considerado altamente prioritario por los geopolíticos brasileños,
se establecería la ligazón entre dos de los ángulos
de Travassos y, además, se efectivizaría la conexión
transcontinental entre Santos y Arica.
La construcción del ferrocarril no es fácil. En sus 300 kilómetros
de extensión tendrá que vencer una diferencia de altitud
entre 400 y 3.500 metros. En consecuencia, su costo será muy elevado:
cálculos preliminares sitúan en 300 millones de dólares
la inversión que tendría que hacer Brasil.
Inclusive en la hipótesis de que Brasil consiga superar ese obstáculo
en su expansión hacia el Pacífico, queda otro problema de
difícil solución. ¿Cómo asegurar la presencia
brasileña en Arica, el puerto anexado por Chile como consecuencia
de la Guerra del Pacífico (1879)?.
A mediados de 1971 esa posibilidad era totalmente inexistente, pues tanto
Bolivia como Chile estaban bajo gobiernos progresistas.
Con el derrocamiento del gobierno nacionalista popular del general Torres,
en agosto de 1971, se abrió la primera brecha. Gracias a la eficiente
actuación de los servicios de inteligencia brasileños y bajo
el gobierno del general Hugo Banzer, Bolivia se tornó un satélite
de Brasil.
De inmediato el régimen militar brasileño empezó a
apoyar la reivindicación boliviana de una salida al mar (absolutamente
justa en sí). El propósito de Brasilia era claro: acorralar
al gobierno de Unidad Popular en Chile.
En la época se distribuían en La Paz folletos que reproducían
la imagen de Chile con garras intentando aprisionar a Bolivia y sobro fondo
verde y amarillo, los colores nacionales de Brasil, se leía la leyenda: "Bolivia,
cuenta con nosotros". Era evidente la preparación psicológica
para la guerra.
Con el golpe del 11/9/73 en Chile, financiado e instrumentado por la CIA
y por los servicios de inteligencia brasileños, se tornó innecesario
provocar el enfrentamiento entre los países. Incorporado Chile al área
de influencia brasileña, Itamaratí cambió de táctica.
Evidentemente influidos por la diplomacia brasileña, los presidentes,
generales Augusto Pinochet y Hugo Banzer, se reunieron a comienzos de 1975
en la localidad fronteriza de Charaña y restablecieron las relaciones
entre sus países, interrumpidas hacía doce años.
Brasilia pasaría a intentar una maniobra geopolítica distinta:
utilizar sus dos satélites en contra del régimen militar
progresista peruano. Se verificó una nueva campaña psicológica
preparatoria. Chile y Bolivia eran estimulados por Brasil en el sentido
de resolver sus contradicciones a costas de Perú. Llegó a
ser creado un evidente clima de guerra, involucrando a los países
protagonistas de la Guerra del Pacífico (1879), actuando Brasil
en los bastidores.
Se verificaría, sin embargo, una nueva "vuelta de tuerca".
Con la caída del gobierno del general Velasco Alvarado, la asunción
al poder del general Morales Bermúdez y la posterior sustitución
del general Fernández Maldonado en el puesto de primer ministro,
el antagonismo entre Brasilia y Lima desapareció. Los planes bélicos
fueron una vez más archivados.
Paradójicamente, a pesar de ser altamente beneficiado por esos cambios
políticos en Chile y Perú, el gobierno brasileño vio
sus proyectos sobre Arica perjudicados. En este momento, Itamaratí se
encuentra en una posición difícil en relación al problema:
considerando sus inmejorables relaciones con Santiago, no puede apoyar
las reivindicaciones bolivianas por una salida al mar, que volvieron a
manifestarse con intensidad en los últimos meses.
Ese inmovilismo forzado de Brasilia favorece a la Argentina. El reciente
viaje del almirante Emilio Massera (miembro de la Junta Militar argentina)
a Bolivia y sus impactantes declaraciones en favor de la pretensión
boliviana constituyeron una evidente victoria de Buenos Aires en ese complicado
ajedrez geopolítico que se verifica en el Cono Sur.
Además, la inestabilidad política vuelve a imperar en Bolivia
149. El gobierno de Banzer está siendo duramente atacado a varios
niveles. Su derrocamiento y su posible sustitución por un gobierno
nacionalista-revolucionario significaría un duro golpe a la todavía
incipiente dominación
brasileña.
El 12 de junio de 1975 se encontraron los presidentes Ernesto Geisel y
Juan María Bordaberry. Fue firmado en la ocasión el Tratado
de Amistad, Cooperación y Comercio entre Brasil y Uruguay.
Si se concreta plenamente lo establecido en los artículos V, VIII,
IX Y X, la integración a nivel industrial y comercial entre los
dos países será prácticamente total. Y todos sabemos
lo que significan los acuerdos de "complementación industrial" y
las "empresas binacionales", principalmente cuando uno de los
contratantes es una "potencia emergente" y el otro un pequeño
y empobrecido país limítrofe.
El artículo VI se refiere al plan de desarrollo de la Cuenca de
la Laguna Merin. Se prevé toda una serie de obras de carácter
binacional en la región: desde la construcción de una hidroeléctrica
(la de Centurión, con 40.000 kWh.), hasta un plan de irrigación
de tierras en un área de cerca de 100.000 hectáreas (la mayoría
de las cuales están en territorio uruguayo), que serán explotadas
especialmente por empresarios brasileños.
Por el artículo VIII el gobierno brasileño se compromete
a financiar y construir la hidroeléctrica de Palmar, totalmente
en territorio uruguayo.
Los artículos XI y XII establecen la cooperación brasileña
a todos los niveles para el desarrollo de la producción agrícola
uruguaya y aseguran su absorción por Brasil. Con máquinas
agrícolas, tecnología y empresarios brasileños; con
la financiación del Banco do Brasil 150 y
con base en el mercado consumidor brasileño, el Uruguay va a intentar
una "revolución agraria".
La concesión de líneas de crédito para el equipamiento
de las empresas de pesca que vengan a constituirse con capitales binacionales
está asegurada por el artículo XIII. Con barcos, equipos
y capitales brasileños y tripulantes coreanos 151 serán
explotadas las ricas aguas del litoral uruguayo.
Los artículos XIV, XV, XVI y XVII establecen normas para la integración
entre los dos países prácticamente a todos los niveles: en
lo relativo al transporte de cargas, a la interconexión de los sistemas
carreteros, a la implantación de carreteras y ferrocarriles en el
territorio uruguayo, a la interconexión de las telecomunicaciones
entre los dos países, todo con el suministro de créditos,
tecnología y equipos brasileños.
La unión de los sistemas eléctricos del Uruguay y del estado
fronterizo de Rio Grande do Sul fue decidida en el artículo XVIII.
Los artículos XIX y XX establecen normas más eficientes de
cooperación bilateral en los campos de la educación, ciencia
y cultura.
Por el Tratado de 1851, uno de los más colonialistas de la historia
moderna, impuesto por Brasil al Uruguay duante una ocupación militar, "el
Uruguay se convertiría en un campo de invernada, de engorde de ganados
uruguayos y brasileños", afirman Barran y Nahum, dos encumbrados
historiadores orientales.
Por el Tratado del 12/6/75, sin necesidad de ocupación militar,
el Uruguay se transformará en una fábrica subsidiaria, en
una enorme plantation de trigo y soja y en un coto de pesca de
Brasil. Si se cumple todo lo acordado, el Uruguay estará reducido
a su primitiva situación de Provincia Cisplatina.
Y, al contrario de lo que se verifica en el Paraguay y Bolivia, no se vislumbra
en el Uruguay ningún síntoma de resistencia nacionalista
a esa integración-anexión.
La creciente, ya considerable, posiblemente determinante, influencia brasileña
en Chile constituye otro aspecto del expansionismo brasileño. Chile
-igual que Ecuador- no tiene fronteras comunes con Brasil.
En consecuencia, se podría concluir que Chile estaría a salvo
de los proyectos expansionistas de los militares geopolíticos brasileños,
fundados especialmente en la teoría de las "fronteras vivas",
en expansión. No habiendo fronteras comunes, es obvio que esa estrategia
no puede ser aplicada en relación al país andino. Son otras
las teorías y los factores geopolíticos que conducen a la
satelización de Chile.
En este caso, en vez de la teoría de las fronteras vivas, funciona
otra, muy difundida en los primeros años de la era militar en Brasil:
la tesis de las "fronteras ideológicas".
Esa teoría totalmente desmoralizada en los últimos años
por el cese de la "guerra fría" a nivel mundial, por
la evolución política observada en Latinoamérica de
creciente rebeldía en relación a Estados Unidos y por el
propio desinterés que los últimos gobiernos norteamericanos
(los de Nixon, Ford y ahora el de Carter) revelan en relación con
nuestros países (para felicidad de nuestros pueblos y desesperación
de nuestras clases dominantes), tiene todavía plena vigencia en
el caso Chile-Brasil.
Esa integración es fortalecida por factores históricos: el
tradicional eje Brasil-Chile y la posición similar de los dos países
en relación al "enemigo común", la Argentina.
La sintonía ideológica entre los actuales regímenes
de Santiago y Brasilia es total. Todavía no se investigó debidamente
el alcance de la participación brasileña en el derrocamiento
del gobierno progresista de Salvador Allende. Pero, por todo lo que se
sabe, la participación de los servicios de inteligencia brasileños
no fue menor que la de la CIA y de la I.T.T.
El general Pinochet es un tradicional admirador de Brasil y un fiel discípulo
del general Golbery do Couto e Silva. Se podría decir que el primer
mandatario chileno es un geopolítico de "tercera generación".
Golbery traduce a los germánicos KjelIén y Haushofer, a los
americanos Mahan y Spykman y al inglés MacKinder. Pinochet traduce
a Golbery.
En su famoso libro 152, editado
en 1968, Pinochet defiende la integración a nivel capitalista-imperialista,
exactamente como Golbery y sus colegas de la Escuela Superior de Guerra
brasileña y los voceros de las empresas transnacionales interesados
en la eliminación de las fronteras económicas, para tornar
más racional la explotación de nuestros países:
"Lo que falta a un Estado lo tiene el otro; la escasa población
de uno se compensa con el mayor número de vecinos y para abaratar los
costos se necesita de grandes masas de consumidores, lo que se logrará con
la integración del superestado sudamericano, un superestado capaz de
enfrentar el peligro comunista...".
Luego del golpe del 11/9/73, el régimen militar brasileño,
actuando con inteligencia y sentido de oportunidad, trató de consolidar
una alianza con Chile y a la vez establecer su hegemonía sobre el
mismo.
Mientras casi todos los países -no solamente los socialistas sino
también los capitalistas centrales- reaccionaban drásticamente
frente a la matanza protagonizada por el régimen militar chileno
(una de las más brutales de la historia), reduciendo al mínimo
sus relaciones con Chile, Brasilia trató de ocupar ese vacío
en provecho de sus planes geopolíticos.
Un verdadero puente aéreo fue establecido entre los dos países
para atender las necesidades más urgentes del nuevo régimen
chileno. Los préstamos brasileños se sucedieron, inclusive
cuando la banca mundial se cerraba a Chile.
Las relaciones comerciales entre los dos países se multiplicaron.
Proyectos binacionales tratan de integrar las dos economías. O,
mejor, de integrar-anexar Chile a la economía brasileña,
como siempre sucede en las "alianzas" de países de distinto
nivel de desarrollo económico: el más poderoso absorbe al
menor.
En octubre de 1975, una delegación comercial brasileña concretó la
compra de 260.000 toneladas de cobre y estableció las bases para
una futura explotación común del mineral chileno, mediante
la organización de una empresa binacional.
Posteriormente, se anunció otro proyecto conjunto, muy importante
tanto desde el punto de vista económico como en el aspecto geopolítico.
Se trataría de instalar en el estrecho de Magallanes una industria
binacional –chileno – brasileña- destinada al mejoramiento
del mineral de hierro brasileño vendido a Japón. . En la
producción de los pellets (la primera etapa industrial
del proceso siderúrgico) se utilizaría el gas natural de
los enormes yacimientos recientemente descubiertos en territorio chileno,
en la región.
La instalación de un polo de desarrollo industrial binacional, en
una región donde Chile tiene serios litigios territoriales con la
Argentina, asume una muy grande importancia estratégica. Constituiría
una nueva etapa en los planes de los geopolíticos brasileños
de aislar -cercar- a la Argentina en el Cono Sur.
El peligroso enfrentamiento entre Buenos Aires y Santiago que vivimos en
este momento (fines de diciembre de 1977), motivado por el laudo arbitral
relativo al canal de Beagle, favorece enormemente los propósitos
brasileños de consolidar su hegemonía sobre Chile y de acorralar
en el extremo sur del continente a la Argentina, el único obstáculo
que queda a la total dominación brasileña en el Cono Sur.
Favoreciendo masivamente con armas y equipos a las fuerzas armadas chilenas
153 e incentivando al general Pinochet en sus "sueños heroicos" de
transformar a Chile en un país bioceánico (lo que le aseguraría
una posición de enorme importancia en el sub continente), los militares
brasileños están en una situación muy favorable: están
sumando puntos sin jugar ...
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30. La teoría de las fronteras vivas en
la práctica
Cuando escribió la primera parte
de su libro (en 1952) el general Golbery do Couto e Silva estaba muy preocupado
con los "espacios vacíos" existentes
en el hinterland brasileño: "... es necesario que no olvidemos
que el vacío de poder, como centro de bajas presiones, atrae desde
todos los cuadrantes a los vientos desenfrenados de la codicia…".
Para evitar que los espacios vacíos brasileños terminasen
en manos alienígenas, el general aconsejaba sabiamente "que
se dispongan prontamente, en el cinturón de esa inmensa zona vacía,
puestos avanzados de nuestra civilización, convenientemente equipados
para que puedan atestiguar la posesión indiscutible de la tierra
(…). Es necesario taponar el desierto... ".
Según el general, el peligro se localizaba en los países
limítrofes, llevados por la "envidia" a Brasil. Se equivocó totalmente:
el proceso de ocupación de los vacíos en la Amazonia brasileña,
como vimos en la Parte IV de este libro, está siendo protagonizado
por ciudadanos y empresas originados bastante más lejos.
Hoy, 25 años después, en las fronteras de Brasil la situación
es totalmente a la inversa de los pronósticos del geopolítico
brasileño. Son los países vecinos los que están preocupados
con la infiltración brasileña a lo largo de los 15.700 kilómetros
de fronteras terrestres de Brasil. Y lo que torna la situación todavía
peor para los países limítrofes es que ellos no están
siguiendo el consejo del general: no están taponando los respectivos
desiertos.
El acelerado aumento demográfico constituye uno de los sostenes
básicos de la estrategia de las "fronteras vivas".
El
otro es el acelerado desarrollo económico.
Para analizar la situación de equilibrio -o mejor de desequilibrio-
demográfico entre Brasil y sus vecinos, tomemos dos de ellos: Argentina,
con un nivel de desarrollo relativo equivalente al brasileño, y
el Paraguay, todavía sumergido en su trágico subdesarrollo.
La población argentina evolucionó, gracias a la inmigración
masiva, en forma bastante acelerada en el período comprendido entre
los censos de 1914 y 1947: pasó de 7.885.237 a 15.893.827 habitantes;
o sea, se verificó un aumento del 101,5 %. En el período
entre 1947 y 1970, la población aumentó a 23.364.431. El
incremento fue de solamente 46,3 %.
Entre los censos de 1900 y 1940, la población brasileña aumentó un
136 %, en un ritmo anual casi equivalente a la argentina. La situación
se modificó acentuadamente entre 1940 y 1970: los habitantes de
Brasil pasaron de 41.236.315 a 93.139.037; o sea, se verificó un
aumento de 126 % en 30 años, prácticamente el doble del aumento
verificado en la Argentina.
En el último decenio se mantuvo la diferencia en el ritmo de crecimiento
demográfico entre los dos países. La población argentina
creció solamente 16,75 % en el período; la brasileña,
32,8 %.
Si se verifica la Hipótesis 1 (la más optimista) del Instituto
de Estadísticas y Censos de la Argentina, su población alcanzará en
el año 2000 los 34.999.000 habitantes.
Si se concreta la Proyección A (la más optimista) de la Fundación
Getúlio Vargas, la población brasileña será de
205.300.000 habitantes en el mismo año. La proporción actual
-4 x 1- estará aumentada -6 x 1-.
Ese desequilibrio demográfico entre los dos países se agudiza
radicalmente en las zonas fronterizas. Las dos provincias argentinas que
hacen límite con Brasil -Misiones y Corrientes sumaban en el censo
de 1970, 1.007.167 habitantes. Los tres estados fronterizos brasileños
-Rio Grande do Sul, Santa Catarina y Paraná- eran habitados en 1970
por 16.496.49:3 individuos. Proporción 1 por 16,5 habitantes.
Entre los censos de 1940 y 1970 la población de los tres estados
sureños de Brasil aumentó un 188 %. Entre los censos de 1947
y 1970, los habitantes de las dos provincias argentinas aumentaron sólo
un 23,5 %.
Si se mantienen esas respectivas tasas de crecimiento, en el año
2000 los estados de la frontera sur de Brasil tendrán 48.500.000
habitantes. Las dos provincias argentinas, no más de 1.300.000 habitantes.
Proporción: 1 x 37 habitantes.
Tamaña desproporción en los coeficientes demográficos
torna la frontera política en una ficción. Se configura la
situación denominada por los geopolíticos brasileños
de frontera viva, la frontera en expansión, o en términos
más realistas, la anexión -inicialmente de facto- de las áreas
fronterizas de los países más débiles.
Si consideramos el ya enorme desnivel económico existente: la región
del extremo sur de Brasil presenta, después del eje Sao Paulo-Rio,
los más dinámicos polos de desarrollo brasileños,
mientras que las dos provincias argentinas se sitúan entre las de
menor progreso relativo; si la Argentina no consigue acelerar el ritmo
de su evolución demográfica, aumento de natalidad y/o inmigración
con asimilación mediante; si se mantienen las tendencias en las
migraciones internas en los dos países: la "explosión" (del
litoral hacia la periferia) en Brasil y la "implosión" (de
la periferia hacia el puerto) en la Argentina; si la Argentina no consigue "taponar
los caminos de penetración" -económica, humana y cultural-
Misiones y Corrientes serán fatalmente incorporadas al "área
de influencia brasileña" (para utilizar un eufemismo menos
chocante), principalmente porque, como lo resalta el general Golbery, allí no
hay barreras (geográficas) que valgan.
La situación actual y su evolución constituyen todo un desafío
-un enorme desafío- a los argentinos, celosos y orgullosos de su
soberanía.
La situación se presenta mucho más dramática en la
frontera paraguayo-brasileña. Con sus 406.752 kilómetros
cuadrados de superficie y sus 2,8 millones de habitantes el Paraguay constituye
un "vacío demográfico". Y es límite a lo
largo de 1.339 kilómetros de fronteras (que tampoco constituyen
un obstáculo geográfico a considerar) con el poderoso vecino,
cuya población ya alcanza los 115 millones de habitantes y cuyo
P.B.I. ya llega a los 160 mil millones de dólares (mientras el guaraní apenas
supera los mil millones anuales).
El desnivel demográfico y el enorme y creciente abismo económico
existente entre los dos países transforman en obstáculos
casi intrasponibles al propósito del pueblo paraguayo de mantener
su soberanía, principalmente cuando -por desgracia- es gobernado
hace décadas por un equipo que desde hace mucho ya se puso la "camiseta
verde y amarilla".
Jornal do Brasíl (del 7/7/77) publicó un amplio reportaje
de Luiz Manfredini, Carlos Sdroyewski y Ariovaldo Santos titulado:
"El nuevo El dorado paraguayo". El subtítulo era: "En
su marcha hacia el Oeste, el agricultor brasileño está atravesando
masivamente la frontera".
El reportaje aporta datos estadísticos actuales e informes detallados
sobre cómo se procesa la ocupación física de la frontera
paraguaya por colonos y latifundistas brasileños. Lo descrito es
parte de un proceso mayor: la expansión brasileña a lo largo
de su enorme frontera terrestre.
Desde los valles de los ríos Abuña, Xipumanu y Acre (en la
Amazonia boliviana) y de los ríos Purús y Jacua (en la Amazonia
peruana), hasta la provincia argentina de Misiones y el territorio uruguayo
al norte del Río Negro, pasando por la provincia boliviana de Santa
Cruz de la Sierra y por el propio Paraguay, el expansionismo geográfico,
el avance de las "fronteras vivas", es una realidad actual, que
ya no puede ser negada por sus protagonistas -el régimen militar
brasileño- ni por sus víctimas, por más "complejo
de avestruz" que tengan.
Según datos e informaciones recogidos in loco por los mencionados
periodistas, la ocupación por parte de nacionales brasileños
del territorio paraguayo fronterizo a Brasil empezó en 1960, pasó a
ser masivo a partir de 1973 y alcanza su auge en este momento.
Datos oficiales (paraguayos) sobre los brasileños presentes en la
región del Alto Paraná (departamentos de Alto Paraná,
Canendiyú y parte de los departamentos de Itapuá, Caazapá y
Caaguazú, donde se radica la mayoría de los brasileños),
demuestran el aceleramiento del proceso de ocupación: en 1962 había
en la región 1.190 brasileños; en 1969, ese número
se había elevado a 10.743. En 1972, ya era de 24.924 y de 39.173
en el año siguiente.
Actualmente son 200.000 los brasileños que viven del otro lado de
la frontera. Ya representan el 7,1 % de la población del país
guaraní.
Desde el punto de vista geopolítico la situación asume mayor
gravedad si consideramos solamente las regiones fronterizas. En muchas
de ellas los brasileños ya constituyen mayoría.
En las localidades de Santa Cruz del Monday (con 12.000 habitantes), de
Mbacarayú (con 20.000), en Puerto Indio y Puerto Sauce (ambas con
3.000 habitantes), el 99 % de la población es constituida por brasileños.
En la recién fundada Naranjal viven 2 mil brasileños y solamente
cuatro paraguayos .
Prácticamente ocupada la franja fronteriza (de cerca de 100 kilómetros
de ancho), la migración brasileña se dirige ahora hacia regiones
del interior del Paraguay. Incluso en el Chaco, una empresa brasileña
-COPAGRO S.A.- adquirió recientemente un área de 120 mil
hectáreas para colonización.
Además del desequilibrio demográfico en la región
fronteriza 154, un factor económico
actúa decisivamente en el proceso de expansión brasileña:
el valor (precio de venta) de la tierra en los dos países, especialmente
en los dos lados de la frontera (consecuencia a su vez del acelerado desarrollo
económico de Brasil y del trágico atraso del Paraguay).
En razón del auge de las plantations de trigo y soja (al
estilo norteamericano) en el sur de Brasil, la hectárea de tierra
apropiada para los cultivos mecanizados alcanza precios muy altos: entre
40.000 y 60.000 cruceiros por hectárea (aproximadamente entre 2.400
y 3.600 dólares).
Del otro lado del río Paraná (y de la frontera), en los mencionados
departamentos paraguayos, el precio es de solamente 20 mil guaraníes
(cerca de 2.500 cruceiros). Y, en el interior del país, no sobrepasa
los 5.000 guaraníes por hectárea.
Eso significa que con el producto de la venta de una unidad en Brasil,
el colono o el latifundista brasileños pueden adquirir entre 15
y 100 hectáreas de tierras paraguayas, vírgenes y de excepcional
fertilidad, apropiadas para los mencionados cultivos, para la industria
de extracción de maderas y otras esencias vegetales o para la ganadería.
¿Quiénes son los protagonistas de ese proceso de ocupación
del Paraguay?.
La presencia brasileña en el país de Solano López
es múltiple. Participan en el proceso desde entidades oficiales
y empresas privadas, hasta latifundistas, colonos y marginados brasileños.
En el proceso de ocupación física del territorio, compra
de tierras mediante, encontramos fundamentalmente a los colonos originarios
de los estados del sur de Brasil. Con sus propiedades reducidas a minifundios
antieconómicos y con sus tierras agotadas por años de cultivo
depredatorio, el Paraguay constituye para ellos el nuevo "El dorado".
Otro sector ponderable en la corriente migratoria está constituido
por los expulsados del latifundio, por los "sin tierra", los boias
frías, los trabajadores temporarios de los grandes cultivos
de café, algodón, azúcar, trigo y saja que nunca consiguieron
una fracción de tierra en su propio país 155.
Ellos son llevados al otro lado de la frontera como asalariados de las
empresas inmobiliarias o madereras brasileñas, o como medianeros
por los propios colonos.
En ambos casos, la emigración se origina en la no efectivización
de ningún plan de reforma agraria por el gobierno militar brasileño.
En razón del crecimiento demográfico y de las pocas posibilidades
que ofrece la sociedad cerrada del latifundio, es cada vez más grande
el éxodo rural 156. Como
la capacidad de absorción de la industria y de los servicios urbanos
es menor que la capacidad de expulsión del latifundio, aumenta cada
vez más el número de marginados en la sociedad brasileña.
Expulsados de su propia patria por la política agraria del régimen
militar, los "sin tierra" van a servir -en forma inconsciente,
es obvio- a los propósitos expansionistas de los generales brasileños.
Esa corriente migratoria podría no constituir un mal para el Paraguay
(al contrario) si éste tuviese condiciones para integrar y asimilar
a los nuevos habitantes. Sin embargo -por una serie de factores que van
desde el atraso económico hasta el cultural eso no sucede. Se habla
en portugués; las tradiciones culturales son las brasileñas;
la moneda que circula es el cruceiro; las radios y la televisión
que se escuchan son las de la madre patria.
Solamente un cambio muy radical en esa situación podría impedir
que suceda con los territorios vecinos a Brasil lo que ocurrió a
mediados del siglo pasado con las provincias más ricas de México,
anexadas finalmente por los Estados Unidos.
Paralelamente, las grandes empresas madereras, siguiendo la ruta de las
araucarias y de otras esencias forestales nobles y después de devastar
las forestas del norte de Rio Grande do Sul y oeste de Santa Catarina y
Paraná, avanzan ahora sobre el Paraguay. Las consecuencias futuras
son previsibles: liquidación indiscriminada de la selva, alteración
del clima y del régimen de lluvias, cambios ecológicos, desiertos.
Los tradicionales ganaderos del sur de Brasil son también protagonistas
en el proceso de ocupación del Paraguay. Como, a consecuencia de
la fabulosa valorización de los campos determinada por los cultivos
mecanizados de trigo, saja y arroz, la pecuaria extensiva ya es antieconómica
en Rio Grande do Sul, la solución es comprar campos baratos en el
Paraguay.
Protagonizan igualmente el proceso pequeños y medianos industriales
y comerciantes (expulsados por la rápida concentración capitalista
que se verifica en Brasil y por el avance de las empresas transnacionales)
y todo tipo de intermediarios, especuladores, contrabandistas, aventureros
que encuentran campo fértil para su actividad en esa "tierra
de nadie" en que Alfredo Stroessner transformó al Paraguay.
A nivel oficial encontramos la presencia imperial del Banco do Brasil.
Según una revista internacional especializada, el banco oficial
brasileño es actualmente, por sus depósitos, el octavo, por
su capital y reservas, el séptimo del mundo. Fue el primero, en
1976, en lo relativo a los lucros conseguidos.
Con decenas de sucursales en el exterior -tanto en los países capitalistas
centrales como en los limítrofes a Brasil- el Banco do Brasil es
una pieza clave en los proyectos expansionistas de los militares geopolíticos
brasileños.
Financiando la ampliación del intercambio comercial de Brasil con
sus vecinos, dando total cobertura financiera a los proyectos de los empresarios
brasileños allende las fronteras, concediendo créditos baratos
a los latifundistas, industriales y comerciantes nativos, el Banco do Brasil
se va tornando en el principal y decisorio centro financiero en países
como el Paraguay, Bolivia y Uruguay. Completa así, con total eficiencia,
la acción de los diplomáticos de Itamaratí.
Esta es,
en la práctica, la teoría de las fronteras vivas de
Brasil, un tremendo desafío a la vocación soberana, a la
conciencia nacionalista y a la capacidad de resistencia de gobiernos y
pueblos limítrofes.
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31. La Cuenca del Amazonas:
el segundo gran objetivo geopolítico del régimen militar
brasileño
Mientras trataba -con bastante éxito, como vimos- de imponer su
hegemonía sobre el Cono Sur del continente, el régimen militar
brasileño no estuvo inactivo en la región norte del subcontinente.
Analizamos, en detalle, en la Parte V de este libro, los ambiciosos proyectos
expansionistas brasileños en la Amazonia, fundados especialmente
en la construcción de supercarreteras con confesados objetivos integracionistas-anexionistas.
Paralelamente a la implantación de la infraestructura vial necesaria
para integrar toda la región bajo la hegemonía brasileña,
se verificaron varias ofensivas de Itamaratí sobre países
de la región.
Uno de los principales objetivos brasileños en el Norte es el carbón
colombiano. Muy bien dotado de recursos naturales en general, Brasil sufre
de algunas deficiencias específicas muy importantes que constituyen
serios obstáculos a su desarrollo como potencia industrial.
Las deficiencias más limitativas se radican en el sector combustibles.
La dependencia en petróleo es enorme: las importaciones, que corresponden
a 82 % del consumo, se situaron, a partir de 1974, entre 3 y 4.000 millones
de dólares anuales.
La falta de carbón siderúrgico constituye otro "talón
de Aquiles" de la economía brasileña. El producto nacional
es de mala calidad: produce mucha ceniza y pocas calorías. Solamente
puede ser utilizado en siderurgia mezclado con el importado, en un porcentaje
de solamente 20/30 %.
Esa limitación constituye un enorme obstáculo al ambicioso
Plan Siderúrgico Nacional, que prevé una producción
de 42 millones de toneladas de acero en 1985. La importación del
carbón entonces necesario significaría una evasión
de divisas de aproximadamente 4.000 millones de dólares.
En los últimos años, las esperanzas de los técnicos
brasileños de resolver el problema del carbón se habían
centrado en la posibilidad de Brasil de explotar los enormes yacimientos
existentes en la región de Cundinamarca, en Colombia, los más
grandes conocidos en América del Sur.
Durante el gobierno de Misael Pastrana Barrero, el Itamaratí había
conseguido un acuerdo preliminar que preveía la constitución
de una empresa binacional para la exploración y explotación
de los mencionados yacimientos.
Con una inversión inicial de 500 millones de dólares, Brasil
se aseguraría un aprovisionamiento seguro de cien millones de toneladas
en los próximos veinte años.
Sin embargo, surgió un obstáculo político. El nuevo
gobierno colombiano, encabezado por Adolfo López Michelsen, rechazó como
imperialistas los proyectos brasileños. Su ministro de Minas y Energía,
Eduardo del Hierro Santa Cruz, declaró el proyecto "lesivo
a los intereses nacionales".
Esa posición irritó profundamente al gobierno de Brasilia.
El embajador brasileño en Bogotá protestó contra las
declaraciones del ministro y negó propósitos imperialistas
de parte de Brasil. Sin resultado, pues las negociaciones se interrumpieron.
Preocupado con la negativa de Bogotá, el gobierno brasileño
trató de resolver el problema por otro lado. Superando las resistencias
internas que obstaculizan el comercio con los países socialistas,
firmó en 1974 un acuerdo con Polonia. Por el mismo, el gobierno
polaco se compromete, en canje de mineral de hierro brasileño a
proveer a Brasil de crecientes cantidades de carbón: 500.000 toneladas
inicialmente, 810.000 en 1980 y 2.300.000 en 1985.
Como lo contratado con Polonia resuelve solamente una pequeña parte
de las necesidades, Brasilia siguió presionando a Bogotá en
los últimos años.
Y lo hizo aparentemente con éxito. Durante la visita a Brasilia,
en la segunda quincena de junio de 1976, del canciller colombiano Indalecio
Lievano Aguierre, los dos gobiernos se pusieron de acuerdo.
Se firmó el Acuerdo del Carbón, que establece la constitución
de una empresa binacional y el año de 1978 como el plazo límite
para el inicio de la producción en escala industrial de los yacimientos
de Cundinamarca.
Se fijaron igualmente las cuotas de carbón a ser entregadas a Brasil
en una escala creciente, de acuerdo a las necesidades de su siderurgia,
hasta un total de 5O millones de toneladas.
Innegablemente, una victoria más de la diplomacia brasileña.
Una victoria de fundamental importancia para el desarrollo industrial de
Brasil y que trasciende ampliamente el campo económico.
El Acuerdo del Carbón podrá ser la etapa decisiva de la satelización
de Colombia 157.
La revolución peruana liderada por el general Velasco Alvarado constituyó,
desde el primer momento, una preocupación muy seria y permanente
para el régimen militar brasileño.
El "modelo peruano" era la alternativa nacionalista y progresista
al "modelo brasileño", antipopular, proimperialista y,
a la vez, expansionista.
La posibilidad de que los militares de los demás países de
Latinoamérica (inclusive sectores de las fuerzas armadas brasileñas)
pudiesen ser influenciados por la ideología nacionalista popular
y reformista de los generales peruanos, era considerada como un riesgo
muy serio por Brasilia y, obviamente, por Washington.
Además de la posibilidad de que el "modelo peruano" resultase
de más fácil "exportación" que el brasileño
(lo que perjudicaría los planes de integración del subcontinente
bajo la hegemonía yanqui-brasileña), el régimen militar
brasileño se sentía directamente perjudicado por la acción
nacionalista de los militares peruanos.
Así, la tentativa brasileña de participar -directa o indirectamente
con base en industrias satélites instaladas en Bolivia o Chile en
el Acuerdo de Cartagena, habría sido, según fuentes oficiales
brasileñas, vetada por Lima: "Colombia y Perú cerraron
a Brasil las puertas del Pacto Andino" 158.
Por otro lado, el gobierno de Lima estaría obstaculizando otra de
las posibilidades de Brasil de establecer su presencia en el Pacífico.
La Transamazónica, con sus 5.500 kilómetros de extensión,
tiene un objetivo fundamental: alcanzar al Gran Océano. Como los
militares peruanos se rehusasen a conectada con el sistema vial peruano
en Pucallpa, la monumental obra terminaba melancólicamente en la
selva.
Con los cambios verificados en la conducción política peruana,
renacieron las esperanzas de Brasilia. Walder de Goes, un tradicional vocero
de los geopolíticos brasileños, movido por la euforia neoimperialista,
cometía una serie de indiscreciones en una nota publicada el 31/7/76,
en Jornal do Brasil:
"Los cambios en el cuadro peruano, la atenuación de su marcha
hacia la izquierda y el próximo encuentro entre los presidentes Geisel
y Bermúdez, están realimentando en Brasilia antiguas y desvanecidas
convicciones sobre la política de Brasil en América del
Sur.
"Una alta figura del gobierno me dijo, hace días, que ‘un
ajuste con el Perú sería importante principalmente teniendo
en vista la Amazonia’. Hay que recordar que la Amazonia, la Cuenca
del Plata y África, son piezas referenciales de un mismo ajedrez
vital para Brasil, ahora que viejos sueños heroicos renacen en
el Planalto." 159.
Efectivamente, el 5/11/76, en el centro del río Amazonas, en la
frontera de los dos países, a bordo de dos barcos de guerra, se
reunieron los presidentes, generales Ernesto Geisel y Morales Bermúdez.
El gobierno brasileño esperaba mucho del encuentro, especialmente
en relación a la explotación de los yacimientos de cobre
y de petróleo peruanos, empresas binacionales mediante. Los diarios
brasileños hablaban igualmente de una binacional para la producción
de raciones animales mixtas a partir de la harina de pescado peruana y
de los residuos de la saja brasileña.
En el campo geopolítico se preveía un acuerdo sobre la interconexión
de la Transamazónica con el sistema vial peruano que lleva a Callao,
en el Pacífico. Y el "visto bueno" de Lima para la formación
de un organismo multinacional para planear y ejecutar el desarrollo integrado
de la región amazónica.
Sin embargo, los resultados fueron bastante más modestos. De acuerdo
a la Declaración Conjunta firmada en la oportunidad, ninguno de
los grandes objetivos de Itamaratí fue alcanzado.
Concretamente se decidió incrementar el intercambio comercial entre
los dos países. Perú proveerá a Brasil de minerales
no ferrosos, especialmente cobre y sus derivados, productos pesqueros y
fertilizantes. Las exportaciones brasileñas serán fundamentalmente
de manufacturados, bienes de capital y productos del agro.
Ninguna palabra sobre empresas binacionales. Ninguna referencia a la interconexión
de los sistemas viales. Sobre la integración de la cuenca amazónica
fue visible la preocupación del gobierno de Lima de no comprometerse
demasiado.
Fue decidida la formación de "una. subcomisión brasileño
peruana para la Amazonía, para examinar y coordinar la orientación
general que deberá ser dada a la cooperación entre los dos'
países en las regiones amazónicas brasileña y peruana".
Parece evidente que todavía existen contradicciones serias entre
los regímenes militares de Perú y Brasil. La oposición
de Perú al Pacto Amazónico en la reunión realizada
en Brasilia, a fines de noviembre pasado (que analizaremos más adelante),
es una prueba de que el país andino está lejos de transformarse
en un satélite de Brasil.
Guyana y Surinam son también blancos de la ofensiva expansionista
brasileña. Ya vimos cómo en noviembre de 1971, en ocasión
de la visita del entonces canciller brasileño a Georgetown, se habían
establecido convenios muy importantes para la concreción de los
planes geopolíticos brasileños: conexión de los sistemas
viales de los dos países y cesión de la propia Georgetown
a Brasil, como puerto libre. Sería la concreción de otro
de los "sueños heroicos": la presencia brasileña
en el Caribe.
Posteriormente desmejoraron drásticamente las relaciones entre los
dos países. El primer ministro de Guyana, Forbes Burnham, saludado
entusiastamente en Brasil por haber derrotado al marxista Cheddi Jagan,
pasó a ser acusado también de "comunista" por la
prensa brasileña.
Se denunciaba el hecho de que el 70 % de la economía del país
estaría ya socializada; que se estaría organizando un partido
de características leninistas, apoyado en milicias populares; y
lo que era considerado todavía más grave: Guyana estaría
demasiado vinculada a La Habana.
Durante la crisis angolesa, la prensa brasileña acusaba duramente
al gobierno de Georgetown por permitir la utilización de su territorio
como escala para las tropas cubanas destinadas al África.
Algunos sectores, todavía más histéricos, llegaron
a denunciar la existencia de campos de entrenamiento, donde se estarían
preparando las tropas cubanas para una futura invasión de América
del Sur. Era evidente que se trataba de una campaña de preparación
psicológica para una eventual intervención armada brasileña
en la ex colonia británica.
Con la rápida derrota de los mercenarios proyanquis en Angola, se
desinfló la provocación. Sin embargo, era evidente que bajo
el actual gobierno difícilmente Guyana sería utilizada como
trampolín por Brasil para asomarse a los mares del norte de América
del Sur. Había que encontrar otra "cabeza de puente",
otro aliado en la región.
Esa posibilidad pareció concretarse en la segunda quincena de junio
de 1976 con la visita a Brasilia del canciller y primer ministro de Surinam,
Henck Arron.
De las negociaciones del visitante con el canciller brasileño Azeredo
da Silveira quedó evidente el propósito de incorporar a la
flamante república al "área de influencia" brasileña.
Y, además, de intentar agudizar y capitalizar en favor de Brasil
las divergencias entre Surinam y Guyana.
"El problema de fronteras entre Surinam y Guyana será uno de los
temas de las conversaciones entre los cancilleres Henck Arron y Azeredo da
Silveira", informaba Jornal do Brasil del 22/6/76.
El premier de Surinam firmó en Brasilia un Acuerdo de Cooperación
Técnica y Científica y el compromiso de constituir una Comisión
Mixta Brasil-Surinam.
Sintiéndose aparentemente amenazado por esa situación, el
gobierno de Guyana trató de tranquilizar a su grande y poderoso
vecino.
Mandó a Brasilia a su canciller, Frederick Wills, a desmentir la
presunta tendencia comunista del gobierno de Georgetown.
Seguramente impresionado con la tradicional hospitalidad brasileña,
con el trato principesco que el gobierno brasileño dispensa a sus
huéspedes oficiales, el canciller de Guyana formuló declaraciones
que les encantaron, en principio, a los diplomáticos de Itamaratí:
"No creo que Brasil tenga sueños de hegemonía continental
160. Cuando los países de habla española hacen ese tipo de acusación,
hacen una transposición de la vieja querella vigente en la península
ibérica".
Y para demostrar concretamente que su gobierno no le teme al supuesto imperialismo
brasileño, Wills agregó: "Brasil podrá representar
en relación a Guyana el papel, tradicionalmente reservado a las
metrópolis por las antiguas colonias, de proveedor de tecnología
y know how, bienes de capital y equipos industriales" 161.
El propio Ministerio de Relaciones Exteriores brasileño terminó por
preocuparse con los excesos de lenguaje del visitante:
"Vocero de Itamaratí se negó a comentar las declaraciones
del canciller de Guyana".
No se puede negar a Itamaratí una cualidad fundamental: perseverancia.
A medida que fracasan sus planes expansionistas, otros nuevos son elaborados
y puestos en práctica.
Las relaciones diplomáticas entre Venezuela y el régimen
militar – brasileño fueron inicialmente muy críticas.
Coherente con su doctrina contraria a los regímenes militares, el
presidente Rómulo Bettancourt retiró el embajador venezolano
de Brasilia, en 1964.
La situación mejoró a partir de 1969, bajo el gobierno de
Rafael Caldera. Se verificó inclusive un encuentro entre el primer
mandatario venezolano y el general presidente de turno de Brasil, Garastazú Médici.
La importancia de Venezuela en el concierto internacional aumentó considerablemente
en 1973/74, cuando su ingreso de divisas generadas por el petróleo
aumentó de 3,8 a 9,9 mil millones de dólares.
Esa euforia económico-financiera coincidió con la asunción
al poder de Carlos Andrés Pérez. El flamante gobierno parecía
constituirse en la propia antítesis del régimen militar brasileño:
liberal en lo político y nacionalista en lo económico.
Venezuela se constituiría en un verdadero oasis de libertad en una
América latina casi totalmente copada por regímenes militares
más o menos autoritarios.
Con la nacionalización de los yacimientos de petróleo y de
hierro, Pérez cumplió una etapa importante en el proceso
de liberación de Venezuela.
En lo internacional, la política de Pérez era igualmente
progresista: una combativa posición en el seno de la OPEP, tercermundismo
y una definición muy clara en relación a la integración
latinoamericana en términos no imperialistas.
A consecuencia de esas políticas diametralmente opuestas, las relaciones
entre Caracas y Brasilia volvieron a ser frías, indiferentes.
Referencias contenidas en el Mensaje Presidencial mandado por Andrés
Pérez al Congreso el 12 de marzo último, molestaron al gobierno
brasileño. Consecuencia: el programado viaje del canciller brasileño
a Caracas fue postergado.
Críticas en el Parlamento y en la prensa venezolana hicieron deteriorar
todavía más las relaciones Caracas-Brasilia. El deterioro
aumentó cuando la señora Carter y el presidente norteamericano
apuntaron a Venezuela como el "modelo político" para
América latina. Los militares brasileños se sentían
despreciados por Washington en beneficio de Venezuela.
La visita del presidente argentino general Jorge Rafael Videla a Caracas
constituyó otro factor de desconfianza. La posibilidad de un eje
Venezuela-Argentina, que podría constituir un obstáculo decisivo
a los planes expansionistas brasileños, preocupó visiblemente
a Itamaratí.
Sin embargo, y en forma todavía no explicada, ocurrió un
nuevo cambio en Caracas. Aparentemente el mismo coincidió con la
sustitución del canciller Escobar Salom (considerado antibrasileño),
por Simón Alberto Consalvi, el 17/7/77.
Otro factor que podría haber influido en el cambio de orientación
del gobierno venezolano fue el aflojamiento de las presiones de Carter
sobre el Brasil, consustanciado en el anuncio, verificado el 23 de setiembre,
de su visita a Brasilia.
Dos días después el flamante canciller venezolano anunciaba
el acuerdo de su gobierno al Pacto Amazónico, propuesto por Brasil.
Del encuentro del canciller Consalvi con Azeredo da Silveira en la Asamblea
General de Naciones Unidas, se originó la visita del canciller brasileño
a Caracas. Como una prueba del resentimiento existente en Brasil en relación
a Venezuela, Silveira, a su llegada a Brasilia, trataba de explicar que "el
encuentro (con el presidente Carlos Andrés Pérez) no había
sido solicitado por el gobierno brasileño".
El 23 de octubre se anunciaba la visita del presidente venezolano a Brasil.
La misma estaba aparentemente vinculada a la posteriormente suspendida
visita del presidente Carter.
En los días que precedieron a la visita del presidente Pérez
eran evidentes posiciones claramente divergentes entre los dos gobiernos,
por lo menos en tres asuntos de la más alta relevancia.
En entrevista concedida a un enviado especial de Jornal do Brasil, el 13/11/77,
Pérez defendía "la creación conjunta de una
gran empresa latinoamericana de energía nuclear, que nos permitiría
estudiar, proyectar y hacer prospectivas para un desarrollo global, que
paralelamente contribuiría definitivamente para neutralizar las
suspicacias que el uso del átomo y de la energía nuclear
puede crear en nuestros países".
Dos días después un vocero de Itamaratí contestaba
indirectamente la sugerencia del presidente Pérez: "El
gobierno brasileño tiene una posición bien clara en ese asunto.
El considera que tiene todo el derecho a conducir nacionalmente su programa
nuclear y lo está haciendo en cooperación con la República
Federal de Alemania".
El presidente Pérez ha declarado reiteradamente la necesidad de
la creación de un organismo internacional para "supervisar
el cumplimiento de las normas de los derechos humanos".
También en forma reiterada el gobierno brasileño ha rechazado
la idea, argumentando que la creación de dicho organismo o una acción
en ese sentido de las Naciones Unidas constituiría “una
quiebra del derecho de autodeterminación y una injerencia en los
asuntos internos de los países”.
El primer mandatario venezolano surge actualmente como el campeón
de la integración latinoamericana. Es en cierto modo el sucesor
de Perón, que hace un cuarto de siglo lo afirmaba: “El
año 2000 nos encontrará unidos o dominados” 162.
Carlos Andrés Pérez amplía la tesis, coloca el dilema
integracionista de los latinoamericanos en términos actuales, "dando
nombre a los bueyes": "O nos integramos o las multinacionales
harán la integración por nosotros y continuaremos dependientes.
La soberanía económica no será conseguida y de ella
no disfrutaremos si no acontece la integración".
Está bien clara en la formulación presidencial la diferencia
entre los dos tipos de integración posible en América latina:
la integración como factor de liberación, protagonizada
por nuestros pueblos, y la integración como un factor más
de dependencia, protagonizada por las empresas transnacionales.
Sin embargo, a nuestro entender, el presidente venezolano se equivoca al
ubicar a Brasil dentro del proceso integracionista latinoamericano.
En varias oportunidades Carlos Andrés Pérez negó los
propósitos expansionistas de Brasil:
"Es bien conocida la posición que asumí cuando se quiso
presentar a la gran nación brasileña como una especie de
fantasma que amenaza la integridad territorial o, de alguna forma, el progreso
independiente de nuestras naciones.
"Esos comentarios se originan en la antigua geopolítica
del Viejo Mundo 163 ,
que se fundamenta en el predominio unilateral y en la lucha por el liderazgo
individual. Esa no es la realidad de América latina.
"En América latina, ningún país busca ese predominio
unilateral y ni siquiera sería posible que lo buscara, por la historia,
por el concepto que tenemos de nuestra individualidad como naciones y por la
necesidad que tenemos los unos de los otros".
Infelizmente (y nadie más que nosotros, como brasileños,
lo lamentamos), el proceso de integración protagonizado por Brasil no
es el soñado por los libertadores, por Manuel Ugarte, por Perón,
por el "Che" Guevara, por el mismo presidente Pérez; es la
antítesis del mismo.
El proyecto integracionista en marcha trata de mantener la dependencia
hacia los "centros exteriores de poder y decisión". Con
la eliminación de las fronteras económicas se objetiva fundamentalmente
tornar más racional la explotación de nuestros países
por las transnacionales.
Además, establece un intermediario en la dependencia y en la explotación,
el key country; en el caso, Brasil.
Brasil está practicando lo que el presidente Pérez, en otras
oportunidades, admitió ser práctica imperialista: la integración
bilateral. Es lo que ocurre en relación a Bolivia, al Paraguay,
al Uruguay, etcétera, y que analizamos en detalle a lo largo de
este libro.
Inclusive cuando participa en organismos multilaterales -como la Cuenca
del Plata-, el régimen militar brasileño no considera los
intereses colectivos de los países miembros. Actuando en forma bilateral,
trata de establecer su hegemonía sobre cada uno de ellos. Creemos
haberlo demostrado en forma fehaciente.
En consecuencia, el neoimperialismo protagonizado por Brasil y por las
empresas transnacionales no llevará a la Patria Grande. El resultado
-si se concretan los planes de los geopolíticos brasileños-
será la "colonia grande, integrada". Y los beneficiarios
no serán nuestros pueblos sino los centros exteriores de poder,
los monopolios internacionales y la burguesía asociada brasileña.
Es dentro de ese cuadro de situación, de ese conjunto de condiciones
objetivas y subjetivas, que el Itamaratí colocó en el orden
del día el problema de la integración amazónica.
Los diarios brasileños de la segunda quincena de marzo divulgaron
una información considerada top secret. La misma se refería
a las consultas reservadas hechas por el Ministerio de Relaciones Exteriores
brasileño a sus congéneres de Bolivia, Perú, Ecuador,
Colombia, Venezuela, Guyana y Surinam sobre la conveniencia de un Pacto
Amazónico, un plan de integración multilateral de la cuenca
más grande y más rica del mundo.
Inicialmente se verificó alguna resistencia al proyecto, provocada
por el natural temor de que el mismo involucrase una maniobra más
de Itamaratí con el propósito de establecer la hegemonía
brasileña en la región amazónica.
Y el temor se fundaba en lo que ocurre en la Cuenca del Plata y a lo largo
de la inmensa frontera terrestre de Brasil: un duro y acelerado proceso
expansionista protagonizado por el régimen militar brasileño
respaldado por los países capitalistas centrales y por las empresas
transnacionales.
¿Qué pretende el Pacto Amazónico?.
Un anteproyecto elaborado por Itamaratí 164,
que circuló "reservadamente" entre las cancillerías
de los demás países de la región, nos esclarece al
respecto:
El artículo 19 establece: "Las partes contratantes concuerdan
en conjugar esfuerzos con miras a promover el desarrollo de sus respectivos
territorios amazónicos, así como la conservación y
utilización de sus recursos naturales".
Por un lado, el pacto prevé la manutención de las respectivas
soberanías: "... el libre uso y aprovechamiento de los
recursos naturales en sus respectivos territorios...".
Por otro, establece amplias aperturas integracionistas: "... la
más amplia libertad de navegación; la coordinación
de los actuales servicios de salud; la estrecha cooperación en los
campos de pesquisa científica y tecnológica; medidas tendientes
a propiciar el desarrollo integrado de la región, medidas de interconexión
vial, exención aduanera para las poblaciones fronterizas y la integración
física de la región".
En resumidas cuentas, Brasil pretende la creación de un organismo
multinacional constituido por los países de la región, con
el objetivo de promover en forma conjunta y racional el desarrollo de la
cuenca.
Teóricamente, un proyecto que se encuadraría en los ideales
unitarios heredados de la gesta de la independencia hispanoamericana, y
que podría ser un paso adelante en la formación de la "Patria
Grande" de los latinoamericanos.
Sin embargo, la experiencia equivalente que se desarrolla en la Cuenca
del Plata demuestra que una idea progresista, generosa, como la contenida
en la declaración de principios del Acta de Santa Cruz de la Sierra
(anteriormente citada), puede ser completamente desvirtuada, transformándose
en cobertura para los propósitos hegemónicos de uno de los
países miembros.
A pesar de que el proyecto de la Cuenca del Plata tuviera origen en la
cancillería argentina, fue Brasil quien lo utilizó para facilitar
y acelerar sus planes geopolíticos en el sur del continente. Una
prueba de que la experiencia resultó gratificante para los intereses
brasileños la podríamos sacar del hecho de que Itamaratí pretende
ahora repetir la praxis en la Cuenca Amazónica.
La creación de organismos multinacionales -como la Cuenca del Plata
y como pretende ser el Pacto Amazónico- se adecua perfectamente
a la teoría fundamental de los geopolíticos brasileños,
a la doctrina de las "fronteras vivas".
Para convencer a los que todavía no creen en el expansionismo brasileño,
hay que repetir hasta el cansancio la mejor y más autorizada de
las formulaciones sobre fronteras vivas ya hecha en Brasil: la del ex jefe
de la División de Fronteras de Itamaratí, Teixeira Soares:
"... la frontera, hoy, no tiene más la concepción
lineal de otros tiempos. Es diferente y dinámica, porque ella amenaza
o retrocede conforme a las circunstancias. Siendo algo vivo, ella ejerce
una presión
natural sobre la frontera económica y demográficamente
más
débil ... " 165.
Un acuerdo de desarrollo regional, al proceder a ciertas aperturas en
las fronteras tradicionales, debilita la soberanía de los países
miembros en beneficio de alguno de ellos. En el caso del Plata y de la
Cuenca Amazónica (si se concreta el Pacto) el gran beneficiario
de ese aflojamiento de fronteras, de ese relax en la soberanía,
solamente puede ser Brasil.
En la Cuenca del Plata, en todos los casos, las fronteras económica
y demográficamente más débiles son las de los países
limítrofes a Brasil. En consecuencia, la influencia, la presencia
y la hegemonía de Brasil se ejerce cada vez más allende los
marcos fronterizos, que pasan a ser simples trazos en los mapas políticos
del sub continente.
En la región amazónica la desproporción entre el potencial
demográfico y económico de Brasil y de los demás países
es todavía más grande. No existe en la Cuenca del Amazonas
ningún país, como la Argentina, también altamente
desarrollado industrialmente, que pudiese neutralizar parcialmente al menos
el avance brasileño.
En su posición triunfalista, sobreestimando su poder de decisión
y subestimando la capacidad de resistencia de los otros países,
el Ministerio de Relaciones Exteriores de Brasil se condujo en forma muy
poco hábil en la presentación del proyecto del Pacto Amazónico.
En el discurso inaugural de la reunión de Brasilia, a fines de noviembre,
el canciller Azeredo da Silveira, desde lo alto de su autosuficiencia,
decía eufórico:
"La unánime receptividad y el vivo interés con que aceptaron
esa sugerencia viene a comprobar que ya se encuentran plenamente maduradas
las condiciones para darle forma a la realidad. Fue solamente después
de adquirir la certeza de esa confluencia de voluntades que Brasil se animó a
tomar la segunda iniciativa en la materia: la presentación de
un anteproyecto para servir de base a las conversaciones".
El desarrollo de la reunión vendría a demostrar que no se
verificaba la "confluencia de voluntades" preconizada por el
canciller brasileño.
El cónclave resultó un fracaso total.
Comentó el Jornal do Brasil: "El resultado prácticamente
nulo de la reunión preparatoria frustró la esperanza brasileña
de conseguir aprobar el texto del tratado ya en el primer encuentro".
Un vocero de Itamaratí, Luis Felipe Lampreia, en lo que podría
ser interpretado como una crítica a su superior jerárquico,
el ministro Silveira, admitió que el hecho de no haberse llegado “al
texto final prueba que el ejercicio de la futurología es un arte
arriesgado".
A pesar del hermetismo que caracterizó las negociaciones, se sabe
que la principal oposición fue protagonizada por los representantes
de Perú y Bolivia. Ellos habrían objetado especialmente la
expresión "integración física" contenida
en el anteproyecto de Itamaratí.
El mencionado diplomático dijo que no sabe a qué atribuir
la exigencia boliviano -peruana de eliminar ese detalle del proyecto elaborado
por el Ministerio de Relaciones Exteriores de Brasil.
Revisando los archivos de prensa de Itamaratí, el señor Lampreia
podría encontrar una de las causas de la desconfianza de los países
vecinos, específicamente de Bolivia y Perú, y de su veto
al proyecto brasileño. En un diario del 22/8/76 podrá leer:
«Residen actualmente en los valles de los ríos Abuña,
Xipamanu y Acre, en la Amazonia Boliviana y del Purús y Jacuã,
del lado peruano, un mínimo de 10.000 familias brasileñas".
Son campesinos pobres brasileños, que expulsados de sus tierras
por los latifundistas y de su propia patria por la política agraria
del régimen militar, atraviesan las fronteras y sirven --de forma
inconsciente, es obvio- a los propósitos expansionistas -conscientes-
de los generales brasileños.
Ellos constituyen la "masa de maniobra" en la aplicación
de la estrategia de las "fronteras vivas", en el proceso de "integración
física" a que el gobierno brasileño está sometiendo
a los países limítrofes.
Resulta obvio que esa invasión pacífica, pero no menos efectiva,
sería enormemente ampliada y acelerada con la apertura de las fronteras
establecidas por el proyecto brasileño del Pacto Amazónico.
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32. Dos "sueños heroicos" frustrados: el
Brasil africano y el "mare nostrum"
Vimos en la V Parte de este libro lo que fueron los megalómanos
planes de los geopolíticos brasileños de heredar –Comunidad Afro-Luso-Brasileña
mediante– las colonias portuguesas en África y de utilizar
al propio Portugal como trampolín para que Brasil pudiera penetrar
en el Mercado Común Europeo. Y también los proyectos de establecer
la hegemonía brasileña sobre el Atlántico Sur, de
transformarlo en un mare nostrum de Brasil.
Vimos igualmente cómo la "revolución de los claveles
rojos" en Portugal y el incontenible avance de los movimientos guerrilleros
de liberación en África hicieron fracasar completamente los
delirantes proyectos del régimen militar brasileño.
A pesar de ser superado por la dinámica del proceso, Itamaratí no
se dio por vencido, siguió peleando para salvar algo para Brasil
y para el "mundo occidental y cristiano" de los despojos del
imperio lusitano.
En el territorio metropolitano tuvo algún éxito gracias a
la enorme capacidad del embajador general Carlos Alberto da Fontoura, que
antes de ser designado para Lisboa había comandado el todopoderoso
S.N.I., los servicios de inteligencia del régimen militar brasileño.
Vimos en el capítulo 27, por la referencia del New York Times,
cómo en Estados Unidos se atribuye a la eficiente y discreta actuación
de Brasil la "salvación" de Portugal del comunismo.
El hecho de que el general Fontoura continúe hasta hoy al frente
de la representación diplomática brasileña en Portugal,
contrariando todas las normas de ltamaratí, parece indicar que los "sueños
heroicos" de los geopolíticos brasileños en relación
a la antigua metrópoli sobreviven, al menos parcialmente.
En África las soluciones pragmáticas fueron más difíciles
de adoptar. El Ministerio de Relaciones Exteriores brasileño tuvo
que practicar verdaderos "saltos mortales", malabarismos de
todo tipo y trucos de ilusionismo para adaptarse a la nueva realidad: la
independencia total de Guinea-Bissau, Mozambique y Angola.
En un intento desesperado por borrar el hecho de haber sido el principal
sostén del colonialismo lusitano, el régimen militar brasileño
fue el primer gobierno en reconocer la independencia de Guinea-Bissau.
En relación a Mozambique, el pragmatismo de Azeredo da Silveira,
el discípulo brasileño de Kissinger, no resultó. Entre
las muchas virtudes que debe tener Zamora Maciel debe ser incluida la buena
memoria. El líder revolucionario mozambiqueño no se olvidó de
la posición procolonialista del régimen militar brasileño,
solamente modificada a partir del boicoteo árabe a los países
racistas colonialistas. Brasilia no fue siquiera invitada a las celebraciones
de la independencia de Mozambique.
Por su riqueza en petróleo y uranio y por su estratégica
ubicación sobre el litoral del Atlántico Sur, Angola constituía
el principal blanco de los estrategas económicos y militares brasileños
en África.
La exploración y explotación del petróleo y del uranio
angoleños podría constituir la solución más
viable para la crisis energética que liquidó el "milagro
brasileño".
El establecimiento de bases aeronavales en el litoral angoleño podría
haber sido el inicio de la concreción del más ambicioso sueño
del general Golbery do Couto e Silva y de los almirantes brasileños:
la transformación, con la ayuda norteamericana, del Atlántico
Sur en un lago brasileño.
Descartada totalmente la integración de Angola por medio de la Comunidad
Afro-Luso-Brasileña, el gobierno brasileño intentaría
por otros caminos alcanzar, parcialmente al menos, sus objetivos.
El "qué hacer" en Angola constituyó un verdadero
rompecabezas para la diplomacia brasileña. ¿A quién
reconocer, con quién establecer relaciones, con el gobierno central
presidido por Agostinho Neto, acusado de marxista y prosoviético,
o a la fracción de Holden Roberto, apoyada por Estados Unidos?.
Itamaratí, bien informado, estaba convencido de que las posibilidades
de victoria estaban totalmente al lado del Movimiento Popular de Liberación
de Angola (MPLA) y pragmáticamente se inclinaba al reconocimiento
del mismo como gobierno único en la antigua colonia.
Los militares ultras y los elementos más reaccionarios del gobierno
brasileño se oponían y trataron de vetar esa solución.
Otros sectores, más prudentes u oportunistas, como los que se expresaban
a través de Jornal do Brasil, aconsejaban reconocer a los
dos gobiernos. Lo importante era establecer una "cabeza de puente" en
Angola.
Terminó por prevalecer la posición "liberal", En
la manifestación más extremada de su pragmatismo, Itamaratí reconoció al
gobierno de Luanda y estableció relaciones diplomáticas y
comerciales con el mismo.
La situación hizo crisis cuando se confirmó la presencia
de cubanos luchando al lado del gobierno central, en contra de los mercenarios
de Holden Roberto, apoyados por Estados Unidos y por China Popular. El
gobierno de Geisel pasó a ser presionado por los militares ultras,
que criticaban duramente a Itamaratí por "prestigiar a un gobierno
marxista" y "codearse en Luanda con soviéticos y cubanos".
La dosis de pragmatismo había sido exagerada. Actuando con realismo,
Itamaratí dio un paso atrás. Retiró su embajador,
Ovidio de Andrade Mello: "... necesita atención médica
urgente" -informaba la nota oficial-. Era evidente el carácter
político de la enfermedad del diplomático...
¿Constituyó efectivamente la posición brasileña
en relación al gobierno de Agostinho Neto una rebeldía de Itamaratí frente
al Departamento de Estado?.
¿Pueden los intereses brasileños en Angola haber pesado más
que los prejuicios ideológicos -el anticomunismo primario- del gobierno
brasileño?.
¿O el episodio constituyó una demostración brillante de
cómo puede funcionar la política kissingeriana de los key
countries?.
Estados Unidos, por su tradición imperialista y por su política
interna racista, tiene evidentemente dificultades en establecer buenas
relaciones con los países africanos recién salidos de la
etapa colonialista.
Brasil, a pesar de haber estado profundamente comprometido con el colonialismo
lusitano, pero actuando pragmáticamente y utilizando toda una serie
de triunfos -su condición de país mestizo, su democracia
racial, su tradicional política antirracista, los vínculos étnicos,
históricos y culturales con África Negra (en el caso de Angola,
Mozambique y Guinea-Bissau, inclusive lingüísticos ) - podría
defender mejor los intereses norteamericanos en Angola que el Departamento
de Estado.
En consecuencia, el aparente antagonismo entre Brasil y Estados Unidos
en relación a Angola, puede no haber sido más que una inteligente
maniobra táctica del State Department y de Itamaratí,
una jugada con las características personales, maquiavélicas,
de Kissinger.
Para actuar como key country, como delegado no ostensible de los
Estados Unidos en África, Brasil tiene que, necesariamente, colocarse
más a la izquierda que Washington. Puede así defender mejor
los intereses occidentales cuando están amenazados y, obviamente,
luchar por concretar sus propios objetivos.
Cuando, en el futuro y dentro de la tradición norteamericana, Kissinger
publique sus memorias, es posible que constatemos que las divergencias
entre Washington y Brasilia en relación con Angola no fueron reales
sino una brillante maniobra de diplomacia secreta.
De cualquier manera -actuando como delegado de Estados Unidos o por cuenta
propia- el régimen militar brasileño mantuvo su posición
inicial. Se restableció la representación diplomática,
se renovaron proposiciones en el sentido de que Petrobrás participara
en la explotación del petróleo angoleño y se intensificaron
las relaciones comerciales entre los dos países. Los diarios del
1/7/76 anunciaban la concesión de un crédito de 50 millones
de dólares destinado a la adquisición, por Angola, de bienes
de capital brasileños. Ya agotado ése, se anunció recientemente
otro, por igual valor.
Todo eso, es evidente, dentro de la convicción de que Angola, por
la mano de Brasil y a ejemplo de lo ocurrido en Portugal, podrá ser
reconquistada para el "área de influencia occidental",
El propio presidente Geisel, defendiéndose de las acusaciones de
sus colegas ultras, afirmó que la presencia brasileña en
Angola es la mejor manera de contrarrestar la influencia soviética
y cubana.
La actual política "progresista" brasileña en el
continente negro no se limita a Angola. En una posición radicalmente
distinta a la del anterior 166,
el gobierno del general Geisel se opone a los regímenes raciales
de África del Sur y Rhodesia.
El 24/7/76 la prensa brasileña anunció que Itamaratí había
condenado la política racista de África del Sur, su presencia
en África sudoccidental y que había reconocido oficialmente
a la Organización del Pueblo de África del Sudoeste (SWAPO).
Ese cambio en la política africana de Brasil llevó a una
inevitable modificación en los planes brasileños sobre el
Atlántico Sur.
Así como el "destino manifiesto" de Brasil sobre
América del Sur se origina en el destino manifiesto de Estados Unidos
sobre todo el continente, las pretensiones brasileñas sobre el Atlántico
Sur se fundamentan en el hecho de que (para utilizar las palabras del general
Golbery) "la gran nación amiga del Norte hizo del mar de
las Antillas un gran lago americano", ¿Por qué no
hacer del Atlántico Sur un lago brasileño?.
En la primera parte de su libro, escrita en 1952, el general Golbery do
Couto e Silva ya reivindicaba para Brasil el dominio sobre el Atlántico
Sur: "Si la geografía confirió a la costa brasileña
y a su promontorio nordestino un casi monopolio de dominio en el Atlántico
Sur, ese monopolio debe ser ejercido exclusivamente por nosotros… ".
La pretensión brasileña de ejercer el total monopolio en
la defensa del Atlántico Sur (instrumentado materialmente por un
aliado que se encuentra fuera de la región) se encuadra perfectamente
en la teoría de los key countries. Si Brasil merece la
total confianza de Estados Unidos para actuar como delegado suyo en América
del Sur, ¿por qué no atribuirle también la tarea
de defender el estratégico océano?.
La solución abogada era la conjugación de los respectivos
recursos: las estratégicas bases del litoral nordeste de Brasil
y los marinos brasileños y los barcos, aviones y equipos bélicos
sofisticados de Estados Unidos.
El esquema defensivo del Atlántico Sur quedaría perfecto
si Brasil hubiese conseguido heredar -Comunidad Afro-Luso- Brasileña
mediante- los territorios de Angola y Guinea-Bissau, estratégicamente
colocados en el litoral sudoccidental de África y las islas portuguesas
del Atlántico.
Durante el gobierno de Garrastazú Médici (1969/74), los almirantes
brasileños, dentro del espíritu de la "comunidad lusitana" y
sin ningún prejuicio en relación al apartheid, abogaban por
la ampliación de la alianza con la incorporación al esquema
defensivo del Atlántico Sur de Portugal y Unión Sudafricana.
En la época llegaron a programarse maniobras navales conjuntas:
el Operativo Cabralia.
Sin embargo, la euforia duró poco. Con la revolución del
26 de abril en Portugal y la liberación definitiva de Guinea-Bissau
y Angola, el "esquema óptimo" quedó perjudicado.
Posteriormente, como consecuencia de la campaña mundial en contra
del régimen racista de Johannesburg, hubo que archivar también
los planes de alianza con África del Sur.
Hubo que volver al proyecto primitivo: el de la alianza Brasil-Estados
Unidos. En la primera quincena de enero de 1976, las esperanzas brasileñas
en ese sentido fueron grandemente fortalecidas en razón de una entrevista
de Edward Mulcahy, secretario adjunto para Asuntos Africanos del Departamento
de Estado, al O Estado de S. Paulo.
El diario brasileño titulaba la entrevista con orgullo patriótico: "La
defensa del Atlántico Sur dependerá de Brasil".
Según las declaraciones atribuidas al funcionario yanqui, bases
aeronavales brasileñas serían utilizadas por Estados Unidos
para "hacer frente a la nueva amenaza soviética" (la
presencia de soviéticos y cubanos en Angola) y la marina de guerra
de Brasil sería ampliada con barcos modernos y altamente sofisticados.
Hubo en el caso una evidente precipitación o una indiscreción
del funcionario. Las negociaciones deberían permanecer en secreto.
En consecuencia, la embajada norteamericana en Brasilia se apresuró a
desmentir las declaraciones de Mr. Mulcahy, negando inclusive que éste
hubiese concedido una entrevista al tradicional diario brasileño.
Posteriormente, volvió a circular con bastante insistencia la versión
de que, a ejemplo de la OTAN, sería creada una organización
para la defensa del Atlántico Sur, que incluiría a los países
atlánticos de América del Sur y África del Sur.
El gobierno brasileño se opuso desde el comienzo a la medida. En
primer lugar porque la inclusión de África del Sur perjudicaría
totalmente su actuación actual en los países de África
Negra. En segundo, porque la OTAS significaría mantener, como en
la Junta Interamericana de Defensa, la solución colectiva, multilateral,
que choca frontalmente con la política bilateral establecida por
Kissinger, tan favorable a los propósitos hegemónicos de
Brasil.
Aparentemente, el Pentágono se decidió en contra de la solución
multilateral. Los diarios del 8/12/77 publican declaraciones, hechas en
Bruselas, del secretario de Defensa de Estados U nidos, Harold Brown. Estas
son bastante categóricas: "Estados Unidos no apoyará la
creación de un sistema de defensa paralelo a la Organización
del Atlántico Norte, en el Atlántico Sur".
Eso no significa, sin embargo, que se concrete la alianza pretendida por
los militares brasileños. Eso no ocurrirá por lo menos mientras
se mantenga la actual política de Carter en relación con
el régimen militar brasileño.
Además, hay que considerar que en los últimos años,
inicialmente como consecuencia del cierre del canal de Suez y actualmente
en razón de las limitaciones de éste para el pasaje de los
grandes barcos petroleros, el Atlántico Sur vio su importancia estratégica
muy aumentada: actualmente 2/3 del petróleo que se consume en el
Occidente es transportado por sus aguas.
Considerando esa importancia, difícilmente Estados Unidos y sus
aliados europeos aceptarán pasar a terceros la responsabilidad por
la seguridad del Atlántico Sur. Es mucho más probable que
se amplíe -legalmente o de facto- la Organización del Tratado
del Atlántico Norte, que los países centrales se hagan cargo,
directamente, de la defensa de la porción sur del Atlántico.
Naufraga así, a pesar de la innegable capacidad negociadora de Itamaratí,
el sueño de los almirantes brasileños de transformar el Atlántico
Sur en un lago brasileño.
[ Arriba ]
PERSPECTIVAS
Cuando -en el primer semestre de 1973- terminamos
de escribir la versión
argentina de "¿Irá Brasil a la guerra?", las posibilidades
de hacer frente con éxito al entonces incipiente expansionismo brasileño
eran todavía muy buenas.
En primer lugar, el proceso de "satelización" de los tres "chicos" de
la Cuenca del Plata -Bolivia, Paraguay y Uruguay- recién empezaba.
Los objetivos de los geopolíticos brasileños allende las
fronteras no estaban todavía bien definidos. Eran pocos inclusive
los que creían en un imperialismo o sub imperialismo brasileño.
Entre las muchas críticas negativas a nivel personal que recibimos
en ambas orillas del Plata, la mayoría se centraba en una posible
exageración contenida en nuestras denuncias, explicable por nuestra
militancia en contra del régimen militar brasileño. El "diablo" no
podría ser tan feo...
Otras llegaban a tener connotación racista: "¿Cómo
puede Brasil, un país de negros, un país mestizo, que solamente
se destaca en el fútbol y el carnaval, transformarse en una potencia
imperialista, o siquiera en un sub imperio a servicio del capitalismo mundial?".
Como si el imperialismo fuese privilegio de las "superiores razas
nórdicas", especialmente de los anglosajones.
Por otro lado, se verificaba la existencia en el subcontinente de tres
gobiernos que -a pesar de sus orígenes, de su composición
y de sus métodos de acción distintos- presentaban como denominador
común su carácter popular, su tendencia reformista y su nacionalismo.
Y esos gobiernos tenían jurisdicción sobre tres países
clave para el equilibrio -político, económico y militar-
de América del Sur: Cámpora-Perón en la Argentina,
Salvador Allende en Chile y Velasco Alvarado en Perú.
Pronosticábamos entonces la posibilidad de formación de un
frente nacionalista-popular entre los tres países como medio de
frenar los "sueños heroicos" de los geopolíticos
brasileños.
Un frente que podría proporcionar a los demás países
una alternativa progresista: la integración con liberación,
la formación de la Patria Grande de los Latinoamericanos. Un proceso
de integración fraterno y justo, sin países líderes
ni propósitos hegemónicos. La antítesis de la integración-anexión
protagonizada por Brasil con el apoyo de los "centros exteriores de
poder" y de las empresas transnacionales.
Y escribíamos entonces:
"Todos los demás países de América del Sur, actualmente
amenazados por los planes geopolíticos de los militares de derecha que
dominan Brasil, tendrán una alternativa progresista: incorporarse al
bloque nacionalista-popular-revolucionario.
"El propio Brasil podrá ser beneficiado por la nueva situación.
Inicialmente será colocado ante una alternativa drástica: mantener
su actual política expansionista, su papel de representante imperial,
de base de operaciones del capitalismo mundial (con lo que quedaría
aislado y se volvería blanco del odio de todo el continente), o cambiar
totalmente su orientación, adoptando también una política
progresista, adhiriendo al grupo latinoamericano. Es obvio que esa última
hipótesis representaría una enorme aceleración en el proceso
de liberación continental y en la formación de la Patria Grande".
Sin embargo, la hipótesis progresista no se concretaría.
El 11 de setiembre de 1973, un brutal golpe de Estado protagonizado por
los militares de derecha chilenos, financiado e instrumentado por la CIA,
por la I.T.T. y por los servicios de inteligencia brasileños, derrocaría
al gobierno de Unidad Popular. Chile se tomaría otro satélite
de Brasil.
El 19 de julio del año siguiente, la muerte se llevaría a
Perón, sumergiendo a la Argentina en la peor crisis de su historia.
Entre los muchos efectos del total desgobierno que siguió, se destacaría
la práctica ausencia argentina en el ámbito internacional.
Ella se hacía sentir especialmente en la Cuenca del Plata, donde
la presencia argentina es decisiva para el equilibrio regional.
Durante el gobierno de Isabel Perón, el Itamaratí quedó prácticamente
de manos libres para actuar. La "ausencia" argentina fue factor
preponderante en la "ocupación" de los tres "chicos" por
Brasil.
Quedó evidenciada entonces la enorme importancia que tiene la Argentina
en el Cono Sur. Importancia que durante más de un siglo fue decisiva
en la manutención del equilibrio geopolítico en la región
y en la propia manutención de la soberanía de Bolivia, Paraguay
y Uruguay.
Importancia que se había manifestado en los últimos años
en forma decisiva por la acción de dos presidentes: Alejandro A.
Lanusse y Juan D. Perón.
El general Lanusse, en una fulminante ofensiva, liquidó prácticamente,
en pocos meses, la estrategia yanqui-brasileña de las "fronteras
ideológicas", dejando medianamente claros sus propósitos
hegemónicos.
Perón, al firmar con el Uruguay el tratado sobre los límites
en el Río de la Plata, puso término a un conflicto secular,
que siempre había sido intensamente capitalizado por Brasil.
El tratado constituye además un ejemplo de cómo deben desarrollarse
las relaciones entre pueblos hermanos, independientemente de su tamaño
y poder: en términos igualitarios y sin propósitos hegemónicos.
El Tratado del Plata es la propia antítesis del Tratado de Itaipú,
impuesto por Brasil al Paraguay, uno de los más colonialistas de
la historia de los pueblos. Y constituía una muestra del tipo de
integración con que soñaba Perón desde 1952, cuando
intentó la constitución -como primer paso de la Patria Grande
del ABC (el bloque Argentina, Brasil y Chile) y profetizaba: "El
año 2000 nos encontrará unidos o dominados".
La Argentina volvió a tener una real presencia en el exterior después
del 24 de marzo de 1976. Ese reingreso diplomático se verificaría
sin embargo en condiciones muy difíciles. Por un lado, la amplia,
profunda y grave crisis -estructural y coyuntural- interna debilita la
acción externa. Por otro, había que enfrentar una situación
de extremado desequilibrio obtenida por Brasil.
El Itamaratí había aprovechado en forma muy efectiva -dentro
de su secular tradición-- la ausencia argentina para consolidar
su hegemonía sobre los demás países del Cono Sur.
Actúa con base en una audaz política de hechos consumados
(como en Itaipú) y trata de establecer un verdadero cerco a la Argentina,
el primer paso para una pretendida satelización.
De la capacidad de la Argentina para superar la dramática crisis
político-económica-social interna –condición sine
qua non para una política externa efectiva– va a depender
mucho la evolución del destino de Sudamérica en los próximos
años.
Un fracaso argentino significaría la consolidación de la
victoria de los planes integracionistas-anexionistas de Brasil, el establecimiento
de su hegemonía sobre todo el sub continente. Lo que, obviamente,
dificultaría y postergaría por un período más
o menos largo el proceso de liberación de nuestros pueblos y la
formación de la Patria Grande.
Sin embargo, inclusive en la hipótesis de que eso ocurra, y que
en consecuencia los militares de derecha brasileños consigan imponer
su hegemonía sobre toda América del Sur, su victoria será efímera.
Los proyectos expansionistas brasileños -ese imperialismo fuera
de época y a contramano de la historia- serán finalmente
derrotados por la acción de nuestros pueblos, inclusive el brasileño.
Los pueblos hispanoamericanos, a medida que tomen conciencia del proceso
protagonizado por los militares brasileños (y esa toma de conciencia
será tanto más rápida cuanto más ostensible
y agresiva sea la presencia y la dominación allende las fronteras),
se rebelarán en contra de ese absurdo "destino manifiesto" que
(a ejemplo de sus colegas de la Alemania nazi y de Estados Unidos en relación
a sus respectivos países) los geopolíticos brasileños
atribuyen a Brasil.
Es necesario que ese proceso de concientización ocurra también
en Brasil, que los sectores políticos y sociales progresistas, coherentes
con su militancia anti imperialista, asuman su responsabilidad y su puesto
de lucha en contra de los fanáticos que pretenden transformar nuestra
patria en una potencia agresivamente imperialista.
Si este libro consigue contribuir mínimamente a la aceleración
de ese inevitable proceso de concientización y consecuentemente
a la derrota de los "sueños heroicos" de los militares
de derecha brasileños, nos sentiremos totalmente realizados.
Buenos Aires, 31 de diciembre de 1977
P. R. S.
[ Arriba ]
109. Como
asilado político y según las convenciones
internacionales, el Gral. Spínola no puede salir del país.
Sin embargo, vive viajando, con pasaporte concedido por el gobierno
brasileño,
a Europa. Recientemente fue expulsado de España y Francia.
110. Citado
por Carlos Juan Moneta, "La política exterior de Brasil".
111. La
expresión es gráfica: Rosas había efectivamente cerrado
el Río de la Plata -con gruesas cadenas de hierro- a la entrada de
barcos europeos, para proteger el desarrollo de la artesanía nacional.
112. 1901.
113. Citado
por Harold F. Petersen, "La Argentina y los Estados Unidos".
114. En "Brasil
e América".
115. Citada
por Calman, obra mencionada.
116. Relatorio
del Ministerio de Relaciones Exteriores, Anexo A, citado por Honoria Rodrigues,
en "The Foundation af Brazil Foreign Policy", revista International
affairs, july 1962.
117. A
pesar de que la revolución tuvo el aparente apoyo norteamericano
(se detecta especialmente una contribución financiera de la Bond
and Share), su posición antiimperialista quedó clara
desde el comienzo.
118. Abastecimiento
de materias primas vitales, como minerales, caucho y alimentos y la cesión
de las estratégicas bases aeronavales del Nordeste brasileño,
que permitieron un "puente aéreo" hacia África,
que anticipó en varios meses el propio fin de la guerra.
119. Citado
en la Revista Brasileña de Política Internacional, mar. /
jun. de 1970.
120. Artículo "The
Sources of Soviet Conduce, en Foreign Affairs, julio 1947.
121. En "Geopolítica
do Brasil", 1947.
122. Seguramente
el más citado y menos conocido de los libros de geopolítica
escrito en América latina. La editorial que lo divulgara en Hispanoamérica
prestaría un relevante servicio a la causa de la denuncia del subimperialismo
brasileño.
123. En
la Parte 1 de este libro analizamos en detalle ese aspecto de las teorías
de Golbery do Couto e Silva.
124. En
Prospects on American Policy.
125. En Jornal
do Brasil del 27 – 9 - 73.
126. Se
explica esa política: EE.UU. ya no controlaba el organismo internacional;
la presencia y actuación de Tercer Mundo pasaban a ser decisivas.
127. Considerando
lo ocurrido en América latina desde entonces, especialmente la
casi universalización de los regímenes militares en el continente
y el auge expansionista yanqui-brasileño-transnacionales, se podría
concluir que en ese particular Nixon fue un buen profeta. Su política
latinoamericana sobrevivió inclusive al escándalo del siglo,
a Watergate y a la desmoralizante derrota norteamericana en el Vietnam.
128. Desde
la participación brasileña en la invasión de Santo
Domingo, en el golpe que liquidó al gobierno popular del general
Torres en Bolivia, en el golpe que derrocó al régimen popular
de Salvador Allende en Chile, hasta los privilegios y garantías
sin precedentes concedidos a las transnacionales establecidas en Brasil.
129. Entrevista
de la revista Playboy, censurada en Brasil.
130. O
Estado de S. Paulo del 4-1-77.
131. O
Estado de S. Paulo del 11-1-77.
132. Por
los documentos de las bibliotecas Lyndon Johnson y John F. Kennedy, recientemente
liberados, queda absolutamente comprobada esa “paternidad".
133. Inclusive
organismos oficiales confiesan el acelerado deterioro del poder adquisitivo
del salario mínimo. La Revista de Administración de Empresas
-de la Fundación Getúlio Vargas, el organismo encargado
de calcular la renta nacional- concluyó que "mientras el
producto real per cápita aumentó el 58% entre 1961 y 1973,
el salario mínimo real disminuyó un 55 %".
En 1965, para comprar los alimentos
considerados por ley como el "mínimo
vital", un obrero no especializado -salario mínimo-- debería
trabajar 262 horas al mes. En 1976 -después del "milagro"-,
546 horas y 33 minutos.
134. La
Hanson's Latin American Letters, una publicación de hombres de
negocios de Estados Unidos, comentando el Acuerdo de Garantía de
Inversiones por el cual el régimen militar brasileño asegura "extraterritorialidad" a
las empresas norteamericanas, comentaba: "... ningún gobierno
sujeto a elecciones en Brasil podría permitirse firmar un tratado
de garantía de" inversiones; solamente una dictadura militar
podría hacerla".
135. Alcanza
con citar algunos datos estadísticos para comprobar esta afirmación
aparentemente sectaria. Inclusive organismos internacionales prestigiosos,
que ya actuaban en el campo de los derechos humanos cuando el señor
Jimmy Carter todavía plantaba maníes en Plains, Georgia,
incurren en la misma limitación.
La acción de esos organismos -innegablemente importante- se restringe,
sin embargo, a las violaciones de los derechos humanos protagonizadas por regímenes
políticos más o menos represivos, o totalmente dictatoriales, especialmente
en lo relativo a los presos políticos y a la práctica de las torturas.
No se denuncian las violaciones de los derechos humanos originadas en los sistemas
sociales injustos vigentes especialmente en los países del Tercer Mundo
y en el intercambio comercial entre los países capitalistas centrales
y los subdesarrollados.
Esas violaciones son inmensurablemente más graves y más numerosas
de que las primeras. Hablan los números:
a) según un reciente informe de Amnisty International, existen en Brasil
en este momento cerca de 300 presos políticos;
b) según el informe de una CPI (Comisión Parlamentaria de Investigaciones)
que investigó la situación del menor en Brasil, existen en el país
diez millones de menores abandonados;
c) durante los 14 años de la dictadura brasileña, se calcula que
deben haber muerto en el proceso de torturas o ejecutados sumariamente por la
policía política u organismos militares, entre 400-500 militantes
políticos; si sumamos a esos las víctimas de las matanzas protagonizadas
por el Escuadrón de la Muerte (generalmente delincuentes comunes), el
total podría llegar a los cinco mil;
d) según los últimos datos estadísticos oficiales disponibles,
la mortalidad infantil (entre O y 1 año de edad) alcanza en Brasil al
promedio nacional de 124,6/1000; en Rio Grande do Norte, llega a 216,3/1000;
considerando el período de 0-5 años, el índice de mortalidad
infantil en el Nordeste (donde viven 30 millones de brasileños) alcanza
a 51,2 %, o sea, 1 de cada, 2 niños muere antes de salir de la primera
infancia; en consecuencia, no menos de 500.000 niños mueren anualmente
en Brasil; siete millones en los años de la Era Militar.
¿Cuáles los hechos más graves, más violatorios de
las derechos humanos, los “a” y “c”, o los “b” y “d”?.
Si las organizaciones internacionales que actúan en el área de
los derechos humanos quieren ser honestas consigo mismas, tienen que ampliar
muchísimo el alcance de sus campañas.
136. Se
confirma así de fuente insospechable, lo que denunciáramos
sobre la actuación del General Carlos Alberto da Fontoura, embajador
de Brasil en Lisboa, en el proceso de contrarrevolución verificado
en Portugal.
137. Reproducidas
en la III Parte de este libro.
138. Inclusive
cuando Estados Unidos trata de liquidar esa situación colonialista,
el régimen militar brasileño establece una nueva. Es por
eso que afirmamos que el brasileño es un imperialismo fuera de época,
a contramano de la historia.
139. O
Globo del 3-5-77 y el Jornal do Brasil del 22-5-77.
140. Estrategia
utilizada hace un siglo y medio por los tres "chicos" de la
Cuenca del Plata -Bolivia, Paraguay y Uruguay- para mantener su independencia
con base en el equilibrio entre los dos "grandes" -Brasil y
Argentina.
141. Jornal
do Brasil del 20-5-77.
142. Un
ejemplo: el editorial transcripto en páginas 13 y 14 de este libro.
143. En
la primera quincena de abril de 1977 tuvimos un ejemplo extremado de esa
concentración de poder en pocas manos. Vimos al presidente Ernesto
Geisel, actuando como "Asamblea Nacional Constituyente", alterar
de propio puño y letra, aspectos fundamentales de la constitución
del país.
144. Si
consideramos la relación entre la deuda externa de un país
y su P.B.I. un índice óptimo de su grado de dependencia,
la del Paraguay en relación a Brasil constituirá seguramente
un récord mundial. La inversión actual de Itaipú está calculada
en 5,6 mil millones de dólares. Si se mantiene la inflación
mundial actual, el costo final alcanzará en 1988 (cuando estuvieran
concluidas las obras) los 8-10 mil millones de dólares. Como Brasil
financiará totalmente la construcción -con recursos propios
o de terceros-, la deuda paraguaya para con el poderoso y absorbente vecino
será equivalente a su P.B.I. de cuatro o cinco años.
145. Los
geopolíticos pretenden leer el futuro en las masas continentales;
igual que los quirománticos en las líneas de las manos ... .
146. Obra
citada.
147. "Proyección
continental de Brasil", escrito en 1935.
148. Esa
falsa ciencia que es la geopolítica, que se caracteriza por un
determinismo estrecho, por groseras limitaciones de orden geográfico,
tiene mucho de ocultismo, de fetichismo, de artes mágicas. Una
de esas manifestaciones es el triángulo. Para Golbery el hecho
de que Brasil sea un triángulo con el vértice para el sur
tiene mucho que ver con su futuro glorioso. Esa manía de hacer
triángulos sobre el mapa de su propio país es totalmente
inofensiva, inocente, un simple hobby de tipos medio raros; lo malo es
que los geopolíticos se ponen a hacer triangulitos también
sobre el mapa de países vecinos y que algún régimen
político -como el actual en Brasil- fundamente en ellos su estrategia
continental.
149. La
inestabilidad política es la característica principal y
más constante en la historia de un siglo y medio de Bolivia independiente:
no menos de 180 revoluciones y golpes se sucedieron a lo largo de ese
período. Se podría atribuir al tutelaje brasileño
el largo período de gobierno de Banzer, todo un récord en
el país quechua y aymará.
150. Se
anunció recientemente la instalación de tres sucursales
más del Banco oficial brasileño en el Uruguay.
151. Ni
siquiera la mano de obra será uruguaya.
152. "Geopolítica".
153. A
pesar del natural sigilo que rodea a ese tipo de negocios, se sabe que
Chile compró a Brasil, además de grandes cantidades de material
bélico liviano, equipos de transporte y comunicaciones, por lo
menos 20 aviones "Xavantes" (jets subsónicos), 30 carros
de combate y un gran número de lanchas patrulleras, que estarían
siendo utilizadas en los tumultuosos mares australes.
154. El
excedente relativo de la población en las regiones del sur de Brasil,
consecuencia de una política agraria que mantiene el latifundio
improductivo y la muy baja densidad humana que se verifica en el lado
paraguayo.
155. Mientras
tanto, en Brasil y bajo la protección directa del régimen
militar, extranjeros consiguen formar latifundios inmensos. El más
famoso, el del ciudadano norteamericano Daniel Ludwig, tiene -según
la Superintendencia de Desarrollo de la Amazonia- un área de 3.6540491
hectáreas, superior a la superficie de Bélgica u Holanda.
156. En
1960, el 56 % de los brasileños vivían en el campo y el
44 % en las ciudades y pueblos. El censo de 1970 acusa una situación
exactamente inversa: 44/56.
157. Se
recuerda a propósito que Petrobrás ya explota yacimientos
de petróleo colombiano en la región del Alto Madalena; en
los once primeros meses de 1977 la producción alcanzó a
3,8 millones de barriles.
158. Jornal
do Brasil del 31-7-76.
159. Referencia
a Brasilia, situada en el Planalto Central brasileño, o al propio
Palacio del Planalto, sede del Poder Ejecutivo en Brasilia.
160. Existe
una tendencia muy generalizada en el exterior a negar lo que periodistas,
políticos y teóricos geopolíticos brasileños
admiten sin ninguna preocupación: la existencia de un imperialismo
brasileño.
161. O
Estado de S. Paulo del 16-7-76.
162. En "América
latina. Ahora o nunca".
163. Alcanza
con leer el libro del general Golbery do Couto e Silva, actualmente una
especie de biblia de la diplomacia brasileña, para concluir que
sus tesis se originan exactamente en "la antigua geopolítica
del Viejo Mundo", muy especialmente en la Escuela de Munich, que
creó las bases teóricas del expansionismo protagonizado
por Hitler.
164. Un
detalle significativo del complejo de superioridad con que se maneja la
diplomacia brasileña en el subcontinente: se pretendió en
el caso no solamente "vender una idea" sino imponer un esquema
ya plenamente acabado. A los demás países -según
la convicción de Itamaratí- no les quedaría más
alternativa que aceptarlo sin mayores discusiones.
165. Obra
citada.
166. El
comandado por el general Garastazú Médici, que consideraba
al gobierno de Johannesburg como un aliado necesario para el control del
Atlántico Sur.
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